La comisión directiva de Boca Juniors, que encabeza
Daniel Angelici, tiene en una mano un simbólico reloj de arena y del otro, una
pesa de 500 kilos. Pocas veces en su historia, el club vivió una situación
futbolística semejante, porque la anterior, en un nivel parecido, allá por
1983-1984, apareció en un contexto de crisis institucional, a punto de la real
desaparición, con la Bombonera clausurada y las camisetas blancas pintadas de
negro con marcador.
Pocos recuerdan ya que tras el dislate económico
(que no deportivo, claro) de la compra del pase de Diego Maradona a Argentinos
Juniors y la “Tablita” de la dictadura y aquél “Maradólar”, el entonces
presidente Domingo Corigliano llegó a llorar, casi arrodillado, ante acreedores
para que no ejercieran acciones penales contra Boca porque el club directamente
desaparecía.
Hoy, aquello parece muy lejano porque dirigentes
como Antonio Alegre y Carlos Heller, aún en tiempos sin títulos, levantaron al
club hasta llegar con fuerza a los noventa y dar lugar al macrismo posterior, a
partir de diciembre de 1995.
Comparar aquello con esto de ahora, entonces, es
imposible. Este Boca es poderoso económicamente, si bien también produjo una
transformación cultural por la cual un club muy popular, con una tremenda
historia, pasó a ser el millonario de la Argentina (desplazando claramente a
River Plate), pero con demasiados negocios más basados en esta idea que en el
concepto deportivo cuando, no hay que olvidarlo, se trata de una asociación
civil sin fines de lucro.
Un buen ejemplo puede llegar a ser el joven Tiago
Casasola, transferido ahora al Fulham luego de provenir de Huracán y sin un
solo partido en la Primera División, con la explicación de que eso deja dinero
en las arcas, aunque el club nunca lo haya disfrutado.
El problema de Boca comenzó cuando a Julio Falcioni
le tocó convivir con Juan Román Riquelme. Más de una vez, el entrenador quiso
irse, hubo movimientos claros en ese sentido, y aunque no ocurrió, tras los
sucesos de la final de la Copa Libertadores de 2012 ante Corinthians en San
Pablo, el “diez” decidió apartarse.
El tema se hizo inmanejable para la comisión
directiva de Angelici, con un plantel que en una parte le respondía a Riquelme
y otra, al entrenador que ante los resultados negativos, acabó yéndose y con
él, la mayoría de los jugadores que le respondían.
Allí se produjo el nudo gordiano que llega hasta
hoy: para Boca, que Carlos Bianchi estuviera libre, con ganas de regresar a
dirigir luego de la “larga siesta” (una década en el fútbol argentino, con un
paso como manager y una negativa experiencia en el Atlético Madrid en 2005),
era, en aquel momento, ineludible.
La presión de la gente lo hizo sentir,
electoralmente era obvio, y aunque para Angelici (el radical-macrismo) no era
demasiado potable, al punto de que un dirigente muy encumbrado directamente no
tiene relación con el DT, todos los caminos conducían al Virrey. En ese momento, era el Plan A y el Plan B. No
había otra y tenía toda la lógica futbolera: el mejor entrenador de la historia
del club.
Pero como se enumeró en otro artículo anterior en
este blog, este Bianchi no era el mismo, nunca se miraron con total confianza
con esta dirigencia, continuaba el problema Riquelme, que ahora decidía
regresar con un entrenador que casi era “como un padre” y con el que había ganado
todo en etapas anteriores, y el tipo de jugadores con el que se encontró, ya no
respondía a los cánones del pasado: ahora les interesa menos el fútbol, se
contactan con las redes sociales con facilidad y ante cualquier situación, y
mantener la puerta cerrada del vestuario, una de sus basas para su carrera tan
exitosa, no era posible.
Así es que ni con un Riquelme más veterano,
intermitente y muchas veces lesionado, aunque intacta su calidad técnica, y con
inversiones en distintos planteles (nunca la situación económica ha sido un
problema), Boca nunca logró desarrollar, en esta etapa, un fútbol aceptable.
Los continuos cambios de plantel, la intermitencia
de un jugador en el que se basó el juego, una idea conservadora en lo táctico,
sin apostar al ataque cuando se disponía de una gran riqueza en todos los
puestos (por ejemplo, aprovechando el uso de los extremos), y sin peso en ambas
áreas, generaron una crisis mayor que se terminó de profundizar.
El equipo no levanta cabeza, pero lo que es peor, ni
siquiera se trata sólo de que juegue mal o que pase por un estado de ánimo.
Esto ha ocurrido tantas veces con tantos equipos a lo largo de la historia. Si
se trata de una cuestión anímica, eso lo revierte algún buen primer resultado.
Este cronista recuerda cuando Diego Simeone llegó al
Atlético Madrid, que navegaba insulsamente por la Liga Española con Gregorio
Manzano de entrenador. Lo primero que hizo el nuevo DT fue “no perder”. Sacar
un buen resultado en el inicio, en lo posible, sin goles en contra. Y así, el
ánimo del equipo se fue fortaleciendo de a poco, hasta llegar al presente
glorioso de un gran ciclo.
Pero no. El problema de Boca es inédito porque ni
siquiera es anímico. Se trata de una situación en la que además de perder a su
eje del juego, Riquelme, que decidió por fin irse del club (más allá de su
producción o no en Argentinos Juniors en el Nacional B), fueron tantos los
cambios de jugadores de una temporada a la otra, sumado al contexto de malos
resultados, y de bajos rendimientos de los que ya estaban, salvo excepciones
muy escasas, que todo parece dado vuelta y sin posibilidades concretas de
remontarlo.
No se puede pretender, por buena calidad que tengan,
que jugadores recién llegados, jóvenes, algunos incluso desde el exterior (como
el chileno Fuenzalida), puedan capear el temporal en cinco partidos oficiales,
sin conocer a fondo al club.
Son jugadores que los hinchas de Boca desconocen
casi por completo, por ahora. El peso mayor recae, además del técnico, en los
jugadores del club, en los Orión, Cata Díaz, Gago, Martínez, Gigliotti, en mayor
medida que en los otros.
Ahora bien, ¿estos jugadores que ya estaban en Boca,
tienen en este momento las respuestas que el entrenador, los dirigentes y la
gente pretenden? No parece posible, en este contexto de incertidumbre, pero
insistimos, el problema anímico es secundario. En todo caso, es consecuencia de
la mala base para el juego, de la falta de un líder en la cancha, y de manejar
con mayor experiencia el “mundo Boca”.
Para estar mal anímicamente, primero hay que estar
consustanciado con lo que se pone en juego. Se “está mal” porque hay un
sentimiento de impotencia vinculado a lo que se quiere, y aún no es del todo el
caso de muchos de los recién llegados.
Bianchi hoy encuentra esto, que es “nuevo” para su
concepción de entrenador. Los jugadores son más indiferentes, no se
consustancian con las camisetas que visten. Toman, en muchos casos, su paso por
Boca (como por River, Racing, Independiente, San Lorenzo) como un paso
importante de su carrera, pero no el decisivo, que es saltar al exterior,
especialmente a Europa.
Es lo que hay, lo que el fútbol argentino supo
conseguir, y lo que los dirigentes como los actuales de Boca, desde 1995, aceptan
como válido y fomentan: el negocio puro y duro. ¿Querían negocio? Bueno, hoy
los jugadores (y lógicamente su entorno, sus representantes, familiares, etc)
quieren involucrarse en ese negocio. Y cuanto más negocio, menos afecto. Y
Boca, tradicionalmente, es un club afectivo, ligado a la pasión.
¿Es Bianchi un DT para este contexto y este momento?
Hoy, parecería que Bianchi es más problema que plan,
acaso más allá de sí mismo. Es por él y sus circunstancias.
La Bombonera, acaso, se encargue de dar parte de su
veredicto el domingo ante Vélez. Los dirigentes deberán tomar nota y tener la
mente abierta en este momento tan extraño, que Boca no vivió acaso nunca antes.
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