La derrota de Boca, en la Bombonera, ante Atlético
Rafaela, es una más, en el sentido de la cantidad de derrotas que viene
teniendo, y no lo es, porque los tiempos se acortan, las posibilidades de ganar
algún título en esta temporada comienzan a esfumarse, y en un año electoral, y
porque no parece que el equipo consiga, en un lapso tan corto, remontar la
situación cuando ya en tres fechas del Torneo Transición, Vélez Sársfield sacó
una ventaja de seis puntos sobre nueve en juego, si bien en el próximo fin de
semana, tienen que enfrentarse y los de Carlos Bianchi, como locales.
Aún con las enormes disidencias que este blog tiene
con la dirigencia de Boca desde mediados de los años noventa, que fueron
largamente enumeradas en muchas oportunidades, no puede negarse que en esta
oportunidad, las ocho contrataciones para la nueva temporada con un gasto poco
común, son la muestra cabal de que Bianchi contó con casi todo lo que pidió, y
en el “casi” se incluye solamente la deserción de Juan Román Riquelme, acaso el
mejor jugador si se toma en cuenta lo técnico, pero su presente en Argentinos
Juniors, en el Nacional B, demuestra que no habría sido tan gravitante en estos
días oscuros en el juego de Boca.
También quienes nos siguen habitualmente en el blog
o por las redes sociales, o quien nos conoce desde hace largo tiempo, sabe de
la predilección que tenemos por un entrenador de los quilates de Bianchi, el
mejor de la historia de Boca y uno de los mejores que ha tenido jamás el fútbol
argentino, y pese a todo lo que ganó de azul y oro, su trabajo en Vélez, entre
1993 y 1996 ha sido impresionante, desde llegar a ser campeón intercontinental
y dejar, al irse, un equipo casi completo de juveniles surgidos en las
divisiones inferiores.
Sólo en un país tan extraño y contradictorio como la
Argentina, un entrenador como Bianchi no llega a dirigir a su selección
nacional.
Aclarado este punto, creemos que el actual ciclo de
Bianchi comienza a acortarse, y necesita urgentemente de cambios para no tener que
ingresar en una crisis terminal, aunque este tiempo no es el suyo, y esto
excede a Boca y abarca al fútbol argentino (y acaso más ampliamente), por tres
razones fundamentales que pasaremos a enumerar.
1) Contexto
futbolístico: Bianchi no dirigió desde principios de 2006 hasta 2013 (y en el
fútbol argentino, desde mediados de 2004), en lo que él mismo definió como una “larga
siesta”. Muchas cosas cambiaron en ese lapso, y no para bien, precisamente. Se
juega cada vez más a la mediocre “segunda pelota”, se fueron terminando los
armadores (que no “enganches”, palabra que ahora se usa para los armadores pero
que originalmente es para el delantero de la línea de ataque que más bajaba a
tomar contacto con los volantes para volver a sumarse a la ofensiva), los
defensores cada vez salen menos con la pelota al pie, se cabecea mucho peor que
antes, se pega mucho más y la deslealtad entre colegas es mucho mayor, entre
tantas cosas.
2) Contexto
social: Bianchi siempre se manejó con vestuarios con la puerta cerrada
herméticamente. Cabe recordar lo que era el Boca del “Cabaret” en 1996, con
Carlos Bilardo, algo mejorado con Héctor Veira en 1997, pero fue Bianchi el que
terminó con todo aquello y dio lugar al equipo que ganó todos los títulos y fue
protagonista mundial entre 1998 y 2004. En este tiempo, los jugadores twittean
y suben por facebook fotos de lo que pasa a cada momento en el grupo, o
informan cualquier situación conflictiva a los “periodistas amigos” y hasta les
mandan mensajes de texto a sus teléfonos móviles durante programas de radio y
TV. Imposible mantener esos vestuarios cerrados. También cambió la etiología
del futbolista, cada vez menos interesado en el mundo que los rodea y mucho más
en el glamour, el fashion. El futbolista, extrañamente y salvo raras
excepciones, no es fanático del fútbol sino apenas alguien que juega bien, que
tiene algunas (o muchas) destrezas con la pelota, pero que una vez que abandona
su rol, prefiere ser visto como futbolista más que sentirse tal. Por eso mismo,
tanto como en muchos otros vestuarios, en el de Boca, club siempre ligado a lo
sentimental e identificación con la camiseta, la historia y una filosofía
ganadora, no aparecen líderes de peso como sí hubo en los tiempos gloriosos del
entrenador. En cambio, en esta etapa tuvo que enfrentarse a situaciones, como
las de Orión-Ledesma, o Riquelme-Orión o tantas otras, que ocuparon las
primeras planas de un periodismo que, Bianchi lo habrá notado, cada vez habla
menos de fútbol y más de lo farandulero del ambiente.
3) Contexto
profesional: Por distintas razones, Bianchi no cuenta en esta etapa con los
profesionales que conformaron exitosos cuerpos técnicos con él en el pasado. Si
se recuerda a Osvaldo Piazza, Carlos Ischia, Carlos Veglio o Julio Santella,
por citar algunos casos, hoy no parecen tener un correlato de ese nivel. Sea
real o no, a Bianchi se lo ve más solo en las decisiones, como si no pudiera
descansar en ningún otro parte de su poder, en tiempos, como se citó más
arriba, en los que los vestuarios no pueden cerrar sus puertas como el
entrenador quisiera.
Enumerados todos estos
puntos, y volviendo a lo estrictamente futbolístico, Boca juega muy mal. Parece
que Bianchi pretende blindarse ante la requisitoria periodística en las
conferencias de prensa sosteniendo que por momentos “Boca juega bien” o
argumentando que hubo muchas lesiones, o que el rival tuvo fortuna, pero los hechos
son irrefutables.
Boca juega muy mal
ahora, con los ocho refuerzos a disposición del entrenador, como jugaba
bastante mal cuando contaba con menos refuerzos pero con Riquelme, cada tanto,
en la cancha. Es decir que no es un tema que pase estrictamente por la falta de
tiempo para trabajar con los nuevos.
Ni Fernando Gago ni
Agustín Orión, dos recientes mundialistas y que ahora Boca pelea para que no
sean convocados para el amistoso contra Alemania (como si en Boca fueran tan
fundamentales en este momento), se potenciaron o mostraron su distancia con el
resto de los jugadores del fútbol argentino (cómo sí en buena manera lo
demostró Maxi Rodríguez en Newell’s Old Boys), ni el equipo genera situaciones de
gol que no se efectivizan por la mala suerte o por fallas en la definición,
sino que el andar es rústico, sin confianza, sin peso en ninguna de las dos
áreas, superado por la mayoría de los equipos en el trayecto, aunque no siempre
sea así en el resultado.
Boca sale a trabajar
los partidos. Los sufre, no los juega, no los disfruta. Los choca, los acomete,
los presiona, los fuerza, pero no los juega. No sale suelto a cada partido,
sino que cierra los ojos y va. Y así, resulta muy difícil.
Es cierto que se ha ido
Riquelme, pero Boca tiene al chico Acosta, y no juega. Y no sólo no juega sino
que gasta fortunas en traer otros jugadores para otras posiciones, y así
termina justificando un innecesario 4-4-2 porque la mayoría se ampara en la
falta de wines, de punteros. Y si bien casi nadie hace el esfuerzo por volver a
fabricarlos, Boca, que los tiene o los pudo tener (se desprendió de Sebastián
Palacios, cedido a Arsenal y antes a Unión, tiene a Juan Manuel Martínez, nunca
se interesó por la suerte de Ricardo Noir), en lugar de apostar al 4-3-3, o al
4-2-1-3 (¿si no es Boca, cuántos más, en la Argentina podrían animarse?), juega
también a un rústico 4-4-2.
La gente de Boca quiere
a Bianchi. No sería lógico que no fuera así. Representa parte de lo mejor de la
historia del club, pero esta etapa parece muy difícil de remontar. A fin de año
hay elecciones y esta comisión directiva ya no tiene más tiempo para ganar
algún torneo.
Eliminado de la Copa
Argentina en la primera fase por Huracán (hoy en el Nacional B), tres puntos muy magros sobre nueve posibles
en el Transición, parece jugarse casi todo a la eliminatoria ante Rosario
Central, en pocos días, por la Copa Sudamericana.
Una derrota ante los
rosarinos haría insoportable la situación y dejaría todo para remontar en el
campeonato.
Boca tocó fondo.
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