Gary Lineker afirmó en una oportunidad, en los años
ochenta, que el fútbol consiste en un juego de once jugadores por lado y una
pelota, en el que siempre ganan los alemanes. No es del todo así, pero es
cierto que algo hay y que no es casual que ya hayan conseguido cuatro Copas del
Mundo, uno menos que Brasil, el que más títulos ha cosechado en la historia.
Nada de esto es casual. No lo fue en el llamado
“milagro de Berlín”, cuando Fritz Walter, mítico capitán, llevó a ganar el
primer Mundial en Suiza 1954, cuando consiguió vencer a la gran Hungría de
Ferenc Puskas en la final por 3-2, luego de recibir ocho goles ante el mismo
equipo en la fase de grupos y nadie pagaba dos centavos por su suerte.
La historia del fútbol alemán está ligada al
trabajo, la autocrítica y la existencia de proyectos a partir de todo esto y
más allá de los Mundiales de 1974 y 1990, historias muy conocidas, con grandes
jugadores pero con una gran dinámica colectiva, el éxito de Brasil 2014 comenzó
mucho antes, exactamente catorce años atrás.
En el año 2000, el fútbol argentino sufría la falta
de un crack como Diego Maradona y se lamentaba por casi una década sin títulos
cuando la selección alemana fue eliminada, sin pena ni gloria, de la Eurocopa
que acabaría ganando la Francia de Zidane, Deschamps y Trezeguet.
Tampoco los alemanes tenían un crack y no habían
hecho un gran Mundial en Francia 1998, pero en la Eurocopa tocaron fondo y ni
siquiera consiguieron marcar un solo gol en el torneo. Fue entonces que clubes,
federaciones locales y jugadores (algo impensable en nuestro país,
caracterizado por el unicato) se reunieron para buscar una mayor competitividad
y decidieron que la prioridad sería cerrar el torneo a estrellas extranjeras y
crear una base de jóvenes para brillar diez años después.
En lugar de gastar fortunas en refuerzos, los clubes
gastaron hasta mil millones de dólares para crear escuelitas de fútbol de
manera obligada y hoy el país cuenta con 366 centros de entrenamiento para
menores, empleando treinta mil entrenadores para que veinticinco mil niños
prueben suerte en este deporte. Thomas Müller o Phillip Lahm fueron algunos de
ellos, pero también abrieron la posibilidad de integrar a hijos de inmigrantes,
un símbolo de la nueva Alemania unificada, que ya había mostrado otra cara
cuando organizó su Mundial en 2006, un torneo de exposición de la diversidad
cultural.
Así es que Mesut Özil es de padres turcos, Sami
Khedira, de tunecinos, Miroslav Klose y Lucas Podolski nacieron en Polonia,
Jerome Boateng, de familia ghanesa y Shkodran Mustafi es de Kosovo.
Otra medida fue la de congelar los precios de las
entradas a los estadios, mientras que uno de los orgullos alemanes de estos
años fue la prohibición de que empresarios extranjeros adquirieran clubes como
sí pasaba en España, Francia, Italia o Inglaterra.
Entonces, no puede ser casual que hoy la Bundesliga
sea el torneo más rentable de toda Europa, con el mayor promedio de asistencia
de público del continente (45 mil por partido), y el único en el que todos los
clubes permanecen en una situación financiera estable.
Pero no termina allí. Desde hace años que el fútbol
alemán apostó por la estética. Tomó la idea de España, del brillante Barcelona
de Josep Guardiola, y tras caer derrotado ante ella en la final de la Eurocopa
2008 y en la semifinal del Mundial 2010 de manera ajustada, entendió que había
que persistir en el proyecto pero agregarle el toque de dinamismo propio.
Una vez más, mientras el fútbol argentino fue
retrasando sus líneas y buscando un modelo pragmático, tratando de amoldar a
sus jugadores a un mercado europeo supuestamente más táctico y en el que
supuestamente no hay quien pare la pelota (sin un armador de juego), España
primero y España después, fueron generando una contracultura de varios
armadores y de jugadores de buen pie.
Aquellos jóvenes que se destacaban en las escuelitas
creadas para terminar con la crisis, y que siendo promesas recibían
tratamientos VIP, hoy son los cracks que no dependen de un Maradona o un Messi,
como Schweinsteiger, Kroos o los anteriormente mencionados, que, cabe recordar,
ya eliminaron a Argentina en los cuartos de final de 2006 y 2010 (en éste, por
4-0) y en la final de 2014, por tercer Mundial consecutivo.
Pero hay dos modelos que son los hegemónicos, como
en cualquier competencia. Son los del Bayern Munich, el club más rico del país,
y el Borussia Dortmund, que por ninguna casualidad protagonizaron en 2013 la
final de la Champions League, considerada por la mayoría como la mejor de los
últimos tiempos y para algunos, tal vez, la mejor de la historia.
El Bayern Munich lo había ganado todo en la
temporada 2012/13 con Jupp Heynckes como entrenador, pero no se conformó y
quiso perfeccionar su juego, su estilo, y rumbear hacia un fútbol más estético
y así fue que apostó nada menos que por Guardiola.
El Borussia, de la mano de Jürgen Klopp y jugadores
como Götze, Lewandowski, Reus o Hummels, encontró una dinámica espectacular,
que la colocó entre los mejores equipos de Europa, que se entrena con una
máquina para perfeccionar los pases a un toque y para triangular el juego.
De los 134 clubes europeos, el Bayern Munich es el
que más jóvenes formó. 18 de los jugadores del seleccionado que participó en el
último Mundial, salieron de esta escuela, pero también son reconocidas las
escuelas del Schalke 04, reconocido como formador de arqueros (cinco de la
Bundesliga se iniciaron allí, entre ellos el propio titular de la selección y
elegido el mejor del torneo, Manuel Neuer).
Alemania no dejó librado nada al azar. Ni siquiera
el lugar de concentración, que decidió construirlo con sus propios arquitectos.
Nada de contratar predios con algunos requisitos a su gusto. Todo a la medida
de lo que el equipo necesitaba, según declaró el presidente de la Federación,
Wolfgang Niersbach, quien antes de comenzar el Mundial dijo, con una claridad
pocas veces tan manifiesta, que la Mannschaft, como se conoce a la selección
germana, estaba “preparada para ir a ganar la Copa”. El dirigente explicó entonces
que el secreto “es haber trabajado mucho para llegar a ser ahora uno de los
favoritos”.
Trabajo significó, por ejemplo, el uso de la
tecnología SAP, un programa desarrollado por una empresa especializada en
determinadas aplicaciones que analiza con riqueza de detalles el desempeño de
cada uno de los jugadores del equipo propio y del adversario, desde kilómetros
recorridos, pases acertados o errados o remates al arco.
Por ejemplo, al terminar el impactante 7-1 ante
Brasil, el entrenador Joakim Low comentó que el programa le había indicado que
la defensa de Brasil tenía problemas cuando era atacada en velocidad. Hans
Flick, el auxiliar de Low, relató que ellos contaban con un equipo de
observadores. “Hicimos un minucioso trabajo de scouting, como por ejemplo, 40
estudiantes de Ciencias del deporte que analizaban a cada uno de los
adversarios con los programas que les dimos”.
Alemania fue campeón por decantación, por la
prepotencia de la autocrítica, el trabajo y la planificación, muy lejos de
depender de un supercrack. Un modelo demasiado lejos del argentino.
Los alemanes, antes de “cintura dura”, como se les
decía de este lado del Océano Atlántico, ahora eran los que tocaban y jugaban.
Los argentinos, aquellos de la gambeta y el engaño, eran ahora los que corrían
tras los germanos, cansándose de ver pasar la pelota.
Pese a los siete minutos que separaron a los
albicelestes de una definición por penales, el triunfo alemán parece
lógico. La consecuencia de un largo
ciclo desde que en 2000, se sentaron a trabajar sin excusas de ninguna clase.
Aquí están los resultados.
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