Otra vez sopa. Otra vez un rival débil, no sólo por
el momento que atraviesa su fútbol sino por la diferencia que hubo
históricamente con Perú, y otra vez un desempeño muy flojo, sin línea de juego,
deshilachado, y dando la sensación de que el seleccionado argentino va camino
de dejar de lado hasta el último vestigio de un juego colectivo que mal que
mal, se había conseguido bajo la conducción de Gerardo Martino.
Puede parecer polémico, pero el empate en Lima 2-2
es lo de menos. Tampoco la clasificación al Mundial de Rusia corre demasiados
riesgos con cuatro puntos sobre Paraguay, el sexto de la tabla del grupo
sudamericano, que pueden ser siete el próximo martes cuando lo enfrente como
local, y cinco sobre Chile, al que también deberá recibir en 2017, y con lo que
la diferencia podría extenderse a los 8 puntos.
El problema no es matemático, ni de clasificación ni
de resultados. Que quede claro. Pasa por otra cuestión mucho más seria y que,
como saben los lectores que nos siguen desde hace años, o los que se fueron
incorporando en este lapso, se viene repitiendo salvo algunos oasis muy
cortitos: no se sabe a qué se juega porque no hay una idea madre sino puro
pragmatismo, y eso se está pagando tan caro, que hoy una potencia mundial como
Argentina, el número uno del ranking de la FIFA, pasa a ser un equipito más si
su gran estrella, Lionel Messi, no juega.
Cada vez se entiende menos a qué quiere jugar su
director técnico, Edgardo Bauza, a quien le seguimos dando el crédito lógico de
quien comienza un trabajo, pero que se va desgastando en la medida en la que no
se insinúa una sola línea, un solo concepto válido en los noventa minutos
durante tres partidos, todos ellos accesibles (con Uruguay, más complejo, pero
anoche volvió a comprobarse, con lo que le costó Venezuela, que no atraviesa su
mejor momento en lo futbolístico).
Este equipo argentino de anoche, en Lima, dejó muy
malas sensaciones. Lo primero es su falta de conexión. Bauza decidió repetir la
situación del segundo tiempo ante Venezuela apelando a un extraño esquema con
seis jugadores para la marca (los cuatro defensores, sumados a Mascherano y
Kranevitter, que además se parecen demasiado en sus características de quite y
distribución) y apenas cuatro para el ataque, dejando de lado posiciones
naturales como sería, por ejemplo, dos extremos netos, un nueve y un diez.
Este esquema significaba, otra vez, como ante
Venezuela, apostar a un raro “toma y daca” en el que, seguramente, el mayor
peso ofensivo argentino terminaría por desequilibrar porque Perú se encontraría
con una defensa parada demasiado atrás, con un primer frontón de los dos “cincos”
y luego con los jugadores de ambos Manchesters de la última línea.
Eso significó que entre la línea de
Mascherano-Kranevitter y los cuatro de arriba hubiera un océano, una
desconexión total, y ningún enlace, porque al no haber una idea de juego, al no
haber un conductor, todo quedó apostado a que “los de arriba” resolvieran como
pudieran. Y el fútbol, no es eso.
Por esa misma razón hay tantos jugadores de
excelente nivel como los tiene Argentina, que luego no funcionan. Puede haber
algún mal momento de alguno (Angel Di María es uno de ellos y ha perdido
absolutamente la confianza en sí mismo), pero de fondo, el mayor problema es su
pésimo uso por parte del director técnico de turno, ahora Bauza, pero ya antes
muchos otros.
Argentina, con su rica historia, con sus jugadores
apetecidos en todo el mundo, con el respeto que genera su palmarés, sale sin un
diez, sin un organizador, con siete jugadores detrás de la línea de la pelota,
ante un equipo casi eliminado (otra vez) de un Mundial, con muy pocos puntos en
su cosecha, y con apenas un par de jugadores de cuidado, como Cueva o Guerrero,
y aún así, no lo puede sostener, porque no sabe a lo que juega y aún con sus
limitaciones, Perú sí lo sabe.
Entonces, Paulo Dybala acaba estacionado en la
derecha sin sentido y sin chances de involucrarse, Sergio Agüero, que fue
extremo izquierdo con Alejandro Sabella, y nueve con Gerardo Martino, es ahora
un “segundo nueve” con Bauza, y Ever Banega duerme sentado en el banco mientras
Angel Correa o Nicolás Gaitán podrían ser extremos y jugar con un 4-3-3 y por
supuesto, con un ocho que juegue de ocho (¿será posible este milagro, alguna
vez?), como bien pudo ser Fernando Belluschi.
Pero parecería que los directores técnicos
argentinos tienen que demostrar que “saben”, que tienen alguna “sorpresa
táctica” para mostrar, y encontrarán siempre alguna prensa amiga que
justificará todo lo de anoche en Lima en aras de la clasificación y de que “el
punto sirve” para el futuro.
Este equipo bajó tanto, tanto, en tan poco tiempo,
que cada vez depende más de alguna inspiración, alguna aparición goleadora del
tan vapuleado Gonzalo Higuaín, de algún cabezazo salvador o de los destellos de
Messi, cuando esté.
Y la tendencia, con esta clase de esquemas, no es
muy favorable, aunque el tiempo dirá, especialmente si Bauza tiene la mente
abierta (como sí la tiene fuera de la cancha) para darse cuenta de que éste no
es el camino.
Por ahora, la selección argentina va para atrás,
aunque saque puntos, y aunque se clasifique al Mundial con facilidad. No todo
pasa por los resultados. Hay que jugar a algo alguna vez. Ya es hora.
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