Implosionó la AFA tras la muerte de Julio Grondona,
en julio de 2014, pero la crisis aún no había llegado al seleccionado nacional,
que al menos siguió entreverado siempre entre los primeros y acabó disputando
tres finales seguidas, una de Mundial y dos de las Copas América, pero ahora le
va tocando al equipo, para no ser menos que los demás estamentos futboleros.
Porque no es que el equipo nacional sólo perdió un
partido jugando mal, sino que lo hizo ante un rival débil, que estaba más lejos
que cerca de Rusia 2018 hasta anoche, porque fue en condición de local, luego
de salir de Buenos Aires hace varias fechas del grupo clasificatorio
sudamericano, y porque repitió otra muy mala actuación, la tercera sobre cuatro
con el nuevo director técnico, Edgardo Bauza, y completó el combo de tres muy
malas performances sobre la misma cantidad de partidos, ante flojos rivales, y
justamente en todos esos casos, sin su gran figura, Lionel Messi.
Este seleccionado argentino está a punto de una gran
implosión (ahora en las dos próximas fechas lo esperan nada menos que el
resucitado Brasil de Tité en Belo Horizonte, y la difícil Colombia deberá venir
de visita, en noviembre) porque sus dirigentes nunca comprendieron que no se
trata de un lavado de cara hacia el exterior, sino de una purificación interna
más allá de la existencia de ventanas o miradores, que no interesan para nada.
No se trata de sorprenderse con una prensa veleta
que ayer elogiaba el “equilibrio” del “Patón” y que hoy habla de “traición” a
un estilo del “señor Bauza”. Tampoco es nuevo. Ya en los años cincuenta, cuando
la selección argentina ganaba, su entonces director técnico era “Don Guillermo”
y cuando perdía era “el señor Stábile”. Siempre las cosas fueron parecidas,
aunque con la parafernalia de los medios y la necesidad de tener que decir algo
a cada minuto, las cosas se exageraron hasta el límite del hastío.
Sostuvimos siempre desde aquí que todo comienza en
la incapacidad dirigencial para decidir lo mejor en cada caso, algo imposible
con esta gente que se encuentra en lugares demasiado privilegiados para su
limitadísima condición intelectual (y en muchos casos, moral) y que nunca
estuvo a la altura para manejar un timón con jugadores que en la mayoría de los
casos, están acostumbrados a formar parte de los clubes de élite, en los que
tienen otros comportamientos porque el contexto deportivo, social y cultural,
así lo exigen.
También escribimos, en distintos momentos, que este
seleccionado se acostumbró a manejarse como club de amigos, al que para acceder
como director técnico se exige pagar una serie de peajes, como tener que cruzar
el océano para morir al pie y aceptar condiciones que incluso pueden verse a la
hora de los cambios, en los momentos en los que se producen, en quiénes son los
que deben salir de la cancha, y hasta en muchas de las convocatorias.
Los dirigentes nunca han podido mantener una línea
de fútbol porque conocen poco del juego, porque hay demasiados negocios que
mantener y porque compraron, desde hace ya mucho tiempo, el discurso del falso
pragmatismo, ése que generó que aun habiendo dispuesto de Diego Maradona para
jugar en la selección nacional entre 1976 y 1994, apenas se ganara un Mundial,
y aun habiendo contado con Messi desde 2005 hasta ahora, no se haya obtenido un
solo título (y no sólo eso, sino que el mejor jugador del mundo de la
actualidad estuvo a punto de renunciar, harto ya de estar harto).
Esta dirigencia es la que, además de los desquicios
en lo económico e institucional en la AFA, se da el lujo de que algunos
jugadores del plantel de la selección mayor, se quejen porque no hay aún un
director técnico de los juveniles sub-20 a tres meses del Sudamericano
clasificatorio para el Mundial de la categoría.
Y son ellos, los mismos que le negaron los jugadores
a Gerardo Martino para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro este año, por
tironeos internos, los que permitieron la llegada de la Comisión Normacrizadora
(un eufemismo de los tantos para no decir Intervención del Gobierno Nacional en
un 70% y de la FIFA en un 30%) que terminó eligiendo a Bauza como bien pudo
haberlo hecho, por qué no, con Ricardo Caruso Lombardi.
Pero el Bauza que fue elegido como director técnico
de la selección nacional, sin que nunca se haya explicado el motivo concreto
acerca de por qué la decisión se tomó hacia él y no hacia otros tantos
candidatos (todo parece dar lo mismo) ni siquiera se parece a sí mismo, a aquel
de los tiempos de dirigir a diferentes equipos con ls que mayormente tuvo
buenos desempeños.
No tuvo demasiado en cuenta, por ahora, a los que
podrían ser considerados “sus” jugadores, porque aún no fue tenido en cuenta
Julio Bufarini, tampoco Ignacio Piatti, escasamente Emmanuel Mas, y tampoco
probó demasiado con variantes para lo que ya era la base de los ciclos
anteriores, y sólo se puede contar con Lucas Pratto y Lucas Alario entre las
escasas innovaciones.
Esto no es nuevo: todos los entrenadores anteriores
chocaron contra la misma dificultad: un grupo anquilosado, con muchas
exigencias (varias de las cuales son extra deportivas), y que a su vez las
llegadas a las tres finales consecutivas, aún perdidas, generaba ciertos
anticuerpos contra posibles cambios de ruta que lo alterara.
Hasta ahora, Bauza no sólo no fue capaz de cambiar
la mentalidad de este plantel (acaso eso ya no sea posible y no lo fue desde
que se perdió la tercera final seguida, en julio pasado), sino que tampoco pudo
colocarle su impronta y pocas veces en los últimos tiempos se vio un equipo tan
perdido, si bien aparecen muchas cuestiones psicológicas.
Simplemente, esto ocurrió porque en Europa no “se
juega” como nos habría gustado seguir jugando, y hubo que elaborar la “materia
prima” para la fórmula que reina del otro lado del Océano Atlántico, y ahí
tenemos, como consecuencia de aquello de tantos años atrás, que ya no hay quien
elabore juego, y hace falta recurrir a Ever Banega, que siendo un cinco dúctil,
nos “haga de diez” ante la ausencia del genio, y por supuesto, no lo puede cumplir
demasiado bien, aunque sí podría haberlo hecho mejor que anoche, con apenas
haber estado un poco más adelantado.
Pero Bauza pregona el falso “equilibrio” al que hoy
la gran parte de la prensa vernácula, ligada a los grandes negocios, llama
defender con la mayoría y atacar con lo que sobra. Y con esa premisa, termina
ocurriendo que para “asegurar” el resultado, acaba colocando a Javier
Mascherano, acompañado por otro “cinco” como Matías Kranevitter, ¡para jugar
ante Perú! Y como no resulta siquiera eso, y presionado por la necesidad de
ganar como local, apenas si corrige colocando a Banega unos pocos centímetros
por delante del jugador del Barcelona, generando, casi como principiante, una
distancia sideral entre los que defienden y los pocos que atacan, que además de
pasar un mal momento y de que la mochila de las derrotas les pesa cada vez más,
están mal colocados en la cancha.
Un equipo sin rebeldía, sin cambios tácticos
importantes, con jugadores vencidos que no encuentran motivación extra para
estar, un entrenador sometido a los designios de “la familia albiceleste”
compuesta por dirigentes y periodistas afines, y un sistema estructural que
tampoco le permite al fútbol argentino apelar a los cambios de timón más
importantes, sólo puede atinar a depender de que venga el genio de Messi, y
resuelva por sí mismo.
Es decir, algo parecido a lo que ocurrió con Diego
Maradona en México 1986. Al final, es el fútbol el único que puede salvar al
fútbol.
Por último, también volvemos a preguntarnos qué
parte de la argentinidad tiene esta selección. ¿Cuánto de argentino tiene un
jugador que no conoce demasiado de su historia ni le interesa? ¿Cuánto, alguien
que sólo habla con los periodistas de TV porque sabe que es lo que más
repercusión tiene y en muchos casos, porque no habrá preguntas molestas?
¿Cuánto, alguien que ni siquiera saluda a su público cuando el partido termina,
haya ganado o perdido?, ¿Cuánto, el que no siente como relevante salir a
saludar a los cientos de compatriotas que atraviesan carencias durante todo el
año y los espera horas con la ñata contra el vidrio ansiando una mano que se
mueva, una sonrisa, una foto, un autógrafo?
Querer ser convocado a una selección prestigiosa,
pretender ganar un título importante para la carrera de un jugador, vestir una
de las camisetas con más historia y gloria, escuchar el grito con el nombre
desde una tribuna, o volver a ver a sus compañeros para compartir un mate en
una habitación de hotel cinco estrellas no da carnet de argentinidad, sino que
es apenas un rasgo de aquellos que viven una vida de cuento de hadas y que
creen, muchas veces, que le hacen un favor al fútbol argentino por venir desde
sus clubes, y muchos lo creyeron (varios de ellos forman parte de su entorno),
cuando es completamente al revés: son ellos los que deben sentirse afortunados
por formar parte de una selección con dos Mundiales, catorce Copas América,
seis mundiales sub-20 y dos medallas doradas olímpicas.
Acaso el día que esto se termine de comprender, haya
claridad en las decisiones y no tiemblen los pulsos para tomarlas, las cosas
puedan cambiar de una vez por todas.
1 comentario:
Inmenso
Sublime comentario
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