viernes, 14 de octubre de 2016

Miedo de “derby” (Un cuento de Marcelo Wio)





La idea se me enquistó como tantas otras, como tantas veces, sentado a la mesa del ventanal que da a la peatonal Ermenegildo Zamborini. La gente pasando como las horas: anónimas, sin ton ni son. Fumando un cigarrillo tras otro. La cerveza perdiendo calor y burbujas. La idea, o esa impronta inicial que sirve de baliza y de cimiento para la sedimentación de intenciones, pulsiones, creencias que terminan por conformarla, agregándose a mi idiosincracia.

La voz del polaco Goyeneche, el viento arrastrando mugre y empujando transeúntes en la vereda, un gesto acaso imaginado (por deseado). Raro que Alfredo no hubiera llegado aún. Pedí otra cerveza por pedir algo. Encendí otro cigarrillo – ¿o era siempre el mismo, inscrito en un ciclo de polución pulmonar e inquietud anímica? Al cielo le iban creciendo amenazas frías.

Porque en definitiva, a todos les pasaría más o menos lo mismo. No era tan descabellado. No podía ocurrírseme a mí por vez primera. Nunca hay una primera vez: el mundo empezó con todas las primeras veces ya utilizadas. Y mientras tanto, se iba formando el sustrato; se iba depositando la materia de representaciones, conocimientos, intuiciones, manipulaciones. No podía ser el único. No era factible que esta idea o lo que fuese (comenzaba a pensar que era más una carga que otra cosa; digo más, una penitencia), estuviese siendo concebida por mí únicamente; que no hubiese sido ya perpetrada con anterioridad (ergo: repetía un condicionamiento inconsciente; es decir, no podía ser responsabilizado). 


Ahí estaban, arrastrados por el viento, hoy; pero siempre por las circunstancias. No era tan descabellado. Muy extraño que Alfredito aún no. ¿O me había dicho que tenía que hacer algún trámite o que tenía alguna cita o lo que fuera? No lo recordaba. Aunque, la verdad, que mejor si no venía, porque me vería impulsado a comentarle estas hilachas de pensamiento que ando uniendo como si atara sábanas para escapar de algún aislamiento. Y no quiero confesar esto. Al principio sí, porque no sabía bien la identidad de los elementos, cómo se agruparían. Pero ahora... No. 

A otros los debe estar embistiendo la misma idea. Una sensación perfectamente representada, más bien: miedo cerval. Madre mía si mañana perdemos contra Deportivo Altavista... ¿Dónde me meto el lunes en el trabajo? ¿Cómo encaro la vida después de esa humillación? ¿Cómo miro a la cara a mis hijos? ¿Cómo les explico que los hice del Tartaglia Balompié por amor, no por algún drama griego de odios parterno filiales? Me tengo que ir de la ciudad... Del país... 

¿Por qué me entró este pánico tan de repente? Mirá cómo estoy transpirando frío; tengo las extremidades como dormidas; estoy seguro de que tuve un micro-infarto o algo así... Madre mía, cómo puedo ser tan pelotudo, es sólo fútbol, che... Y el desgraciado de Alfredito que no aparece para brindarme alguna seguridad, para decirme, “no seas boludo, mirá las cosas que pensás; si los de Altavista vienen como el traste, no le ganan a nadie”. Y eso, precismante, es lo que me aterra....

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