Y Carlos Tévez se cansó. Hace tiempo que su hastío
se refleja en su conducta, sus declaraciones y, lo menos imaginado, en algunos
momentos hasta en los campos de juego.
Lejos está ya julio de 2015, cuando abandonó la
Juventus para regresar a su amado Boca Juniors en una opaca operación económica
en la que nunca se reflejó exactamente cuánto es lo que el club argentino tuvo
que erogar por un pase que bien pudo haber sido gratis un año después, cuando
quedaba libre por finalizar su contrato con la entidad italiana, con jugadores
juveniles de mucho futuro, como parte de pago.
Aquel regreso por anticipado de un Tévez aún joven
(31 años) a mediados de 2015,
vino acompañado de toda la pompa, los intereses
electorales (sirvió para que Daniel Angelici cambiara el eje de su cuestionada
presidencia de Boca hasta entonces, a pocas semanas de la escandalosa
eliminación ante River en aquella noche del gas pimienta por la Copa
Libertadores) y para que una cadena de TV tuviera todos los privilegios para la
transmisión de su re-debut y para que a partir de entonces, un gran diario
argentino titulara todos los éxitos del equipo con méritos del Apache, cuando
lo mereció y cuando no también.
Desde ese aterrizaje de Tévez en el fútbol argentino
fue carteles en las calles, y fue protagonista de cuanta publicidad apareció
por radio y especialmente de TV, hasta parecer omnipresente.
Y ese Tévez comenzó a saturarnos pero más que todo,
a saturarse. Como él mismo manifestara en la conferencia de prensa del jueves 8
de diciembre, tal vez mala semana para manifestarlo pero siempre dentro de su
sinceridad a prueba de micrófonos, grabadores y centros a la cabeza del gran
porcentaje de la prensa vernácula, ésta que él encontró tras once años en el
exterior, no es la Argentina que había dejado.
A Tévez le ocurrió lo que a tantos argentinos que
tuvieron la suerte o la posibilidad de emigrar, entre ellos, este mismo
cronista. Y entonces, encontró un país mucho más embrutecido, más violento, más
insatisfecho, más resignado, más corrupto, más mediocre, menos ilustrado, menos
esperanzado, más realista, demasiado materialista, efectista.
Y en ese contexto, como no podía ser de otra forma,
Tévez encontró un fútbol muy degradado, el del 38-38, el de la violencia sin
fin, en el que los partidos pueden no terminar, en el que la violencia no cesa
ni aún cuando los hinchas visitantes no pueden acompañar a su equipo aunque
canten “yo te sigo a todas partes”. En el que se inflan los operativos
policiales para sacar unos mangos más, en el que los ídolos son usados
políticamente por los Gobiernos (no olvidar el tironeo por él entre sus amigos
y compañeros de fulbito Mauricio Macri y Daniel Scioli en las elecciones
presidenciales del año pasado) y por su propio club, o en el que en las
conferencias de prensa se puede llegar a preguntar lo mismo por cuarta vez, o
alguien prefiere tirarle un chiste o que muchos se rían a carcajadas ante la
primera ironía dicha con timidez desde el micrófono.
Un Tévez que jugó en la Premier League y en clubes
como Manchester United o Manchester City, en la Serie A en la Juventus, tuvo
que quejarse por algunas instalaciones en el club, y especialmente le costó
entender los sistemas tácticos utilizados especialmente por sus directores
técnicos Rodolfo Arruabarrena y su ex compañero Guillermo Barros Schelotto para
un equipo grande como Boca, demasiado defensivos, tomando enormes precauciones
(hasta en condición de local), algo que no había ocurrido una década atrás,
cuando todavía vestía esa camiseta.
Este Tévez “europeo”, acostumbrado a una vida
disipada, a jugar al golf , a una educación de primer nivel para sus hijos, se
encontró con que ganar (y de cualquier modo) es lo único importante, que no
podía darse el lujo de tener un pronunciado bajón como en el peor momento, en
el final de la ansiada Copa Libertadores, con un periodismo justificador del
resultado y demasiado pendiente de cada movimiento, sin la privacidad necesaria
fuera de la práctica del fútbol y un contexto enfermo que hizo que su entorno
se replantee todo y “recalcule” el futuro, sea en China (con una oferta muy
difícil de resistir aunque ya la rechazó hace medio año) o para retirarse.
Por todo esto, el hastío de Tévez no habla tanto de
él mismo. En todo caso, habla mucho más de esta Argentina de este tiempo.
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