Boca consiguió en el Monumental su tercer clásico
consecutivo luego de vencer como
visitante a San Lorenzo (1-2) y como local a Racing Club (4-2), trepó a la
punta del campeonato y dejó atrás a Estudiantes, derrotado en San Juan por San
Martín, y nada de esto es casualidad, más allá de los lógicos avatares de un
partido sumamente cambiante, como hacía tiempo que no ocurría entre los dos
equipos más grandes de la Argentina.
Tras un dubitativo comienzo de temporada, cuando
muchos se encolumnaron rápidamente en una racha positiva a partir de un
calendario que ofrecía rivales accesibles que no daban una medida real de su
fútbol, a Boca se le fueron acomodando las ideas y fue apareciendo un equipo
tan sólo cuando tras una larga lesión, Fernando Gago regresó a la titularidad y
su entrenador, Guillermo Barros Schelotto, lo ubicó en el medio y quitó a
Ricardo Centurión.
De esta manera, Boca ganó en claridad en la salida y
en la administración de la pelota, y de paso, Carlos Tévez dejó de deambular
por la cancha sin sentido, en una posición que nunca sintió, como la de un “falso
nueve”, aunque tampoco es un diez clásico, y comenzó a tener espacios como para
llegar con criterio o en su defecto, asistir a sus delanteros.
Escribíamos más arriba que no es casual este momento
de Boca, porque los resultados cantan no sólo desde el marcador sino en los
goles, no sólo en los tres clásicos (10 a favor contra 5 en contra) sino
también el amistoso ante el Sevilla que marcó el regreso de Gago, con otro 4-3
muy interesante como banco de pruebas.
Pero regresando al Superclásico, éste tuvo muchos
aditamentos, desde dos arqueros inexpertos que demostraron esa inmadurez
(especialmente Augusto Batalla, de muy mala salida, por querer “cancherear”, en
el empate 2-2 de Tévez, aunque también Axel Werner, al que le sobró un córner
en el final), hasta fallos graves en ambas defensas centrales, por lentitud y
por algunas faltas de criterio (como dos despejes de Gino Peruzzi hacia
adentro, uno de los cuales generó el empate 1-1 de Driussi).
Boca era más al principio, durante los primeros
veinte minutos, porque River nunca le encontró la vuelta a la posición de Tévez,
bien colocado detrás de Leonardo Ponzio, pero a su vez a prudente distancia de
la defensa riverplatense, y los visitantes pudieron haber sacado una diferencia
más grande si Christian Pavón, como le suele pasar, no se hubiese equivocado
tanto en la definición, porque se trata de un jugador tan hábil como veloz,
aunque no ha demostrado aún tener una inteligencia a la misma altura.
Y tras el gol de Walter Bou, que establecía la
merecida ventaja para Boca, ocurrió lo de casi siempre en el fútbol argentino:
equipo que gana, se retrasa sin miramientos para conservar el resultado y así
fue como River fue creciendo al encontrar los espacios que antes no tuvo.
En esa segunda parte del primer tiempo fue cuando
más jugaron los que saben: creció la figura de Andrés D’Alessandro, se sumó
cuando pudo Gonzalo Martínez, empezó a tener un poco más de participación el de
todos modos bastante apagado Ignacio Fernández, siempre con la ventaja de que
en el mediocampo de Boca, no alcanza con la presencia de Pablo Pérez o el buen
toque de Gago porque Rodrigo Bentancur sigue siendo un misterio por su alta
cotización y su escasísima prestación.
No fue de extrañar entonces que River diera vuelta
el resultado antes del descanso. Driussi aprovechó un cierre contra natura de
Peruzzi, y luego Lucas Alario sacó provecho de otra posibilidad, y al comienzo
del segundo tiempo todo parecía ser una continuidad del primero, con Boca sin
mover ficha, sin encontrar espacio para llegar al arco de Batalla.
Pero allí ocurrió lo impensado. Que un director
técnico tan exitoso, tan influyente en estos años de gloria de River como
Marcelo Gallardo, cometiera un error tan grave como el de pretender, al igual
que su colega rival, bloquear definitivamente el clásico con el ingreso de Iván
Rossi por D’Alessandro, con lo cual le quitaba a su equipo gran parte de la
creatividad.
Tampoco tuvo suerte River porque enseguida llegó el
empate de Tévez por una muy mala salida de Batalla y los locales ya no tenían
los mismos argumentos, porque el “Pity” Martínez había salido también,
reemplazado por Rodrigo Mora, y entonces allí sí, Gallardo quiso corregirlo con
el ingreso del chico Tomás Andrade por Driussi, pasando a Mora a jugar en dupla
con Alario en el ataque. Pero ya era demasiado tarde porque River había perdido
el juego colectivo, y a los que tenían la mayor técnica para generarlo.
Boca había vuelto a crecer. Tévez, que ya había
asistido a sus compañeros en los primeros minutos, y había empatado, tuvo la
oportunidad de poner otra vez en ventaja a Boca con un golazo, y ya los
visitantes pudieron aprovechar los espacios y una mala disposición de la
defensa millonaria para llevar a 2-4 la diferencia final gracias a un último
gol de Ricardo Centurión, reemplazante de un Bou que fue desapareciendo de las
acciones.
Justo triunfo de Boca, más allá de que la diferencia
pueda parecer excesiva. Si es por gran parte del tiempo del clásico, lo fue. Si
es por los primeros veinte minutos, los visitantes pudieron haber marcado más
goles, si bien también es cierto que en la segunda parte del primer tiempo,
River bien pudo colocarse 3-1. Pero Boca manejó mejor sus buenos tiempos que
River los suyos.
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