No es la primera vez ni será la última. El fútbol,
como caja de resonancia sin igual en la sociedad argentina, tampoco quiso
quedarse afuera de la exigencia por la aparición con vida de Santiago
Maldonado, pero como le ocurrió históricamente en la Argentina, y como sucede
en tantas partes del mundo, tiene que chocar con infinidad de obstáculos
puestos desde el poder político o deportivo para que todo se embarre.
Todo comenzó el pasado jueves, cuando el presidente
de San Lorenzo de Almagro, Matías Lammens -opositor a la conducción de Claudio
“Chiqui” Tapia-, y su secretario, Miguel Mastrosimone, enviaron una nota a la
AFA para informar que el domingo, por la primera fecha de la Superliga, se
mostraría una bandera que preguntaría dónde está Santiago Maldonado, el
artesano de 28 años visto por última vez el pasado 1 de agosto en un operativo
de Gendarmería Nacional durante una protesta en el asentamiento mapuche Pu Lof,
en Cushamen, en la Patagonia.
Para sorpresa de los dirigentes de San Lorenzo,
enseguida recibieron una carta por la que se denegaba ese derecho, aunque intervendría
entonces Marcelo Achile, prosecretario de la AFA, presidente de Defensores de
Belgrano y subsecretario de deportes y Juventud de la Defensoría de la Ciudad
de Buenos Aires, para calmar los ánimos y hasta proponer a Lammens y a
Mastrosimone acompañarlos personalmente durante el acto, en el partido ante
Racing Club.
Al fútbol, a los hinchas de los equipos, pero
también a los de la selección nacional y hasta a los propios jugadores, de
acuerdo con las épocas, siempre le costó mucho poder manifestarse pero tarde o
temprano siempre lo acabó consiguiendo, y quienes recuerdan los tiempos de la
dictadura militar, lo saben bien.
No hace tanto tiempo, el 24 de marzo de 2016, la
selección argentina tenía que jugar ante la chilena por la clasificación al
Mundial de Rusia, en Santiago, y los jugadores iban a salir a la cancha, nada
menos que al Estadio Nacional de la represión pinochetista, con una bandera que
decía “Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia”, pero entonces,
una vez más, dirigentes de la FIFA hicieron mención al artículo 60 del
Reglamento de Seguridad en los Estadios que dice “se prohíbe terminantemente la
promoción o el anuncio por cualquier medio de mensajes políticos o religiosos o
cualquier otro acto político o religioso en el estadio o sus inmediaciones antes, durante y después de los
partidos”.
Los jugadores no se amilanaron y de todos modos,
acabaron mostrando la bandera en la antesala del vestuario y publicaron la foto
en las redes sociales.
Tampoco este pasado fin de semana el tema quedó en
la nada, pese a las rápidas respuestas negativas oficiales. Y no sólo una
amplia bandera exigiendo la aparición con vida de Maldonado flameó en el Nuevo
Gasómetro porque ya el viernes, en la tribuna Eliseo Mouriño de la cancha de
Bánfield, apareció otra bandera con la misma exigencia, y el domingo por la
noche, y al saltar al césped para jugar ante River Plate, los jugadores de
Témperley posaron con una bandera del Sindicato de Prensa de Buenos Aires
(Sipreba), con la frase “Santiago Maldonado, aparición con vida, ya”.
Y por si esto fuera poco, en la mañana del lunes,
cuando el arquero Nahuel Guzmán llegaba a Ezeiza para sumarse a la
concentración de la selección argentina para los dos partidos de clasificación
mundialista ante Uruguay y Venezuela, lo hizo con una remera que pedía por la
aparición con vida de Maldonado.
No es para sorprenderse: Guzmán llegó a atajar en
Newell’s Old Boys de Rosario, en cada partido de los campeonatos argentinos,
con una camiseta con un pañuelo, en su parte delantera, que simboliza a las Madres de Plaza de Mayo.
Este cronista vivió una situación particular una
mañana en la localidad peruana de Chiclayo. Corría el mes de julio de 2004 y la
selección argentina de Marcelo Bielsa jugaba por la primera fase de la Copa
América cuando, de repente, el jefe de Prensa, Andrés “Coco” Ventura, pidió a
los periodistas que se pusieran en ronda para esperar la salida de los
vestuarios del equipo nacional, dispuesto a otro día de entrenamiento
corriente.
Al rato, salieron los jugadores y anunciaron que se
haría un minuto de silencio en homenaje a las víctimas del atentado contra la
AMIA, exactamente a diez años del hecho. Era el 18 de julio.
Pero si hay un tiempo que marcó al fútbol desde los
Derechos Humanos, ése fue el de la dictadura cívico-eclesiástico-militar
(1976-1983) y desde el mismísimo día del Golpe y por dos vías: el debate
interno de las tres fuerzas sobre qué hacer con el Mundial 78 (finalmente
ganado por la Marina) y porque justo ese día, la selección argentina jugaba un
amistoso en Chorzow, ante Polonia, en plena Cadena Nacional con marchas y
proclamas militares, pero se hizo una excepción y el partido pudo verse por
Canal 7.
Era claro que el fútbol iba a jugar su gran partido,
y que el Mundial serviría para tratar de tapar a lo que se llamó “la campaña
anti argentina en el exterior” para la que trabajaron varios medios cómplices
que bien señaló la histórica revista “Humor” como “la prensa canalla”.
La revista “El Gráfico” de entonces, enmarcada en la
complicidad de Editorial Atlántida con la dictadura, llegó a publicar una carta
apócrifa del gran defensor holandés Ruud Krol a su hija en la que decía que los
policías disparaban flores por la calle y que la Argentina era una tierra de
paz, lo que derivó en un escándalo con la exigencia del embajador de Holanda de
que se desmienta públicamente. El jugador llegó a tildar la carta como
“indigna, artera y cobarde”.
Renée Salas, de la revista “Gente”, recorría en
Francia redacciones como “París Match”, “L’Express”, “Le Point”, “Le Figaro” o
“Le Monde” para averiguar las razones por las que esos medios publicaban contra
la Argentina.
El EAM 78, el ente autárquico que manejó la
organización del Mundial de la mano del hombre fuerte del fútbol de aquel
tiempo, el contraalmirante Carlos Lacoste, proveniente de la Marina, aún debe
la explicación del asesinato del general Omar Actis, del Ejército y hasta un
libro de Eugenio Méndez, que investigó los hechos, cuenta en detalle cómo jamás
pudieron ser los Montoneros, como se intentó explicar, bajo el sugestivo título
de “Almirante Lacoste, ¿quién mató al general Actis?”.
Un día antes de la final del Mundial, el 24 de junio de 1978, el canciller
argentino Oscar Montes, que también provenía de la Marina, dijo en la séptima
Asamblea General de la OEA que en la Argentina “no existen violaciones a los
Derechos Humanos”.
Fue parte del intento de la dictadura de tapar lo
que ocurría dentro del país hacia el exterior, mostrando, por contrario, un
clima de algarabía, ayudado por algunos medios cómplices.
Todo lo contrario ocurrió con parte de la prensa
extranjera que llegó al país para cubrir el Mundial. Un renombrado periodista
holandés recordó en Amsterdam a este periodista, al borde del llanto lo que le
ocurrió con su compañero de revista en Mendoza, donde jugaba su selección en la
fase de grupos, cuando se dirigió a enviar el télex con su artículo en la Sala
de Prensa y una trabajadora le advirtió de los peligros que corría. Fue entonces que tanto él como su compañero
utilizaron nombres de jugadores para referirse a militares de la dictadura, en
tono de clave. Luego, aparecieron sus fotos en la TV como buscados por haber
participado un jueves en la marcha de las Madres en Plaza de Mayo.
Pero no todo fue el Mundial 1978. Al año siguiente,
para el 22 de mayo, se organizó en Berna la llamada “Revancha de la final”
entre las selecciones de Argentina y Holanda, y Canal 7 se encontró con una
bandera que decía “Videla asesino”, que intentó tapar por todos los medios con
un anuncio, que movía constantemente para que no se lo viera en la Argentina.
Fue en 1979, cuando la selección argentina ganó el Mundial
juvenil de Japón, con aquel equipo recordado de Diego Maradona y Ramón Díaz,
que José María Muñoz insistía en el “operativo” que había montado con Radio
Rivadavia para cruzar al presidente de facto Jorge Rafael Videla con el Diez y
con el DT César Luis Menotti.
Y fue el propio Muñoz, el principal promotor para que la gente fuera
a la Plaza de Mayo “a demostrar a esos señores de la Comisión que los
argentinos somos derechos y humanos”. Se refería a la Comisión Interamericana,
que llegaba al país para constatar la lluvia de denuncias ante organismos
internacionales.
Jorge Piaggio, que jugaba en Atlanta y formó parte
del equipo juvenil argentino, comentaba años más tarde las rarezas de aquel
regreso a la Argentina desde Japón, cuando fue trasladado de Ezeiza a la cancha
de Villa Crespo, donde esperaban familiares y dos helicópteros trasladaron a
los jugadores a la Casa Rosada, para saludar a los dictadores, y luego, a la
AFA.
Cuando Piaggio regresó a su pueblo, Conesa, se
enteró de que un primo, conscripto en Santo Tomé, estaba secuestrado y su tía
había sido reprimida junto a las Madres de Plaza de Mayo en una manifestación.
De los 35 deportistas desaparecidos, cuatro de ellos
son del fútbol (Luis Ciancio, Gustavo “Papito” Olmedo, Eduardo “Gallego” Requena
y Carlos Alberto Ribada), según consta en el libro “Deporte, desaparecidos y
dictadura” del periodista Gustavo Veiga.
Por fin, el 28 de junio de 2008, una manta blanca
recorrió el Monumental de Núñez, escenario de la final jugada treinta años
antes, pero ahora eran las Madres, las Abuelas, Hijos y Familiares de Detenidos
y Desaparecidos por Razones Políticas los que dieron la vuelta olímpica tan
esperada, acompañados por el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel,
liberado horas antes de aquel partido decisivo, y también por tres integrantes
de aquel equipo campeón, Leopoldo Luque, Ricardo Villa y René Houseman.
De fondo, sonaba la inconfundible voz de Daniel
Viglietti: “No son sólo memoria, son vida abierta…dicen que no están muertos,
escúchenlos…cantan conmigo, conmigo cantan”.
Ese acto se llamó “La Otra Final”.
El fútbol sigue teniendo otra historia que contar,
como cuando en 1983 proyectaron el torneo juvenil “Proyección 1986”, con
entrada gratuita, y televisado por el Canal 11, entonces estatal, y en cada
estadio se escuchaba el clásico “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura
militar”. Y no había forma de taparlo.
Ahora, tampoco pudieron con Santiago Maldonado y la
exigencia de que aparezca con vida.
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