“¡Marcelo Bielsa cantó un tango!”, nos cuentan
embelesada crónicas sobre el intelectual DT argentino del Lille francés. Como
si fuera un hecho imposible de creer o demasiado fuera de lo común, cuando en
realidad es un acto habitual de bautismo de jugadores y entrenadores llegados a
la mayoría de los clubes, todo lo que desde hace años hace el rosarino es
motivo de noticia y de sesudos análisis por buena parte de la prensa argentina.
Bielsa ha logrado que muchos equipos que ha dirigido
funcionaran muy bien, incluso algunas veces de gran forma, como durante su paso
por Newell’s Old Boys, Vélez Sársfield o Athñetic de Bilbao, por citar tres
ejemplos, y es reconocido por la inmensa mayoría de los jugadores por su
aplicación al trabajo, sus métodos y su docencia.
Sin embargo, una formación superior a la media de
los directores técnicos –proviene de una familia de universitarios, entre ellos
su hermano Rafael, ex canciller argentino- fue generando un personaje
particular, con un léxico complejo, que no acostumbra a mirar a sus
interlocutores, y que llegó a intelectualizar y a complejizar un juego para
nosotros sumamente sencillo como el fútbol, hasta conseguir un enamoramiento
sin límites de un sector, que no se atreve a cuestionarle nada.
Durante este fin de semana pasado, Bielsa cometió un
error muy grave para un entrenador de sus quilates. Obligado a realizar dos
cambios en el primer tiempo, optó por un tercero, también en los primeros 45
minutos, por considerar que un jugador suyo corría el riesgo de ser
expulsado.
Esos tres cambios lo dejaron para el segundo tiempo
sin recambio alguno, y tras la expulsión de su arquero, se vio obligado a que
un jugador de campo ocupara la posición y un partido que empataba 0-0 ante el
débil Estrasburgo, recién ascendido a la Ligue 1, lo terminó perdiendo 3-0 en
el final, cuando ya decidió (la prensa argentina, otra vez enamorada de su “locura
sin igual”), cambiar de arquero por otro jugador de campo, buscando ser más
ofensivo, cosa que no genera de nuestra parte ninguna crítica negativa por una
medida, ahora sí, razonable.
Sin tapujos: el mismo Bielsa que logró de manera
impecable la medalla dorada en los Juegos de Atenas 2004, el que dominó con la
selección argentina a Brasil en 2001 en una cancha de River que parecía
inclinada como pocas veces por la superioridad albiceleste, o el que estaba
sentado en el banco en la exhibición del Athletic en Old Trafford ante el
Manchester United, cometió con el Lille un error de principiante porque también
se puede equivocar como todo ser humano. Nadie es infalible. Ni siquiera
Bielsa.
Pero lo llamativo es la corriente de opinión y
especialmente de identificación que Bielsa va generando, muy parecida, de
fondo, a lo que ocurre con el actual DT de la selección argentina, el también santafesino
Jorge Sampaoli, quien cimentó una carrera desde abajo y sin ser conocido en su
país, desembocó en la élite.
Sampaoli también ha conseguido muy buenas
performances con algunos de sus equipos, como Universidad de Chile, la
selección trasandina y finalmente el Sevilla, con lo cual tiene cierta lógica
su llegada al máximo nivel y la oportunidad de dirigir a la selección
argentina.
Sin embargo, lo vinimos advirtiendo en distintas
columnas en este blog, corre el riesgo de que esta corriente que sostiene a
Bielsa a rajatabla ahora lo sostenga del mismo modo (o aún peor, por el cargo
que ahora ejerce) y por el mismo embelesamiento que su antecesor, de quien
además Sampaoli se siente depositario.
En la Argentina suele ser muy común esto del “efecto
contagio”, especialmente mediático, a partir de que cierto sector, rápidamente
identifica a los protagonistas con determinados íconos del mundo del fútbol.
Si por ejemplo Sampaoli tiene algún vínculo
personal, a través de un colaborador, con Josep Guardiola, ya basta para ser
considerado “de la línea” del ahora entrenador del Manchester City, pero todo
se acentúa cuando Carlos Bilardo, considerado “del otro lado de la línea
ideológica”, se opone a la contratación del DT de Casilda y sostiene que si
llega a ser contratado “me voy del país”.
Eso opera en sentido contrario para quienes siguen
en el juego de la gran grieta aparecida en el fútbol argentino en los años
ochenta: “los buenos y los malos”, “los que están de nuestro lado o los que
están del otro”. No hay grises sino blancos o negros.
Entonces, César Luis Menotti pedirá que dejen
trabajar tranquilo a Sampaoli y buena parte de la prensa que lo mira con
simpatía comenzará a encontrarlo alto, rubio y de ojos celestes, para lo que
cada movimiento suyo será aplaudido de aquí en más, sin miramientos.
Si Sampaoli viaja para visitar a los jugadores de la
selección argentina que participan en equipos europeos, resultará algo
extraordinario, como si nunca antes un DT en su misma función lo hubiese hecho.
Basta que el nuevo DT tome la lógica medida de
convocar a Mauro Icardi para que sea visto como un revolucionario, aunque la
base de la convocatoria se parezca mucho, acaso demasiado, a todas las
anteriores aunque con agregados y con algunas obvias bajas (la mayor parte de
ellas, acaso momentáneas.
Así como a un sector le enamora todo lo relacionado
con la idea de posesión de balón, hay otro que “compra” el discurso del “trabajo”.
Entonces, las reuniones con jugadores, los viajes, el despliegue de computadoras
y la sofisticación se vende como parte de un enorme esfuerzo de producción que
cubre los huecos de la falta de partidos y calma a las fieras que no soportan “los
brazos en jarra” que imaginan en anteriores DT que no promocionaban sus
acciones. Sólo las llevaban a cabo, sin necesidad del “afuera”.
Así como el discurso de Bielsa enamoró a este mismo
sector, dijera lo que dijese, Sampaoli fue construyendo un personaje en la
medida en que se dio cuenta de que hay un sector dispuesto a seguir con
embelesamiento cada una de sus acciones, desde los tatuajes, hasta recordar su
peronismo de juventud o su visita a los Callejeros a la cárcel o, lo que nunca
viene mal, citar alguna frase del Indio Solari.
Lo hemos dicho y escrito: lo que interesa, lo que
importa, es cómo juegue la selección argentina en el momento que le toque. Todo
lo demás, es show, es marketing, es postura, a lo que se prestan quienes siguen
ese juego.
Si el equipo juega bien, diremos que juega bien. Si
juega mal, diremos que juega mal.
Esperemos que en esta delicada situación en la que
se encuentra la selección argentina, a Sampaoli no se lo coma el personaje, ni
se deje llevar por estas corrientes que lo miran embelesado, porque sospechamos
que si no consigue el objetivo deportivo que busca, lo dejarán solo, y tampoco
estos jugadores de este tiempo lo defenderán en las redes sociales, como no lo hicieron
con Martino ni con Sabella ni con Bauza.
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