lunes, 14 de agosto de 2017

Sampaoli, el marketing y el verde césped



“¡Marcelo Bielsa cantó un tango!”, nos cuentan embelesada crónicas sobre el intelectual DT argentino del Lille francés. Como si fuera un hecho imposible de creer o demasiado fuera de lo común, cuando en realidad es un acto habitual de bautismo de jugadores y entrenadores llegados a la mayoría de los clubes, todo lo que desde hace años hace el rosarino es motivo de noticia y de sesudos análisis por buena parte de la prensa argentina.

Bielsa ha logrado que muchos equipos que ha dirigido funcionaran muy bien, incluso algunas veces de gran forma, como durante su paso por Newell’s Old Boys, Vélez Sársfield o Athñetic de Bilbao, por citar tres ejemplos, y es reconocido por la inmensa mayoría de los jugadores por su aplicación al trabajo, sus métodos y su docencia.

Sin embargo, una formación superior a la media de los directores técnicos –proviene de una familia de universitarios, entre ellos su hermano Rafael, ex canciller argentino- fue generando un personaje particular, con un léxico complejo, que no acostumbra a mirar a sus interlocutores, y que llegó a intelectualizar y a complejizar un juego para nosotros sumamente sencillo como el fútbol, hasta conseguir un enamoramiento sin límites de un sector, que no se atreve a cuestionarle nada.

Durante este fin de semana pasado, Bielsa cometió un error muy grave para un entrenador de sus quilates. Obligado a realizar dos cambios en el primer tiempo, optó por un tercero, también en los primeros 45 minutos, por considerar que un jugador suyo corría el riesgo de ser expulsado. 

Esos tres cambios lo dejaron para el segundo tiempo sin recambio alguno, y tras la expulsión de su arquero, se vio obligado a que un jugador de campo ocupara la posición y un partido que empataba 0-0 ante el débil Estrasburgo, recién ascendido a la Ligue 1, lo terminó perdiendo 3-0 en el final, cuando ya decidió (la prensa argentina, otra vez enamorada de su “locura sin igual”), cambiar de arquero por otro jugador de campo, buscando ser más ofensivo, cosa que no genera de nuestra parte ninguna crítica negativa por una medida, ahora sí, razonable.

Sin tapujos: el mismo Bielsa que logró de manera impecable la medalla dorada en los Juegos de Atenas 2004, el que dominó con la selección argentina a Brasil en 2001 en una cancha de River que parecía inclinada como pocas veces por la superioridad albiceleste, o el que estaba sentado en el banco en la exhibición del Athletic en Old Trafford ante el Manchester United, cometió con el Lille un error de principiante porque también se puede equivocar como todo ser humano. Nadie es infalible. Ni siquiera Bielsa.

Pero lo llamativo es la corriente de opinión y especialmente de identificación que Bielsa va generando, muy parecida, de fondo, a lo que ocurre con el actual DT de la selección argentina, el también santafesino Jorge Sampaoli, quien cimentó una carrera desde abajo y sin ser conocido en su país, desembocó en la élite.

Sampaoli también ha conseguido muy buenas performances con algunos de sus equipos, como Universidad de Chile, la selección trasandina y finalmente el Sevilla, con lo cual tiene cierta lógica su llegada al máximo nivel y la oportunidad de dirigir a la selección argentina.

Sin embargo, lo vinimos advirtiendo en distintas columnas en este blog, corre el riesgo de que esta corriente que sostiene a Bielsa a rajatabla ahora lo sostenga del mismo modo (o aún peor, por el cargo que ahora ejerce) y por el mismo embelesamiento que su antecesor, de quien además Sampaoli se siente depositario.

En la Argentina suele ser muy común esto del “efecto contagio”, especialmente mediático, a partir de que cierto sector, rápidamente identifica a los protagonistas con determinados íconos del mundo del fútbol.

Si por ejemplo Sampaoli tiene algún vínculo personal, a través de un colaborador, con Josep Guardiola, ya basta para ser considerado “de la línea” del ahora entrenador del Manchester City, pero todo se acentúa cuando Carlos Bilardo, considerado “del otro lado de la línea ideológica”, se opone a la contratación del DT de Casilda y sostiene que si llega a ser contratado “me voy del país”.

Eso opera en sentido contrario para quienes siguen en el juego de la gran grieta aparecida en el fútbol argentino en los años ochenta: “los buenos y los malos”, “los que están de nuestro lado o los que están del otro”. No hay grises sino blancos o negros.
Entonces, César Luis Menotti pedirá que dejen trabajar tranquilo a Sampaoli y buena parte de la prensa que lo mira con simpatía comenzará a encontrarlo alto, rubio y de ojos celestes, para lo que cada movimiento suyo será aplaudido de aquí en más, sin miramientos.

Si Sampaoli viaja para visitar a los jugadores de la selección argentina que participan en equipos europeos, resultará algo extraordinario, como si nunca antes un DT en su misma función lo hubiese hecho.

Basta que el nuevo DT tome la lógica medida de convocar a Mauro Icardi para que sea visto como un revolucionario, aunque la base de la convocatoria se parezca mucho, acaso demasiado, a todas las anteriores aunque con agregados y con algunas obvias bajas (la mayor parte de ellas, acaso momentáneas.

Así como a un sector le enamora todo lo relacionado con la idea de posesión de balón, hay otro que “compra” el discurso del “trabajo”. Entonces, las reuniones con jugadores, los viajes, el despliegue de computadoras y la sofisticación se vende como parte de un enorme esfuerzo de producción que cubre los huecos de la falta de partidos y calma a las fieras que no soportan “los brazos en jarra” que imaginan en anteriores DT que no promocionaban sus acciones. Sólo las llevaban a cabo, sin necesidad del “afuera”.

Así como el discurso de Bielsa enamoró a este mismo sector, dijera lo que dijese, Sampaoli fue construyendo un personaje en la medida en que se dio cuenta de que hay un sector dispuesto a seguir con embelesamiento cada una de sus acciones, desde los tatuajes, hasta recordar su peronismo de juventud o su visita a los Callejeros a la cárcel o, lo que nunca viene mal, citar alguna frase del Indio Solari.

Lo hemos dicho y escrito: lo que interesa, lo que importa, es cómo juegue la selección argentina en el momento que le toque. Todo lo demás, es show, es marketing, es postura, a lo que se prestan quienes siguen ese juego.

Si el equipo juega bien, diremos que juega bien. Si juega mal, diremos que juega mal.
Esperemos que en esta delicada situación en la que se encuentra la selección argentina, a Sampaoli no se lo coma el personaje, ni se deje llevar por estas corrientes que lo miran embelesado, porque sospechamos que si no consigue el objetivo deportivo que busca, lo dejarán solo, y tampoco estos jugadores de este tiempo lo defenderán en las redes sociales, como no lo hicieron con Martino ni con Sabella ni con Bauza.



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