La selección argentina perdió por penales ante Brasil
por la Superclásico de las Américas en la Bombonera en 2012, fue derrotada 1-3
por Brasil en el Gigante de Arroyito en 2009 por la clasificación al Mundial de
Sudáfrica, fue eliminada por Uruguay, también por penales, en el Cementerio de los Elefantes de Colón de
Santa Fe durante la Copa América 2011 en cuartos de final, no pudo pasar de un
empate ante Bolivia en el estadio único de La Plata en esa misma Copa, cayó en
Córdoba ante Paraguay en esta serie, y perdió en el Monumental en el debut ante
ecuador y tampoco le pudo ganar a la colista Venezuela.
Con todos estos datos contundentes, colocar la
energía en determinar en qué estadio recibir a la selección peruana el próximo
5 de octubre, en un partido vital para los intereses y el futuro de la
selección argentina, resulta temerario.
Tanto es así, que como sucedió en no muy lejanos
tiempos de Edgardo Bauza como director técnico, nadie se hace cargo de la
decisión y recién ahora, y muy distante de la Argentina, desde Emiratos Árabes
Unidos, el “Patón” reconoce que fue él quien ideó la chance de jugar partidos
en la Bombonera en esta misma clasificación “luego de dialogar con los
jugadores”.
En cambio, esta vez nadie se hace cargo. Desde el
actual director técnico, Jorge Sampaoli, pasando por los jugadores, de quienes
se dice que “les da lo mismo” pero no parece, y hasta llegando al presidente de
la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, o el hombre fuerte del fútbol argentino y no
casualmente presidente de Boca Juniors, Daniel Angelici, comisario político en
el balompié local del presidente argentino Mauricio Macri, también ex
mandatario xeneize.
Lo que es claro es que el irrisorio debate sobre el
escenario del partido ante Perú, cuando la selección argentina más necesita
dedicarse a pensar cuál es el mejor camino para jugar mejor y alcanzar por fin
una victoria necesaria para llegar al Mundial, tuvo episodios lamentables, como
cuando el actual presidente de River Plate, Rodolfo D’Onofrio, recordó la
eliminación albiceleste ante el mismo rival en 1969, al empatar 2-2 en la
Bombonera, para quedar fuera del Mundial de México 1970, por ahora por única
vez en la historia (las otras tres veces que la selección argentina no
participó de Mundiales, en 1938, 1950 y 1954, fue por su propia decisión).
Un buen archivo le recordaría a D’Onofrio, por
ejemplo, que su padre, Raúl, era el secretario técnico de una AFA intervenida
cuando estuvo a cargo de ella Aldo Porri, en 1969, justo cuando la selección
fue eliminada del Mundial de 1970, pero no es cuestión, sino de entender hacia
dónde van los propósitos.
¿O acaso al debatirse si se debe jugar en el
Monumental, la Bombonera o el Gigante de Arroyito no se logró desviar la
atención, por varios días, de lo principal que es el muy mal juego del equipo
nacional y la falta de ideas para llegar al gol, con los mejores atacantes del
planeta?
Cabe recordar que el último gol convertido en una
jugada por un miembro de la selección argentina en esta clasificación ocurrió
el ya lejano 15 de noviembre de 2016, en el 3-0 a Colombia en San Juan (a
propósito, ¿no habría entonces que pensar en esta sede, ya que estamos en
ello?), el mismo dia que el plantel decidió no hablar más con la prensa,
afectado por una dura información de un medio radial sobre Ezequiel Lavezzi.
Desde ese partido, la selección argentina le ganó
1-0 de penal (que no existió) a Chile, cayó 2-0 ante Bolivia, empató 0-0 contra
Uruguay y 1-1 contra Venezuela, con un gol en contra.
Apenas si los medios tomaron para su análisis las
sinceras declaraciones de Paulo Dybala en la previa del partido entre Barcelona
y Juventus por la Champions League acerca de que no se siente cómodo jugando en
la actual posición, al lado de Lionel Messi, porque siente que ocupan el mismo jugar
en la cancha pero que es él quien debe adaptarse al supercrack.
¿No es acaso el director técnico, en este caso
Sampaoli, quien tiene que buscar la forma de encontrar la mejor vía de ataque
para el equipo? El entrenador tuvo 92 días para preparar el partido de
Montevideo ante Uruguay, y 97 para el de Venezuela en Buenos Aires, y no parece
contar demasiado el argumento de que no tiene con él a los jugadores por muchos
días.
Según buena parte de la prensa que hasta los dos
partidos ante Uruguay y Venezuela llegó a ver a Sampaoli como alto, rubio y de
ojos celestes, parecían determinantes los kilómetros recorridos por el DT en
Europa para visitar jugadores, conocimos hasta qué tipo de achuras comieron con
su ayudante Sebastián Becaccese en la casa de Messi, o que la revolución
tecnológica había llegado al fútbol con las camaritas 4K o los metros de cable
para un circuito cerrado para poder observar los entrenamientos desde la
oficina en Ezeiza.
Es decir que no hay excusas. Lo que se necesita es
tener una idea para jugar al fútbol en el Monumental, la Bombonera, el Gigante,
el Kempes o Racing, sin caer en la eterna parábola argentina de que tal es mufa
y cual es frío.
No vaya a ser que mañana se diga que la selección no
se clasificó al Mundial porque en vez de sonar entero el himno nacional se
escucharon algunas estrofas o porque no sonaron lo suficiente Los Redondos o Callejeros
y en cambio apareció demasiado tiempo Soda Stéreo.
No hay que engañarse. Los partidos se ganan y se
pierden en el césped. La necesidad de buscar un estadio con más aliento o de
que el himno suene más fuerte o más tiempo son sólo excusas para no hablar de
lo que hay que hablar, que es el juego, a qué jugamos.
Y los rivales, que tantas veces temieron al fútbol
argentino, que respetaron una larga y rica historia, van captando estas
expresiones de debilidad, una manera de empezar con el pie izquierdo.
La única forma de remediarlo es la más sencilla:
jugando al fútbol, olvidándose de tantas idas y vueltas, de todas las excusas y
especulaciones.
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