jueves, 7 de septiembre de 2017

Reflexiones sobre la selección argentina



La distancia de un día del partido ante la selección venezolana, nos permite, tal vez, una mayor frialdad para cierto análisis de lo que ocurre en el entorno del equipo argentino, en una situación tan tensa, tan complicada, pero también en las crisis aparece la oportunidad. En este caso, saber que pese a todo sigue dependiendo de sí misma y que ahora hay cuatro semanas en el medio, debería servir de aliciente.

La selección argentina tiene una final ante Perú porque el empate no le sirve y dependiendo de lo que ocurra en el Chile-Ecuador, que se jugará antes (lo cual también le da posibilidades de jugar con ese resultado), hasta podría quedar sexta de no ganar, pero también es cierto que aunque no aprovechó el factor en el partido del martes en el Monumental, ser local, tener el público a favor y conocer el resultado del otro partido más trascendente, son demasiados factores a favor que deberían tomarse.

Pero al margen de la oportunidad y del propio juego de la selección peruana, que vaya si complicó al fútbol argentino en el pasado, con las tres experiencias que lo certifican (1985, 2009 y especialmente, 1969 en la Bombonera, la única vez que un equipo argentino quedó eliminado en el césped de un Mundial), el tema es lo que ocurre con el conjunto nacional.

Y lo que ocurre tiene varias aristas, porque no creemos que haya responsabilidad en una sola persona, sino que es compartida por todos los estamentos.

Es cierto que el lector podría decir que con todo el desastre y el caos que fue siempre la AFA desde hace décadas (recomiendo, con perdón, mi libro “AFA, el fútbol pasa, los negocios quedan” para entender este ciclo), la selección argentina tuvo mucho protagonismo desde hace cuarenta años y ha sido finalista del último Mundial y de las dos últimas Copas América, y es rigurosamente cierto.

Pero también lo es que en muchos aspectos, el equipo argentino fue tres veces finalista pese a la AFA y no gracias a la AFA. Y esto, puede trasladarse a tantos otros deportes, como cuando Los Pumas fueron terceros en el Mundial pese a la UAR y no gracias a ella, o cuando Guillermo Vilas, o Gabriela Sabatini fueron campeones pese a la AAT y no gracias a ella.

Entonces, como ya hemos escrito muchas veces en nuestro blog, y el lector puede buscarlo en artículos anteriores, la AFA tiene buena parte de responsabilidad porque nunca tuvo un proyecto y por eso tantas veces se optó por cambiar de director técnico como si eso fuera la panacea, la receta mágica, pero a su vez esto trajo permanentes cambios de líneas de juego, de contacto con los jugadores, de formas de trabajo distintas, sin una orientación clara.

Pero la cuestión mayor, por delante incluso del párrafo anterior, es que para el futuro –ya no hay tiempo para las dos próximas y últimas fechas de esta clasificación- es que la AFA debe cambiar, por fin, el eje económico por el cual, desde hace casi cuarenta años en forma acentuada, el fútbol argentino no sólo es netamente exportador, sino que lo hace en función del gran capital sin reparar en lo que culturalmente genera la dependencia de tener que producir determinados puestos en la cancha y no otros, los que tradicionalmente produjo y que le generaron el respeto mundial.

Como también lo hemos referido profusamente, el fútbol argentino ya no produce arqueros que no den rebotes y que usen bien los pies (salvo raras excepciones), marcadores centrales elegantes, tiempistas y con presencia, no necesariamente muy altos, marcadores de punta con posibilidad de marca y con técnica de salida, porque no hay punteros a los que marcar al no producir tampoco punteros (o wines, o extremos) porque en Europa se juega sin ellos en muchos casos, ni tampoco ya hay números diez clásicos, los reggistas o los manejadores de los equipos en los partidos, los que conducían y hacían circular la pelota, mientras que los números “ocho”, que antes rondaban los cien goles por carrera, se convirtieron en simples “carrileros” porque es lo que en Europa fichan.

Entonces, este análisis anterior es lo que, creemos, termina siendo el gran determinante de lo que ocurre en los últimos años con la selección nacional, desde la falsa creencia de la mayoría de los entrenadores a su cargo de que aquellos que juegan en el fútbol europeo son superiores a los del torneo local por el simple hecho de codearse con “los mejores” en las principales ligas del mundo. Una falacia porque los que son considerados de segundo nivel, o sea del torneo local, en seis meses o un año posiblemente pasen a jugar en Europa y entonces, milagrosamente, de un día para otro son parte de una élite que no eran meses atrás.

Y no sólo eso, sino que el puesto en el que efectivamente rendían y por lo que han llegado a ser profesionales, muchas veces en Europa es modificado y no siempre para bien y terminan jugando en posiciones que no son las adecuadas, en función de un proyecto 8que allí sí existe) distinto.

Entonces, cuando estas selecciones se arman, muchos de los jugadores que llegan son más europeos que argentinos, por su costumbre de participar en ligas de otras culturas, con otras ideas y con otros conceptos.

Al margen de esto, la AFA tampoco ha sabido ni vender ni aprovechar culturalmente la aparición de tantas estrellas (pese a la desculturización) y ya ha desperdiciado dos épocas doradas, la de Diego Maradona y va en camino de hacerlo con la de Lionel Messi, quien ya cumplió treinta años.

Por ejemplo, el cuerpo técnico de Jorge Sampaoli tiene una decena de integrantes pero en pleno siglo XXI, no hay un psicólogo aplicado al deporte que hubiese podido aprovechar las semanas sin partido y sin contacto con los jugadores para trabajar en cuestiones anímicas (y no a distancia, como el esperpento de Alemania 2006, cuando todo era mediante el chat), cuando lo tienen casi todos los clubes del propio torneo de Primera División de la Argentina.

¿O no es psicológico que Angel Di María se lesione en cada partido decisivo? ¿O no lo es el estado de ansiedad de Mauro Icardi, o que Gonzalo Higuaín falle con esta camiseta lo que no falla con ninguna de los clubes en los que jugó? ¿O no lo es la inmensa mochila de frustraciones que este equipo carga en sus hombros?

Ni hablar de un sociólogo especializado (válgame Dios) que pudiera trabajar con cuestiones como identidad, la relación de los jugadores y el plantel con la prensa, o el público, y por qué hay tanta distancia entre los protagonistas y la gente.

Sosteníamos en otros artículos que es muy difícil, desde la lógica pura, querer avanzar cuando no se quiere saludar a la gente en ninguna provincia, ni salir a los lobbies de los hoteles, o mostrar una mano por la ventana de los autobuses a muchísimos miles de hinchas de todo el país que esperan con ansiedad el contacto mínimo con quienes tienen el honor de representarlos.

Esta, digámoslo, es una selección muy antipática. Enfrentada siempre con la prensa, con la que ahora oficialmente no hablan desde el 17 de noviembre pasado –diez meses- por una cuestión de una versión de un periodista de una radio sobre un jugador que ha tenido demasiado peso en el plantel sin que ese mismo protagonismo haya estado en el césped.

Esta es una selección que tampoco conoce la historia de la camiseta, tan gloriosa, y que la gran mayoría de sus jugadores no aparece nunca preocupada por conocer cuestiones culturales o deportivas relativas al equipo, y sólo muestran una cohesión como grupo, pero no hacia afuera.

Es, como nos decía hace unos cuatro años Carlos Bilardo en una larga charla, una generación de futbolistas que ha amasado demasiado dinero desde muy joven, y que entonces, si bien tiene hambre deportivo, no tiene la condición humana para aceptar a rajatabla lo que se le indica, demasiado propensa a cortarse sola a la primera de cambio, cosa que no sucedió con anteriores generaciones campeonas.

Es, además, una generación sin un vínculo con la cultura, apenas con los rasgos propios con su clase social de origen, lo cual la ha limitado en su relación con la prensa, por miedo a declarar algo inconveniente o sencillamente, por no saber bien qué decir.

Un prestigioso colega europeo relató a este escriba que para un periódico en el que trabajaba pudo pasar un día entero con un jugador de la selección y su familia, en su casa, y volvió a editar el artículo y no había reunido un material más o menos publicable, porque el protagonista no había dicho, en todo el día, nada que valiera la pena.

Sumado a esto, las redes sociales generaron el muy escaso interés por dialogar con la prensa porque hoy les permiten expresarse a través de ellas al público claro que en forma unidireccional y con la censura a todo lo negativo que podría contarse.

Claro que al no tener proyecto alguno, la AFA se hizo eco de esta situación sin entender, desde su departamento de Prensa, que el centro de la acción no son los jugadores, que deben estar agradecidos de formar parte de una selección argentina, con lo que eso representa, sino la propia selección nacional, y que no puede ser que todo lo que se genera como información esté orientada sólo hacia los medios grandes, o amigos, sin importar el resto.

Es una Prensa al servicio de las estrellas, de la comodidad de los jugadores, que no presiona (y menos aún la AFA) para que acabe de una vez por todas esta situación de estrellato y comodidad y los jugadores estén obligados a hablar y también a saludar a la gente, como corresponde a una delegación oficial de un deporte de un país.

Finalmente, el juego.  También hemos escrito que queríamos analizar la producción de Sampaoli como DT desde lo que ocurre en el césped y no en el entorno, no por su carácter, por sus tatuajes o por su militancia peronista en su juventud. Todo esto, alentado por una prensa “progre” que lo tomó como propio por ciertos integrantes que lo rodean en el plantel que le caen simpáticos, o por su gusto por bandas de rock como “Los Redondos” o “Callejeros”, que comenzó a mirarlo como alto, rubio y de ojos celestes, o también por algunos puntos de contacto (sólo eso) con Josep Guardiola.

De momento, el equipo argentino tiene una vorágine lógica por su estado de ansiedad no tratado por un profesional, y por el miedo a la eliminación de un Mundial, cosa que no ocurre desde 1970.

Es un equipo al que le falta pausa, que tiene un ataque con jugadores que se superponen, algunos flancos importantes como la marca por el sector izquierdo o el inmenso campo que queda por detrás del último hombre, o la carencia de un pasador (¿Fernando Gago?) ante la falta de un diez.

Pero la “revolución” pregonada por Sampaoli cayó o se intentó en un muy mal momento. Es tiempo de afianzarse, de temple, de elegir bien a quienes puedan afrontar partidos tan trascendentes, y luego, tener una idea clara de “a qué” se quiere jugar.


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