No vamos a abundar en cuestiones de resultados sino
sólo en el juego, y con la frialdad que otorgan algunos días ya pasados del
partido ante Uruguay en Montevideo, que nos tocó ver in situ.
Más allá de la complacencia de un gran sector de la
prensa local, que evalúa al entrenador Jorge Sampaoli por el eje “simpatía-antipatía”,
que lo ha transformado en alto, rubio y de ojos celestes por distintas
cuestiones, si el pasado jueves hubiese estado sentado en el banco de suplentes
Edgardo Bauza o Gerardo Martino, seguramente las críticas habrían sido
durísimas porque, en verdad, es poco el cambio que se ha notado en el fondo de
la cuestión.
Y si decimos “en el fondo de la cuestión” es porque
no significa que no haya habido cambios, tanto en nombres como en el desarrollo
de una idea sino que, creemos, la selección argentina tiene, desde hace tiempo,
un problema, digamos, estructural, y otro problema de funcionamiento a partir
de esa dificultad inicial, y no logra resolverlo pese a los constantes cambios
de directores técnicos.
Partamos de la base de que celebramos que Sampaoli
haya optado por un sistema de tenencia de pelota y de buscar con muchas
variantes el arco adversario. Eso, ya de por sí, representa un avance respecto
de otros tiempos en los que se jugaba al error adversario, cosa que no tiene
relación con la tradición ni con la idiosincrasia del fútbol nacional.
No significa que por tener la pelota se garantiza
ningún resultado, pero sí que es claro que si la tenemos nosotros, al menos no
la tienen ellos, y entonces no sólo ellos no me pueden atacar sino que nos aseguramos
de que el partido (y en buena medida el resultado) depende de nosotros mismos y
no de los rivales y de lo que ellos pudieran hacer. Parece una verdad de
Perogrullo pero que en tiempos tan confusos como estos, con tanto discurso
mediático resultadista, vale la pena aclarar.
Ahora bien, no alcanza con tener la pelota sino que
hay que tener una idea acerca de “a qué se quiere jugar” primero (es decir, la
táctica, el sistema que utilizaremos y que más creamos que nos va a convenir
para los jugadores con que contaremos) y luego, de lo que haremos teniendo en
cuenta las debilidades del rival (estrategia) para cada partido, siempre
partiendo de nuestro sistema madre, nuestra forma de juga.
Y aquí llegamos a las falencias de esta selección,
porque a diferencia de un club, donde el techo de posibilidades está dado por
el plantel que le ha tocado al entrenador de turno, el universo de la selección
argentina son todos los jugadores con nacionalidad argentina, es decir, una
abundancia envidiable para la mayoría de las selecciones del mundo. Y sin
embargo, el fútbol argentino sigue sin saber aprovecharlo, al punto tal de que
con los jugadores que siempre ha tenido, haber cosechado sólo dos títulos
mundiales, suena a muy poco (es casi unánime, además, que tres de los mejores
cinco jugadores de la historia son nacionales, Diego Maradona, Lionel Messi y
Alfredo Di Stéfano).
Una de las incógnitas pasa por no poder sacar
provecho, y sentir que los años pasan y se agota la posibilidad, del mejor
jugador del mundo, desde hace una década o más (Messi) sin encontrarle un
sistema colectivo que lo respalde y lo potencie.
Ante Uruguay, primer partido oficial de Sampaoli
como DT de la selección argentina, volvió a aparecer el mismo problema pero
agravado por la dificultad del aislamiento de al menos tres jugadores del
ataque, de los cuales al menos de dos de ellos (Paulo Dybala y Mauro Icardi) se
esperaba mucho, y la paciencia se va agotando con el tercero (Angel Di María).
En verdad, el problema estructural que mencionaos en
el inicio influye demasiado en lo que ocurre hoy. Y pasa por la falta de un
número diez clásico, el que organiza el equipo, el que determina el juego, el
que puede colocar al resto de sus compañeros. Para quienes peinan canas, no
hace falta aclarar demasiado lo que es un diez y para los más jóvenes, el mejor
ejemplo es Juan Román Riquelme.
Muchas veces se dice, con bastante de acierto, que
el diez es el jugador que no necesita correr, que siempre está bien colocado,
el eje que recibe desde atrás para colocar la pelota en profundidad para el
compañero mejor ubicado o definir él mismo si la situación da para hacerlo. Es el
que más sabe, el primero que se elige en un campito luego del “pan y queso”, el
que lleva el número que todos quieren llevar, el más respetado.
Sin embargo, el fútbol argentino ya no tiene aquel
diez del que tantos equipos y selecciones se enorgullecían. La dependencia
económica del Primer Mundo (en este caso, las principales ligas europeas) fue
mermando la necesidad de producir números diez porque no hay posibilidad de
vender esos jugadores al exterior porque en Europa no se juega así, y la
tendencia es cada vez más con un cinco atrasado y uno adelantado, o un
mediapunta detrás del atacante, y el resto del mundo debe girar en torno de
eso, en vez de generar su propia cultura.
Tanto es así, que se ha llegado al punto más
aberrante cuando un reconocido periodista, hoy alejado del mundo del fútbol,
llegó a proponer ¡retirar la camiseta 10 de la selección! Cuando Maradona se
retiró. Como si los chicos en las plazas, parques o campitos no quisieran ser
más números diez, como si el futbol fuera basquetbol o como si la camiseta 10
no estuviera cargada de símbolos.
Entonces, este fútbol argentino no tiene ya un diez
clásico que haga ese juego y si pensamos cómo sale jugando esta selección, o al
menos lo que hizo en Montevideo, comenzaremos a darnos cuenta de uno de los
principales problemas.
Supongamos que Sergio Romero sale jugando desde el
arco. La pelota pasa por la línea de tres defensores centrales. De allí sigue,
limpia, hacia uno de los dos volantes centrales. Hasta allí, sin demasiado problema.
Pero una vez allí…¿qué hacemos?
Como no
hay un eje, no hay un jugador que pueda cumplir la función de organizador, el
genio de Messi, que siente que debe solucionarlo todo, baja hasta la mitad de
la cancha a buscar la pelota para trasladarla muchos metros hacia el arco
rival, y en ese slalom debe atravesar marcas de buen estado físico, golpes que
cortan la jugada o simplemente, que entre tanta gambeta o juego en velocidad,
alguno se la quite.
Entonces, es claro que si no hay un diez, por lo
menos debe haber un jugador que cumpla un rol parecido, que tenga buen pie y
juegue suelto, sin necesidad de marcar. Creemos que el que más se acerca a esa
función (sin ser un diez clásico) es Javier Pastore, y si no, más atrasado,
pero en un buen momento y aún en buena edad, lo puede realizar Fernando Gago,
pero esta selección carece de un jugador de estas características en el equipo
titular.
Lo que parece importante destacar es que Messi
tampoco es un diez clásico como para depositar en él todo el peso del
desarrollo de la jugada. En el Barcelona, eso lo suele hacer el mediocampo,
partiendo de la claridad en la salida de Sergio Busquets y luego, del armado de
un diez clásico que sí es Andrés Iniesta. Y el argentino parte de tres cuartos de
cancha, con no muchos metros a recorrer, para definir él mismo o ayudar en la
definición.
Luego, está el otro problema estructural, muy
parecido al del diez y es el de los wines (o extremos, aunque esta es una
palabra muy española). No hay muchos y son necesarios para abrir la cancha,
especialmente ante tantos rivales (la mayoría) que se cierran ante un equipo
como el argentino.
Ante Uruguay, Sampaoli se inclinó por Di María por
la izquierda (en teoría, correcto) pero este jugador lleva desde hace tiempo
una enorme pérdida de confianza y es más hábil que inteligente y desperdicia
casi todo lo que recibe, mientras que por la derecha colocó a Marcos Acuña, que
es un volante, un carrilero, pero no un wing. No hay muchos pero de los que
hay, acaso Lautaro Acosta puede cumplir mejor la función ofensiva.
Entonces, al no haber conexión con los wines porque
Messi debe llevar la pelota por tantos metros y siempre chocará con alguno, y
cuando logra, por fin, pasar, se encuentra con un flojo wing izquierdo y con
uno derecho que no lo es, ¿cómo llega la pelota limpia para el nueve (Icardi)
para que éste defina como en su club (Inter)? Prácticamente imposible.
La tercer falencia es más posible de solucionar y
pasa por la marca en el sector izquierdo de la defensa. Si se juega con línea
de tres y como ante Uruguay hay dos centrales “puros” y uno de un lateral
derecho-central (Gabriel Mercado), por el lado izquierdo hay muy poca
cobertura, y si sumamos que delante de esta línea, los dos volantes son
centrales, tampoco ayudan demasiado por esa franja, mientras que Di María no
baja mucho más que hasta la mitad de la cancha.
Si bien Nández no aprovechó mucho ese sector el
pasado jueves, es un punto claramente vulnerable en la selección argentina, si
no modifica esto dentro del sistema.
Volviendo al diez, nuestra cuestión central en este
análisis, no creemos que sea mera ilusión lo que planteamos. Basta con ver lo
que hizo la selección española ante Italia en el Santiago Bernabeu el pasado
sábado para entender que se puede jugar con un diez y ganar, golear y gustar y
ante un rival difícil.
Pero para eso, hay que rebelarse en serio contra un
sistema de negocios que viene atentando contra el espectáculo en el fútbol
argentino, y dejar de seguir con los ojos cerrados a un discurso mediático que
machaca cada día desde micrófonos y pantallas, y empezar a entender que
Sampaoli acaba de comenzar y juzgarlo por sus trabajos y no por sus tatuajes,
su militancia de joven y su fanatismo por el Indio Solari.
1 comentario:
Excelente, una vez más. Pero me parece que pedís imposibles, ya que no hay más 10 clásicos. Otro gran problema, para mí, fue la falta de laterales que abrieran la cancha llegando al fondo. A eso se suma la muy escasa movilidad para encontrar espacios vacíos o generarlos, tanto de los volantes ofensivos por las bandas como del propio Icardi. Asimismo, a Dybala se lo nota incómodo. No se asocia con Messi (salvo en una jugada) ni parece encontrar su lugar. Si también añadimos al cóctel un arquero inseguro, un medio con marca liviana y centrales que cometen demasiadas faltas con rivales de espaldas, estamos ante una situación muy preocupante, según mi punto de vista.
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