Acaso el 20 de
abril debería ser declarado como el Día del Hincha en el fútbol europeo. Pocas
veces, y de manera tan rotunda y cabal, los simpatizantes se volcaron a las
puertas de sus clubes participantes del anunciado proyecto de la llamada
“Superliga”, oponiéndose a los privilegios que ésta les otorgaba, tratando de
hacer entender a sus dirigentes y a los del deporte en general, que no
pretenden ganar un lugar especial por decreto sino en la cancha, y lograron la
adhesión de la clase política y de gran parte de los seguidores de todo el
planeta.
La “Superliga”,
de haberse materializado, aunque fracasó rotundamente y apenas duró un día
hasta que se desgajaron los seis clubes ingleses (Manchester United, Manchester
City, Liverpool, Tottenham, Chelsea y Arsenal), habría sido la máxima expresión
del capitalismo salvaje, ese que viene tratando de aplicarse (con devastadores
efectos) en tantos otros ámbitos del mundo, concentrando cada vez más la
riqueza en pocas manos, y con pobres cada vez más pobres que siguen esperando
que la famosa “pirámide” inventada como tipo ideal, les “derrame” alguna
migaja.
A diferencia de
lo que su principal vocero, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez (a
la sazón, también elegido a cargo de este nuevo organismo que comenzó con doce
miembros y esperaba sumar a tres más), trató en vano de explicar en los medios
(a los que casi nunca acepta entrevistas en tiempos corrientes), el problema de
este nuevo formato, con el que estas entidades se apartaban de la tradicional
Liga de Campeones de la UEFA, no pasaba estrictamente por lo económico.
Si es por las
cifras, puede entenderse que doce clubes tan poderosos como los seis ingleses
mencionados, sumados al Real Madrid, el
Barcelona, el Atlético Madrid, la Juventus, el Milan y el Inter, más otros tres
invitados que no estaban del todo especificados, intentaran crear un nuevo
torneo. Si ya por participar, cada uno de ellos iba a llevarse 300 millones de
euros, y que era muy posible que cada uno pudiera vender por su cuenta sus
derechos de TV, y esos valores sumaban casi el triple de lo que obtuvo el
Bayern Munich por ganar la Champions en 2020, hay poco para decir desde ese
lado.
El problema era
que esta estructura determinaba que esos doce clubes se clasificarían cada año
con derecho propio a hacerlo porque sí, porque creen (ellos mismos) que sus
trayectorias lo merecían, y que los demás, todos juntos, incluso aquellos
clubes con más títulos que varios de ellos (por ejemplo Ajax, Porto, Benfica,
Sevilla), debían desde ahora pujar para llegar a conseguir las otras cinco
plazas y darse el lujo de jugar en la élite, un disparate a toda regla.
Pero no sólo es
injusto el sistema que proponen estos doce en cuanto al formato de disputa,
sino que Florentino Pérez explicó con pelos y señales que las encuestas que
ellos manejaban hechas en los países con las cinco ligas más poderosas (España,
Italia, Inglaterra, Francia y Alemania), determinaban –sin que se comprobara en
la realidad- que entre un 57 y un 75 por ciento de los consultados creen que
los partidos deben achicarse en tiempo, que son muy aburridos y que el
espectáculo debe ser distinto y que así como está, va camino de perder hinchas
en todo el planeta.
En este punto,
no es casualidad que gran parte de los fondos (3500 millones de euros) sean
aportados por la banca JP Morgan, -más allá de que también se sumó otro
inversionista, la Key Capital, dado el vínculo de Anas Laghrari (secretario
general de la nueva estructura deportiva) con Florentino Pérez-. Era claro el
intento de “soccerización” del fútbol europeo en busca de un espectáculo que
atraiga a los menores de treinta años, apuntando al futuro y acercándose a
fenómenos como YouTube o Tik Tok, justo cuando el fútbol, como nunca, va
creciendo en los Estados Unidos y su liga no sólo se asienta sino que van
apareciendo figuras en el mismísimo Viejo Continente como Sergiño Dest
(Barcelona), Musah (Valencia), Reyna (Borussia Dortmund), Pulisic (Chelsea) o
Mckennie (Juventus).
Y como no podía
ser de otra manera, la explicación de Pérez en los medios (acompañada con algo
menos de alto perfil por Andrea Agnelli, el heredero del imperio de la
Juventus), se basaba en un derecho histórico no siempre comprobable para permanecer
en la élite, sumado al desconocimiento de reglas de convivencia y
competitividad por las que sólo ganándose el lugar en la cancha, y en la
temporada correspondiente, se puede
llegar a los lugares más altos. El otro basamento residía en que, según estos
“visionarios” dirigentes, no existe mejor mecanismo de “solidaridad” con el
resto de los clubes europeos (medianos y chicos) que derramar dinero desde la
punta de la pirámide por lo que “sólo” cabe en ellos tener paciencia y esperar
que llueva la oportunidad, algo que no es otra cosa que aquella “Teoría del
Derrame” que viene utilizando el capitalismo salvaje en el mundo, con los
nefastos resultados ya harto conocidos.
Y por si fuera
poco, tampoco les interesó a los dirigentes de estos doce clubes lo que pudiera
pasar en sus respectivas ligas nacionales, por lo que el discurso de
solidaridad no parece encontrar cierta coherencia. Si ellos ya tienen sus
lugares asegurados cada año en la máxima competencia europea, ¿por qué
competirían cada año en sus ligas aquellos que rápidamente quedarían lejos de
la lucha por el título, si ser segundos o decimoquintos daría igual? No por
nada, aparecieron en Inglaterra (junto con Alemania, los dos sitios de más
formidables manifestaciones de los hinchas), banderas que decían “gánatelo” o
“prefiero morirme de frío en Stoke”.
La movilización
de los hinchas, una vez más, salvó al fútbol, esta vez en Europa, así como en
el pasado, los hinchas de San Lorenzo consiguieron que el club no se
privatizara a nombre de la ISL (que quebró un año más tarde) a principios de
este siglo, o van consiguiendo ya casi regresar a su estadio del Viejo
Gasómetro de Boedo, o los de Racing se opusieron a la quiebra también en la
misma época, o muchas hinchadas alemanas se retiraron masivamente de los
estadios oponiéndose al aumento del precio de las localidades. Son los hinchas,
los técnicos como Josep Guardiola (Manchester City) o Jürgen Klopp (Liverpool),
los jugadores como James Milner (Liverpool) o Gerard Piqué (Barcelona), los que
consiguieron, por una vez, doblegar a un monstruo que tenía toda la intención
de expandirse y de generar una nueva era en el fútbol, la de los ultra ricos
que diseñaban un sistema para ellos mismos.
Esto no
significa en absoluto que lo que hay es muy bueno, que no haya enormes
injusticias y que los ricos hayan dejado de ser favorecidos. La crítica a la
falta de transparencia de organismos como la UEFA o la FIFA (a la que agregamos
a la Conmebol y a muchísimas federaciones nacionales sino todas) es más que
atendible, pero no parece que para combatir el incendio haga falta arrojar
litros de aceite.
El 20 de abril,
el fútbol, el genuino, el de los que lo aman en todo el mundo, se descubrió
fuerte y dispuesto a colocar una raya roja, una especie de “Línea Maginot” al
ultra capitalismo que excluye a la mayoría y ahora ya ni siquiera la deja
participar. Tal vez sea el inicio de algo un poco más limpio, un poco más
digno. Ojalá.
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