Lo dijo Lionel
Messi con sinceridad luego de haber recibido los dos trofeos en el estadio la
Cartuja de Sevilla, el de la Copa del Rey, y el de mejor jugador de la final
ante el Athletic de Bilbao, aunque creemos que quien debió serlo es Sergio
Busquets, que dio cátedra de cómo debe jugar un volante central –y sólo, nada
de aberrantes dobles o triples cincos-. Era para que el plantel del Fútbol Club
Barcelona festejara con sus hinchas –ausentes a causa de la pandemia- después
de una temporada muy difícil y que el crack rosarino definió muy bien como “de
transición”.
El Barcelona
acababa de golear por un 4-0 inapelable al Athletic, un rival que lo venía
complicando y que le había arrebatado en esta misma temporada la Supercopa de
España, y el resultado llegó en el segundo tiempo, cuando, una vez más, el
neerlandés Ronald Koeman acomodó las piezas sin necesidad de grandes cambios,
entendiendo que ante un equipo vasco tan cerrado, al que casi no le importó
esta vez el contragolpe (dejando solo allá arriba al veloz Iñaki Williams),
había que retrasar un poco a una de sus estrellas, su compatriota Frenkie de
Jong cerca del joven Pedri, delante de
otra línea conformada con Busquets acompañado de los dos laterales-alas Sergiño
Dest y Jordi Alba, para dejar arriba a Messi, acompañado del francés Antoine
Griezmann en un 3-3-2-2.
Más allá de los
números de los sistemas tácticos, lo que queda claro es que Koeman, que fue un
crack como jugador y autor de aquel gol emblemático de tiro libre ante la
Sampdoria en Wembley en 1992 que le dio al Barcelona la primera Copa de
Campeones de Europa, supo capear el temporal de lo que aparentaba ser un año
más que complicado, con cambio de comisión directiva, con la incertidumbre (que
aún continua aunque ya hay algunos indicios de respuesta) sobre la continuidad
o no de Messi, el mejor jugador de la historia del club, que queda libre el
próximo 30 de junio, y el paso de una base de jugadores más veteranos a otra de
jóvenes que van cargando experiencia en sus espaldas y que prometen un equipo
más fuerte para los años que vienen.
Despacito, y sin
alterar su paciencia, Koeman fue construyendo consenso en su plantel desde
aquellos turbulentos primeros días en los que no le quedó otra que consentir la
salida del goleador uruguayo Luis Suárez, a sabiendas de que eso le iba a traer
consecuencias con Messi (el mejor amigo del oriental, que además sigue siendo
fundamental en el Atlético Madrid que es el líder de la Liga Española), hasta
ir encontrando, luego de mucho ensayo y error, el mejor esquema para los
jugadores que tiene.
Entendió que a
Messi había que rodearlo, que aunque sigue teniendo jugadas geniales, a los
casi 34 años no puede ser el mismo que una década atrás, y que lo que
necesitaba era juventud talentosa que hiciera el desgaste para él, que le
alcanzara la pelota a los atacantes sin tener que realizar él ese sacrificio de
bajar hasta la mitad de la cancha para buscarla para regresar a posiciones de
ataque, y así apareció Pedri como enlace entre un Busquets que recuperó el
nivel cuando a su vez el DT comprendió que el volante central tampoco puede ser
el de los tiempos de Josep Guardiola y tomó la decisión de protegerlo con tres
marcadores centrales y dos alas a sus costados, aunque para eso tuviera que
echar mano a otros dos jóvenes como el uruguayo Ronald Araujo y el canterano
Oscar Mingueza por las prolongadas ausencias de Gerad Piqué, a causa de
lesiones.
Para Koeman no
fue nada fácil. En el mercado anterior se le fue Suárez y no le trajeron
sustituto, y tampoco en el invierno, cuando ya se hablaba de otro neerlandés,
Menphis Depay, del Olympique de Lyon. Y se lesionaron Piqué, atrás, Philippe
Coutinho en el medio, y nada menos que
Ansu Fati, adelante. Pero probó distintas variantes, y hasta descubrió que por
momentos, en ciertos partidos, conviene colocar a de Jong como tercer central,
como una especie de líbero “a la Beckenbauer”, para salir jugando con el primer
pase y si se producen los espacios, seguir hasta generar superioridad numérica
mucho más adelante.
Y por si fuera
poco, los hechos externos comenzaron a ayudar. El Atlético Madrid comenzó a
perder puntos y en la medida que el Barcelona se hizo un equipo más seguro, se
fue encontrando con mayores chances de pelear la Liga, fue avanzando en la Copa
del Rey, y en las elecciones presidenciales, se impuso un viejo conocido de los
tiempos de festejos de títulos como Joan Laporta, que generó una cara cada vez
más sonriente en Messi.
Y si no dio aún
para la Champions, porque en el Barcelona son conscientes de eso, de que luego
de una durísima derrota de 8-2 contra el Bayern Munich en 2020, era difícil
poder avanzar demasiado en Europa en una temporada de transición, al menos en
ésta ya hay un título en el bolsillo, ganado en una final con goleada que no
deja dudas, y aún hay posibilidades de hacer Doblete y ganar la Liga, a sólo
dos puntos del Atlético Madrid, al que debe enfrentar.
Claro que el
Barcelona tiene algunos cracks en su plantel (obviamente Messi, Piqué y
Busquets, pero también el arquero alemán Marc Ter Stegen o De Jong o Jordi
Alba) y una nueva generación que espera seguir ganando espacio en las
temporadas siguientes y seguramente habrá algunos cambios cuando llegue el
verano y se reabra el mercado, pero en este momento es conveniente destacar la
labor silenciosa, de muy bajo perfil, de Koeman, que se tragó muchos sapos y
que ahora estaba allí, al borde de la línea de cal, en la Cartuja de Sevilla,
sonriendo y abrazando a los suyos, sabiendo en su intimidad que podía empezar a
dormir tranquilo. Su trabajo empieza a dar frutos y ya no parece que se
cuestione su continuidad en el banco de los suplentes.
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