“En el pase, el
hombre se reconoce como ser social”. Esta es una hermosa frase del gran
periodista y escritor brasileño Nelson Rodrígues que aparece en una de las
paredes del túnel que lleva a los jugadores al césped del legendario estadio
Maracaná de Río de Janeiro, que hoy lleva el nombre de su hermano, Mario
Rodrigues “Filho”.
Y es una gran
verdad: no hay pase sin otro. Y al haber otro que lo recibe, hay sociabilidad.
Necesitamos de otro para que haya un pase. Desde lo colectivo, es algo hermoso
porque el fútbol no es un deporte individual, sino de equipo.
El pase,
entonces, es necesario en un determinado momento, o en muchos momentos del
partido. Nadie puede discutir esto, porque es muy básico. Es un gran recurso,
un enorme recurso, y que de hecho, cuando se optó por él, significó un enorme
salto de calidad en el fútbol.
Sin embargo, en
estos tiempos y ya desde hace bastante, el pase se ha transformado en una
pequeña (o no tan pequeña) trampa. Porque en buena parte de los equipos del
fútbol europeo, a partir de algunos éxitos, hay un convencimiento de que no hay
otra fórmula posible y que se trata del único camino a la felicidad.
La primera
distorsión de esto pasa por creer que como hay un alto exponente de éxito en un
equipo que se basa en los pases y la posesión de pelota, como el Manchester
City, todos lo pueden emular, cuando no es así. Nomás con indagar cuánto lleva
gastado el equipo que dirige Josep Guardiola en fichajes de jugadores, ya podremos concluir en que esto no es para
muchos, sino apenas para una élite.
El problema, de
todos modos, no es la posesión de la pelota. Aquello de que “si la tengo yo, no
la tiene mi adversario” es una verdad sin tapujos. Entonces, ¿cuál sería la
distorsión? Creo que pasa por el tipo de pregunta. No es si debo o no tener la
pelota, sino “para qué” y “cómo” tenerla. Y allí, el pase entra como parte de
la necesaria respuesta.
El pase es una
herramienta más, muy importante en determinadas situaciones: para salir jugando
desde atrás asegurando la pelota sin perderla en lugares peligrosos, para mover
a la defensa rival cuando se mete muy atrás y cerca de su arquero, incluso a
veces para superar a los marcadores.
El problema es
cuando se empieza a creer que todo pasa por el pase y un gran ejemplo es lo que
le ocurre hace un tiempo a la selección española y a muchos equipos europeos (y
luego, copiado por otros de todo el planeta) con una falsa idea de lo que se
dio en llamar “tiki-taka”. La selección española llegó a ganar consecutivamente
dos Eurocopas y un Mundial entre 2008 y 2012 con el pase como estandarte, pero
sin que nos olvidemos de que se trató de una Generación Dorada que no volvió a
repetirse y que suele ser una excepción.
Pero en el
fútbol, hay muchas más opciones que un buen pase, dependiendo de lo que
requiera el momento: a veces, conviene más un regate en el uno contra uno para
desbordar y desequilibrar así al lateral, o en otros, “colgar” la pelota al
área para quebrar el ritmo sostenido del pase de un lado al otro, o el remate
de media distancia. Son alternativas al pase que muchas veces convierte lo que
vemos en un partido de handball, y en el que da la sensación de que se puede
estar horas intentándolo sin superar a las defensas contrarias.
La actual
selección española de Luis Enrique, por lo que se vio de sus primeros tres (de
los ocho totales) partidos de clasificación mundialista para Qatar 2022 tiene
este problema: se ha enamorado tanto del pase, que no concibe otra fórmula
cuando se trata de un plantel bastante nuevo y si bien con muy buenos
proyectos, ya casi no quedan más los Iniesta, Xavi, Cesc, Cazorla o Marcos
Senna. Y ha perdido importantes puntos por eso, y no vaya a ser que termine
jugando la repesca por consecuencia de esto.
El pase ayuda
mucho en el fútbol, pero recurrir sólo a él en vez de buscar otras variantes,
que las hay tantas, va convirtiendo al fútbol actual en un deporte previsible
que en parte va perdiendo la gracia por falta de inventiva, de creatividad, y
el pase está contribuyendo a esa distorsión cuando en vez de usarlo a su
medida, se abusa de él.
Es tiempo de
salir del letargo e intentar buscar algo más para salvar el espectáculo y
evitar que todos los partidos se parezcan tanto, salvo que aparezcan os grandes
talentos y hagan algo distinto. El fútbol es demasiado rico en posibilidades
para permitirse esta limitación.
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