Unas gotas de esperanza para la crisis que turba y condiciona la
economía española: se exportan millones pero se renueva el talento, se
desvanecen proyectos olímpicos pero no decaen la competitividad ni el arrojo.
En lo que atañe a la Liga de fútbol, el lamento por los que marcharon
en pos de contratos más suculentos –Falcao, Negredo, Soldado,…- ayudando en
postrer acto de servicio a la estabilidad financiera de sus clubes va dejando
paso a maneras saludables de olvido en forma de devoción por las nuevas
estrellas. Y pese a la sospecha de que al cabo todos seremos testigos de otro
duelo al sol y al frío entre R.Madrid y FC Barcelona, la posición de salida
iguala las esperanzas de los veinte equipos en liza.
La cuarta jornada, tras el receso por la fecha FIFA, nos devolvió el
sabor de las emociones y del buen fútbol. Y la impresión de que el buen gusto
por los patrones de calidad y de ataque se ha extendido incluso al credo de las
plantillas más modestas.
Por ejemplo al Villarreal, un príncipe destronado que tras sucesivas
temporadas en lo alto de la tabla se despeñó hace dos años a la Segunda
División: pese a su ejemplar estructura, pese a su política de cantera, pese a
la estela de grandes como Riquelme, Pires, o Capdevilla. En su año más difícil
supo conservar sin embargo el desempeño de algunos de sus mejores jugadores
–Bruno, Cani, entre otros- y con los refuerzos precisos –Dos Santos, Asenjo-
emerge al resplandor de su uniforme.
Tras solventar con tres victorias sus tres primeros partidos, el
Villarreal recibía en su Estadio al Real Madrid de Gareth Bale. Y de muchos
otros, pero tras unas cuarenta y cinco portadas en los diarios deportivos el
debut del galés parecía desplazar cualquier otra brizna de actualidad.
Bale gustó, es un atleta con olfato que parece duplicar la
omnipresencia de su ya compañero Cristiano Ronaldo. Ambos gobiernan las bandas,
desbordan a las defensas más rápidas, se disfrazan de arietes, despedazan los
partidos que parecen inciertos. Bale debutó y Bale marcó, en un Real Madrid que
sin José Mourinho se antoja más sereno y más plano. Ya no juega Özil y Alonso
está lesionado en tanto que el talentoso Isco escapaba de una lesión, de modo
que los blancos no se sintieron muy a gusto con la posesión del balón. El
Villarreal lo vio y se adelantó por mediación de Cani e incluso pudo ampliar su
ventaja pero algunos fallos impensables y la forma espléndida de Diego López lo
evitaron. Marcaron Bale y Cristiano, pero el Villarreal nunca se vio fuera del
juego y el siempre eficaz Dos Santos cerró en 2-2 el marcador de un partido
apasionante.
Horas antes, FC Barcelona y Sevilla disputaron otro partido asimismo
atractivo para el espectador. En el bando local y a imagen de su eterno rival
es Neymar quien está llamado a duplicar el talento de Messi, en el bando
visitante la nostalgia por los salientes Navas y Negredo se sustenta en el
fervor por Rakitic y en la esperanza hacia nuevos fichajes como Marko Marin. O
como Vitolo, última revelación de la siempre talentosa escuela canaria.
Se adelantó el FC Barcelona en una rápida combinación entre laterales
-centra Adriano, cabecea Alves- que resultó una de las pocas oportunidades
culés en la primera parte. Tampoco hubo muchas más en la segunda, pero en todos
los guiones de todos los partidos figura que Leonel Messi ha de anotar y en
efecto hizo el 2-0 a falta de 15 minutos.
Martino juega a las rotaciones, y aunque como apuntó Piqué en los días
previos explora otras alternativas al toque, dista aún de ser el equipo
demoledor del añorado Pep. Así, el Sevilla se fue sacudiendo las dudas y los
temores, y aparentemente igualó en cabezazo del zaguero Cala: aparentemente,
porque el árbitro Muñiz Fernández anuló un gol por causas que el sinfín de
repeticiones televisivas no aciertan a explicar. Apurado el disgusto el equipo
andaluz siguió atacando y primero Rakitic tras una exhibición de poderío físico
de Vitolo y más tarde Koke en una noche de laterales derechos equilibraron el
tanteo. Llegó el ataque feroz del FC Barcelona, y llegó el gol de Alexis tras
jugada de Messi que tanto agitó a los locales como irritó a los visitantes una
vez concluido el tiempo de descuento.
Y queda el Atlético de Madrid: cada vez más temido, cada vez menos
outsider. Cada vez más pletórico de la identidad de Cholo Simeone, que pareció
marcar cuando sus pupilos reprodujeron una jugada de fe y de picardía nacida
sin duda de su ingenio. Golearon Villa, Diego Costa, Tiago, Koke. Brillaron los
titulares, destacaron los suplentes –también el charrúa Giménez que en 5 días
debutó con Uruguay y con el Atleti- y el público siempre expresivo del Atlético
sintió que la onda ganadora de su equipo no se extinguió en el derby memorable
de la final de Copa. 4-2, victoria solvente frente a un Almería que trajo desde
el sur múltiples rayos de sol y de fútbol.
Son las primeras emociones de una Liga que empieza. Habrá mucho que
vivir, habrá mucho que contar.
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