miércoles, 25 de septiembre de 2013

Ben Johnson, 25 años después de la gran mentira (Jornada)



El despertador de la habitación de la villa olímpica de prensa sonó a las cinco de la mañana. Era Eduardo Alperín, periodista del diario “La Nación”, que me despertaba para decirme que fuera rápido a la sala de conferencias, que le habían detectado positivo a Ben Johnson.

La primera reacción fue decirle que por favor me dejara dormir, que teníamos pocas horas para descansar y que no era momento para bromas. El experimentado colega insistió, con voz seria, algo solemne, y comencé a darme cuenta de que podía ser verdad, así que junto al amigo Luis Blanco, de Las Parejas, Santa Fe, y los otros compañeros de habitación y del mismo piso, nos cambiamos a toda velocidad, pese a la modorra, y allí estábamos, frente a Alexis de Merode, presidente del departamento médico del Comité Olímpico Internacional (COI), que confirmaba que se había consumado la mayor mentira de la historia moderna de los Juegos.

Aquel sábado 24 de setiembre de 1988 habíamos llegado temprano, con Luis Blanco, al Estadio Olímpico de Seúl. No nos queríamos perder nada de una final histórica de los cien metros llanos, y además, bromeábamos con una frase de Quique Wolf acerca de que uno puede estar en la mejor ubicación, preparado de antemano, pero en una competencia así basta con estornudar para perderse todo.

Johnson ganaba ante un griterío ensordecedor, marcando un récord que superaba incluso a los 9 segundos con 83 centésimas del año anterior en el Mundial de Roma y ahora dejaba la impresionante plusmarca de 9’79”, a trece de su principal rival, el llamado “Hijo del Viento”, Carl Lewis, y hasta pudo haber perdido algunas centésimas de más distancia por sacarle el puño como saludo hacia atrás, burlón, al llegar a la meta.

No salíamos de nuestro asombro contemplando la reiteración por la pantalla gigante, una especie de espejo que agranda egos en los campeones, cuando por una cuestión que sólo se puede atribuir a una bendita intuición periodística, comencé a notar que la demora en la premiación era excesiva.

Se lo comenté a Luis, quien primero dudó, pero ante mi extraña decisión de bajar a la zona de vestuarios para ver qué ocurría, me acompañó. Lo que percibimos en ese lapso fue muy particular, con las chicas coreanas con las flores a punto de salir para la pista otra vez, rumbo al podio, con Lewis y el británico Linford Christie también esperando el momento de volver a ingresar, pero sin Johnson aún.

Desde un pasillo se escucharon gritos en inglés, que no pudimos determinar exactamente qué indicaban, pero era evidente la tensión, que alcanzamos a notar, continuó luego en la entrega de medallas, pero todo parecía una conjetura nuestra, propia de dos personas naturalmente desconfiadas luego de la rara circunstancia vivida.

Todo pareció desenvolverse en cierta normalidad hasta el llamado de Alperín y el desborde de consecuencias para Johnson y para el deporte en general. El COI suspendía al jamaicano nacionalizado canadiense por doping con estanozolol (un reforzador de masa muscular) y lo suspendía por dos años, por lo que la medalla dorada pasaba a Lewis, la plateada a Christie y la ebúrnea, al estadounidense Calvin Smith.

Johnson, en ese momento de 26 años (nació el 30 de diciembre de 1961 en Falmont) pasó en un momento de héroe a villano en Canadá, fue condenado en vida, sancionado en su país a perpetuidad como atleta, y aunque en 1991 fue indultado, volvió a competir pero apenas dos años después, el 17 de enero de 1993, dio nuevamente positivo, esta vez por testosterona.

Eso significó su destierro. Pasó a ser prácticamente un apestado y sólo Diego Maradona, que también se sintió víctima de un sistema como el de la FIFA que lo sancionó por “un cóctel de sustancias” (en realidad, había consumido un medicamento que en Estados Unidos es de venta libre y contiene efedrina), lo fue a buscar en 1997 como entrenador personal. Pocos lo podían entender como el argentino.

Johnson buscó reconciliarse con la sociedad y con el mundo del deporte por todas las vías posibles. En 1998 participó de una carrera a beneficio, contra un coche y un caballo y logró que en 1999 la Justicia canadiense aceptara su vuelta, pero tuvo que correr solo. Nadie quería competir a su lado.

La IAAF (Federación Internacional de Atletismo) desconfió siempre y decidió realizarle controles antidoping sorpresivos y en uno de ellos, apareció otro positivo por uso de un diurético que no era sino una máscara de otras sustancias dopantes. Ya estaba indefenso ante el mundo, y aún así, apareció Muamar Khadafi, el líder libio recientemente fallecido, para contratarlo como entrenador de su hijo Al Saadi, excéntrico futbolista que compró una insólita chance en el Calcio.

Ahora mismo, en 2013, Johnson sigue su carrera con obstáculos, muy lejos de aquella plana y veloz, tratando de convencer a todos de su bondad, recorriendo el mundo con el slogan “Elige el camino correcto”, no muy distinto de la campaña que quiere montar el ciclista estadounidense Lance Amstrong, héroe para tanta gente y más luego de superar un cáncer, que tuvo que confesar que siempre hizo trampas con el doping, tirando abajo la alta consideración mundial luego de sus siete Tours de France, ahora perdidos
Se cumplen 25 años de aquella extraña jornada, que encierra acaso la mayor mentira de la historia del deporte moderno, que este periodista vivió con mucha intensidad en Seúl y que recuerda como si fuera ayer.

 

 


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