Comenzó el Calcio,
con algo menos de esplendor que en lustros anteriores pero con una chispa de
competitividad que se echa de menos en algunas de las grandes ligas. La crisis
económica ha ido minando el poder de Inter y de Milán, aspirantes tradicionales
a lucir el scudetto, y ha dejado como dominador a una Juventus que va dejando
atrás el azufre de su penitencia en la Serie B. La Vecchia Signora resulta la
gran favorita para alzarse con el título por tercer año consecutivo: con un
equipo sólido en defensa, con un armonioso centro del campo en el que brilla el
todoterreno chileno Arturo Vidal, con una delantera que cuenta con todos los
recursos tras la incorporación de Tévez y Llorente. A falta de problemas la
prensa italiana se cuestionaba por la ausencia continuada del delantero español
(“Llorente, e solo bello?”, titulaba Tuttosport) de modo que entrenador y
futbolista hubieron de reaccionar: Conte alineó a su flamante 9 frente al
Hellas Verona, y Llorente zanjó la cuestión con un cabezazo a las mallas.
Roma o Nápoles son
según la prensa algunos de los escollos que la Juve habrá de burlar en pos de
su tercer scudetto consecutivo. Por el momento ambos comparten liderato y pleno
de victorias, imponiéndose además en dos clásicos repletos de dificultades.
La Roma se
enfrentaba a su eterno rival, el Lazio. Un derby siempre desbordante, inmenso.
Uno y otro equipo se presentaban sin demasiados retoques con respecto al pasado
año y con dos futbolistas que forman ya parte del escaparate de la historia: a
un lado la magia luminosa de Totti, al otro el olfato voraz de Klose. Pero el
nombre del día fue el de un semi-desconocido, un lateral izquierdo de nombre
Balzaretti que en el día más señalado conseguía el primer gol de su carrera.
Fue una jugada de fe, un doble remate que tuvo su expresión más hermosa cuando
segundos después Balzaretti rompía a llorar sin desconsuelo. Su felicidad y la
de la hinchada romana fueron totales cuando Ljajic marcaba el 2.0 de penalty, y
dejaba a la Roma como líder en solitario.
Tal liderato no
tardó sin embargo en ser compartido. Al caer la noche comenzaba en San Siro el
duelo entre Milán y Nápoles, norte contra sur. El Milán presentaba un once
repleto de jugadores jóvenes, y además de la baja de El Sharaawy padecía o tal
vez no la ausencia de un repescado Kaká en la última oportunidad de su vida
deportiva. Frente a los lombardos se alineaban los partenopeos, uno de los
equipos de moda en el Viejo Continente. Lejos de amedrentarse por el traspaso
de Cavani, el Nápoles parece haberse reforzado con tino en el cada vez más
exportador fútbol español: llegaron Reina, Albiol, Callejón, Rafa Benítez como
máximo responsable y sin duda decidido a vengar su mísero y breve período al
frente del Inter.
Y llegó Higuain,
quien pese a sus números y su espíritu de trabajo nunca contó con el aliento
del inmisericorde Bernabeu: decían que fallaba demasiado, decían que se
evaporaba en los grandes duelos. Pero si las cámaras no engañan Higuain se ha
liberado de toneladas de tensión y está llamado a ser una de las revelaciones
del Campeonato. Sus virtudes parecen encajar y multiplicarse en un equipo a su
medida, dotado como es propio en los equipos de Benítez de orden táctico y
presión asfixiante. Con tales armas la defensa local titubeaba en la salida del
balón -¿dónde estará Thiago Silva?, parecían preguntarse- y la posesión
visitante culminó en un primer gol por mediación del uruguayo Britos. 0-1 y
sólo unos minutos después una bonita combinación suponía el 0-2. Gol,
naturalmente, de Higuain.
Las posibilidades
del Milán parecían esfumarse, máxime cuando Ballotelli abandonaba el campo con
una cojera. Sin embargo alguno de sus complejos circuitos se recompuso y
volvió, más grande y más combativo que nunca. El ex del City capitaneó la reacción
rossonera, y en sus botas tuvo una gran ocasión que se quebró en el travesaño y
más tarde dispuso de un penalty a favor. Corría el minuto 61 y se disponía a
chutar con la confianza de haber transformado 21 de sus 21 lanzamientos como
futbolista profesional; pero esta vez no pude ser, Pepe Reina adivinó y despejó
el lanzamiento, con arrestos para enojar a un tipo temible. El mismo que aún
tuvo tiempo de marcar el 1-2 con un remate extraordinario, el mismo que vio su
segunda tarjeta amarilla ya camino de los vestuarios y que tuvo que ser
contenido por sus compañeros.
Venció el Nápoles y
la victoria supone su cuarta victoria en cuatro partidos y la confirmación de
un equipo de hormigón que juega para ser alternativa. Venció el Nápoles y
escribió una de sus páginas más felices tras 27 años sin poder derrotar a los
rossoneri en su ilustre cancha. Ya no nos acordamos de aquel triunfo, pero si
del capitán general de aquel equipo: era un tal Maradona, el de las botas
aladas y la mano de Dios.
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