No sólo son entrenadores distintos. Gerardo Martino
y Diego Simeone, compatriotas que se tiran flores y tratan de llevar lo mejor
posible la convivencia en tierras hispánicas, dirigen dos equipos encumbrados
en Europa y en la Liga, pero no se parecen en nada. Son filosofías de juego y
de vida totalmente distintas, ambas respetables, y eso se estuvo viendo durante
toda la temporada con cuatro enfrentamientos entre sus equipos, y cuatro
empates y apenas dos goles por lado.
Nada de este duelo entre Barcelona y Atlético Madrid
era imprevisible. Todo lo contrario, todo indicaba que la paridad podía derivar
en un empate en un durísimo partido de ida de cuartos de final de la Champions
League, y también deja la puerta abierta a una apasionante revancha del próximo
miércoles en Madrid, con una leve, al menos en la formalidad, ventaja para los “colchoneros”
porque siendo duros atrás, con el empate en cero pasarán a las semifinales.
Sin embargo, el partido del martes a la noche en el
Camp Nou deja mucha tela para cortar y mostró con mucha claridad que la paridad
no implica igualdad de momentos sino todo lo contrario. El Atlético está en la
cumbre de su rendimiento, en buena parte arrastrado por la dinámica de los
buenos resultados de una temporada para el asombro, y el Barcelona navega en la
confusión de los primeros indicios de un cambio de época que va asomando de a
poco.
Por el lado del Atlético, da la impresión de que
Simeone concretó en este equipo su obra cumbre. Ya se había insinuado en aquel
Estudiantes que le arrebató el título in extremis a Boca en 2006, o en el River
Plate que obtuvo el título de campeón por última vez en 2008, pero ahora
aparecieron todos los recursos y desde un plantel que salvo casos limitadísimos
(el arquerazo belga Courtois, o el brasileño Diego Costa, que va por todas), es
parejo pero sin demasiado talento (acaso en un escalón arriba aparece el turco
Arda Turan), el rendimiento está siendo estupendo.
El Atlético es una muralla cuando defiende. En su
arco tiene a uno de los mejores arqueros del mundo, ha logrado reemplazar a un
tremendo goleador como Radamel Falcao por Diego Costa, y ha trabajado mucho el
medio, hasta terminar siendo un equipo granítico, con mucha dinámica y que sabe
hasta cuándo pegar, cómo, y quién (con el majejo casi perfecto de las tarjetas
amarillas).
Por todo esto es que logró (un mérito enorme porque
ni el Real Madrid de las estrellas y los gastos extremos pudo) emparejar sus
partidos contra un Barcelona que dominó el fútbol español, europeo y hasta
mundial en el último lustro, pero que evidencia ahora cansancio, confusión en
algunas facetas de su juego, y rodeado de demasiados problemas institucionales
y de lesiones.
Así es que por primera vez en muchos años, el
Barcelona llegó a jugar a veces con cuatro volantes, para tener más la pelota (4-4-2)
con el ingreso de Cesc Fábregas entre los titulares, resignando un atacante,
para volver como local y en determinados casos al tradicional 4-3-3, que es el
que se emparenta con su historia.
En el partido ante el Atlético, esos cambios en la
forma de encarar el juego chocaron contra su opuesto, un equipo ya terminado de
esculpir, que sabe en cada momento lo que tiene que hacer y que ni el avatar de
la lesión de Costa, su mejor valor en el campo, alteró ni un ápice.
En cambio, el Barcelona comenzó con Neymar hacia la
derecha, inofensivo para generar situaciones de gol, con un Messi completamente
rodeado de rivales, y con Xavi trasladando pero sin poder penetrar en ese muro
rojiblanco de dos líneas de cuatro esperando.
Contrariamente a lo que sostiene en su mayoría la
prensa catalana, creemos que no era un partido para Neymar, o al menos no
mientras no hubiera otro extremo que abriera la defensa visitante y no se
confundiera la tenencia de la pelota con generar chances ante el arco rival.
Neymar es muy voluntarioso, gambeteó, trató por
todos los medios y hasta arqueó muy bien el cuerpo para abrir el ángulo y
empatar, tras el extraordinario gol de Diego Ribas, que enmudeció el Camp Nou.
Martino cambió para mejor el esquema, pero fue
demasiado tarde y el Barcelona ya había perdido dos tercios del partido, y
sobre el final se pareció más a lo que fue siempre, aunque ya con imágenes algo
difusas: la lesión de Gerard Piqué, que condiciona el decisivo mes de abril y
que se suma a la de Víctor Valdés y al momento de casi retirada de Carles
Puyol.
Muchos cambios para el Barcelona en un delicado momento
como club, con el referéndum del 5 de abril para reformar el Camp Nou en 600
millones de euros pero con una comisión directiva que perdió a su presidente
electo (Sandro Rosell) por un caso de supuesta corrupción, y con la fresca
sanción de la FIFA que no le permitirá fichar jugadores hasta junio de 2015 por
haber contratado jugadores extranjeros menores de 18 años entre 2009 y 2013.
Demasiado como para que si el entorno esté tan revuelto,
el equipo pueda jugar tan tranquilo. Por eso, no deja de tener cierto mérito el
equilibrio ecológico que trata de transmitir Martino, capaz de decir,
sanamente, que le dieron ganas de gritar el gol de Diego en su contra, de tan
lindo que le pareció.
Pero Simeone parece estar ganando la partida del
largo plazo, con o sin eliminatoria ganada en Champions. Su trabajo tiene la
consideración unánime y su proyección a la selección argentina, para un futuro
indefinido, parece segura, aunque queda la gran duda sobre cómo jugaría un
equipo suyo con los Messi, Agüero o Di María. Es, al cabo, su gran desafío. Probar
su ductilidad ante un plantel superior en jerarquía.
Al contrario, Martino genera más dudas en esta
temporada, pero sus equipos parecen tener una identidad más marcada.
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