Desde Madrid, España
¿Recuerdan los lectores algún partido del Barcelona,
en la última década, la de la excelencia, la terna de la cantera de La Masía
como candidata al Balón de Oro de la FIFA, el mejor ejemplo del fútbol mundial,
con tres tiros en los palos en contra y un gol? No sólo no se encuentra en
ningún archivo, y mucho menos en Champions League.
Sin embargo, el Atlético Madrid lo consiguió. Sin
magia, sin un Lionel Messi que desequilibre (todo lo contrario al de anoche en
el Vicente Calderón, de preocupante desaparición, casi inexistente), incluso
sin su mejor jugador, el hispano-brasileño Diego Costa, una bestia de la
definición, un jugador con hambre, que, lesionado, tuvo que verlo de afuera.
Pero este Atlético Madrid de Diego Simeone, cada vez
más ídolo de su afición, cada vez más crecido como director técnico a base de
garra, de convencimiento, de entrega, de lucha, de fervor, de esfuerzo, pero
también de pasajes de un fútbol dinámico, no sólo le ganó al Barcelona y lo
eliminó por primera vez en siete años de la semifinal de la Champions League,
sino que no parece tener límites en esta temporada y ahora todo puede pasar, y
el sueño de ganar por primera vez la “Orejona” europea, va apareciendo en el
horizonte como posible.
Nadie podía prever un inicio de partido como el que
fue en un abarrotado e influyente Vicente Calderón, un estadio lo más parecido
posible a la Bombonera, o al Cilindro racinguista, con el griterío a flor de
piel (por cierto, con canciones casi todas de origen argentino, aunque algo
desafinadas).
Porque si el Atlético Madrid es un equipo
especialista en trabajar los partidos, en las faltas tácticas y la marca
escalonada y posicional, y con un empate a cero le alcanzaba, lo lógico de
pensar era que el Barcelona saldría con todo a marcar un gol y los rojiblancos
se defenderían hasta el final.
Nada de eso pasó. Un poco la gente y su aliento
imparable, y otro poco la capacidad de sorpresa de Simeone, hicieron que los
locales salieran a arrollar a los catalanes, diluidos hasta en sus colores
oscuros por la reglamentación de que en la UEFA no puede haber dos camisetas de
colores parecidos, y de allí los tiros en los palos y el gol de Jorge
Resurrección Koke, que en menos de
quince minutos, ponían la serie casi imposible para el Barcelona.
Paréntesis: el lector puede pensar aquí “¿cómo
imposible, si con un solo gol iban ya al alargue?”. Lo era por la cuestión más
anímica que futbolística. Lo era porque ya en los días precios, acentuado por
la conferencia de prensa del martes en el Calderón, Gerardo Martino, el
entrenador del Barcelona, había sostenido que la clave de este partido pasaría
“por tratar de meter, por fin, el primer gol antes que ellos, cosa que no pasó
en los cuatro partidos anteriores de la temporada”.
Tomando esta frase, ya mucho estaba dicho. Otra vez,
la tercera en cinco partidos de la temporada (dos por Supercopa de España, uno
por Liga Española y dos por Champions League), el Barcelona salía de entrada,
con el público en contra y un equipo más aguerrido que nunca, a tener que
remontar. Y este Barcelona no sólo tuvo algún desgano sorprendente, sino que al
contrario de Simeone, tuvo en Martino una idea estratégica equivocada. ¿Por
qué?
Porque si se necesita ganar, hay que atacar, diría
Perogrullo. Y este Barcelona ya anunciaba un partido de esos de hándbol que
como las series norteamericanas de la TV, ya presume el final: horas tocando y
tocando, pero con escasas llegadas, y menos atravesando la mejor defensa de la
Liga y acaso una de las mejores de Europa, y con un arquero, si pasa, a la
altura del belga Thibaut Courtois. Imposible.
Pero aún así, Martino dispuso un esquema lejos de
ser el necesario, sin los dos extremos que mejor funcionaron esta temporada,
Pedro Rodríguez y el chileno Alexis Sánchez, que luego entraron ya a la
desesperada, y alejó a quien mejor funcionaba, Andrés Iniesta, de un Lionel
Messi que directamente no estuvo, y que preocupa de cara al Mundial si fuera
que uno sabe que muy probablemente sea su gran meta en este tiempo. El
Barcelona jugó por mucho tiempo al hándbol, contra un Atlético que siempre jugó
al fútbol.
Raro que en un partido de esta naturaleza, Messi no
se involucrara más, como si estuviera enojado por algo (¿acaso por el sistema
del Barcelona durante gran parte del año o porque su amigo Iniesta no parece
ser demasiado tenido en cuenta y el propio jugador dijera luego que no entendió
por qué fue reemplazado?).
La cuestión es que aunque algunos jugadores sacaron
su carácter, su casta, como Jordi Alba,. Sergio Busquets, Neymar o Xavi, este
Barcelona parecía deslucido, deshilachado, muy lejos de aquello que fue y
deslumbró al mundo. Era más una suma de voluntades, aunque con otras muy
alejadas del campo de juego.
Del otro lado, todo lo contrario. Un aluvión, un
terremoto, una tromba, sin Diego Costa pero con un muy buen David Villa y un
desequlibrante Adrián López, que demostró que está para grandes cosas si se lo
propone y deja de ser un proyecto. Sin Arda Turán, incluso, con publialgia.
Pero el Atlético es un equipo emergente, que está para mucho más, que no llegó
a la cima y se encontró con uno acomplejado, con demasiados problemas fuera del
campo, con demasiados inconvenientes institucionales que fueron minando su
mentalidad, y con escasas respuestas en el césped.
Estos noventa minutos dejarán mucha huella. El
Atlético se dará cuenta de que ahora la Liga también es posible, porque será
una inyección anímica importante con miras a las seis fechas que quedan. Y la
última, en el Camp Nou ante el Barcelona, que no le pudo ganar nunca en los
cinco partidos de la temporada. Y ni qué hablar de la Champions.
En el Barcelona, eliminado por primera vez en
cuartos de Champions en siete años, la suerte de Martino parece casi echada.
Tal vez ganando la final de la Copa del Rey de la semana que viene en Valencia,
al Real Madrid y luego la Liga, pueda salvarse, pero no parece fácil. Por el
juego, por ser extranjero, por algunas ironías hacia la prensa catalana (“pensé
que aquí se hablaba más de fútbol”), y por los problemas en el club que
aparentemente le fichar jugadores en los dos próximos mercados.
También este partido tuvo el simbolismo del
enfrentamiento entre dos argentinos, el Cholo y el Tata, y el primero, es
evidente, puede con el segundo, y le queda el camino abierto para algún día
dirigir a la selección argentina, acaso sea pronto.
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