La derrota en Madrid ante Atlético por los cuartos
de final de la Champions League fue dura por el antecedente de las seis
semifinales seguidas que venía jugando el Barcelona en ese torneo, pero pocos
pueden decir que hubo demasiada sorpresa en el resultado final.
Sin embargo, el caer por la Liga ante el Granada
1-0, siendo el tercer partido consecutivo que el Barcelona no marcaba goles de
jugadas elaboradas si se cuenta el del Betis, al que venció con dos penales
(uno fallado y en el rebote) y un gol en propia puerta, se evidencia una
situación que iba agrandándose en la última parte de la temporada y que ahora
explotó, haciendo recordar otros tiempos del club catalán, mucho menos
gloriosos que en la última etapa.
Cuando llegó el entrenador argentino Gerardo
Martino, a mediados de 2013, en reemplazo de Tito Vilanova, se especuló con que
el club buscaba restaurar la autoridad perdida en el vestuario por parte de un
plantel que ya había desgastado a Josep Guardiola y que casi se había
autogestionado cuando el entrenador siguiente recayó de su enfermedad y tuvo
que tratarse en los Estados Unidos.
Muchos decían que ya los entrenamientos no eran los
mismos, jamás el equipo volvió a aquella presión asfixiante en la salida de
juego de los rivales, muchos especularon con que había jugadores que ya estaban
faltos de forma, otros manifestaban sus deseos de cambiar de aire para después
del Mundial de Brasil y su máxima estrella, Lionel Messi, apuntaba más al
torneo de las selecciones que al de los equipos.
Pero Martino llegó con algunas ideas nada fáciles de
concretar en este Barcelona. El argentino llegó con la idea de innovar. No
hacerse tan previsible de visitante, cambiando el típico juego de pases cortos
y asociación por algunos momentos de contragolpes, con juego largo, o el uso de
centros al área, y hasta un 4-4-2 con varios jugadores que aseguraran la
posesión del balón, quitando los dos extremos, una tradición blaugrana.
Los puristas del esquema 4-3-3 se le cayeron encima
al entrenador argentino, que además se encontró con un club mucho más caótico
que lo que reflejaban los medios internacionales: una comisión directiva cuyo
presidente, Sandro Rosell, debió renunciar por el caso Neymar, los problemas
con la FIFA por incumplimiento de parte del reglamento de contratación de
menores desde el exterior, y, especialmente, la imprevisión de su director
deportivo, Andoni Zubizarreta, quien no previó que Víctor Valdés podría
lesionarse, y sólo se quedó con el veterano José Manuel Pinto (al que una
semana antes de quedar como titular le anunciaron que no sería tenido en cuenta
para la temporada siguiente), y con Oier Olazábal, de apenas dos partidos en
Primera, al que tampoco le dieron minutos para irlo preparando en casos como
éste.
Pasaron demasiadas cosas en el Barcelona entre marzo
y abril, como las recién mencionadas, la
comunicación de Carles Puyol de que no seguirá, con todo el ascendiente que
tiene en el vestuario desde hace quince años, la lesión de Gerard Piqué, y los
planteos de Martino que anunciaban pocos cambios en la temperatura del juego,
si es que el Barcelona, que necesitaba ganar en el Vicente Calderón, iba a
salir con jugones en vez de extremos para enfrentar a una de las defensas más
sólidas de Europa.
Eso no fue todo. Su compatriota Diego Simeone
decidió variar su estrategia y lanzó a su equipo al ataque, sabiendo que el
triángulo final del Barcelona, improvisado con Javier Mascherano, Marc Bartra y
Pinto, no podía dar respuestas acordes. Tres tiros en los palos y un gol fueron
la resultante, algo que los azulgranas no padecían, en quince minutos, desde
hacía muchos años.
Todo esto llevó a un gran desconcierto, agrandado
por un ambiente que siempre fue victimista y que había atravesado años de
primavera, que parecen acabarse. De la idea del triplete de títulos para la
temporada, en menos de cinco días ya se teme perderlo todo.
La final de la Copa del Rey del próximo miércoles en
Mestalla ante Real Madrid tiene muy mala pinta, porque el Barcelona llega diezmado,
con los ánimos por el suelo, tras no haber podido siquiera ganarle al Granada,
cuando Martino, al finalizar el partido, atribuyó parte del resultado a la mala
suerte, que si bien pudo haber existido en alguna jugada, todo se pareció más a
la impericia y a un estado de ánimo demasiado caído, sumido el equipo en una
melancolía inaceptable en el momento de definiciones del año futbolístico.
El Real Madrid puede, entonces, transformarse en
verdugo del Barcelona en la temporada , aprovechando la caída de su adversario,
mientras que ahora para el Barcelona este título pasa a ser fundamental para no
terminar vacío y para elevar la
autoestima tan baja de estas horas.
El Atlético Madrid es lo contrario del Barcelona. Es
lo nuevo, lo ascendente, la esperanza, la subida, la moda, el estado de ánimo
en su máxima gradación, y hasta la suerte lo acompaña. Sabe que se encuentra en
un año histórico, de esos irrepetibles, y hasta huele la posibilidad de doblete
(Liga y Champions League) y hasta podría tener la chance de vengarse de aquella
dolorosa derrota final de 1975 ante el Bayern Munich.
Así es el fútbol. Ayer arriba, hoy abajo, mañana,
quién sabe. Reglas de un juego que se transformó en un deporte masivo, y de
éste a un negocio infernal.
El Barcelona saboreó las mieles del éxito. Hoy, teme
encontrarse en el final de este ciclo brillante, y comenzar a desandar el
camino de otros tiempos más grises.
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