Los argentinos solemos tener eso que resulta muchas
veces inexplicable para nosotros mismos. Eso que nos hace caminar por cualquier
lugar del mundo sin complejos y al rato, a los pocos momentos, una añoranza que
basta un clic en la mente para que aparezca, una cuestión sentimental.
Aquella imagen de Carlos Gardel en la proa, con los nubarrones, tras un éxito rotundo y
la fama en lo más alto pero deseando “volver”. “Errante en la sombra, te busca
y te nombra”.
En el Barcelona, mucho de eso está ocurriendo ahora
mismo. Los problemas institucionales de calado (el caso del fichaje de Neymar y
la rauda salida de Sandro Rosell de la presidencia, el conflicto por el fichaje
de juveniles del exterior con la FIFA, la lesión de Víctor Valdés y Gerard
Piqué sin haber previsto un mayor recambio, un referéndum para renovar el Camp
Nou llamado por una comisión de transición) han desbordado al plantel, y
especialmente al entrenador argentino Gerardo Martino.
Johan Cruyff, gurú del Barcelona y una de las
figuras de más peso en su historia, no tiene un pelo de tonto. Sabe cuándo
hablar y qué decir y a quién pegar. Y apareció en esta semana para señalar algo
que no es nuevo, pero que ahonda el problema futbolístico. Dijo el holandés que
Martino “no manda porque desde hace cuatro años nadie manda en el vestuario,
porque lo maneja la directiva”.
Y ese es, en lo futbolístico, el nudo gordiano de la
melancolía del Tata. No por nada, alguna prensa catalana estudió (parece
demasiado rebuscado pero se entiende el sentido) en los ojos del rosarino
cuando apenas al terminar el partido en el Vicente Calderón, dio una entrevista
al borde del campo de juego con el cronista del canal de la TV con derechos y
éste le preguntó por el ambientazo y su similitud con las canchas argentinas.
Se le iluminaron de otra manera, pocos días después de que dijera en una
conferencia de prensa que en la Liga Española “se habla poco de fútbol así que
cuando vuelva me voy a callar por todo lo que decía en Argentina”. Cuando
vuelva….
Martino está desbordado porque Barcelona no es
Newell’s Old Boys y tiene una imagen hacia el mundo y en particular en la
Argentina (ahora algo dañada pero no como para perderla) que no es la que tiene
internamente, en especial en los últimos dos años, que va carcomiendo sus
cimientos.
Por empezar, tiene un presidente (Josep Bartomeu)
que hace todo lo que puede y con bastante oficio, pero que no es el que fue
votado en elecciones y que junto a otros directivos bien podría saltar también
por el Caso Neymar en la Justicia. Y aún así, llaman a un referéndum para
remodelar el Camp Nou, acude poco menos de 40.000 socios sobre más de 150.000 y
se lo llama “éxito de convocatoria”.
Ya bajando en la estructura, hay un director
deportivo como Andoni Zubizarreta que no previó situaciones como lesiones de
Valdés o Piqué, sin recambio, que habiendo siendo arquero internacional, presentó
un informe sosteniendo que Thibaut Courtois no reunía las condiciones (sic)
para jugar en el Barcelona o no recomendó fervientemente que Oier Olazábal
jugara un poco más para no estar en la situación de hoy.
Martino ve como todo se desbarranca, como no es nada
de lo que le contaron, que las cosas son diferentes con la dirigencia, el club,
la Federación, la FIFA y hasta la prensa. Y entonces, no es como se imaginó en
aquel vuelo apurado para hacerse cargo del equipo con toda la ilusión.
A Martino le fue muy bien en todos lados hasta aquí.
En Newell’s, de pelear por no descender hasta ser uno de los mejores campeones
de los últimos años, dejando huella, un estilo. Antes, con otro sistema, llegó
lejos con Paraguay, en el Mundial, en la Copa América, en la clasificación
mundialista. Y antes de Paraguay, le fue excelente en el Libertad.
Cierto, Barcelona es distinto, es Europa, pero el
problema no parece estar allí sino en el interior del club y al mismo tiempo, en
un intento tal vez demasiado profundo, de cambiar algunas cosas en el sistema
de juego, a sabiendas de que el paso de los años va desgastando lo que tanto
deslumbró y todo ciclo se renueva a tiempo o se apaga (si al Tata le gustara
Vox Dei, que imaginamos que sí por ser de nuestra generación, recordaría
aquello de “todo tiene un final, todo termina”).
Y el Tata quiso agregarle contragolpe a un equipo
que no usaba este concepto desde hacía años, que cuando un jugador se
adelantaba al resto, esperaba la compañía para generar una nueva posesión de
balón. Quiso agregar el saque largo desde el arquero. Imposible. Es 4-3-3.
Quiso probar jugando con cuatro “jugones” de visitante. Es que es 4-3-3. Quiso
jugar con Messi, a veces, por la derecha, para generar más llegadas de otros.
Imposible, es 4-3-3 y Messi de “falso nueve”. Quiso…..imposible. 4-3-3. Aquí es
4-3-3.
Y comenzó a suceder que ya no era tan claro a qué
jugaba el Barcelona. Y coincidió, por si fuera poco, con un año extraño,
excepcional, para Lionel Messi, el mejor jugador del planeta por sideral
distancia con respecto a todos los demás.
“Ha
habido algún momento o algún gesto con el que he pensado “éste nos hace ganar
hoy”. Te cruzas una mirada, lo miras y te dices: lo gana. Él ha de estar
convencido de que vamos bien para sentirse así”, dice
Josep Guardiola en un párrafo del
notable libro “Messi”, de Guillem Balagué, de reciente aparición en España. Y
lo está diciendo todo. ¿Y si lo aplicamos a este Barcelona, o al partido de
Valladolid, o el del Vicente Calderón?
Hoy, Messi no parece estar demasiado a gusto. Por
los problemas citados, por su propio contrato interminable, por el caso Neymar,
por notar el desmoronamiento del equipo, por el trato a su amigo José Manuel
Pinto (a quien se le habría comunicado ya que no será tenido en cuenta para la
próxima temporada y se iría a la MLS estadounidense), por estar separado de
Andrés Iniesta en el juego.
Es, como dice muy bien Guardiola, que Messi necesita
otro clima, otro juego y hoy, oh melancolía (como canta Silvio Rodríguez), eso
lo encuentra en la selección argentina y más, en un año mundialista, su gran
objetivo, su objetivo más preciado de la temporada y de los últimos años. Quien
no entienda eso, no está entendiendo a Messi.
El periodista Rodolfo Chisleanschi lo escribió a
principios de año 2014 en “El País” y rápidamente la usina salió a cazarlo,
cuando tituló su artículo “Olvídense de Messi” y hoy, el genio, aún cuando está
a pasos de los 40 goles en la temporada, añora esos momentos del mate en la
concentración, las bromas con el Kun Agüero, el olorcito a asado, el clima
premundialista.
Messi también tiene su melancolía, acaso no la del
Tata sino la propia, distinta, pero a flor de piel.
Y eso es hoy este Barcelona adentro de la cancha. Un
equipo que se queja del césped del Calderón. Sin recambio, sin haber mantenido
tampoco el mejor esquema posible para su juego, sin claridad de conceptos y sin
manejo de las situaciones.
En el Calderón había que ganar ante un equipo como
el Atlético que le había encontrado la vuelta en los cuatro partidos
anteriores. Era claro que con cuatro volantes y mucho toque, sería inofensivo
para un conjunto aguerrido, que tiene como fuerte el agruparse atrás y marcar.
Había que abrir esa defensa y una de las mejores fórmulas para eso, de acuerdo
al manual, son los extremos. Era para Pedro y para Alexis. Una vez más, fue
para Cesc y Neymar.
El Barcelona comenzó a perder el partido allí, y en
lo de decir la palabra “fracaso” de manera reiterada, aunque sea por la
negativa. Ya le pasó a Ricardo Lavolpe (una máquina de hacer lo posible para
perder) en aquel increíble paso por Boca Juniors en 2006. Le pasa ahora a un
Tata desconcertado.
La melancolía argentina es parte importante de este
Barcelona, que se debate ahora cómo salir de este atolladero y no terminar en
seco una temporada demasiado compleja.
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