jueves, 29 de enero de 2015

Aclaración sobre Agronómico y la Liga del Noroeste (Un cuento de Marcelo Wío)



Decían que había sido porque la hinchada era pesada, que de la cancha, o el pueblo, no salía nadie en una pieza si el equipo local no ganaba. Decían muchas cosas sobre Atlético Agronómico. Otras tantas se decía de la gente del pueblo, Independencia de la Patria: que su bravura y fuerza provenía de pactos con el innombrable, que los hombres podían amar a una mujer durante días (y hasta meses, si no tenían otra cosa que hacer); que los niños asustaban a los pumas, que las mujeres parían sin dolor ni sangre a las cinco semanas de concebir.

La verdad suele ser más corriente; o menos fabulosa. Más cotidiana.

Es un hecho verídico que en los años 1940-50, Atlético Agronómico no perdió jamás un partido de local. Es cierto que el árbitro visitaba el vestuario (unas cuantas chapas sostenidas contra todas las leyes físicas por unos postes chuecos) del equipo visitante a concordar la derrota de manera disimulada para salvaguardar la dignidad de los rivales y su público. Es completamente verdadero que todos los equipos convenían sin problema en conceder (donar, incluso) la victoria al local.

Hasta aquí, la parte real de la historia.

Entre los papeles de la desaparecida Liga de Noroeste encontré actas arbitrales, acuerdos entre clubes (préstamos de jugadores, de mesas de bar, venta de alambrados y redes de arcos, acuerdos sociales – arreglos de partidos), crónicas periodísticas, semblanzas, aguafuertes, actas de reuniones varias. Entre ese material, encontré, despojada de mitologías, el motivo del pacto o acuerdo para entregar los puntos ante Atlético Agronómico en los partidos disputados en su cancha. En un folio con membrete del Café del Club Social Dadores de Sangre, y con la firma de los presidentes o representantes de todos los equipos (15) de la Liga del Noroeste, se acordaba escuetamente ceder los puntos al Atlético Agronómico – al menos en diez de los partidos, en forma de victorias para el local – con el fin de asegurar su permanencia en la Liga.

Ese era el quid del asunto, el intríngulis del por qué: había que asegurar su permanencia en la Liga. Pero, a uno, que anda buscándole por qués a la vida desde que no quiere buscárselos a la suya propia, le aparecen los interrogantes por todas partes: ¿Por qué había que evitar el descenso de ese equipo? ¿Qué lo hacía tan susceptible de descender (evidentemente, no sólo al momento de la firma de aquel acuerdo, sino con visos de un futuro más bien elongado en un futuro inconcreto)?

No encontré nada entre los papeles aquellos que explicara el por qué a la respuesta al por qué inicial. Indagué aquí y allá por diversas localidades cuyos equipos ya no existen (salvo tres: uno juega en primera división nacional, otro en la segunda, y el tercero, en el llamado Nacional de Ascenso, que ofrece plazas para la segunda división) y cuyos dirigentes no recuerdan nada de aquellos tiempos de amateurismo itinerante.

Ya me marchaba a la capital para tomar un avión para volver a Madrid, cuando, justamente en la estación de autobús del pueblo de Porvenir, mientras huía del calor en la cafetería a la espera de un autobús, bebiendo una cerveza fría y con poco gusto, vi a un viejo sentado a una mesa cercana y, siguiendo una intuición (o, para ser sincero, la necesidad de conjurar algunas palabras que venían siguiendo desde Madrid), le pregunté por el Atlético Agronómico y el acuerdo pretérito.

Ah, sí, el pacto…

¿Por qué motivo se le regalaban los puntos al Agronómico? Sé que se quería evitar que descendiera; pero, ¿por qué? – le pedí con un gesto si podía sentarme a su mesa. Con otro gesto asintió. Pedí un par de cervezas más y le ofrecí un cigarrillo, un protocolo que suele ayudar a crear una intimidad que anima a las confidencias.

En Independencia de la Patria fueron siempre medio finolis… todos profesionales, tipos estudiados que le querían ganar la partida a la naturaleza: sacarle un triunfo a la tierra mezquina, digamos. Hicieron mucho por la región… Porque los tipos laburaban de sol a sol, en el campo y en los galpones, creando ingenios para hacer las labores más fáciles, para acostumbrar a los tallos a arreglarse con poca agua, y todo eso, lo compartían sin pedirle nada a nadie.

Pero, en todo ese frenesí de adelantos, de imaginerías e inteligencias, se olvidaron de algo: el fútbol: distracción para las tertulias del cafetín, el programa del fin de semana. 

Una profunda superficialidad para que las profundidades no terminen por tragarlo a uno. No sé quién les habrá dicho a la gente de Independencia que armaran un equipo, o si fue la propia necesidad la que los condujo a la fundación de Atlético Agronómico. 

Levantaron la cancha en un visto y no visto. Evidentemente, fue la única cancha con césped de la Liga. En fin, todo estaba listo: unas tribunas precarias de cinco filas de tablones, un bar,  y unos vestuarios detrás de una tribuna (unos tinglados para dar sombra, poco más, realmente).

Hasta ahí, todo muy bien. Pero había un problema. No tenían jugadores. Todo hombre mayor de diez años tenía alguna función en esa estructura de producción agraria.
¿Entonces? ¿Buscaron gente de fuera del pueblo?

Nooo, en esa época, y por acá, eso no se hacía. Cada pueblo surtía a su equipo con los hijos de sus límites geográficos. Ahí residía el prestigio del equipo, del pueblo.
¿Entonces?

Entonces, a uno se le ocurrió que jugaran las mujeres. Sí, no me mire así, no es un cuento de viejo. Mujeres. Ahora mismo sería un escándalo, imagínese en 1940. Pero, sabe qué, no fue tan escandaloso. Se juntaron todos los equipos y los directivos de la liga a discutir el asunto. Le hago corto el cuento: comprendieron que, si se querían seguir beneficiando de los avances de los de Independencia, convenía tenerlos contentos… que era preciso que tuvieran distracciones, que no se hartaran de andar engañando a la aridez. La única condición, que eligieran mujeres… poco agraciadas, que disimularan melenas… geometrías corporales… Ya me entiende. Así, todo quedó finiquitado, y Agronómicos comenzó a jugar la Liga.

Pero…
Exacto, pero les metían unas goleadas de antología. Los hinchas se desanimaban antes de comenzar a entusiasmarse.

De ahí, el documento. Había que evitar que descendieran. Pero, lo que no dice el documento, y que sí se acordó en esa reunión, es que Agronómico no debía perder por mucho afuera…

Pero, si la gente de Agronómico sabía todo esto, ¿qué pasión podía despertar el equipo? Quiero decir, que la función que pretendía que el equipo tuviera, era una impostura demasiado evidente como para que funcionara como distracción colectiva… No sé si me entiende.

Yo te entiendo, pibe, pero vos no entendés cómo funcionan las cosas. A todos nos gusta creer. No sé si “gustar” es la palabra… todos necesitamos creer. Ellos terminaron creyendo en lo que veían, no en lo que antes se había trazado. Incluso los rivales olvidaron ese acuerdo, y terminaron explicándose la derrota como un hecho que tenía que ver con la hinchada, el factor cancha, y otros mejunjes para la propia dignidad. Es más, después de la primera temporada, le aseguro que nadie veía mujeres en Atlético Agronómico, simplemente jugadores flojos, muy flojos. Aunque, tuvieron una 10 en 1951 que madre mía… Fue la que supuso el fin del club… Cuando un equipo de la capital provincial la quiso fichar, y se dio cuenta de que era ella y no él, y ofendidos, como si se hubiesen querido burlar de su buena fe, recurrieron a la federación provincial y Atlético Agronómico, por falta de jugadores, pasó a ser un recuerdo, y ni siquiera eso, una leyenda que se terminó por olvidar.

Ahí está su autobús.

Cuando ya estaba en el autobús, sentado, pensando aún en lo que me acababa de contar aquel viejo, esperando que arrancara de una vez, un golpe en el cristal de mi ventanilla me hizo girar sobresaltado. El viejo había tirado un zapato contra el cristal –se lo estaba calzando cuando giré para ver qué había sido el estruendo -, me hacía señas para que abriera la ventanilla. Así lo hice.

La jugadora aquella, la 10, se llamaba Bruna Lamadeo. Un fenómeno la piba. Y ahora hablan de Maradona y Pelé… Tendría que haberla visto… La Bruna, le decían… ¡Buen viaje!

El viejo se alejó del autobús, que ya se ponía en marcha, haciendo gestos de asentimiento, de admiración, de asombro recuperado del fondo del tiempo.




miércoles, 28 de enero de 2015

Pelota, vas a llorar (Jornada)



En tiempos de fútbol obediente, de escasa iniciativa, declaraciones armadas para la ocasión, gente que corre y que piensa poco, el adiós de Juan Román Riquelme como jugador representa para todos los amantes de este hermoso deporte, un dejo de orfandad.

Aún repiquetean en los oídos de este cronista las declaraciones recientes de Ricardo Lavolpe  acerca de que “el táctico” (como él llama con su particular dosis de conflictividad innata) “ya no se usa más” con el disquito reiterado de los números, como el “moderno” 4-4-2 que, claro, no necesita de un armador de juego, de un director de orquesta, del crack que maneje al equipo desde su elegancia y creatividad.

Riquelme fue un crack de aquellos. Un jugador que hizo época pero que no deja de ser un clásico, que pudo jugar en cualquier momento, porque fue un virtuoso con la pelota, desde sus pies, pero también con el movimiento de sus brazos como pocos en el mundo, con un remate preciso y a donde quiso, con una especial plasticidad, y con ese lujo que no se consigue ya salvo contadas excepciones.

Acaso como otro “diez” de tres décadas atrás, Ricardo Bochini, aunque diferente en algunos aspectos del juego (el crack de Independiente era más veloz, más de gambeta frontal, más cercano al ataque, especialmente si tomamos al último tramo del ex jugador de Boca y Argentinos Juniors), Riquelme también fue contracultural.

Desde aquel festejo con el Topo Gigio, parado frente al palco de Mauricio Macri, entonces presidente de Boca, hasta su postura de estrella (que lo fue), su desaire a los preguntadores de micrófono en los campos de juego, su negativa a bancar a los violentos de las barras bravas, que generaron que su nombre fuera coreado puramente por el hincha que siente los colores, hasta su negativa a jugar en la selección argentina de Diego Maradona, Riquelme fue diferente al resto.

Tan diferente, que en una historia de Boca de 110 años, Riquelme fue incluso más que el propio Maradona, con más títulos, más continuidad, más incidencia, más identificación con los hinchas, al punto de que en aquella negativa a la selección, que generó el enfrentamiento entre ambos, el público de la Bombonera se volcó a su favor.
Si Maradona llegó al altar popular con el símbolo de aquellos dos goles a los ingleses en México 1986, Riquelme lo consiguió más que nunca con aquella brillante exhibición contra un lujoso Real Madrid por la Copa Intercontinental en aquella noche de noviembre de 2000 en el Estadio Nacional de Tokio, cuando hizo lo que quiso con su amiga de siempre, la pelota, y motivó que Michel, aquel gran jugador blanco de los noventa, luego comentarista de la TV (y ahora director técnico), dijera a este cronista, “Ese muchacho es, hoy, el mejor jugador del mundo”, con admiración.

Riquelme consagró a muchos delanteros, hizo goles fabulosos, colocó tiros libres en los lugares más increíbles, hizo túneles gloriosos (como al colombiano Mario Yepes en un clásico ante River Plate por la Copa Libertadores), ganó títulos de todos los colores y hasta llevó al modesto Villarreal a la semifinal de la Champions League, y si no fue a la mismísima final de París, en 2006, fue porque el propio Riquelme perdió un penal, atajado por el alemán Jens Lehman, arquero del Arsenal inglés.

Dueño de sus silencios, poco gustoso de hablar con la prensa, y por lo general serio (“No entiendo por qué debo estar riéndome. Zidane no se ríe y se divierte en la cancha”, solía decir), Fue siempre partidario del asado con sus amigos, y nunca entendió aquello de ser políticamente correcto. Estuvo con los que quiso, y respetó, aunque tomó distancia, de los que no quiso. Sin muchas vueltas.

Riquelme fue un jugador con convicciones. Siempre fue partidario de pensar, lo que contrariamente a lo que pareció, lo hizo más rápido que el resto, porque siempre sabía qué hacer con la pelota antes de recibirla, y que es el balón el que debe correr y no los jugadores, algo que hoy podría ser visto como blasfemia por un fútbol argentino chato, de golpes, choques y corredores que miran al banco hasta para patear un tiro libre.

Bochini también fue contracultural y con la misma idea. Partidario de que el fútbol argentino tiene un sistema propio de juego, nunca estuvo de acuerdo con el macaneo tacticista, vacío de contenido, y con ideas de importación hacia un país que siempre fue temido por lo que generó solito.

Consultado “el Bocha”, sobre Johan Cruyff, antes del partido que Independiente debía jugar ante el Ajax holandés por la Copa Intercontinental, afirmó con simpleza que “corre mucho, pero juega bien”. Una magistral respuesta, absolutamente conceptual, desde su sentido común.

Riquelme también dio siempre este tipo de respuestas cuando tuvo la oportunidad, cuando se sintió cómodo, cuando se daba cuenta de que podía rodearse de fútbol puro y no envuelto en un envase marketinero e interesado.

Por eso siempre sintió la Bombonera como el patio de su casa y por eso, el fútbol pierde a uno de sus últimos grandes exponentes en todo el mundo. Cuando se van acabando los “diez” (en Europa, porque los nuevos sistemas tácticos no lo usan y en Argentina, porque desde hace décadas se mira lo que hace el viejo continente y nadie se anima demasiado a recuperar las fuentes), Riquelme, uno de los más grandes, dice adiós.

Sus detractores, especialmente del resultadismo o desde los defensores de los velocistas (alguna vez alguien dijo que si fuera tan simple lo de correr para ganar, con once Ben Johnson alcanzaría, el detalle es que en el fútbol hace falta una pelotita), lo persiguieron hasta el final de su carrera y sostuvieron que en Argentinos Juniors no haría nada, pero acabó ascendiendo y un veterano Riquelme fue fundamental en el logro.

Otros se tomaron de su discontinuidad en el Barcelona de Louis Van Gaal cuando en verdad, y lo reconoce el propio Riquelme, el holandés le explicó que él nunca había pedido su fichaje (un dirigente del club se enamoró de su juego en Boca), que jugaba con otro sistema y que entonces o se adaptaba o no podía colocarlo en el equipo. Por eso acabó yéndose al Villarreal, donde se lo considera hasta hoy como el mejor jugador de la historia del club.

Si Alfredo Di Stéfano, otro crack de todos los tiempos, tenía en la puerta de su casa en Madrid un monumento a la pelita que decía “Gracias, vieja”, a Riquelme habrá que decirle entonces “Gracias, viejo”.



lunes, 26 de enero de 2015

Se retira Riquelme, uno de los últimos grandes “10” (Yahoo)



Para los argentinos, amantes apasionados del fútbol, especialmente para los de mediana edad o más, la camiseta número diez es mítica. La vistieron jugadores especiales, los considerados diferentes, aquellos que son capaces, en un consenso general, de inventar con la pelota, cosas que ningún otro podría con la misma calidad.
Además de Diego Maradona (como si esto fuera poco), han vestido la camiseta número diez de la selección argentina, y de muchos equipos trascendentes, jugadores como Ricardo Bochini (en los años setenta y ochenta) o Enrique Omar Sívori (gloria de River Plate, Nápoles y Juventus en los cincuenta), o Mario Kempes, por citar a tres muy emblemáticos.

Este domingo pasado, a los 36 años de edad (nació el 24 de junio de 1978, el día anterior a la final del Mundial de Argentina, como no queriendo perderse el ser parte de la gran historia de su fútbol), uno de los más grandes jugadores de los últimos veinte años, Juan Román Riquelme, anunció su retiro como jugador profesional tras diecinueve años de una brillante carrera, que incluyó toda clase de títulos pero más importante aún, momentos gloriosos e inolvidables para todos los que creen que el fútbol encierra también arte y que no sólo son fríos números, táctica y estadísticas.

A Riquelme no le tocó un tiempo fácil. Pese a su brillantez como armador de juego (no enganche, sino quien se dedica a generar el juego de su equipo y es el encargado de distribuir el balón entre sus compañeros como un director de orquesta, un reggista, como llaman los italianos), coincidió en su propio país con el inicio de una absurda polémica sobre si resulta más importante ganar que jugar bien, como si esos dos conceptos fueran opuestos, imposibles de amalgamar.

Riquelme fue un jugador contracultural como pocos, un emblema del fútbol-arte y del fútbol pensado. Un defensor de la idea, aún persistente, aunque tambaleante en este tiempo de los fríos números y las computadoras y los “polifuncionalismos” que acaban con los roles técnicos, específicos y sabios, de que es más importante que corra la pelota que los hombres. Que pensar es una función primordial para anticiparse a los rivales en la próxima jugada, y facilitadora de la elección de la mejor opción. Es como los automóviles: a una mayor velocidad, menos chances de tiempo para pensar opciones.

Riquelme, tanto en Boca Juniors, al que llegó desde los juveniles de Argentinos Juniors en 1996 cuando Carlos Bilardo era el entrenador y aún permanecían en la plantilla Diego Maradona, Juan Sebastián Verón, Cristian “Kily” González o Claudio Caniggia, en la selección argentina, en el Barcelona, el Villarreal o nuevamente en Argentinos Juniors, donde terminó su carrera, siempre tuvo una excelsa técnica.

Este columnista cree que su andar, su elegancia, tiene su mayor parecido en el brasileño Pelé, mucho más que en alguno de sus muchos compatriotas con los genes de cracks, y como pocos, supo mover los brazos, para mantener a distancia a los rivales, o para acomodarse a la hora de sacar remates desde distintos ángulos y distancias al arco contrario.

Riquelme nunca fue un jugador como todos. No fue políticamente correcto y no comulgó con los ultras, como la mayoría de sus colegas argentinos, muchas veces obligados, es verdad, por un sistema al que el diez nunca terminó de pertenecer por completo, incluso, sin aceptar tampoco a la prensa tonta de la pregunta fácil, a la que detestaba y se notaba en la pantalla televisiva.

Si bien fue campeón mundial juvenil con la selección argentina de José Pekerman, junto a Pablo Aimar, Esteban Cambiasso y Walter Samuel, en Malasia 1997, su gran escaparate llegó cuando se produjo el arribo del entrenador Carlos Bianchi, a Boca Juniors en 1998. 

Boca no sólo logró el récord de 40 partidos oficiales sin perder en torneos locales argentinos, sino que fue bicampeón en la temporada 1998/99, y ganó las Copas Libertadores de 2000 y 2001, el torneo Apertura 2000 y en uno de los mejores partidos de su carrera, la Copa Intercontinental de 2000 ante Real Madrid (con Casillas, Figo, Roberto Carlos, Raúl, Morientes y Hierro), cuando el mundo se asombró de sus condiciones y lo proyectó poco después al Barcelona.

En el Barça, a su llegada en 2001, se encontró con que su entrenador Louis Van Gaal, prefería un sistema táctico sin un jugador de sus características, lo que lo fue marginando de muchos partidos, hasta que recaló en el Villarreal, su mejor momento en Europa, y al que llevó nada menos que a la semifinal de la Champions League. 

Tuvo la chance de ir a la mismísima final de París ante el Barcelona en 2006, pero el propio Riquelme falló el penal, sobre la hora, ante el Arsenal, lo que para muchos de sus detractores sirvió como buena excusa para caerle encima.

Riquelme persistió en sus ideas, mucho más profundas que las que puedan estar influidas por un momento en un partido, y poco más de un mes más tarde participó en su único Mundial, el de Alemania 2006, en el que llegó a cuartos de final y cayó ante los locales por penales, aunque él, extrañamente, ya había salido reemplazado, aunque era el símbolo de ese equipo.

También tenía la ilusión de jugar el Mundial de Sudáfrica 2010, ya en Boca, de regreso en 2007, y siendo otra vez fundamental para ganar la Copa Libertadores aunque por una cuestión burocrática no pudo estar en el Mundial de Clubes, ante el Milan, en Japón. Sin embargo, en uno de sus reiterados enojos, se enfrentó al entonces entrenador Diego Maradona y decidió no participar en el máximo torneo de selecciones.

De a poco, sus problemas físicos lo fueron marginando de algunos partidos con Boca, y sus desacuerdos con la comisión directiva, con la que nunca se sintió representado, produjo alejamientos reiterados. Uno de ellos, acaso el más profundo, fue justo el día de la final de la Copa Libertadores 2012 ante Corinthians, en Brasil, cuando horas antes, su hermano twitteó que habría un anuncio tras el decisivo partido, dando a entender que Riquelme se alejaría del club de sus amores, y estuvo meses sin jugar hasta que volvió cuando Bianchi regresó a su segunda etapa como entrenador, ya sin el éxito de tiempos pasados.

Acabó jugando en el club que lo tuvo en tiempos juveniles, Argentinos Juniors, en el torneo de Segunda. Muchos auguraban que sería un estorbo y que jugaría poco y nada. Pero Riquelme fue figura y llevó al equipo a un sufrido ascenso a Primera. Allí, consideró que su misión en el fútbol , como jugador, había terminado.

Con Riquelme se va uno de los últimos “diez” del fútbol mundial, uno de los grandes pensadores y técnicos de la pelota, y grandes recuerdos de momentos increíbles, de gestos técnicos extraordinarios, como cuando en la Bombonera y ante su público, le hizo un glorioso túnel (pasar la pelota entre las piernas) al defensor colombiano de River Mario Yepes, en 2001.

El fútbol lo va a extrañar.

miércoles, 21 de enero de 2015

Barcelona-Atletico, dos estilos, dos filosofías (Jornada)



Cuando Barcelona reciba hoy a las 22 horas (18 de la Argentina) al Atlético Madrid, por la ida de los cuartos de final de la Copa del Rey, se pondrá en juego una gran serie entre dos estilos de juego, dos filosofías, y también enfrentará la solidez de un equipo que conduce con mucho éxito Diego Simeone, contra otro que tiene altibajos pero que cuenta desde hace algunos días con la evidente subida en su nivel de Lionel Messi, con lo que eso significa.

Se trata de uno de los choques más esperados, no sólo porque el Atlético ya ha logrado entreverarse entre los dos grandes de siempre del fútbol español, ganando la Liga en la temporada pasada y la Supercopa nacional al inicio de ésta, sino que acaba de eliminar al multimillonario y actual campeón mundial, Real Madrid, en la serie de octavos de final, y con bastante claridad (2-0  y 2-2).

El Barcelona no muestra esa solidez y de hecho, algunos siguen creyendo que el entrenador asturiano Luis Enrique Martínez se podría incluso hasta estar jugándose su puesto, debido a que su equipo no logró la continuidad ni el juego esperado, pero extrañamente desde que comenzaron los rumores crecientes de su posible enfrentamiento con Messi desde el inicio de 2015, bastó una desmentida formal de éste ante “Barça TV”, el canal oficial del club para que el rendimiento del equipo comenzara a subir y por la Liga, hace dos semanas, el propio Atlético fue víctima del tridente del Mercosur (Messi, el uruguayo Luis Suárez y el brasileño Neymar).

Hoy el Barcelona es un equipo que no da garantías y que no tiene continuidad, y que tampoco, salvo algunos pocos pasajes, consiguió aquella brillantez del pasado, con un Xavi intermitente por una veteranía que empieza a notarse en lo físico, un Andrés Iniesta que no consiguió todavía ser aquel jugador desequilibrante de otros tiempos, mientras que Suárez, todavía errático, va tratando de encontrar su mejor forma luego de una suspensión de la FIFA por aquella mordida a Chiellini en el Mundial, que lo dejó por meses fuera de las canchas.

Aún así, el Barcelona ya probó que es temible si sus tres atacantes consiguen espacios, aunque no se sabe cómo reaccionará una defensa cuestionada (por ahora, aunque llegaron Vermaelen y Mathieu, sigue siendo Javier Mascherano el que da las mejores garantías) y especialmente, cómo contrarrestará las jugadas preparadas del Atlético en las “pelotas detenidas”, que los de Simeone explotan tan bien, más todavía en el juego aéreo, con la altura de Diego Godín, Fernando Torres o Raúl García.

El Atlético se fue convirtiendo, en estos tres años con Simeone al frente, en un equipo copero y esta clase de partidos son su salsa y es en los que más cómodo se siente y ya lo pagó hasta Real Madrid, sumado a que el regreso de uno de sus ídolos, como Fernando Torres, autor de los dos goles en el Santiago Bernabeu , termina siendo otro factor extra de motivación.

De hecho, el partido de Liga citado más arriba, jugado hace dos semanas en el Camp Nou (3-1 para el Barcelona) puede servir de mucho antecedente porque ya se jugó como si fuera de Copa y aunque los locales ganaban holgadamente 2-0, bastó un inusual penal (por ser quien fue el autor y por la sutileza de la falta) de Messi a Jesús Gámez, para meterse en el partido y preocupar a su rival.

Messi llega en un gran momento, con un muy buen partido ante Atlético, y con un gran triplete, el pasado domingo, ante el Deportivo La Coruña como visitante en Riazor (0-4) y cuando el supercrack está bien (19 goles en 18 partidos de Liga, 27 en la temporada que todavía está en la mitad), cualquier cosa puede pasar.

También es cierto que con el Atlético, no se puede dar por ganado ningún partido de antemano.


Por todo esto, la mesa está servida para uno de los mejores partidos del año, y en el que el Barcelona sabe que luego hay que definir dentro de una semana en Madrid, en el Vicente Calderón, donde los “colchoneros” suelen ser inexpugnables. Muchos ingredientes. Para no perdérselo.

domingo, 18 de enero de 2015

El Cholismo sólo conjuga el verbo “ganar” (Yahoo)




Parecía imposible, para los argentinos, que apareciera otra figura semejante a la de Carlos Bilardo, el ahora muy veterano obsesivo ex entrenador (él mismo dice que su tiempo en el fútbol ya pasó) que terminó enojado la final del Mundial de México 1986, que ganó, porque su equipo tuvo que soportar dos goles a balón parado.

Sin embargo, alguien que fue jugador (muy joven, por cierto) de Bilardo, y que luego desarrollaría una larga carrera entre Argentina, Italia y España, parece haber heredado algunos genes suyos, aunque con características propias, y que sólo entiende una cosa: que en el fútbol lo que vale es ganar y que la actitud cuenta como nada.

Simeone ha empleado algunas premisas interesantes para este fin, como ir paso a paso, jamás adelantarse a los objetivos, entender claramente cuál es el rival, sacar el mayor potencial a sus propios jugadores, desarrollar un sistema táctico ideal para el elemento con que cuenta en cada plantel, armar grupos sólidos y casi familiares, y no venderse humo a sí mismo: conocer si entra a cada partido en condición previa de superioridad, igualdad o inferioridad.

Ese pragmatismo es el que le vino dando seguridad como entrenador desde que a mediados de la primera década de este siglo dejara intempestivamente su rol de jugador en su amado Racing Club para convertirse de un día para el otro en el responsable de un equipo con mayoría de ex compañeros que días atrás compartía en el campo de juego.

Esa experiencia fue corta pero importante, para saltar al Estudiantes de La Plata de Juan Verón en 2006 y remontar un campeonato casi imposible ante un Boca Juniors que era bicampeón hasta entonces y que a falta de cuatro jornadas le llevaba seis puntos de ventaja. Acabaron iguales, jugaron un partido desempate en el que su rival ganaba 0-1 pero su equipo, con mucho carácter, acabó ganando 2-1 y llevándose el título del Torneo Apertura.

Simeone siempre supo que todo tiene su momento. Sabía que alguna vez dirigiría otro de sus equipos amados, el Atlético Madrid, donde fue feliz de jugador, de joven y de veterano, donde ganó títulos, como sabe, y repite, que no ahora pero sí alguna vez (“es para cuando uno es un abuelo del fútbol”, suele decir) dirigirá a la selección argentina.
Y tras los títulos de Estudiantes y River Plate (2008), con el que también tuvo el sinsabor de un último puesto en el campeonato siguiente, y un paso sin mucho que comentar por San Lorenzo, por fin apareció la chance del Catania, al que salvó del descenso en la Serie A, y el salto, hace poco más de tres años, al Atlético.

Simeone fue moldeando a su grupo. Lo fue jerarquizando, sabiendo que éste es su lugar en el mundo, hasta transformarlo en un equipo sólido, capaz de todo, como ahora, de ser la bestia negra del Real Madrid, y haberlo sido, durante los seis partidos de la temporada pasada, del Barcelona, al que ahora debe enfrentar, por la Copa del Rey, a dos durísimos partidos por los cuartos de final.

Ya no puede decirse que es sorpresa que el Atlético Madrid, cierto que ya bastante jerarquizado y ahora con el aporte de la vuelta de un ídolo como Fernando Torres, pueda eliminar a su rival de ciudad, al Real Madrid multimillonario y campeón mundial, en los octavos de final de la Copa del Rey.

El Atlético lo ha vencido en demasiadas ocasiones en este tiempo, pero más aún: lo ha complicado siempre, hasta perdiendo. Porque la propia final de lña pasada Champions League en Oporto, también fue muy dificultosa para los blancos, que recién consiguieron el empate con un soberbio cabezazo de Sergio Ramos cuando el partido expiraba.

El Atlético tiene ahora un gran desafío, el de tratar de eliminar también al Barcelona, siguiendo la tendencia de la pasada temporada, en la que acabó invicto ante este rival en seis partidos, pero no pudo mantenerlo en el Camp Nou por la Liga, cuando fue claramente derrotado 3-1 hace escasos días.

Queda la duda sobre si ese Atlético estaba desdoblado mentalmente por dos objetivos diferentes como son la Liga y la Copa, y al llegar al Camp Nou sabía que al promediar la semana debía ir al Santiago Bernabeu a tratar de mantener la ventaja de 2-0 conseguida en el Vicente Calderón, pero sí es cierto que por primera vez en dos temporadas, se vio desbordado por el tridente de Lionel Messi, Luis Suárez y Neymar, y por un Barcelona muy superior al del andar mostrado en buena parte de esta media temporada 2014/15.

Ahora la serie a doble partido es al revés, y el Atlético, de mentalidad copera, debe primero viajar a Barcelona para cerrar como local, aunque para Simeone, no hay desafío que no se pueda cumplir y ya lo ha demostrado la pasada temporada, cuando necesitaba de un empate en el Camp Nou para ganar la Liga, estaba perdiendo y pudo lograr el resultado buscado.

Simeone fue claro en sus declaraciones tras el gran éxito ante el Real Madrid. Sólo se trata de un partido importante, pero de octavos de final. Nada menos, pero nada más. Hay que seguir y esto es paso a paso, etapa por etapa, y así cimentó su carrera.
Desde Maldonado, Uruguay, a Simeone le llegan las imágenes de su hijo Giovanni, ya en la primera división en River Plate (a punto de ser cedido a préstamo a Bánfield), autor de 4 goles en 3 partidos en la fase de grupos del Torneo Sudamericano sub-20 que clasifica al Mundial de la categoría.

Los jugadores suelen cuidarse en sus declaraciones y máxime, siendo jóvenes, pero “Gio” no se ha cortado: “quiero ser el goleador del torneo”, afirmó. Por lo pronto, su padre, desde el otro lado del océano, ya va cambiando sus fotos en las redes sociales, por la de su hijo, con la camiseta argentina, gritando un gol.


No es para menos: es la comprobación de que en esos genes sólo se conjugan un verbo: “ganar”. Sin preciosismos, sin una línea estética, mucho más cerca del esfuerzo y la garra, pero con efectividad.

viernes, 16 de enero de 2015

La tanda de penales de Yalta (Un cuento de Marcelo Wío)



Era sabido, por el círculo íntimo de Stalin, que el líder soviético era un apasionado del fútbol. Pero eso era algo que no podía comentarse en público: el fútbol era un invento inglés, ergo, un deporte burgués. Lavrenti Pávlovich Beria, jefe del NKVD, dejó constancia de la afición de Stalin en su diario personal.  En esas páginas, Beria contaba que en los jardines del Kremlin y en los de su dacha, Stalin se había hecho instalar una portería y que, varias veces al día, para relajarse, salía a patearle penales al primer guardia que se cruzara.

En febrero de 1945, en, Yalta (Crimea), mientras disputaba zonas de influencia y territorios con Churchill y Roosevelt, y viendo que éstos no daban el brazo a torcer respecto a Berlín, Stalin le propuso a Franklin Roosevelt jugarse la ciudad a los penales: si él ganaba, los soviéticos se incorporarían Berlín a los territorios bajo su control; si perdía, permitiría la presencia de los aliados estadounidenses, ingleses y franceses, previa zonificación de la metrópoli. Stalin había pensado acertadamente que Roosevelt, como buen estadounidense, era un patadura. 

Pero cometió un error crucial: no especificó las condiciones de manera precisa. Así, puesto que  incluyó la palabra “aliados”, los ingleses propusieron a Churchill como encargado de patear los penales – el enviado francés se postuló, pero Churchill le dijo que la línea Maginot ya había sido suficiente participación francesa en aquellos asuntos. Stalin cometió aún un error más: no opuso argumentos legales a esta treta inglesa, puesto que no columbró la capacidad futbolística de Churchill (pesado, de movimientos lentos).

Pero Winston Churchill, como todo miembro varón de la familia de los Duques de Marlborough, era un diestro insider, que durante sus años en el Royal Military College fue figura de su equipo de fútbol de dicha institución y el encargado de patear los penales. Las precisas estadísticas castrenses inglesas indican que nunca falló una pena máxima.

Stalin siempre llevaba consigo un balón allí a donde fuera, así que sin más obstáculos, rápidamente se dispuso que se erigiera una portería en los jardines del Palacio de Livadia. Churchill y Stalin se quitaron las chaquetas, se remangaron las camisas y los pantalones y se pusieron calzado más cómodo.

Churchill, que se sabía fuera de forma, contaba con que su imponencia física forzara a Stalin a ajustar mucho sus disparos a los costados o al travesaño, y que así terminara fallando. Él estaba seguro de convertir todos sus penales.

Pateó primero Churchill. Un tiro bajo, pegado al poste derecho de Stalin, imposible de alcanzar. Stalin también convirtió su primer penal con un disparo fuerte que entró rozando el travesaño. Churchill optó por patear su segundo penal al mismo sitio y de la misma manera. Stalin erró su segundo disparo: un tiro violento que pretendía entrar pegado al palo izquierdo, pero que se fue afuera por unos siete centímetros.

La conjetura de Churchill parecía mostrarse acertada. El Primer Ministro inglés pateó su siguiente penal de la misma manera, sólo que cambiando el palo: gol. Stalin ajustó la trayectoria y la clavó, pegada al palo izquierdo; Churchill sólo estiró un brazo moroso y negligente. Churchill pateó su cuarto penal al ángulo superior izquierdo, una osadía que a Roosevelt le hizo entrever un futuro rojo en una milésima de segundo, y el enviado francés vislumbró una Plaza Roja en París; ambas visiones se esfumaron cuando el balón cruzó sin problemas la línea de gol imaginaria. 

Stalin, visiblemente nervioso, sabía que no podía errar su siguiente penal y que, además, debía detener el de Churchill – por dentro pensaba ya cómo transferir responsabilidades. Stalin convirtió su último penal. El inglés, pausado – lo que Stalin tomó como soberbia; y que en realidad era falta de resuello, los cigarros y el whisky no ayudaban a la oxigenación de su corpachón -, se plantó frente al balón, frente a su mejor hora, sin sangre, con mucho sudor, con alguna lágrima, quizás, dependiendo del desenvolvimiento de los acontecimientos. Churchill no sólo pateó un penal, sino que pateó una broma: un disparo débil, a la izquierda. El balón fue besando el césped en una trayectoria evidente hasta que dio con una mínima irregularidad y se levantó levemente, lo suficiente para pasar por encima del esfuerzo estirado y despatarrado de Stalin. El líder inglés había calculado esa trampa: al salir de la portería luego del último penal lanzado por Stalin, con la punta de su zapato, golpeó apenas esa porción de hierba, lo justo para levantar sutilmente un trozo de césped.

Churchill se dirigió hacia Stalin, la mano tendida. Se saludaron, y dicen que Churchill le dijo a Stalin: “Lamento la agonía de Rusia, pero los rusos mismos han tejido su destino dejándolo a manos de unos penales”.


El inglés se giró hacia la posición de Roosevelt y el enviado francés y dijo, alto y claro, para que quedara constancia de sus palabras (Winston siempre gustó de la grandilocuencia, aseguró Roosevelt a sus allegados): “Jamás en el ámbito de los conflictos humanos, tantos – y señaló a Roosevelt y al enviado francés – han debido tanto a tan pocos – y se golpeó el pecho con la palma de su mano derecha”. 

Estos fueron los hechos, así se decidió el destino de Berlín. El resto, es relleno, exaltación, ínfulas de prestigio para reformular significados, trascendencias. No hubo ni vilezas ni vivezas diplomáticas. Sólo dos tipos, una pelota y una portería.

miércoles, 14 de enero de 2015

Cristiano Ronaldo y la reiterada polémica del Balón de Oro (Jornada)




Mientras Cristiano Ronaldo desafía a Lionel Messi con el sueño de alcanzarlo al situarse, con tres, a un solo Balón de Oro del crack argentino del Barcelona, cabe preguntarse cuánto de justicia hay en este nuevo premio para el delantero portugués del Real Madrid, que lo consagra oficialmente como el mejor jugador del mundo de 2014.

El Balón de Oro FIFA World Player da lugar a polémicas cada vez mayores y entrecruzadas, desde que la FIFA y la tradicional revista francesa France Football unificaron el premio, cuando antes votaban los capitanes y entrenadores de cada seleccionado nacional votaban por el galardón de la FIFA, y los periodistas (con amplia mayoría europea) hacían lo propio con el Balón de Oro, que antes se concedía al mejor jugador europeo, y por esta razón nunca lo recibió Diego Maradona.

Uno de los mayores motivos de polémica pasa por determinarse, definitivamente, cuál es el criterio que se toma en cuenta a la hora de evaluar a cada uno de los jugadores votados. ¿Prima lo individual, como parecería, al ser un premio al jugador y no al equipo, o prima lo colectivo, es decir, lo hecho por el equipo en el que se desempeña el futbolista? Y en un año de Mundial, ¿influye o no en la decisión, y cuánto influye en la decisión final? Y aún en lo colectivo, ¿tiene o no tiene influencia el hecho de que la selección en la que el futbolista se desempeñe sea fuerte o no?

Un año atrás, este cronista tuvo un apasionado debate sobre este premio con el prestigioso periodista del diario italiano “Tuttosport”, de Turín, Massimo Franchi, quien habitualmente vota y sostiene una visión europeísta con un criterio válido.
Franchi sostiene que si fuera un premio “solo” individual, basado en la calidad o en la técnica, “Lionel  Messi lo ganaría cada año hasta su retiro o su baja física por veteranía, y salvo una lesión o alguna situación accidental, el premio ni siquiera estaría en juego”, y que entonces hay que contemplar lo que estrictamente ocurrió en el año y que el hecho de ganar títulos le da ventaja a un jugador sobre otro.

La pregunta de un periodista nacido del otro lado del Océano Atlántico, como quien esto escribe, fue acerca de la calidad del equipo que rodea a cada jugador, porque pasaría a depender de una estructura colectiva, y si siguiendo el razonamiento del colega, no estaríamos premiando un desempeño colectivo y no individual.

Un buen ejemplo de un jugador perjudicado por el criterio de Franchi es el sueco Zlatan Ibrahimovic, eliminado del Mundial de Brasil ante Portugal, aún siendo uno de los mejores del mundo, por no contar con una selección de las más fuertes, o el brillante volante marfileño Yaya Touré, gran figura en el Manchester City campeón de la Premier League, pero cuya selección nacional tampoco es una gran potencia mundial (sumado a que en el propio Mundial de Brasil supo de la muerte de uno de sus hermanos, con el consiguiente bajón anímico).

Si este criterio no está claro entre los organismos que entregan los premios, menos aún, para establecer si un jugador de campo merece más el premio que un arquero, para tomar el caso del alemán Manuel Neuer, tercero en la votación aunque no sólo ganó el Mundial sino que con el Bayern Munich ganó la Bundesliga, la Copa de Alemania y la Supercopa europea en 2014.

Si todo indica que entre Cristiano Ronaldo y Messi la diferencia fueron los títulos conseguidos, o los goles, ¿cómo compararlos con Neuer y en base a qué? Y el hecho de que Cristiano Ronaldo no haya tenido una participación más que testimonial en el pasado Mundial, ¿debió contar o no?

Y si nos referimos a los votos por lo individual y lo colectivo, ¿qué hay de los periodistas que votan? ¿Con qué criterio se los elige y en todo caso quiénes son los encargados de decidirlo? ¿Y si hay varios directores técnicos de una misma nacionalidad en distintas selecciones, no juega eso a favor de los votos a uno u otro jugador?

Otro de los puntos polémicos pasa por el hecho de que exista algún tipo de favoritismo por algún club a la hora de la votación. Semanas antes de renunciar como votante representando a España, el prestigioso periodista del diario deportivo catalán “El Mundo Deportivo”, el periodista Francesc Aguilar afirmó en una columna que ya no compartía algunos criterios con la organización y advirtió cierta tendencia (confirmada en estos dos últimos años) al “madridismo” de la revista France Football.

Este cronista también tuvo una experiencia interesante en la “alfombra roja” del Congresshaus, en Zurich, en la fiesta del Balón de Oro 2005, cuando al coincidir con el ya entonces presidente de la Unión Europea de Fútbol (UEFA); Michel Platini, le consultó por qué Carlos Tévez no figuraba entre los elegidos, ni siquiera para el equipo ideal, habiendo ganado el Brasileirao con el Corinthians, siendo elegido por tercer año consecutivo como el mejor jugador de Sudamérica, y habiendo sido capitán y goleador del certamen en Brasil.

“Tevéz, Tevéz, sí, me suena”, respondió Platini a este cronista, que le recordó que seguramente le sonaría porque fue campeón olímpico en Atenas 2004 siendo el máximo goleador, campeón de la Copa Sudamericana con Boca Juniors, y campeón de América e intercontinental con este equipo argentino en 2003, pero el francés respondió que “seguramente no figura porque no juega en Europa, y en Europa están los mejores”.

Tévez siguió ganando títulos y prestigio desde 2006 en la Premier League hasta ahora en la Juventus, pero el preconcepto europeísta necesitaba de su ratificación en territorio propio.

El Balón de Oro FIFA World Player sigue siendo, más allá de todo, un premio individual en el contexto de un deporte colectivo, y es el marketing la mejor herramienta para hacernos creer que se trata de una carrera personal cuando es una competencia de equipo, y mientras Cristiano  Ronaldo se juramente ante un micrófono hacia todo el mundo que buscará alcanzar a Messi, el argentino se limita a decir que su objetivo es ganar todos los títulos que pueda.


Dos visiones opuestas. Dos mundos diferentes.

domingo, 11 de enero de 2015

Sólo Messi conoce su destino (Yahoo)



Varios medios europeos, especialmente los de Madrid y los sensacionalistas ingleses, a los que rápidamente se sumaron algunos argentinos, a bastante distancia de los hechos, han instalado ya que Lionel Messi cuenta con una importante chance de cambiar de aires cuando finalice la actual temporada y que la historia con el Barcelona, donde juega desde 2000 en sus distintas categorías, está llegando al final.

Messi, formalmente, se ha encargado de desmentir el domingo, tras el muy buen partido que el Barcelona le ganó 3-1 al Atlético Madrid por la Liga Española, cualquier salida, ya sea al Chelsea o al Manchester City, pero lo más llamativo del caso es que esta vez atribuyó las versiones claramente al propio entorno del Barça y no a Madrid, por lo que pidió que haya un cambio para no perjudicar al equipo.

Si siempre hubo demasiados intereses alrededor del Barcelona, nunca como ahora. Con el anuncio de esta semana pasada del adelanto de las elecciones presidenciales en el club, desde una comisión directiva acorralada por tantos traspiés en todos los órdenes, cada vez más versiones y más invectivas comenzarán a rodar hasta junio, mientras llega la etapa de las definiciones futbolísticas en todos los frentes.

El Barcelona deberá enfrentarse en cuartos de final de la Copa del Rey contra el ganador de la serie entre el Real Madrid y el Atlético (que parece bastante inclinada para los segundos), en Liga no puede perderle pisada al Real Madrid, y a fines de febrero, espera el Manchester City por los octavos de final de la Champions League.

Messi también desmintió en la entrevista citada que tenga algún problema con su entrenador Luis Enrique, si bien esto sí parece quedar en seria duda. Sin saberlo, y días antes de que ocurriera, un veterano jugador como Xavi Hernández, cuya claridad en sus manifestaciones es indiscutible, llegó a decir en un programa de TV de Xavier Sardá (uno de los de mayor audiencia en Cataluña) que no hay más burda excusa para no entrenarse que una gastroenteritis, que fue justamente lo que esgrimió el propio club para justificar la ausencia del crack al día siguiente de que su DT lo excluyó de la titularidad por considerar que había llegado tarde desde sus vacaciones en Sudamérica.

Es llamativo, también, que Luis Enrique y Messi, según la prensa que sigue a diario los movimientos del Barcelona, nunca hayan tenido una reunión a solas, algo que no suele promover el jugador (salvo alguna inquietud especial) sino el entrenador.

Más allá de todo eso, es claro que Messi, con todo lo que ganó, y por más voracidad deportiva que pueda tener, necesita motivaciones y este Barcelona parece ser la última etapa deportiva, al menos con esta estructura, antes de algún cambio interno que genere una nueva motivación en el crack.

Si bien el propio Messi acaba de desmentir cualquier intento de salida del Barcelona (a esta altura, manifestar lo contrario sería un auténtico suicidio deportivo), no se puede negar que sus hechos no son casuales y que haya comenzado a seguir al Chelsea en una red social de fotografías, y a su amigo Cesc Fábregas, cuya novia es íntima amiga de la del argentino, al día siguiente de un posible conflicto, no parece mera coincidencia.
Esto, desde ya, no significa que cuando termine la temporada se vaya a ir, sino que hasta esos movimientos pueden ser una expresión momentánea de enojo o de hartazgo con una situación.

Pero tal como ya dijo el propio entrenador del Chelsea, José Mourinho, refrendado luego por otros miembros de su cuerpo técnico, hoy la situación económica del Chelsea parece lejos de las posibilidades de ficharlo por el Fair Play Financiero de la UEFA, que exije que los clubes tengan deudas bajas y no se trata sólo de pagar la cláusula de rescisión, hoy en los 250 millones de euros, sino también lo referente al contrato con el jugador, lo que podría significar en total una erogación de cerca de 650 millones de euros.

Acaso el Manchester City, donde juegan sus amigos Sergio Agüero y Pablo Zabaleta, y sus viejos conocidos Martín Demichelis y Yaya Touré, represente otra posibilidad, dada la saludable situación económica de la entidad, y también podría anotarse el PSG en esa carrera.

Sin embargo, falta demasiado recorrido en la temporada como para afirmar como lo hacen ciertos medios, que Messi se irá del Barça o que la historia con este club está acabada.

De hecho, las propias elecciones presidenciales del Barcelona pueden marcar un cambio. Se sabe que Messi tiene una excelente relación con dos de los posibles candidatos. A través de algún familiar con Agustín Benedito, y personalmente con Laporta y con algunos ex miembros de su anterior comisión directiva, por lo que tampoco resultaría descabellado que esperara, tal vez, a saber cómo se desarrollarán los comicios azulgranas.

Otro cambio podría marcarlo la obtención de algún título importante con el Barcelona en esta temporada. Se sabe que los títulos operan como bálsamo y por ejemplo una cuarta Champions podría generarle el deseo de alcanzar a Alfredo Di Stéfano con las cinco (o quién sabe, a Francisco Gento con las seis).

Sí es clarísimo que Messi ha tenido un gran desgaste en estos años. Los problemas en la Justicia que lo acosó con el tema impositivo, los permanentes conflictos que en muchos casos nacen en Madrid y el diseño de una personalidad que se pretende manipuladora, fueron generando cerrazón en su entorno y una constante búsqueda de privacidad en sus actos.


Pero asegurar cuál será el destino de Messi, en enero, suena complicado y sólo él (y en todo caso su entorno) lo sabe.

viernes, 9 de enero de 2015

Fútbol: El juego del arte o el arte del juego (Por Marcelo Wío)




 “¿Cómo es posible que la especie que inventó el sistema decimal, de tanto contarse los dedos, se apasione con un juego donde sólo el portero tiene dispensa para usar las extremidades prohibidas? […] ¿Qué significa este retroceso en el tiempo? Que el domingo podemos recuperar lo que aún tenemos de tribu encandilada por el fuego, del griego que confunde a los dioses con los mortales, del niño convencido de que los héroes duran 90 minutos. […] Lo decisivo, a fin de cuentas, es que el fútbol se percibe como cosa mental. Nadie puede jugarlo ni verlo sin imaginación. Se los digo yo, que una vez gané la Copa del Mundo, y no tuve necesidad de despertarme”. Juan Villoro (El arte y el fútbol)





El hombre, pesado, transitado de años, sigue una mosca imaginaria en una travesía por el cafetín y dice – un poco con una voz que no le pertenece; que le hurtó algún domingo a la radio: Hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse-

Qué dice, don Hipólito, pregunta el mozo que espanta tedios como moscas apoyado en la barra del bar.

Digo juego. Digo fútbol. Y podría decir, Diego. Ése Diego, dice Hipólito.


Frente a Hipólito, asiente el gringo Nietzsche, viejo tertuliano del café La Humedad, en una esquina de barro y pampa sin número, amparada por lunas suburbanas, mitologías y posibilidades ilimitadas. En la esquina, como no queriendo comprometerse del todo, Johan Huizinga repasa la formación holandesa del 74 y el 78 y se pregunta cómo o por qué, o ambas cosas a la vez. Un televisor disimulado por la grasa anuncia el inicio de lo que todos esperan: el Argentinos Juniors del 1985 contra el Independiente de 1973.





Ese jogo bonito

“El juego no es la vida ‘corriente’ o la vida ‘propiamente dicha’. Más bien consiste en escaparse de ella a una esfera temporera de actividad que posee su tendencia propia. […] ¿Cuál es la manera justa [de llevar la vida de paz de la mejor manera] Hay que vivirla jugando, ‘jugando ciertos juegos, hay que sacrificar, cantar y danzar para poder congraciarse con los dioses, defenderse de los enemigos y conseguir la victoria’”, Johan Huizinga, Homo ludens


Aseveraba el historiador y teórico de la cultura holandés Johan Huizinga (Homo Ludens) que el juego, el acto de jugar, es anterior a la cultura, ya que la cultura, aunque insuficientemente definida, siempre presupone una sociedad humana, y los animales no han esperado a que el hombre les ensañara a jugar. “Podemos incluso afirmar con seguridad que la civilización humana no ha añadido ninguna característica esencial a la idea general del juego”.

“…incluso en sus formas más simples a nivel animal, [el juego] es más que un mero fenómeno fisiológico o un reflejo psicológico. Va más allá de los límites de la actividad puramente física o puramente biológica. Es una función significativa - es decir, hay un sentido. En juego hay algo ‘en juego’ que trasciende las necesidades inmediatas de la vida y da significado a la acción. Todo juego significa algo. [...] el hecho de que el juego tenga un significado implica una cualidad no materialista en la naturaleza de la cosa misma”, dice Huizinga.

Después nos cuenta, Huizinga; ahora empieza el partido, corta el ritmo verbal del pensamiento del holandés, Nietzsche. Hipólito le guiña el ojo en un gesto indefinido – aunque quizás sólo lo haya picado el humo del cigarrillo – y dice: sí, compadre, todo juego implica algo más que el juego, lo trasciende – a veces como metáfora, otras, con entidad propia.

¿Usted también, Hipólito?, reprende Nietzsche señalando el televisor con enfado.

Los niños, los no tan niños, los que descreen haber sido alguna vez niños cada vez que el espejo constata los despojos que dejaron las horas, todos juegan a ese juego único. Incluso lo juegan en la tribuna, creándose papeles pertinentes. De hecho, el Dr. en Filosofía Mauricio Navia A. (Filosofía, estética y fútbol) afirmaba que, sobre todo y en su esencia misma, el fútbol es un juego y solo se realiza cuando se juega, y se juega jugando fútbol como el niño y el artista.

Juegan con rigor. Porque, como decía Cortázar en el Último Round de una pelea en la que cualquier lector se presta a recibir esos sopapos benévolos, no hay “nada más riguroso que un juego; los niños respetan las leyes del barrilete o las esquinitas con un ahínco que no ponen en las de la gramática”. Y los que dejamos de ser niños, respetamos esas leyes que nos permiten volver a la infancia en que una pelota medio desinflada, unos amigos incansables y dos piedras y dos cúmulos de ropa se erigían en porterías a las que no hacía falta ni imaginación para completarle las fronteras de los logros. Un descampado con topografía capciosa y un sol que siempre parecía aferrado a la verticalidad más absoluta – salvo cuando huía, conchabado con el grito de las madres llamando a cenar y a lavar morros, rodillas y cansancios desatendidos.

Y, así, el niño aprende a dibujar, a bailar, a tararear astucias en el potrero. Luego, vendrán las técnicas en óleo, el assemblé, la armonía: la gambeta, el regate, quedarán enmarcados por los límites precisos de las reglas, por el mapa rectangular del territorio; pero allí dentro, en el lienzo, en el tablao, en la caverna de la voz, el niño indefectiblemente vuelve a aparecer – no me diga que no ha visto la cara pícara y feliz de Messi cuando se divierte en campo de juego -, lúdico, borroneando las fronteras entre realidad y juego, entre campo y tribuna; las normas mismas desteñidas, apenas visibles. El niño jugador, el niño hincha/crítico/técnico.

Cada vez que el balón rueda, todos juegan. Incluso los que no juegan. Porque uno juega a ser técnico y experto en cuestiones del ánimo en un bar; alrededor de una radio con amigos, en las tribunas de una cancha cualquiera. Todos jugamos mirando y, mirando, jugamos.

Las reglas de las que hablaba Cortázar… Bueno, de las que hablo yo en voz de ese “jugón” habilidoso, un “enganche” de las letras, son unas reglas que no  excluyen la creación, ni mucho menos, sino que la desafían con unos límites que pueden parecer infinitos o, al menos, laxos como una sustancia que cede ante la genialidad. ¿Acaso usted no vio alguna vez la línea de banda doblarse para que Garrincha transitara bailando esa danza tan propia? O, ¿no vio combarse como una súper cuerda la línea del área grande para que Messi se hamaque de camino a un gol? No me puede decir que vio esas imposibilidades euclidianas, amigo.

Y es que hay ciertas perspectivas que sólo algunos jugadores tienen; y le aseguro que ni Piero della Francesa las entrevió, dice el hombre, apoyado sobre imágenes remotas y recientes de pases que siguen curvas cartesianas precisas y otras que son imposibles de calcular mediante ecuaciones geométricas.

Laura Pinto Araújo, docente en el Colegio de Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México (Aproximaciones fenomenológicas al fenómeno lúdico del fútbol) aseguraba: “El juego es creación y producción, su producto es el mundo lúdico: una esfera de apariencia en la que vivimos mientras jugamos. Pero, “tal apariencia tiene a veces una realidad y un poder sugestivo más fuertes y vivenciales que las pesadas cosas habituales en su gastada cotidianidad” (Fink, 1996). En él nos sentimos parte del gran juego del nacimiento y de la muerte, y también en él se revela nuestro estar-en-el-mundo. El juego abre el mundo y nos ayuda a comprender el tiempo que nosotros mismos somos, pero las proezas y las derrotas que caben en 90 minutos… ¡esas son inimaginables!”. 

Por su parte, Santiago Díaz, de la Universidad de Mar del Plata (Juego, arte y belleza. Deleuze y la “Ludosofía”), decía que es posible establecer el concepto de juego, en su dimensión filosófica como el espacio ordenado que permite temporalmente suspender el caos para dar una posibilidad creativa al jugador que establezca sus propias leyes y caminos de juego.

Plántese usted en un campo de juego - dice el hombre golpeando el índice sobre la mesa de fórmica – y haga lo que hacen los artistas. Plántese, paleta en mano, sobre un lienzo, y haga lo que hacen los maestros. Conoce las reglas amigo, y aún así, no puede hacer nada. Porque esas reglas no son como las de tráfico. Son unas reglas embusteras: le hacen creer al desprevenido que con ellas basta… Si usted no sabe jugar, querido… no hay tu tía.

“El juego tiene su finalidad en la misma esencia del jugar, es su propia finalidad. Es actividad creadora, incondicionada, es una libre expresión de los deseos del jugador sin filtros ni coladores. Roger Caillois dibuja al juego como una libertad en incertidumbres, cubierta de pura expresividad incondicionada, una placentera inutilidad productiva. (Roger Caillois, Teoría de los juegos)...

“El juego y el arte conviven en los bordes de la realidad, confeccionan una ficticia instancia alterna que divisa los horizontes futuros del saber ‘epocal’ en el caso del arte y que establece, en el caso del juego, un estadio de libertad y emancipación pura de la esencia vital del ser humano…”, explicaba Díaz.

Sin desviar la mirada del televisor, atusándose los bigotes, Friederich Nietzsche (Ecce Homo) luego de un silencio largo, de eremita – algunos dicen que por esa época andaba rumiando las palabras de su Zaratustra -, comentó: “Sabe, compadre, yo ni siquiera ‘conozco ningún otro modo de tratar con tareas grandes que el juego: éste es, como indicio de la grandeza, un presupuesto esencial,”, y con el índice de su mano derecha pateó una pelotita hecha con una servilleta de papel que se coló entre la traza del hombre y el cenicero.

Haz lo que yo digo…, lanzó Huizinga, que aún conservaba hilachas de agravio.

Tiene usted razón, pero, a mi favor, debo decir que es culpa del redactor que me hace hablar incluso cuando no quiero, dijo Nietzsche.


El Dr. Navia A., justamente comentaba que el propio Nietzsche subrayaba que el juego es una necesidad, y es una necesidad imperativa que obliga al niño y al artista que somos a jugar con total libertad e inocencia sin preocupaciones morales ni prácticas (por el resultado) pues todo juego contiene el “cielo azar”, “el cielo acaso”, “el cielo inocencia”.

El juego, el arte…

“El juego, encontramos, era tan innato en la poesía, y todas las formas de expresión poética tan íntimamente ligadas con la estructura del juego, que el lazo entre ellos fue considerado indisoluble. Lo mismo es cierto, y en mayor grado, del vínculo entre el juego y la música”, escribió Huizinga.
 “Un partido de fútbol puede ser una gran coreografía de danza. En ella, cada bailarín toma una decisión en cada instante, de forma espontánea. ¿Quién no ha visto bailar a Xavi, Iniesta, Zidane o Pirlo?”, se preguntaba Jorge A. Astiaso (Diálogos con la danza)

El jugador de fútbol – más allá de su edad, del escenario sobre el que despliega sus coreografías y astucias - es un creador momentáneo, su obra, efímera; es un puro presente que ya se está convirtiendo en carne de palabras, de vitrinas, de recuerdo. ¿Cuántas veces, y cuánta gente, recorre la historia de imágenes grabadas? El fútbol es un puro instante presente; una obra que se evapora al momento de concebirse.

Quizás la relación inmediata entre el arte y el juego sea su carácter “innecesario”, desde el punto de vista práctico, pragmático. Debajo de esa capa de sedimentación equívoca, yacen otras arqueologías que sugieren una identidad común: ficción, imaginación, estocástica creativa, subversión de la realidad que es apenas la superficie de los días – esa seriedad que nos es requerida para lavarnos los dientes, fingir cumplidos, acatar órdenes (por peregrinas que sean), hacer cola para poner un sello en un papel que dice quiénes somos, etcétera.

El arte y el juego son, en definitiva, una manera de observar y comprender el mundo: toda esa secuencia de eventos, gestos y relaciones que nos “contienen”. Una weltanschauung que impone sus propias reglas de interpretación y expresión: así, ofrece un mayor número de grados de libertad para realizar observaciones del espacio en el que vamos siendo aquello que creemos ser; incluso, para imaginarlas, inventarlas y validarlas.

No es extraño, entonces, que el fútbol sirva – y haya servido – como inspiración a artistas varios; de la misma manera que diversas expresiones artísticas han servido como tales, unas de otras. El escritor Juan Villoro (El arte y el fútbol) enumeraba algunos casos de estas simbiosis productivas y estéticas:
“En la pintura, Max Beckmann llevó el expresionismo al área chica, Robert Delaunay inmortalizó un lance del “equipo de Cardiff”, Nicolas De Staël creó un paisaje perfectamente abstracto al que por soberano capricho tituló “Los futbolistas”, Pablo Picasso dibujó a tres fantasmones regordetes que flotan en pos de un sol hecho pelota y el mexicano Ángel Zárraga logró una sutil y perturbadora transexualidad con sus mujeres futbolistas.

Los escritores se dedican, con variada intensidad, a rendir testimonio de lo que miran en el césped: Vinicius de Moraes retrató a Garrincha, Umberto Saba a un equipo sin gloria, Samuel Becket al hombre acorralado, ansioso de que el destino le brinde un “juego de vuelta”, Günter Grass a un arquero en un estadio nocturno, Pier Paolo Pasolini a los que corren en prosa y a los que corren en poesía y Luis Miguel Aguilar a un virtuoso con tan buen toque que se electrocuta.

El futbol ha sido la más peculiar factoría de artistas: Joan Manuel Serrat aprendió a cantar en los campos del Barcelona, Chillida se dedicó a la escultura cuando una lesión lo alejó para siempre del Athletic de Bilbao y Jorge Valdano adquirió su buena prosa en las concentraciones del Real Madrid y la selección argentina”.

Huizinga: “El juego… se encuentra fuera de la racionalidad de la vida práctica; no tiene nada que ver con la necesidad o la utilidad, con el deber o la verdad. Todo esto es igualmente cierto para la música… Todo verdadero ritual es cantado, bailado y jugado. Modernos hemos perdido el sentido para el juego ritual y sagrado”.

Tiene usted mucha razón, Huizinga, sentenció Nietzsche.
¿No me va a amonestar por hablar?
No se me ofenda, amigo; ya sabe que me pongo un tanto nervioso cuando está por empezar un partido… No me lo tenga en cuenta.
No se preocupe, no suelo tener mucho en cuenta sus palabras…
Es usted vengativo…
Una revancha minúscula.

Un juego no sólo para los “jugadores”…

Quizás busquemos una suspensión de la realidad o, al menos, de los criterios mediante los que nos adentramos en la misma; un aplazamiento coordinado entre unos pocos en un potrero, entre miles de personas. Uno entra en el territorio de césped o yuyos  y tierra, o en el estadio o enciende la televisión, y es como tirar la piedrita en la primera casilla de la rayuela y que sea lo que Dios o Ronaldinho o Xavi Hernández, o quien sea, quieran. Y uno es muchos – no todos, porque cada miembro de ese convenio inconsciente, tiene sus propias idiosincrasias y necesidades dispuestas a encontrar unas respuestas (aunque transitorias, efímeras) particulares.

Y es que, como decía Villoro, en una charla en la Biblioteca José Vasconcelos de la capital mexicana, el fútbol está asociado también a la palabra. Uno puede jugar a través de los verbos relatados por una voz metálica que sale de la radio como un empellón que obliga a imaginar los movimientos lejanos y, a la vez, tan inmediato, metidos allí donde uno esté.

“Las palabras pueden evocar imágenes cuando son eficaces si representan lo que queremos transmitir. (Todavía) veo la jugada que nos dejó (a la selección mexicana) fuera, del jugador español Paco Gento: pude ver su jugada gracias al poder de las palabras”, contaba el escritor.
Como sea, Pinto Araújo, se preguntaba si acaso el ir al estadio los domingos, y ser espectador del partido, también nos “pone en juego”:

“¿Qué sucede cuando el juego se convierte en juego “escénico”? A este respecto comenta Gadamer, el espectador ocupa el lugar del jugador…. es claro que el juego posee un contenido de sentido que tiene que ser comprendido y que, por lo tanto, puede aislarse de la conducta de los jugadores. Aquí queda superada en el fondo la distinción entre jugador y espectador. El requisito de referirse al juego mismo en su contenido de sentido es para ambos el mismo. Como espectadores, estamos en el juego en la medida en que estamos referidos al mismo contenido de sentido que el de los propios jugadores. Somos jugadores y, como tales, vivimos en el juego.

En este sentido, podemos decir que el juego forma parte, al igual que el trabajo, el amor o la muerte, del complejo tensor básico de la existencia. Es por ello que, a decir de Fink, la determinación óntico-conceptual del juego nos ubica justo frente a las preguntas fundamentales de la filosofía, dejando en evidencia la cuestión del ser y la nada, y de la apariencia y el devenir”.

Tal vez por eso Bill Shankly, uno de los grandes entrenadores británicos, dijo que algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero que en realidad es algo mucho más importante que eso.

A fin de cuentas, el filósofo y escritor Albert Camus (Lo que le debo al fútbol) llegó a afirmar: “… después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol… Después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota”.

En esta misma línea (del fútbol-arte; del fútbol-existencia) escribía el gran Osvaldo Soriano (Centrofóbal): “Me acuerdo del tiempo en que empezamos a rodar juntos, la pelota y yo. Fue en un baldío en Río Cuarto de Córdoba [Argentina]… Para ser referí bastaba ser mayor. Eso solo ya daba autoridad, y me acuerdo que uno de los partidos más memorables que jugué lo arbitró mi padre [que detestaba el fútbol]… [En el transcurso del partido] un morochito pelado a la cero me quitó la pelota en el área con la elegancia de una niña que toma clases de piano. Yo grité como si me hubiera quebrado y empecé a revolcarme en el suelo. Ahí nomás mi padre cobró penal y expulsó de mal modo al morocho. Confieso que rematé con un deleite perverso. Sabía que coronaba una injusticia, pero al mismo tiempo intuía que esa aberración provocada por la ignorancia de mi padre nos metía de lleno en las miserias de la vida”.

Por qué no, dice el hombre, apurando un cigarrillo que parecía violar las leyes de la duración del tabaco – y la ceniza, las de la gravedad -; decía, por qué no también el fútbol-ética…
Eso, ¿por qué no? A fin de cuentas, no es sólo un “juego”, responde el mozo, ahuyentando, por reflejo, algo con el repasador.

Nietzsche asintió, y Huizinga pidió: Ponga el canal 4, van a pasar el Brasil-Francia del mundial 1986.
Benavídez – llamó Hipólito al mozo -, subile el volumen a la radio, que eso que suene le va mejor al partido que los comentarios de los relatores.

Benítez, murmurando “acá todos piden pero nadie concede”, subió el volumen. La voz de Zitarrosa llenó el espacio y el tiempo: “Los niños en las esquinas forman la ronda catonga, rueda de todas las manos que rondan la rueda ronda”. En eso andaban, sin saberlo, los tres sentados a la mesa y los otros, en la pantalla.