Cuando finalizó la temporada pasada, la primera en
varios años con sequía de títulos para el Barcelona, buena parte de la prensa
catalana sostuvo que el entrenador argentino Gerardo Martino, actualmente en la
selección nacional de su país, no reunía las condiciones técnicas para el
puesto y se esperaba como maná del cielo la llegada de Luis Enrique, ex jugador
del club e identificado con la institución.
Un año antes, cuando Martino fue contratado de apuro
ante los problemas de salud de Tito Vilanova (el argentino manifestó en la
semana que se arrepintió de no haberse tomado más tiempo para pensar en dar
este paso en su carrera), ya cierta parte de la prensa catalana había instalado
el nombre de Luis Enrique, de un aceptable paso por el Celta de Vigo, sin que
su trayectoria como entrenador justificara su contratación.
En algún momento, se llegó a identificar a Luis
Enrique con la línea de Josep Guardiola, aunque sus pasos por la Roma y por el
Celta desdibujaron la idea. En todo caso, puede tener la misma pretensión de
juego, pero no ha conseguido plasmarlo, de lleno, en ninguno de sus equipos.
Pero no sólo eso: Luis Enrique, a diferencia de
Guardiola, siempre ha tenido como prioridad mostrar un gran control de los
vestuarios. Como si allí se jugara el nudo de la cuestión.
Tal vez por eso, y porque en el pasado verano llegó
con la fuerza de un camino despejado por la falta de títulos del Barcelona y
por las duras críticas recibidas por su antecesor (entre otras, una supuesta
falta de uso de los adelantos tecnológicos que el propio club estaba dispuesto
a suministrarle, dando a entender que utilizaba métodos antiguos y precarios,
según un diario español de tirada nacional), Luis Enrique pisó fuerte.
Lo cierto es que al asturiano, el Barcelona le trajo
la mayoría de los fichajes que no tuvo Martino: Rakitic, Mathieu, Vermaelen
(cuyas lesiones le impidieron jugar en la temporada), Bravo, Ter Stegen y Luis
Suárez significaron refuerzos muy importantes, y finalmente, Xavi Hernández
decidió quedarse otra temporada, con lo cual las opciones para disposición de
jugadores, aumentaron.
Se presumía que ahora sí, Messi estaría rodeado de
cracks en todas las posiciones y que el Barcelona tendría un plantel completo y
dirigido por alguien que conocía cada uno de los recovecos de la entidad.
Sin embargo, nada de eso ocurrió. Aunque
matemáticamente queda mucha Liga y el Barcelona sigue a un punto de distancia
del líder Real Madrid, aunque con un partido más (ahora fue alcanzado por el
Atlético Madrid, próximo rival en el Camp Nou), el equipo no ha conseguido una
regularidad y en la mayoría de los partidos, en esta competencia y en la
Champions League, no sólo no ha conseguido buenos resultados, sino lo que es
peor, el rendimiento no ha sido el esperado.
En muchas ocasiones, fueron Messi y Neymar los que
consiguieron quebrar las defensas rivales en base a su talento, en otras ha
contribuido un Xavi que lentamente se fue apropiando del puesto de Rakitic, y
desde que volvió de la larga suspensión que le impuso la FIFA tras el Mundial,
Suárez no ha logrado encontrar la posición justa y no se acerca ni de lejos al
goleador temible del Liverpool.
El Barcelona no acaba de aclararse tampoco en cuanto
al juego. El dibujo puede ser un 4-3-3 pero ya aquello que tanto entusiasmó a
los seguidores de todo el mundo parece haber quedado en la historia y hoy,
salvo algún destello de alguno de sus cracks, parece un equipo más, con algunas
fortalezas pero sin un rumbo concreto.
Atrás, aunque le llegan poco, el Barcelona no sólo
no da garantías sino que tras larga búsqueda de fichar centrales de categoría,
Javier Mascherano, siendo bajo de estatura, parece el único fijo.
En el medio, si bien hay jugadores de gran talento,
algunos no parecen estar rindiendo como en tiempos pasados y se nota un cierto
desgaste. Xavi, por veteranía. Iniesta no termina las jugadas y llega poco al
área rival y su desgaste físico parece sensiblemente menor, mientras que Pedro
no ha recuperado su nivel alcanzado hasta 2012, con Guardiola de entrenador.
En cuanto al triplete ofensivo titular, si bien es
muy impactante saber que saltará un tridente con Suárez, Messi y Neymar, lo
cierto es que el uruguayo necesita de más espacios, como en su selección o el
Liverpool, y en cambio en el Barcelona parece más limitado en sus movimientos,
reducidos porque hay lugares que ocupan, naturalmente, los otros dos atacantes.
Eso no es todo: Por la derecha, Daniel Alves tampoco
es ya aquel lateral que llegó con fuerza desde el Sevilla y que desbordaba
hasta el fondo, sino que hoy finaliza casi siempre sus excursiones más cerradas
con centros altos cuando el equipo no tiene cabeceadores sino más bien
delanteros bajos en estatura, y al no tener llegadas claras, obliga muchas
veces a Messi a retrasarse hasta el medio para buscar la pelota y eso lo suele
alejar del área rival para pasar a ser asistentes.
En resumen, es un Barcelona con menos vistosidad,
menos garantías atrás, poco juego aéreo, y menos finalización de las jugadas,
que hoy, puede perder cualquier partido sin que ello constituya una sorpresa.
Pero queda un dato que ya no es un mero detalle: que
Luis Enrique no haya contado con Messi y Neymar en la primera parte del partido
del domingo en Anoeta ante la Real Sociedad, aduciendo un supuesto cansancio de
ambos por su viaje largo desde Sudamérica al terminar sus cortas vacaciones,
suena, como mínimo, llamativo.
El diario “Mundo Deportivo” de Barcelona sostuvo
minutos antes del partido ante la Real Sociedad que en el entrenamiento del viernes,
Luis Enrique discutió con Messi por un fallo en un partidillo de cinco contra
cinco y que el tono fue subiendo.
Sea o no este hecho el desencadenante, lo cierto es
que el Barcelona tiró una gran oportunidad de acercarse al Real Madrid
aprovechando su derrota en Mestalla ante el Valencia, y tras el rápido gol en
contra de Jordi Alba, no fue capaz (una vez más) de revertir el marcador.
La cara y los gestos de Messi y Neymar en el
banquillo eran más claros que cualquier declaración.
En el excelente libro “Messi”, de Guillem Balagué,
Guardiola cuenta que aprendió del gran entrenador argentino de voleibol, Pedro
Velasco, que “no hay jugadores iguales ni se los puede tratar igual. Es una de
las grandes mentiras del deporte creer que todos son iguales” y entendió que a
Messi “no hay que sacarlo nunca”. El propio Messi lo dice en el mismo libro:
“No me gusta salir. No me gusta ver lo que sucede en el campo y no estar.
Quiero jugar siempre”.
Parece que Luis Enrique sigue sin entender estas
cuestiones, como tampoco que los tiempos en el fútbol son tiranos y que no
alcanza con haber sido un jugador emblemático. Hay que tener una idea, saber
transmitirla, y tener el vestuario a favor.
¿Podrá con todo esto? En un mes, llega el momento crucial de la
temporada, y lo sabremos.
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