Para los argentinos, amantes apasionados del fútbol,
especialmente para los de mediana edad o más, la camiseta número diez es
mítica. La vistieron jugadores especiales, los considerados diferentes,
aquellos que son capaces, en un consenso general, de inventar con la pelota,
cosas que ningún otro podría con la misma calidad.
Además de Diego Maradona (como si esto fuera poco),
han vestido la camiseta número diez de la selección argentina, y de muchos
equipos trascendentes, jugadores como Ricardo Bochini (en los años setenta y
ochenta) o Enrique Omar Sívori (gloria de River Plate, Nápoles y Juventus en
los cincuenta), o Mario Kempes, por citar a tres muy emblemáticos.
Este domingo pasado, a los 36 años de edad (nació el
24 de junio de 1978, el día anterior a la final del Mundial de Argentina, como
no queriendo perderse el ser parte de la gran historia de su fútbol), uno de
los más grandes jugadores de los últimos veinte años, Juan Román Riquelme,
anunció su retiro como jugador profesional tras diecinueve años de una
brillante carrera, que incluyó toda clase de títulos pero más importante aún,
momentos gloriosos e inolvidables para todos los que creen que el fútbol
encierra también arte y que no sólo son fríos números, táctica y estadísticas.
A Riquelme no le tocó un tiempo fácil. Pese a su
brillantez como armador de juego (no enganche, sino quien se dedica a generar
el juego de su equipo y es el encargado de distribuir el balón entre sus compañeros
como un director de orquesta, un reggista, como llaman los italianos),
coincidió en su propio país con el inicio de una absurda polémica sobre si
resulta más importante ganar que jugar bien, como si esos dos conceptos fueran
opuestos, imposibles de amalgamar.
Riquelme fue un jugador contracultural como pocos,
un emblema del fútbol-arte y del fútbol pensado. Un defensor de la idea, aún
persistente, aunque tambaleante en este tiempo de los fríos números y las
computadoras y los “polifuncionalismos” que acaban con los roles técnicos,
específicos y sabios, de que es más importante que corra la pelota que los
hombres. Que pensar es una función primordial para anticiparse a los rivales en
la próxima jugada, y facilitadora de la elección de la mejor opción. Es como
los automóviles: a una mayor velocidad, menos chances de tiempo para pensar
opciones.
Riquelme, tanto en Boca Juniors, al que llegó desde
los juveniles de Argentinos Juniors en 1996 cuando Carlos Bilardo era el
entrenador y aún permanecían en la plantilla Diego Maradona, Juan Sebastián
Verón, Cristian “Kily” González o Claudio Caniggia, en la selección argentina,
en el Barcelona, el Villarreal o nuevamente en Argentinos Juniors, donde
terminó su carrera, siempre tuvo una excelsa técnica.
Este columnista cree que su andar, su elegancia,
tiene su mayor parecido en el brasileño Pelé, mucho más que en alguno de sus
muchos compatriotas con los genes de cracks, y como pocos, supo mover los
brazos, para mantener a distancia a los rivales, o para acomodarse a la hora de
sacar remates desde distintos ángulos y distancias al arco contrario.
Riquelme nunca fue un jugador como todos. No fue
políticamente correcto y no comulgó con los ultras, como la mayoría de sus
colegas argentinos, muchas veces obligados, es verdad, por un sistema al que el
diez nunca terminó de pertenecer por completo, incluso, sin aceptar tampoco a
la prensa tonta de la pregunta fácil, a la que detestaba y se notaba en la
pantalla televisiva.
Si bien fue campeón mundial juvenil con la selección
argentina de José Pekerman, junto a Pablo Aimar, Esteban Cambiasso y Walter
Samuel, en Malasia 1997, su gran escaparate llegó cuando se produjo el arribo
del entrenador Carlos Bianchi, a Boca Juniors en 1998.
Boca no sólo logró el récord de 40 partidos oficiales
sin perder en torneos locales argentinos, sino que fue bicampeón en la
temporada 1998/99, y ganó las Copas Libertadores de 2000 y 2001, el torneo
Apertura 2000 y en uno de los mejores partidos de su carrera, la Copa
Intercontinental de 2000 ante Real Madrid (con Casillas, Figo, Roberto Carlos,
Raúl, Morientes y Hierro), cuando el mundo se asombró de sus condiciones y lo
proyectó poco después al Barcelona.
En el Barça, a su llegada en 2001, se encontró con
que su entrenador Louis Van Gaal, prefería un sistema táctico sin un jugador de
sus características, lo que lo fue marginando de muchos partidos, hasta que
recaló en el Villarreal, su mejor momento en Europa, y al que llevó nada menos
que a la semifinal de la Champions League.
Tuvo la chance de ir a la mismísima
final de París ante el Barcelona en 2006, pero el propio Riquelme falló el
penal, sobre la hora, ante el Arsenal, lo que para muchos de sus detractores
sirvió como buena excusa para caerle encima.
Riquelme persistió en sus ideas, mucho más profundas
que las que puedan estar influidas por un momento en un partido, y poco más de
un mes más tarde participó en su único Mundial, el de Alemania 2006, en el que
llegó a cuartos de final y cayó ante los locales por penales, aunque él,
extrañamente, ya había salido reemplazado, aunque era el símbolo de ese equipo.
También tenía la ilusión de jugar el Mundial de
Sudáfrica 2010, ya en Boca, de regreso en 2007, y siendo otra vez fundamental
para ganar la Copa Libertadores aunque por una cuestión burocrática no pudo
estar en el Mundial de Clubes, ante el Milan, en Japón. Sin embargo, en uno de
sus reiterados enojos, se enfrentó al entonces entrenador Diego Maradona y
decidió no participar en el máximo torneo de selecciones.
De a poco, sus problemas físicos lo fueron
marginando de algunos partidos con Boca, y sus desacuerdos con la comisión
directiva, con la que nunca se sintió representado, produjo alejamientos
reiterados. Uno de ellos, acaso el más profundo, fue justo el día de la final
de la Copa Libertadores 2012 ante Corinthians, en Brasil, cuando horas antes,
su hermano twitteó que habría un anuncio tras el decisivo partido, dando a
entender que Riquelme se alejaría del club de sus amores, y estuvo meses sin
jugar hasta que volvió cuando Bianchi regresó a su segunda etapa como
entrenador, ya sin el éxito de tiempos pasados.
Acabó jugando en el club que lo tuvo en tiempos
juveniles, Argentinos Juniors, en el torneo de Segunda. Muchos auguraban que
sería un estorbo y que jugaría poco y nada. Pero Riquelme fue figura y llevó al
equipo a un sufrido ascenso a Primera. Allí, consideró que su misión en el
fútbol , como jugador, había terminado.
Con Riquelme se va uno de los últimos “diez” del
fútbol mundial, uno de los grandes pensadores y técnicos de la pelota, y
grandes recuerdos de momentos increíbles, de gestos técnicos extraordinarios,
como cuando en la Bombonera y ante su público, le hizo un glorioso túnel (pasar
la pelota entre las piernas) al defensor colombiano de River Mario Yepes, en
2001.
El fútbol lo va a extrañar.
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