lunes, 26 de enero de 2015

Se retira Riquelme, uno de los últimos grandes “10” (Yahoo)



Para los argentinos, amantes apasionados del fútbol, especialmente para los de mediana edad o más, la camiseta número diez es mítica. La vistieron jugadores especiales, los considerados diferentes, aquellos que son capaces, en un consenso general, de inventar con la pelota, cosas que ningún otro podría con la misma calidad.
Además de Diego Maradona (como si esto fuera poco), han vestido la camiseta número diez de la selección argentina, y de muchos equipos trascendentes, jugadores como Ricardo Bochini (en los años setenta y ochenta) o Enrique Omar Sívori (gloria de River Plate, Nápoles y Juventus en los cincuenta), o Mario Kempes, por citar a tres muy emblemáticos.

Este domingo pasado, a los 36 años de edad (nació el 24 de junio de 1978, el día anterior a la final del Mundial de Argentina, como no queriendo perderse el ser parte de la gran historia de su fútbol), uno de los más grandes jugadores de los últimos veinte años, Juan Román Riquelme, anunció su retiro como jugador profesional tras diecinueve años de una brillante carrera, que incluyó toda clase de títulos pero más importante aún, momentos gloriosos e inolvidables para todos los que creen que el fútbol encierra también arte y que no sólo son fríos números, táctica y estadísticas.

A Riquelme no le tocó un tiempo fácil. Pese a su brillantez como armador de juego (no enganche, sino quien se dedica a generar el juego de su equipo y es el encargado de distribuir el balón entre sus compañeros como un director de orquesta, un reggista, como llaman los italianos), coincidió en su propio país con el inicio de una absurda polémica sobre si resulta más importante ganar que jugar bien, como si esos dos conceptos fueran opuestos, imposibles de amalgamar.

Riquelme fue un jugador contracultural como pocos, un emblema del fútbol-arte y del fútbol pensado. Un defensor de la idea, aún persistente, aunque tambaleante en este tiempo de los fríos números y las computadoras y los “polifuncionalismos” que acaban con los roles técnicos, específicos y sabios, de que es más importante que corra la pelota que los hombres. Que pensar es una función primordial para anticiparse a los rivales en la próxima jugada, y facilitadora de la elección de la mejor opción. Es como los automóviles: a una mayor velocidad, menos chances de tiempo para pensar opciones.

Riquelme, tanto en Boca Juniors, al que llegó desde los juveniles de Argentinos Juniors en 1996 cuando Carlos Bilardo era el entrenador y aún permanecían en la plantilla Diego Maradona, Juan Sebastián Verón, Cristian “Kily” González o Claudio Caniggia, en la selección argentina, en el Barcelona, el Villarreal o nuevamente en Argentinos Juniors, donde terminó su carrera, siempre tuvo una excelsa técnica.

Este columnista cree que su andar, su elegancia, tiene su mayor parecido en el brasileño Pelé, mucho más que en alguno de sus muchos compatriotas con los genes de cracks, y como pocos, supo mover los brazos, para mantener a distancia a los rivales, o para acomodarse a la hora de sacar remates desde distintos ángulos y distancias al arco contrario.

Riquelme nunca fue un jugador como todos. No fue políticamente correcto y no comulgó con los ultras, como la mayoría de sus colegas argentinos, muchas veces obligados, es verdad, por un sistema al que el diez nunca terminó de pertenecer por completo, incluso, sin aceptar tampoco a la prensa tonta de la pregunta fácil, a la que detestaba y se notaba en la pantalla televisiva.

Si bien fue campeón mundial juvenil con la selección argentina de José Pekerman, junto a Pablo Aimar, Esteban Cambiasso y Walter Samuel, en Malasia 1997, su gran escaparate llegó cuando se produjo el arribo del entrenador Carlos Bianchi, a Boca Juniors en 1998. 

Boca no sólo logró el récord de 40 partidos oficiales sin perder en torneos locales argentinos, sino que fue bicampeón en la temporada 1998/99, y ganó las Copas Libertadores de 2000 y 2001, el torneo Apertura 2000 y en uno de los mejores partidos de su carrera, la Copa Intercontinental de 2000 ante Real Madrid (con Casillas, Figo, Roberto Carlos, Raúl, Morientes y Hierro), cuando el mundo se asombró de sus condiciones y lo proyectó poco después al Barcelona.

En el Barça, a su llegada en 2001, se encontró con que su entrenador Louis Van Gaal, prefería un sistema táctico sin un jugador de sus características, lo que lo fue marginando de muchos partidos, hasta que recaló en el Villarreal, su mejor momento en Europa, y al que llevó nada menos que a la semifinal de la Champions League. 

Tuvo la chance de ir a la mismísima final de París ante el Barcelona en 2006, pero el propio Riquelme falló el penal, sobre la hora, ante el Arsenal, lo que para muchos de sus detractores sirvió como buena excusa para caerle encima.

Riquelme persistió en sus ideas, mucho más profundas que las que puedan estar influidas por un momento en un partido, y poco más de un mes más tarde participó en su único Mundial, el de Alemania 2006, en el que llegó a cuartos de final y cayó ante los locales por penales, aunque él, extrañamente, ya había salido reemplazado, aunque era el símbolo de ese equipo.

También tenía la ilusión de jugar el Mundial de Sudáfrica 2010, ya en Boca, de regreso en 2007, y siendo otra vez fundamental para ganar la Copa Libertadores aunque por una cuestión burocrática no pudo estar en el Mundial de Clubes, ante el Milan, en Japón. Sin embargo, en uno de sus reiterados enojos, se enfrentó al entonces entrenador Diego Maradona y decidió no participar en el máximo torneo de selecciones.

De a poco, sus problemas físicos lo fueron marginando de algunos partidos con Boca, y sus desacuerdos con la comisión directiva, con la que nunca se sintió representado, produjo alejamientos reiterados. Uno de ellos, acaso el más profundo, fue justo el día de la final de la Copa Libertadores 2012 ante Corinthians, en Brasil, cuando horas antes, su hermano twitteó que habría un anuncio tras el decisivo partido, dando a entender que Riquelme se alejaría del club de sus amores, y estuvo meses sin jugar hasta que volvió cuando Bianchi regresó a su segunda etapa como entrenador, ya sin el éxito de tiempos pasados.

Acabó jugando en el club que lo tuvo en tiempos juveniles, Argentinos Juniors, en el torneo de Segunda. Muchos auguraban que sería un estorbo y que jugaría poco y nada. Pero Riquelme fue figura y llevó al equipo a un sufrido ascenso a Primera. Allí, consideró que su misión en el fútbol , como jugador, había terminado.

Con Riquelme se va uno de los últimos “diez” del fútbol mundial, uno de los grandes pensadores y técnicos de la pelota, y grandes recuerdos de momentos increíbles, de gestos técnicos extraordinarios, como cuando en la Bombonera y ante su público, le hizo un glorioso túnel (pasar la pelota entre las piernas) al defensor colombiano de River Mario Yepes, en 2001.

El fútbol lo va a extrañar.

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