miércoles, 18 de febrero de 2015

Códigos eran los de antes (Jornada)



Acaba de finalizar la primera fecha del jeroglífico torneo argentino de Primera División y ya un equipo se quedó sin director técnico. De hecho, Colón de Santa Fe decidió echar a Reinaldo Carlos Merlo tras el muy flojo partido que los sabaleros jugaron en el Nuevo Gasómetro ante San Lorenzo de Almagro.

Merlo había llegado en el final del Nacional B de la temporada pasada, y contribuyó a conseguir uno de los diez ascensos a Primera A, pero en pocos meses, ya no sólo no servía, sino que uno de los jugadores, “El Mago” David Ramírez, tuvo palabras muy duras para el desempeño del equipo y su falta de actitud, algo que en otros tiempos era muy poco usual y solía quedar entre las cuatro paredes del vestuario, pero las cosas, desde hace largo rato, no son lo que eran y aquellos “códigos” de los que tanto hace gala una generación de directores técnicos, pasó al olvido.

No resulta para nada casual que Merlo se haya ido de la dirección técnica de un equipo en los primeros meses, o ahora directamente tras la primera fecha. Ya le pasó en otros equipos como River Plate o Racing Club, donde incluso tiene una estatua por haber conseguido un título en 2001 luego de 35 años de sequía, pero nada importas y el propio “Mostaza” suele ser el primero en aclarar que no se alejó del cargo “de común acuerdo” con los dirigentes, sino que lo echaron, lisa y llanamente.

Tampoco es casualidad que justo pocos días antes, uno de los mejores amigos de Merlo, Alfio Basile, anunciara su retiro como director técnico, que Américo Gallego no consiga buenos resultados con los últimos equipos que dirigió, que Carlos Bianchi haya terminado como terminó en su tercer ciclo en Boca Juniors después de dos etapas brillantes, o que César Luis Menotti hace rato que parece jubilado, y rechaza siempre los proyectos que le acercan, mientras que Héctor Veira se dedica a comentar cine o muestra sus dotes de humorista en los medios.

La generación de los directores técnicos de los sesenta y setenta y pico de años tiene poco y nada que ver con ésta de los jugadores en actividad. Hay demasiada diferencia de edad pero principalmente, los códigos son otros.

Estos directores técnicos fueron jugadores y se formaron en un clima de respeto por su propia carrera, por los adversarios y por la prensa, y eso exigía cierta privacidad, cierto recato y una dosis importante de sentido común y hasta de sensibilidad social para comprender el lugar que ocupaban.

Hoy, esas paredes que limitaban lo que salía o no de los vestuarios, se han roto por la aparición de las redes sociales, la posibilidad de twittear desde el vestuario la reciente bronca con un compañero, o la fotografía de la trompada que le acaba de dar el utilero, o por mensaje de texto, hacia un periodista ávido de información, que en pleno programa de TV deja por un segundo la mirada a la cámara para constatar que tal jugador discutió con su director técnico y quiere irse del equipo.

“En los años ochenta, los jugadores de la selección que luego fueron campeones del mundo, tenían algunos pesos pero ni siquiera habían salido del país y tenían hambre, y aceptaban lo que se les decía. Hoy, un chico muy joven al que necesitás decirle alguna indicación, es mucho más complicado porque tiene una fortuna en el banco y ya te mira de otra manera. Hay que saberlo manejar”, nos dijo hace poco Carlos Bilardo en una extensa charla.

No hace falta ser jugador de la selección, en este tiempo. Todo ha cambiado, el jugador es más inaccesible, y lo que antes para los cronistas era “hacer vestuario”, significaba poder acceder al mismo, con respeto y distancia con el protagonista, que entendía el trabajo y hasta, si se generaba cierta compatibilidad, podía conceder su número de teléfono fijo y la posibilidad de continuar la charla fuera del ámbito futbolero.

Hoy, los “vestuarios” se transformaron en “zonas mixtas” o “conferencias de prensa” sin repregunta, o rogando para que el protagonista se acerque a la cuerda para poder meter el grabador entre decenas, para que el jugador diga alguna frase hecha, muy pocas veces algo no esperable o políticamente incorrecto.

La declaracionitis ha generado que los programas de radio o TV suspendan todo cuando “habla” algún director técnico, cual si fuera un ministro, o se busca al protagonista, sea en el campo de juego o en la semana, para que cuente por enésima vez su alegría por el triunfo o el gol que convirtió, todo lo cual ya podemos intuir antes de que comience la entrevista.

Claro que para que esto pase, se necesita de la contribución de la prensa, que acepta gustosa el convite, no vaya a ser que ese tiempo sea dedicado a reflexionar sobre los hechos, o investigar alguna cuestión sobre lo sucedido.

La claudicación final, o, si se quiere, la aceptación de que también buena parte de la prensa está íntimamente relacionada con el negocio, llegó con la publicidad (de jeans o zapatos, entre otros productos) en los grabadores que se ofrecen para que los protagonistas digan lo suyo.

Es que la prensa, por fin, entendió los “nuevos códigos” y tampoco quiere resignarse a dejar de lado su parte en el show. Al fin de cuentas, se trata de un espectáculo compartido, y si antes interesaba la información, ¿por qué no sacar partido también del minuto en el que se puede aprovechar la cámara de TV para unos manguitos que nunca vienen mal?

En noviembre pasado, este cronista tuvo un interesante intercambio con un miembro del departamento de Prensa de la selección nacional en Manchester. En una discusión en tono alto, este funcionario nos preguntó, ofuscado, si nos creíamos más protagonistas que los jugadores. “¿Quién es el protagonista acá?”, nos interrogó, desafiante, a lo que respondimos que se trataba de una excelente pregunta. Sin entender, nuestro interlocutor continuó: “No me va a decir que el protagonista es usted”. Ante nuestra negativa, pareció calmarse y nos dijo “claro, el protagonista es el jugador”, a lo que respondimos negativamente.

“El protagonista es la selección argentina, y debería ser para todos los jugadores un gran orgullo ser convocados a un representativo argentino que ganó dos Mundiales, fue finalista de otros tres, ganó catorce Copas América, dos medallas doradas olímpicas y seis mundiales juveniles, entre tantas cosas”, afirmamos, sin que el diálogo continuara.


Rescatamos ese diálogo porque reproduce el cambio de época para todos: jugadores, directores técnicos y periodistas. No hay puertas que separen, no hay distancias y todo es posible de filtrar, sin ningún prurito. Y en este contexto, en el que hasta la prensa cree que el protagonista es el jugador, aquellos que peinan canas y que pasaron los sesenta años, ya no tienen lugar. No son para este tiempo. Tienen otros códigos.

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