El fútbol es así. Se promocionó por semanas el
partido entre dos de los equipos que siempre animan sus ligas y la Champions
League, como el Manchester City y el Barcelona, repletos de sudamericanos
valiosos, pero como en la pasada temporada, los catalanes aprovecharon
demasiado algunos errores de los ingleses y en especial, la falta de su mejor
jugador, Yaya Touré, suspendido, y ya tienen muy encaminada la serie de octavos
de final.
No sólo porque el Barcelona le ganó al Manchester
City 1-2 en la ida de los octavos de final en el Etihad Stadium y espera con
tranquilidad la vuelta del 18 de marzo próximo en el Camp Nou, sino que pudo
verse que ante la falta de Yaya Touré, los “ciudadanos” pierden demasiado
fútbol, dominio en el medio, creatividad, y dejan demasiado aislados a los de
arriba.
Y eso es demasiado para un equipo como el Barcelona,
que si bien no tiene el engranaje de otros años en lo colectivo, sigue
manteniendo en el medio de la cancha una zona virtuosa de toque porque allí
cuenta con demasiados buenos jugadores, como Iván Rakitic, Sergio Busquets,
Andrés Iniesta (aunque no tenga el despliegue de otros tiempos), sumados nada
menos que a un Lionel Messi que cuando se motiva, como anoche, es muy difícil
que lo puedan parar aún cuando no es el que era en 2012.
Messi no tiene esa quinta velocidad que lo hacía
volar en la cancha, pero tiene más experiencia, gradúa mejor sus movimientos
durante el partido, y sabe que no necesita trajinar tanto y que basta con un
toque para generar zozobra total en las defensas contrarias. Por eso sigue en
la élite del fútbol mundial.
El Barcelona llegaba a Manchester con el fantasma de
una segunda derrota como local en la Liga Española, ante el Málaga, que lo
alejaba otra vez del puntero Real Madrid pero mucho más que eso, con el signo
de pregunta sobre su estado anímico como plantel, que mira de reojo a su
entrenador, Luis Enrique Martínez, y este partido de Champions era una
invitación a cambiar pronto el chip.
Por el lado del Manchester City, todo lo contrario.
El signo de pregunta residía en cómo haría su mediocampo para gobernar al toque
del Barcelona sin su mejor jugador, Yaya Touré, al que extrañó demasiado al
inicio de 2015, cuando se fue a jugar la Copa Africa con su selección de Costa
de Marfil, con la que acabó ganando el título continental.
Cuando Yaya regresó el pasado fin de semana, ante el
Newcastle, las cosas estuvieron claras: un 5-0 rotundo, que comenzó a
hilvanarse al primer minuto. Incluso sirvió para que los “ciudadanos” se
acercaran dos puntos más al líder Chelsea, quedando a cinco unidades ahora.
Pero justo cuando parecía que el Manchester City se
ponía a tono, Yaya se quedó afuera del partido de ayer porque aún debía una
fecha de suspensión, y su equipo lo pagó demasiado caro.
Es que Yaya Touré, hoy, es acaso uno de los tres
mejores jugadores del mundo, sino el mejor (hablando del juego en sí, en la
incidencia en el andar de un equipo de primer nivel). El que marca el ritmo. Un
volante con potencia, llegada, definición, remate de media distancia,
presencia. No sólo lo necesita el Manchester City, sino que el Barcelona lo
conoce bien y sabe que desde que se fue del equipo, aún cuando Busquets fue un
gran reemplazante, jamás el juego fue el mismo, ni tuvo la misma brillantez.
Y sucedió lo que podía suceder, casi con la lógica
que el fútbol no suele tener. Sin Yaya, el Manchester City volvió a ser el
equipo impreciso de enero, esta vez con Fernando acompañado por Milner (y no
por Fernandinho, como en los partidos de la Premier League), pero dejando sin
abastecimiento a Nasri y a Silva en la creación, y entonces los atacantes Dzeko
y Sergio Agüero debieron arreglárselas como pudieron, sin que los suyos
recuperaran la pelota en la zona de gestación.
Así fue que a la primera que el uruguayo Luis Suárez
aprovechó para marcar el primer gol en el primer tiempo, la sensación fue que
ya el partido iba a complicarse demasiado para los celestes, y por supuesto
mucho más complicada con el segundo del oriental.
Ya el Barcelona tocaba y tocaba, y aunque sin la
velocidad de otro tiempo, hasta se parecía en el andar, por momentos, al de la
época de esplendor, escondiendo la pelota y haciéndola correr para que el
tiempo transcurriera.
Apenas un gol de Agüero, que siempre está para
marcar alguno desde donde sea, dio pie para que el público se ilusionara con
que un posible empate al menos mantuviera la serie en vilo hasta la revancha,
pero en ese rato justo se hizo echar tontamente el lateral Clichy, y como en la
pasada temporada con Demichelis, el Manchester City quedó con un jugador menos,
y el cuento se acabó, hasta dejando lugar a la extraña anécdota del penal en el
último minuto que ejecutó Messi, dio rebote Hart, y el argentino, de palomita,
remató apenas al lado del palo derecho, en lo que pudo ser el final de la
eliminatoria.
Si para la vuelta de marzo queda alguna chance
mínima para los “ciudadanos” es casi como única razón, porque Yaya Touré puede
jugar en el Camp Nou. No mucho más que eso.
El Barça tiene encaminado su pase a los cuartos de
final de la Champions pero no puede ni debe engañarse. Al menos por ahora, no
tiene un equipo que de garantías. Sólo tiene una suma de cracks, que no siempre
significa que juntos puedan contra cualquier oponente y el Málaga del sábado en
el Camp Nou fue la prueba.
Extraño es el fútbol: el que ganó es el que más
dudas genera. El que perdió sabe, al menos, que sabe poco si no juega su máxima
estrella. Pero también intuye que si juega, algo puede cambiar.
Si ambos miran otras llaves de la Champions,
comprenderán que queda demasiado camino por recorrer y que deberán mejorar
mucho si quieren levantar la Copa en mayo, en Berlín.
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