martes, 17 de febrero de 2015

Un torneo a la usanza de este fútbol argentino



Pocas veces quedó tan claro. Desde la muerte de Julio Grondona, hace poco más de medio año, la AFA pasó a ser botín del Estado y tuvo que agachar la cabeza, en un año electoral, para aceptar las condiciones impuestas desde arriba, algo impensado hace menos de un año: treinta equipos, anual a la vieja usanza (cosa de llegar así a las elecciones de octubre), y “federal” (aunque 26 de los 30 equipos sean de Buenos Aires o Santa Fe).

Todo se resolvió en medio del caos que es la AFA desde la muerte de Grondona (sin que esto signifique que el orden anterior haya sido demasiado beneficioso), con cambios permanentes de formato y hasta de tiempos de disputa, hasta llegar a una consecuencia que no era la deseada por nadie, pero que tampoco ningún dirigente estaba con posibilidades de discutir, al repartirse un presupuesto tan alto.

Es tan disparatada la idea (de la que el mundo del fútbol ironiza), que los mismos dirigentes que aceptaron diez ascensos, para pasar a treinta equipos, decidieron ya ir descendiendo hasta llegar paulatinamente a 22 en el futuro, con lo cual se acepta, de forma clara, que esto es absolutamente inviable pero que había que acatarlo.

El presidente de Boca, Daniel Angelici, fue más brutal en su honestidad declarativa: directamente sostuvo que a mitad de año, en el receso, los clubes se encontrarían con la situación de tener que vender jugadores al exterior en pleno torneo, algo que le suele ocurrir al fútbol brasileño durante el Brasileirao, lo cual hará que además de la devaluación de calidad que implica la suba a 30 equipos, habrá una segunda por la emigración de los mejores jugadores, y a su vez, esto puede generar un cambio en el desarrollo de la segunda parte.

Angelici fue más allá en su aparición mediática, al comentar que habría que propender a regresar a los torneos anuales de agosto a mayo “para poder venderles a los europeos durante el mercado de pases”, con lo cual, puso blanco sobre negro la realidad del fútbol argentino, ya no sólo exportador, sino que vive en buena parte para eso, y ya lo dice sin miramientos, sin guardar el menor recato.

Si en lo organizativo nos referimos a un torneo disparatado, con cambios de principio a fin, nada federal (lo contrario a lo que se dice) y sin partidos de vuelta, para alternar la condición de local, lo que le quita más seriedad, si cabe, aún queda un largo trecho para hablar sobre la diferencia de calidad de los equipos.

Este torneo, que como no podía ser de otra manera se llama “Julio H. Grondona” (como si los clubes se hubiesen beneficiado mucho bajo su interminable presidencia entre 1979 y 2014), marca una gran diferencia de grupos, desde los equipos grandes, que han gastado mucho dinero (en más de un caso, como River Plate e Independiente, con sumas que no cuentan y que luego sus socios deberían exigir claridad a la hora de devolver esos “préstamos”) , los intermedios, que se han reforzado como han podido, los de abajo, con cierta tradición y acomodamiento en la principal categoría, y un cuarto conjunto, entre los nuevos que son los que tendrán mayores problemas por permanecer, ya demasiado lejos de los de arriba.

Se trata, a años luz de la Bundesliga, en la que todos los clubes participantes son superavitarios, de jugadores en muchos casos llegados a préstamo y ni siquiera por un año sino en ciertos casos, por meses, con dineros provenientes de fondos nada claros, de “grupos empresarios” que no son, muchas veces, más que eufemismos para referirse a dinero negro de dudosa proveniencia y relacionados con paraísos fiscales, y en muchos casos, perseguidos por la AFIP, es decir, por una entidad estatal mientras otra suministra el dinero como derecho de TV, una flagrante contradicción con dinero público.

Así, se dan los casos de equipos que cada semestre que termina renuevan más de medio plantel con jugadores que, se sabe, emigrarán para ser reemplazados por otros cuando acabe la temporada, y muchos de ellos representados por el mismo agente que el de sus directores técnicos, otra situación escandalosa que pasa de largo como si fuera normal.

También, claro, hay lugar para los neo-amateurs, aquellos que ya tienen su vida resuelta y tras largas temporadas en el exterior, retornan al club de sus amores para terminar su carrera, los que vienen por unos meses hasta acomodarse y poder partir lo antes posible hacia mejores destinos económicos y futbolísticos y por qué no, jóvenes promesas como Franco Cervi (Rosario central), Sebastián Palacios (Boca Juniors), o Gonzalo “Pity” Martínez (River Plate).

A todo esto, los partidos se juegan en un marco de tribunas sin hinchas visitantes, con la creencia de que esto ayuda a mitigar la violencia cuando en 2014 se batieron todos los récords de fallecidos por esta cauda, debido a la obsoleta y errónea idea de que evitando el choque de barras bravas que dicen representar diferentes banderas, las cosas cambiarán.

Desde hace años, el problema no pasa por el enfrentamiento entre violentos de distintos colores, sino entre los que forman parte del mismo entorno, en busca del botín proveniente de los derechos de TV, pases de jugadores y todo negocio que rodea al espectáculo (estacionamiento, drogas, desplazamientos, trabajos para distintos punteros políticos, etc).


El fútbol argentino, entonces, tiene el torneo que se merece.

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