Salió del vestuario arrastrando tras de
sí toda la longitud de su mala sombra, como una capa de ignominia y desolación.
Renato Varese se marchó con ese sino a rastras, sin querer, aún, admitir que
remolcaba esa fatalidad con la que enchastraba la ventura de cuanto equipo en
el que jugó.
Su fortuna
indispuesta había dejado un rastro resbaladizo sobre el que, por ejemplo,
Alfredo Zambrano, el 10 de Atlético Licitaciones, habría de despatarrarse de
tal manera que la tibia de la pierna derecha se le desgració en tres puntos. O,
años antes, esa misma baba de adversidad, le había costado una lesión al
portero de Sportivo Plan Quinquenal, que lo marginó del fútbol de por vida – el
médico del equipo caratuló la lesión de muerte.
Esa mala suerte, que llevaba adherida
como quien carga con un tic nervioso, un lunar, o una tara genética, había
llevado a los técnicos de los equipos que los sufrieron, a pararlo en el área
rival, lejos de los jugadores propios – lo ponían de titular para mantenerlo
alejado del banco de suplentes -, y con la esperanza de que encharcase el
territorio rival.
Pero la desventura que impregnaba a
Varese – y que percolaba con tanta impunidad – era específica: sólo tenía un
efecto (muy activo, y de carácter negativo) sobre sus compañeros. De ahí que
haya militado en equipos de todo el continente: los clubes, una vez descubierta
su desgraciado y pernicioso atributo – y, en este acto, reparar en que el club
precedente los había engañado -, se afanaban por vender a Varese
(preferiblemente al rival menos querido).
No era difícil transferirlo a otro
equipo. Abelardo Salcedo, técnico del Liga de Santa Elena, equipo en el que
militó Varese, comentó en una oportunidad: “¿Sabe qué era lo más triste? Que
Varese era un cinco increíble. Pero era imposible mantenerlo en esa posición,
tan transitada por propios y ajenos. Tendría que haber visto la visión del
campo y del juego que tenía… qué timing, qué precisión, mi Dios… Y encima, un
tipo entrañable… Pero era un yeta de campeonato el pobre… Una pena…”.
En fin, de esa manera, pasaba de un
equipo a otro en una misma liga. Esto se producía un promedio de unas cinco o
seis veces, hasta que se corría la voz de la verdad ominosa que se ocultaba
detrás de Varese. Entonces, se recurría a la liga de otro país.
La carrera de Renato Varese terminó
cuando Deportivo Artesanos de la Madera ya no tuvo a quién venderlo: ya había
paseado por todo el continente y Europa era una imposibilidad muy evidente.
“Lo siento, Renato”, fue todo lo que
dijo el técnico, Ataulfo Graciani, con un nudo sincero en la garganta.
Renato Varese comprendió, aceptó y salió
del vestuario arrastrando tras de sí toda la longitud de su mala sombra que le
permitió jugar al fútbol a lo largo y ancho del continente. Quizás por eso
mismo no terminaba de creer en esa… peculiaridad.
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