Si Julio Grondona viviera, seguramente sufriría un
oprobio parecido al que por estas horas padece el presidente de la FIFA, el
suizo Joseph Blatter, a quien se le escurre el Poder entre las manos, por fin.
Que multinacionales (no casualmente estadounidenses)
como Coca Cola, Mc Donalds, Budwaiser o VISA recomienden su salida es toda una
toma de posición impensada hace escasos meses y por muchos años, y este
pronunciamiento desbarrancó todo, al punto de que el hecho de que la Cámara de
Instrucción del Comité de Etica de la propia FIFA haya solicitado su suspensión
del cargo por 90 días, no es más que consecuencia de aquello.
Con estas marcas no se juega. Ni los
deportistas-estrella que caen en desgracia por conductas antideportivas cuando
son pescados, ni ahora se comprueba, tampoco los más encumbrados dirigentes
zafan de eso, aunque Adidas, el aliado principal, siga callando y sosteniendo,
porque son los que solventan la actividad y el gran negocio.
Hasta hace poco nos preguntábamos, y puede
consultarse en este mismo blog, por qué estas marcas, que sabían que de ellas
dependía el futuro de la FIFA, uno de los organismos mundiales más impunes, un
símil Vaticano que vende un producto cada vez más cercano a la nueva religión
del siglo XXI, con su propia liturgia, se mantenían en silencio, o con
pronunciamientos débiles, casi de ocasión.
Pero bastó que los cimientos se movieran, que en
mayo y a través de Interpol cayeran los principales dirigentes americanos por
coimas y otros hechos de corrupción que investigan las justicias suiza y
estadounidense, para que cayeran muchos de los que tenían que caer. Y si
Grondona no cayó, fue solamente, y vaya casualidad, porque tuvo la habilidad de
morir antes. Hasta con la muerte gambeteó a la Justicia y al oprobio.
Si Grondona viviera hoy, 14 meses después de su
muerte, hasta podría haberse dado el gusto de ser el “Presidente del mundo” por
unos días, porque si Blatter llega a ser suspendido por 90 días por la Comisión
de Etica, la tardía comisión que igual que las marcas, nada o casi nada hizo
cuando debía investigar, presentando un informe mucho más pequeño que el real,
le habría tocado reemplazarlo por el vicepresidente senior, que ahora
corresponde, vaya una nueva casualidad, al camerunés Issa Hayatou, archirrival
de Blatter hasta hace una década y hoy, amigo de la necesidad y de los
negocios.
O tal vez Grondona no hubiera podido asumir, en el
caso de que, a diferencia de los tacos rápidos de Alejandro Burzaco, no hubiese
podido sortear a los oficiales que en la madrugada penetraron en las
habitaciones del gran hotel Baur Au Lac y sorprendieron en pijamas a los
grandes señores de los negocios y la corrupción.
¿Estaría Grondona extraditado, si viviera, a los
Estados Unidos, o acaso uno de sus principales aliados, el Gobierno argentino,
habría pedido por él o habría negociado, con miedo a que diga lo que ahora
mismo Burzaco podría decir? ¿O Grondona se habría aferrado a la consabida
Ometrá de la FIFA y habría callado hasta el último día?
Si Grondona viviera, seguramente pasaría un duro
trance viendo cómo sus amigos sudamericanos como Eugenio Figueredo, Rafael Esquivel
y tantos otros, caen por la barranca de la ética y de las investigaciones
judiciales.
Pero también si Grondona viviera, mantendría acaso
un puente comunicacional diario, o mayor aún, con su virtual hermano del mundo
del fútbol, el español presidente de la Federación de su país (RFEF) Angel
María Villar para encontrarle una salida al más que complicado abogado Gorka,
el hijo de Villar, e insólitamente dirigente de la Conmebol cobrando por año
más que lo que Olimpia o Cerro Porteño
cobran por sus derechos anuales de TV.
¿O será que Grondona, al mejor estilo de los Bochini
o Maradona que tanto le salvaron la carrera, quebraría la cintura en dirección
a Michel Platini, el sucesor innombrable de Blatter, que ahora encadenado a él,
puede caer también, o acaso logre frenar a último momento antes de caer al
precipicio?
Cuesta creer que Grondona caería junto con los otros
porque siempre pudo caer parado, pero vaya uno a saber.
Sí resulta complicado pensar que Grondona se
tragaría como si nada ver por Fox Sports la publicidad estática en las
transmisiones con el “Gol TV” de uno de sus últimos enemigos y con quien casi
se va a las manos, aún anciano, Paco Casal, quien siempre quiso desbancar al
canal internacional para colocar al suyo junto a los torneos continentales.
Grondona ya comenzaría, también a muñequear al
sciolismo, tomándole el pulso en esta locura del regreso electoralista de los
visitantes al fútbol argentino, y deslindaría todas las responsabilidades en el
Gobierno que está, total ya se va.
Claro que con Grondona, Boca y River habrían
definido en los cuarenta y cinco minutos faltantes la serie de los octavos de
final de la Copa Libertadores por aquello de que “los partidos se definen en la
cancha”, por más Panaderos y gases pimienta que hubiera.
¿Para qué lado se pronunciaría Grondona entre los
candidatos Luis Segura y Marcelo Tinelli? ¿Por su sucesor natural o por su
sucesor ideal? ¿Grondonismo lineal o Grondonismo del Siglo XXI? Seguramente
nadie. Grondona mismo, porque no concebía a otros en su puesto, hasta que la
muerte lo sorprendiera, una vez más, un papado futbolero.
Cuesta creer que Grondona habría contemplado todos
estos cambios en vida. Tal vez porque probablemente los vería detrás de los
barrotes. Tal vez por tener una visión tan particular es que intuyó que morir
antes era la solución. Y ensayó su última gambeta al destino.
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