Desde que lo supo, a este escriba siempre le
impresionó que en Holanda hubiera desde hace años una revista (muy buena, por
cierto) llamada “Johan”. Como si en la Argentina pudiera haber otras llamadas “Diego”
o “Leo”. Un homenaje que desde siempre, y pese a haber vivido muchos años en
Barcelona, le hizo su país por todo lo que le dio desde lo futbolístico.
Para los argentinos, Johan Cuyff comienza a ser
conocido un poco con el Ajax, mucho más cuando le ganó la final de la Copa de
Europa al Panathinaikos de Grecia en 1971 que antes, cuando ya había perdido
una definición contra el Milan, en 1969.
Y terminamos de saber de él, claro, cuando
comenzaron a llegar noticias de la “Naranja Mecánica” de Rinus Michels y
destrozó a la selección argentina 4-0 en el Mundial 1974 tras aquella frase que
puede verse en la película “Fútbol Argentino” de Víctor Dinenzon, en la que
Carlos Squeo le advierte a Enrique Macaya Márquez tras un amistoso pocos meses
antes en Amsterdam (4-1) ante el mismo equipo, que “si algo puedo decir es que
no nos meten cuatro nunca más”…
Cruyff ya era un jugador endemoniado desde mucho
antes, y aquel Ajax que integraba lo
padeció Independiente en una Copa Intercontinental, la de 1972. Fue el jugador
emblema de Holanda, y el que encabezó aquella revolución del “Fútbol Total” que
llegó a enfrentarse a nuestro “fútbol, total….” De aquellos tiempos tan
desorganizados.
“El Flaco” parecía que no podría desplegar toda esa
gama de recursos con ese físico, y sin embargo…pudo y de sobra. Hijo de familia
obrera, que tenía una fritería cerca del mítico estadio De Meer, sufrió la
pérdida de su padre Hermanus cuando sólo contaba con doce años de edad y
seguramente eso tanto a él como a su hermano Henny, que pateaban la pelota todo
el día por la calle, les forjó el carácter.
Tal vez desde esos tiempos, cuando se hizo
incondicional del cuidador del césped de De Meer y conocía como pocos las
instalaciones del Ajax hasta que entre Michels y Stefan Kovacs entendieron que
tenían entre manos una joya que había que pulir y por eso lo dejaron pasear por
todas las divisiones inferiores se
impregnara de la filosofía “ajacid”, Cruyff entendió que las cosas había que
decirlas sin pelos en la lengua y defendió por siempre el mejor fútbol, el más
vistoso, el ofensivo.
Cruyff tiene dos libros extraordinarios como “Mis
jugadores y yo” y “Me gusta el fútbol” y en ellos manifiesta toda su filosofía
del fútbol, desde que la verdadera velocidad para moverse en un campo de juego
es el trote porque es “un deporte de vagos” (lo que, creemos, hacían Pelé, o
Juan Román Riquelme), aunque Ricardo Bochini, con su lengua filosa natural,
llegó a decir de él antes de la Copa Intercontinental que “corre mucho, pero
juega bien”.
Cruyff debutó con la camiseta número 8 ante el
Groningen el 15 de noviembre de 1964, pero su número mítico fue el 14, usado
desde otro día mítico, el 30 de octubre de 1970 (justo el día en que Maradona
cumplía 10 años).
No pudo ganar el Mundial 1974 por esas cosas de la
vida, por una mala final en la que el equipo holandés se sintió demasiado
seguro de sus condiciones y acaso sobró un poco a su peligroso rival, la
selección de Alemania Federal (que además era local), en tiempos en los que
justamente el Ajax y el Bayern Munich peleaban por el reino europeo.
En ese Mundial, aunque ganaron los alemanes con los
Maier, Breitner, Beckenbauer, Overath y Müller, todos recuerdan la brillante
actuación de Holanda, que venció sin problemas a Uruguay (Ladislao Mazurkiewicz
fue el héroe que evitó una goleada estrepitosa y sólo finalizó 2-0), Brasil y
Argentina (con una paliza memorable, bajo la lluvia) pero dejó en especial
aquella imagen de máquina casi perfecta de jugar, con todocampistas de talento.
En la final, ocurrió otro de los hechos mágicos cuando
llegó el gol naranja al minuto, por Johan Neeskens, de penal, tras una jugada
colectiva en la que ningún jugador alemán tocó nunca la pelota desde el saque
de inicio del partido, y fue Cruyff (¿quién si no?) el que se internó en el área
germana para que Berti Vogts le hiciera falta.
Ya para ese entonces, y desde 1973, Cryff jugaba en
el Barcelona y desde el primer día, impuso su fuerte carácter: si fue al club
catalán y no al Real Madrid fue cuando se enteró de que el Ajax negociaba con
los blancos el traspaso a sus espaldas. Eso lo rebeló y lo hizo ir al bando
contrario (una historia casi opuesta a la de su admiradísimo Alfredo Di Stéfano).
Ya en la primera temporada fue campeón de Liga, algo
que el Barcelona no conseguía desde hacía 14 años, con un recordado gol a
Miguel Reina o el notable 0-5 a los blancos en un Santiago Bernabeu que se paró
para aplaudirlo.
Ya por ese entonces, imponía su frase de que “A
Cruyff se lo trata de usted” y muchos creen que su estado físico y algunas de
sus actitudes cambiaron tras la derrota en aquella final del Mundial de 1974.
Comenzó a fumar en los entretiempos y ya aceptaba distinto los masajes.
Ya para el Mundial de Argentina 1978 y sin algunos
de los jugadores más brillantes, Cruyff no participó y aunque muchos lo
atribuyen a la dictadura, en verdad la decisión no fue por ninguna cuestión
política sino personal y familiar.
Cruyff había comenzado una transformación en el
Barcelona que seguiría una década más tarde, cuando en 1988 regresaría como
entrenador tras irse en 1978 al fútbol estadounidense (Los Angeles Aztecs) y luego
regresar primero al Levante (diez partidos) y a terminar su carrera en el Ajax
primero y luego, por desacuerdos con sus dirigentes, en el Feyenoord.
Si algo le faltaba a la brillante carrera de Cruyff
era transformar la mentalidad del Barcelona mucho más que como club, como
filosofía de juego y de vida.
Conocedor de la mentalidad catalana desde los tiempos
de jugador, y con su fuertísimo y seguro
carácter, Cruyff llegó para terminar con el victimismo, con el pensamiento
siempre orientado a lo que sucediera en Madrid, con un fútbol que giraba en
torno de los blancos, para pasar a ser el centro de la acción y que todo mirara
hacia Cataluña.
Devolvió golpe por golpe, opinión por opinión, mucho
más fútbol-juego que sus rivales, atacó con casi todos sus jugadores dejando
atrás, como líbero, a su compatriota Ronald Koeman, respaldó a un joven Pep
Guardiola como medio centro, y no sólo
llegaron cuatro ligas (algunas, beneficiado por la suerte, que siempre hace
falta, como aquella del penal fallado por Djukic en el Deportivo-Valencia, y
que él desde su banco de suplentes, le advirtió que ocurriría a sus ayudantes)
sino que el Barcelona ganó su primera Champions en la final de Wembley en 1992
en la que dijo a sus jugadores el simple “salid y disfrutad”.
También, es cierto, ese equipo perdió una segunda
final y de manera contundente ante el Milan en Atenas 4-0, porque más de una
vez, Cruyff se pasó de seguro (como en la final del Mundial 1974).
Por más que en 1991 dejó el tabaco tras promocionar
una campaña organizada por el Ayuntamiento de Barcelona, ya habían comenzado
sus problemas físicos, si bien él los minimizaba: “Tengo unos enemigos adentro
de mi cuerpo pero ya me están inyectando amigos para sacarlos”.
Cruyff siguió viviendo en Barcelona, aunque atento a
lo que ocurría en el fútbol del mundo. Creó una fundación que ayudó a mucha
gente, ocupó siempre su palco en el Camp Nou en el que fue venerado por sus
hinchas, y dijo siempre lo que tenía que decir, sin tapujos, como cuando se
quejó amargamente a finales de los noventa por la contratación de su
compatriota Louis Van Gaal como director técnico en tiempos de Josep LLuis Núñez,
de quien fue vehemente opositor.
Apoyó a su amigo Joan Laporta desde que éste
constituyó el “Elefante Azul” con el que llegó a la titularidad del club y
comenzó un nuevo ciclo brillante con Frank Rikjaard primero pero especialmente
con Josep Guardiola más tarde, un emblema de Cruyff, que fue nombrado
presidente honorario, cargo al que renunció cuando Sandro Rosell, enfrentado
con Laporta, llegó al poder azulgrana.
Cruyff era partidario del fútbol que él jugaba
cuando niño y su padre llegó a ver: el callejero. No entendía el fútbol sin
pelota que muchos quieren implementar hoy, ni mucho menos cederla a los
rivales.
Cruyff fue fútbol puro, del mejor, y forma parte de
la galería definitiva de los elegidos, unos pocos, que se cuentan con los dedos
de una mano: Alfredo Di Stéfano, Pelé, Maradona y ahora Messi.
Se lo va a extrañar, pero deja un enorme legado.
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