Apenas una semana atrás, la selección argentina se
encontraba fuera de los equipos clasificados para el Mundial 2018 en su grupo
sudamericano, y gracias a sus dos victorias consecutivas del jueves (1-2 a
Chile) y el martes (2-0 a Bolivia) ya está tercera, a dos puntos de los líderes
Uruguay y Ecuador, cuando son cuatro las plazas fijas para Rusia y hasta hay
una quinta para jugar una repesca ante un equipo de Oceanía.
Hasta aquí, la parte positiva, lo numérico o lo
estadístico. Sin embargo, el fútbol no pasa sólo por allí. Hay que analizar el
juego, cómo se llegó a esta circunstancia, y también los rivales.
Y lo cierto es que la selección argentina no le ganó
precisamente a la mejor selección chilena posible sino a una que, para empezar,
justo había cambiado su entrenador, luego del notable paso del argentino Jorge
Sampaoli, con el que había ganado la Copa América por primera vez en su
historia, dando paso a su compatriota Juan Antonio Pizzi.
Pero además, Chile, como local, dio la ventaja de no
contar con Jorge Valdivia, Arturo Vidal y Eduardo Vargas, tres jugadores muy
importantes del medio hacia adelante, y ni bien comenzó el partido, antes de
los primeros quince minutos, ya se le habían lesionado Matías Fernández
(reemplazante de Valdivia) y Marcelo Díaz (el de Vidal), y tuvieron que salir.
A ese equipo chileno es al que Argentina, con todas
sus figuras disponibles, le ganó sin poder tener el dominio de la pelota en
toda la segunda parte y sólo por su contundencia y por tener en sus filas al
mejor jugador del mundo, Lionel Messi.
Otra vez, cinco días más tarde y en un campo de
juego en malas condiciones como el de Córdoba (insólitamente cambió el
escenario del Monumental de Buenos Aires por considerar que no se siente
alentada por la gente), la selección argentina venció 2-0 a una muy pobre
Bolivia, que si en general no suele tener grandes figuras, algunas pocas que
tiene están enfrentadas al entrenador Julio Baldivieso (como por ejemplo, Marcelo
Martins).
Aún así, el equipo argentino, dominador de campo y
pelota, apenas si le pudo convertir un solo gol de jugada elaborada y el otro
fue de un penal que no existió y que sirvió para que Messi, su mejor jugador
como siempre, marcara su gol 50 y quedara a cuatro de Gabriel Batistuta como
goleador histórico del conjunto albiceleste. Pero muy poco más.
¿Qué es lo que le pasa al equipo que dirige Gerardo
Martino? Que no consigue una estructura que lo contenga. Tiene muy buenos
jugadores en la mayoría de las posiciones, pero lo cierto es que no en todas.
Marcos Rojo, lateral izquierdo de destacada
actuación en el Mundial de Brasil, no se encuentra en su mejor forma. En el
medio, si bien Javier Mascherano tiene solidez como mediocentro, el problema
aparece por los costados porque los otros dos componentes de la línea (el
sistema que usa es el 4-3-3) tienden a cerrarse por sus funciones en sus
equipos actuales (Lucas Biglia en la Lazio y Ever Banega en el Sevilla),
mientras que se nota mucho la ausencia de Javier Pastore, más cercano a los
delanteros y quien conecta mejor con Messi.
Como para Martino, Sergio Agüero y Gonzalo Higuaín
son centrodelanteros (también Carlos Tévez, no convocado esta vez), deben
pelear por un lugar cuando antes, con Alejandro Sabella, podían jugar juntos,
también ha cambiado el panorama del ataque.
Messi juega por la derecha, y si bien tiende a irse
hacia el medio, se trata de que en lo posible conserve su presencia en la zona,
mientras que Di María, por la izquierda, muchas veces debe bajar para cubrir el
espacio del costado, que no utilizan los volantes por lo ya mencionado.
Así es que el equipo argentino, con la táctica de
conservar la posesión del balón, que es una saludable idea original, se fue
deshilachando, fue perdiendo forma, los nombres fueron cambiando, ya no pudo
retener aquel once que se sabía casi de memoria y comenzó a practicar un fútbol
irregular, que no transmite la misma confianza que antes.
Con Sabella, aún jugando al error del adversario con
el contragolpe de Di María, Messi, Higuaín y Agüero, al menos estaba la
garantía del gol, aunque la pregunta era
si efectivamente el balón iba a ser recuperado, la clave para luego crear y
marcar.
Ahora es al revés: la tenencia del balón parece casi
asegurada, pero no se encuentran las vías para llegar al gol y menos, cuando el
rival se cierra, y hasta puede ocurrir,
como en el debut del grupo
clasificatorio ante Ecuador en Buenos Aires, que el rival tenga espacio para el
contragolpe, delanteros rápidos, y la defensa albiceleste tenga que regresar de
espaldas, pagándolo muy caro.
Por todo esto, el equipo argentino parece cada vez
más dependiente de Messi, de lo que haga Di María en un arranque suyo de
velocidad y remate preciso a la portería, o un regate de Agüero, o una definición
oportuna de Higuaín, o una situación de coraje de algún defensor (como
reiteradamente ocurrió esta semana con el lateral derecho Gabriel Mercado,
reemplazante de Pablo Zabaleta), y no de lo que haga el conjunto.
Claro que los resultados muchas veces engañan y
permiten descansar en cierto optimismo, que es lo que le sucede ahora a la
selección argentina.
Es bastante poco usual que su entrenador, Martino,
haya manifestado que el partido ante Bolivia resultaba fundamental para poder
viajar tranquilos a la Copa América Extra de los Estadios Unidos, en junio, sin
tener que estar pensando en el regreso de la clasificación mundialista en
setiembre, cuando en la doble jornada reciban a Uruguay y luego viajen a
Venezuela.
Ya otras veces, Martino elogió partidos de la
selección argentina en los que el equipo tuvo, como máximo un desempeño
correcto, sin lucir. En este caso, ante Bolivia, manifestó que el juego de su
equipo había sido sólido y que había anulado a su rival, algo que resulta
elemental, por la debilidad del mismo.
Se supone que Argentina es uno de los serios
candidatos a ganar la Copa América por su historia y por los jugadores que
tiene, más allá de lo que pase en el camino a Rusia, que no debería peligrar.
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