miércoles, 30 de marzo de 2016

La selección argentina avanza pero no convence (Yahoo)



Apenas una semana atrás, la selección argentina se encontraba fuera de los equipos clasificados para el Mundial 2018 en su grupo sudamericano, y gracias a sus dos victorias consecutivas del jueves (1-2 a Chile) y el martes (2-0 a Bolivia) ya está tercera, a dos puntos de los líderes Uruguay y Ecuador, cuando son cuatro las plazas fijas para Rusia y hasta hay una quinta para jugar una repesca ante un equipo de Oceanía.

Hasta aquí, la parte positiva, lo numérico o lo estadístico. Sin embargo, el fútbol no pasa sólo por allí. Hay que analizar el juego, cómo se llegó a esta circunstancia, y también los rivales.

Y lo cierto es que la selección argentina no le ganó precisamente a la mejor selección chilena posible sino a una que, para empezar, justo había cambiado su entrenador, luego del notable paso del argentino Jorge Sampaoli, con el que había ganado la Copa América por primera vez en su historia, dando paso a su compatriota Juan Antonio Pizzi.

Pero además, Chile, como local, dio la ventaja de no contar con Jorge Valdivia, Arturo Vidal y Eduardo Vargas, tres jugadores muy importantes del medio hacia adelante, y ni bien comenzó el partido, antes de los primeros quince minutos, ya se le habían lesionado Matías Fernández (reemplazante de Valdivia) y Marcelo Díaz (el de Vidal), y tuvieron que salir.

A ese equipo chileno es al que Argentina, con todas sus figuras disponibles, le ganó sin poder tener el dominio de la pelota en toda la segunda parte y sólo por su contundencia y por tener en sus filas al mejor jugador del mundo, Lionel Messi.

Otra vez, cinco días más tarde y en un campo de juego en malas condiciones como el de Córdoba (insólitamente cambió el escenario del Monumental de Buenos Aires por considerar que no se siente alentada por la gente), la selección argentina venció 2-0 a una muy pobre Bolivia, que si en general no suele tener grandes figuras, algunas pocas que tiene están enfrentadas al entrenador Julio Baldivieso (como por ejemplo, Marcelo Martins).

Aún así, el equipo argentino, dominador de campo y pelota, apenas si le pudo convertir un solo gol de jugada elaborada y el otro fue de un penal que no existió y que sirvió para que Messi, su mejor jugador como siempre, marcara su gol 50 y quedara a cuatro de Gabriel Batistuta como goleador histórico del conjunto albiceleste. Pero muy poco más.

¿Qué es lo que le pasa al equipo que dirige Gerardo Martino? Que no consigue una estructura que lo contenga. Tiene muy buenos jugadores en la mayoría de las posiciones, pero lo cierto es que no en todas.

Marcos Rojo, lateral izquierdo de destacada actuación en el Mundial de Brasil, no se encuentra en su mejor forma. En el medio, si bien Javier Mascherano tiene solidez como mediocentro, el problema aparece por los costados porque los otros dos componentes de la línea (el sistema que usa es el 4-3-3) tienden a cerrarse por sus funciones en sus equipos actuales (Lucas Biglia en la Lazio y Ever Banega en el Sevilla), mientras que se nota mucho la ausencia de Javier Pastore, más cercano a los delanteros y quien conecta mejor con Messi.

Como para Martino, Sergio Agüero y Gonzalo Higuaín son centrodelanteros (también Carlos Tévez, no convocado esta vez), deben pelear por un lugar cuando antes, con Alejandro Sabella, podían jugar juntos, también ha cambiado el panorama del ataque.
Messi juega por la derecha, y si bien tiende a irse hacia el medio, se trata de que en lo posible conserve su presencia en la zona, mientras que Di María, por la izquierda, muchas veces debe bajar para cubrir el espacio del costado, que no utilizan los volantes por lo ya mencionado.

Así es que el equipo argentino, con la táctica de conservar la posesión del balón, que es una saludable idea original, se fue deshilachando, fue perdiendo forma, los nombres fueron cambiando, ya no pudo retener aquel once que se sabía casi de memoria y comenzó a practicar un fútbol irregular, que no transmite la misma confianza que antes.

Con Sabella, aún jugando al error del adversario con el contragolpe de Di María, Messi, Higuaín y Agüero, al menos estaba la garantía del gol, aunque  la pregunta era si efectivamente el balón iba a ser recuperado, la clave para luego crear y marcar.

Ahora es al revés: la tenencia del balón parece casi asegurada, pero no se encuentran las vías para llegar al gol y menos, cuando el rival se cierra, y hasta puede ocurrir, 
como en el debut del grupo clasificatorio ante Ecuador en Buenos Aires, que el rival tenga espacio para el contragolpe, delanteros rápidos, y la defensa albiceleste tenga que regresar de espaldas, pagándolo muy caro.

Por todo esto, el equipo argentino parece cada vez más dependiente de Messi, de lo que haga Di María en un arranque suyo de velocidad y remate preciso a la portería, o un regate de Agüero, o una definición oportuna de Higuaín, o una situación de coraje de algún defensor (como reiteradamente ocurrió esta semana con el lateral derecho Gabriel Mercado, reemplazante de Pablo Zabaleta), y no de lo que haga el conjunto.
Claro que los resultados muchas veces engañan y permiten descansar en cierto optimismo, que es lo que le sucede ahora a la selección argentina.

Es bastante poco usual que su entrenador, Martino, haya manifestado que el partido ante Bolivia resultaba fundamental para poder viajar tranquilos a la Copa América Extra de los Estadios Unidos, en junio, sin tener que estar pensando en el regreso de la clasificación mundialista en setiembre, cuando en la doble jornada reciban a Uruguay y luego viajen a Venezuela.

Ya otras veces, Martino elogió partidos de la selección argentina en los que el equipo tuvo, como máximo un desempeño correcto, sin lucir. En este caso, ante Bolivia, manifestó que el juego de su equipo había sido sólido y que había anulado a su rival, algo que resulta elemental, por la debilidad del mismo.

Se supone que Argentina es uno de los serios candidatos a ganar la Copa América por su historia y por los jugadores que tiene, más allá de lo que pase en el camino a Rusia, que no debería peligrar.


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