Si hay una razón por la que el fútbol se transformó
en el planeta en el fenómeno que es hoy y desde hace ya un buen tiempo, es el
de la imprevisibilidad.
Es uno de los deportes menos lógicos en el
resultado, ya sea en un partido entre un gigante contra un pequeño, como a lo
largo de un torneo.
Son tantas las circunstancias que juegan, que no se
puede dar por ganado un partido hasta que la distancia se hace muy grande en el
marcador (vaya si lo sabrá el Borusia Dortmund, que no sólo había convertido
tres goles en Anfield esta semana pasada por la Europa League sino que vencía
1-3 al Liverpool yt acabó perdiendo 4-3 y fue eliminada) y tampoco se puede dar
por terminado un certamen aunque haya nueve y diez puntos de diferencia ante
los inmediatos perseguidores y queden pocas jornadas por jugarse.
Hace diez años, en el Torneo Apertura argentino de
2006, a falta de cuatro jornadas, Boca Juniors llevaba 9 puntos al segundo,
Estudiantes de La Plata. Boca iba por su primer tricampeonato consecutivo en su
historia y ya todo el análisis se basaba en qué equipo saldría segundo. Pero a
falta de tres jornadas llevaba 6 a Estudiantes, a falta de dos, 4, a falta de
una, 3, y en la última acabaron iguales y debieron jugar una final a las 72
horas, que terminó ganando Estudiantes.
Esta vez, Atlético Madrid descontó nueve puntos al
Barcelona en menos de un mes, con 11 goles en esos tres partidos, y ya tiene la
misma cantidad que los azulgranas a falta de cinco jornadas. El entrenador de
aquel Estudiantes y el de este Atlético Madrid es el mismo, Diego Pablo
Simeone.
No es casual que a Simeone le haya pasado lo mismo
dos veces (aunque ahora el torneo no ha finalizado y además también está
pegado, a una unidad, el Real Madrid con una potentísima delantera que juega
cada vez más segura). Hay una parte azarosa, como suele pasar en la vida misma,
pero hay otra que está más relacionada a la causalidad, a la preparación, al
armado de un equipo, y a estar preparado para el éxito: el tomar cada
oportunidad y luchar para asirla con ambas manos y aferrarse a ella.
Todos sabíamos, ni bien se conoció el resultado del
sorteo de los cuartos de final de la Champions, que la serie iba a ser
dificilísima para el Barcelona, aún cuando llegaba con 39 partidos invicto,
porque el Atlético es de esos rivales que jamás dejan de luchar y salen “con el
cuchillo entre los dientes”, como suele decir, simbólicamente, su entrenador
Simeone.
Pero hay motivos propios para analizar en la
estrepitosa caída del Barcelona. Un factor es el psicológico, y consideramos
que éste es el decisivo. Como suele decir Jorge Valdano, el fútbol “es un
estado de ánimo” y el plantel sufrió una serie de hechos extradeportivos
demasiado importantes: las versiones sobre los sobreprecios en el contrato de
Neymar lo fueron apagando en su juego, a lo que se sumó, en el peor momento
posible, la trascendencia de los “Panamá papers” y una sociedad offshore a
nombre de la familia Messi (que niega rotundamente cualquier actividad y hasta
la inexistencia de una cuenta bancaria). Como si esto fuera poco, aunque no
parecía muy influyente por la distancia de puntos que llevaba, la inesperada
derrota en el Camp Nou ante el Real Madrid por la Liga.
Nadie imaginó (y esto es lo sorprendente y lo que
hace tan atractivo al fútbol) que esa derrota sería el inicio de la caída como
efecto de naipe, al punto de poner en riesgo toda una temporada en la que el
Barcelona se planteaba, como mínimo, igualar el triplete de la pasada
(Champions, Liga y Copa) y parecía bien encaminado y en los últimos escalones
previos a cumplir el objetivo.
Así fue que el tan exitoso y armónico Tridente
sudamericano se desmoronó inmediatamente. Neymar pasó a ser criticado por su
vida social y sus visitas a su hermana en Brasil, Messi estuvo cinco partidos
sin convertir justo cuando le faltaba un gol para el 500 (que llegó ahora sin
festejo en una nueva derrota, ante el Valencia), Luis Suárez llegó a acumular
tarjetas amarillas en el Clásico y no estuvo ante la Real Sociedad, cuando el
Barcelona volvió a perder en la ya fatídica Anoeta y no paró de quedar
permanentemente en fuera de juego.
Habíamos sostenido en esta columna semanas
anteriores que nos parecía que el entrenador Luis Enrique Martínez estaba
sobrevalorado por la prensa que cubre la Liga, al punto de que demasiado pronto
lo votaron como el mejor de 2015 sólo por los resultados del equipo, y en el
final de esta temporada puede observarse que el plantel no estaba tan bien
preparado físicamente para afrontar la última parte del año, no tuvo, una vez
más, el manejo con “mano izquierda” para situaciones como la del excéntrico
Daniel Alves, suspendido por aparecer con una peluca en las redes sociales en
un mal momento (no daba más que para un pequeño ritón de orejas en una
conversación) y tampoco tuvo el timming para sacarlo a la cancha cuando por el
costado derecho, las cosas no funcionaban ante el Valencia porque Sergi Roberto
no rinde como en el puesto de volante.
Pero no es todo: Luis Enrique tampoco supo ver que ante
la Real no daba para grandes experimentos luego de una dura derrota contra el
Real Madrid, y optó por tres suplentes, entre ellos Rafinha, recién retornado
luego de una lesión que lo dejó afuera de las canchas por seis meses.
La rectificación por los tres titulares en la
segunda parte ya fue tarde, y el clima de tensión terminó por instalarse hasta
llegar al partido contra el Valencia, en el que ya el Barcelona era una pila de
nervios, con la autoestima muy en baja y jugadores al mínimo de sus rendimientos
(ni Messi pudo levantar dos libres directos sobre la barrera).
Si sumamos que nunca el Barcelona marcó bien en lo
colectivo y siempre fue salvada in extremis por cracks como Javier Mascherano y
Gerard Piqué y que la plantilla no tiene recambio para casos de lesiones o
suspensiones aún gastándose el club una fortuna, como no hizo antes con Gerardo
Martino, las conclusiones son simples.
Este Barcelona tratará de luchar ahora en las cinco
jornadas que vienen pero ya en igualdad de situación con sus dos principales
rivales, en una nueva “miniliga” que comienza a mitad de esta semana y en la
que tanto Atlético como Real Madrid llegan muy entonados, eufóricos con una
chance que no imaginaban, y cualquier cosa puede pasar.
Y pensar que aún hay quienes descreen de la
psicología aplicada al deporte. ¿Qué más psicológico que este momento del
Barcelona, y en consecuencia, de sus rivales en la lucha por el título?
Por eso es que el fútbol es tan hermoso. Porque
todos nos podemos equivocar y nunca podremos afirmar con certeza que algo
ocurrirá.
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