sábado, 30 de julio de 2016

El fútbol-temor (Por Marcelo Wío)





“Perder es ganar un poco”, Francisco “Pacho” Maturana



El fútbol actual, más allá de reputadas y vistosas excepciones, se ha postrado ante el temor a la derrota – tan ominosamente presentado por los medios y sus comentaristas de lo evidente y lo inmediato -. Este miedo le suma, al equipo, un rival: sus demonios. Y ganar, en este esquema existencial, es más un medio que un fin, que un premio – y es, a su vez, la manera de desatender los medios, la táctica, el lirismo -. El fútbol, de esta manera, deviene en el gran olvidado a la fiesta de los domingos.

El caso de la selección argentinna es, acaso, paradigmático: entregada al pavor y a los medios que este impone – junto al rostro, la identidad, consiguiente -, parece haber prescinidido de su estilo ya cada vez más lejano, obedienciendo las circunstancias, y salvada por talentos, nombres – acaso  sin tanto nombre salvador, disimulador de lo catastrófico, se hubiese evidenciando más cabalmente lo que hay, promoviendo una reforma -. Una selección que, como el país juega sus partidos mirando el reloj, restringiendo sus posibilidades, difiriendo todo lo que se pueda diferir, sin plan, sin proyecto, sólo respondiendo a una fuerza aplicada hace tanto tiempo que ya comienza a difuminarse su sentido.

Y ese miedo a perder termina por contagiarlo todo, traduciéndose, en definitiva, en un miedo a ganar. Un miedo a jugar.

Mas, la victoria así conseguida acaso sólo sea la postergación de algo que, a la larga – y más en el corto plazo -, es inevitable: encontrarse con uno mismo, con el reflejo de aquello en que uno se ha convertido. Era éste el sabor de las victorias deslucidas del Real Madrid de Mourinho: uno tenía la sensación de que le estaban ofreciendo un producto distinto del que había pedido. Eso no era liebre.

Si bien el filósofo español Fernando Savater (Invitación a la ética) no hablaba de fútbol, la sentencia encaja como un guante: “... la victoria ha de obtenerse por medios compatibles con lo que uno es: no es verdadero triunfo aquel consigo a merced a lo que nos desmiente. ... Ganar así sería perder, mi derrota vendría de los medios que uso para derrotar a mi [rival]. La virtud es es la manera de vencer compatible conmigo mismo, la acción más eficaz y jutamente la que mejor responde a lo que yo intrínsecamente quiero y soy”.

Los medios contribuyen grandemente a esta desvalorización de la virtud y a unas derrotas que son más profundas que las que puede reflejar un marcador – por aquello de que el fútbol es un elemento que forma identidad -. Los discursos triunfalistas que exaltan lo mediocre, que sólo muerden en superficie de la realidad, despreciando valores, igualando a todos en la derrota. Decía Savater que “hay que reivindicar una manera una forma de ver que no juzgue los logros o desastres de manera puramente exterior a la acción misma, por la realización o pérdida convencional de sus objetivos”. Pero ello exige un esfuerzo, un trabajo, una profundidad que casi choca con el protagonista que muchos periodistas pretenden para sí.

Y mientras tanto, el fútbol cada vez se parece menos a sí mismo: juego extraño y mezquino, de atletas, no de estetas. Cada vez menos jugo, menos lúdico; cada vez con la seria solemnidad de lo trascental que no trasciende, tan regocijado en su formalidad.  Cada vez más necesitado de lo exterior, de su magnificación para sobrevivir: horas y horas dedicadas a su exaltaión mediática, a subrayar su relevante actualidad, a agrandar individualidades, proponiéndolas como modelos ya no de valores, sino de sí mismas: de éxito, de fama.

Cuando lo suyo sería, tal como se mencionaba, hablando del Fútbol Club Barcelona, en la revista El Gráfico (24/05/2012), proponer “una construcción en el tiempo, un reflejo de talentos anteriores, una herencia asumida con ese brillo tan propio de los que siempre eligen tutear a la pelota”. Es decir, proponer el juego. Lo lúdico.

De hecho, el filósofo venezolano Mauricio Navia A. (Filosofía, estética y fútbol) apuntaba que la “esencia misma del fútbol, sólo se realiza cuando se juega y se juega jugando fútbol como en niño y el artista de Heráclito y Nietzche: se debe jugar con libertad lúdica, apasionada y trágica y con un impulso artístico que obligaría a disolver al jugador en la totalidad del equipo y del juego. Se reconoce así, una definición del fútbol como un “estado de ánimo”; cuyo carácter se esgrime como: pasión, la garra, el compromiso, la camiseta, el corazón y el alma del futbolista”.

Algo muy similar proponía Johan Cruyff en un decálogo (Me gusta el fútbol), además de resaltar el papel social del fútbolista y su responsabilidad concomitante:

“Disfrutar del fútbol para el público y también para los jugadores. El fútbol es espectáculo, si no, no es fútbol.

La técnica y su perfeccionamiento deberán convertirse en la preocupación del jugador

Siempre debemos estar dispuestos a aprender cosas nuevas de otros.
La ilusión es básica en general pero sobre todo en el fútbol.
El respeto por los compañeros, por el público, por el árbitro, etcétera, es básico en el deporte y en la vida.
Debemos ser buenos compañeros y aceptar que los demás cometerán errores y que tendremos que ayudarles del mismo modo que ellos también lo harán cuando los cometamos nosotros.
En el fútbol y en la vida resulta indispensable saber trabajar en equipo, comprender que un jugador sólo no puede ganar un partido.
La entrega al cien por cien es absolutamente necesaria en el fútbol.
El futbolista tiene una gran responsabilidad social. Es un modelo para mucha gente y representa unos colores y una afición.
El fútbol es una buena escuela para la formación personal y ayuda a madurar como persona”.


Qué lindo sería que el fútbol vuelviese a ser, como decía Eduardo Galeano, “la cosa más importante de las cosas que no tienen importancia”; y no esta cosa que no se sabe bien qué es, y que algunos cada vez más andan con pretensiones de emparentarlo con la política o alguna instancia similar.


Cuando todo es tan sencillo... ¿No es así, maestro Alfredo Di Stéfano?: “El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que jugar con el balón en el pasto”.

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