“Perder es ganar un poco”,
Francisco “Pacho” Maturana
El fútbol actual, más allá de
reputadas y vistosas excepciones, se ha postrado ante el temor a la derrota –
tan ominosamente presentado por los medios y sus comentaristas de lo evidente y
lo inmediato -. Este miedo le suma, al equipo, un rival: sus demonios. Y ganar,
en este esquema existencial, es más un medio que un fin, que un premio – y es,
a su vez, la manera de desatender los medios, la táctica, el lirismo -. El
fútbol, de esta manera, deviene en el gran olvidado a la fiesta de los
domingos.
El caso de la selección
argentinna es, acaso, paradigmático: entregada al pavor y a los medios que este
impone – junto al rostro, la identidad, consiguiente -, parece haber
prescinidido de su estilo ya cada vez más lejano, obedienciendo las
circunstancias, y salvada por talentos, nombres – acaso sin tanto nombre salvador, disimulador de lo
catastrófico, se hubiese evidenciando más cabalmente lo que hay, promoviendo
una reforma -. Una selección que, como el país juega sus partidos mirando el
reloj, restringiendo sus posibilidades, difiriendo todo lo que se pueda
diferir, sin plan, sin proyecto, sólo respondiendo a una fuerza aplicada hace
tanto tiempo que ya comienza a difuminarse su sentido.
Y ese miedo a perder termina
por contagiarlo todo, traduciéndose, en definitiva, en un miedo a ganar. Un
miedo a jugar.
Mas, la victoria así conseguida
acaso sólo sea la postergación de algo que, a la larga – y más en el corto
plazo -, es inevitable: encontrarse con uno mismo, con el reflejo de aquello en
que uno se ha convertido. Era éste el sabor de las victorias deslucidas del
Real Madrid de Mourinho: uno tenía la sensación de que le estaban ofreciendo un
producto distinto del que había pedido. Eso no era liebre.
Si bien el filósofo español
Fernando Savater (Invitación a la ética) no hablaba de fútbol, la
sentencia encaja como un guante: “... la victoria ha de obtenerse por medios
compatibles con lo que uno es: no es verdadero triunfo aquel consigo a merced a
lo que nos desmiente. ... Ganar así sería perder, mi derrota vendría de los
medios que uso para derrotar a mi [rival]. La virtud es es la manera de
vencer compatible conmigo mismo, la acción más eficaz y jutamente la que mejor
responde a lo que yo intrínsecamente quiero y soy”.
Los medios contribuyen
grandemente a esta desvalorización de la virtud y a unas derrotas que son más
profundas que las que puede reflejar un marcador – por aquello de que el fútbol
es un elemento que forma identidad -. Los discursos triunfalistas que exaltan
lo mediocre, que sólo muerden en superficie de la realidad, despreciando
valores, igualando a todos en la derrota. Decía Savater que “hay que
reivindicar una manera una forma de ver que no juzgue los logros o
desastres de manera puramente exterior a la acción misma, por la realización o
pérdida convencional de sus objetivos”. Pero ello exige un esfuerzo, un
trabajo, una profundidad que casi choca con el protagonista que muchos
periodistas pretenden para sí.
Y mientras tanto, el fútbol
cada vez se parece menos a sí mismo: juego extraño y mezquino, de atletas, no
de estetas. Cada vez menos jugo, menos lúdico; cada vez
con la seria solemnidad de lo trascental que no trasciende, tan regocijado en
su formalidad. Cada vez más necesitado
de lo exterior, de su magnificación para sobrevivir: horas y horas dedicadas a
su exaltaión mediática, a subrayar su relevante actualidad, a agrandar
individualidades, proponiéndolas como modelos ya no de valores, sino de sí
mismas: de éxito, de fama.
Cuando lo suyo sería, tal como
se mencionaba, hablando del Fútbol Club Barcelona, en la revista El
Gráfico (24/05/2012), proponer “una
construcción en el tiempo, un reflejo de talentos anteriores, una herencia
asumida con ese brillo tan propio de los que siempre eligen tutear a la
pelota”. Es decir, proponer el juego. Lo lúdico.
De hecho, el filósofo venezolano Mauricio
Navia A. (Filosofía, estética y fútbol) apuntaba que la “esencia misma del fútbol, sólo se realiza cuando se juega y se
juega jugando fútbol como en niño y el artista de Heráclito y Nietzche: se debe
jugar con libertad lúdica, apasionada y trágica y con un impulso artístico que
obligaría a disolver al jugador en la totalidad del equipo y del juego. Se
reconoce así, una definición del fútbol como un “estado de ánimo”; cuyo
carácter se esgrime como: pasión, la garra, el compromiso, la camiseta, el
corazón y el alma del futbolista”.
Algo muy similar proponía
Johan Cruyff en un decálogo (Me gusta el fútbol), además de resaltar el
papel social del fútbolista y su responsabilidad concomitante:
“Disfrutar
del fútbol para el público y también para los jugadores. El fútbol es
espectáculo, si no, no es fútbol.
La
técnica y su perfeccionamiento deberán convertirse en la preocupación del
jugador
Siempre
debemos estar dispuestos a aprender cosas nuevas de otros.
La ilusión es básica en
general pero sobre todo en el fútbol.
El respeto por los
compañeros, por el público, por el árbitro, etcétera, es básico en el deporte y
en la vida.
Debemos ser buenos
compañeros y aceptar que los demás cometerán errores y que tendremos que
ayudarles del mismo modo que ellos también lo harán cuando los cometamos
nosotros.
En el fútbol y en la vida
resulta indispensable saber trabajar en equipo, comprender que un jugador sólo
no puede ganar un partido.
La entrega al cien por
cien es absolutamente necesaria en el fútbol.
El futbolista tiene una
gran responsabilidad social. Es un modelo para mucha gente y representa unos
colores y una afición.
El
fútbol es una buena escuela para la formación personal y ayuda a madurar como
persona”.
Qué lindo sería que el fútbol vuelviese a
ser, como decía Eduardo Galeano, “la cosa más importante de las cosas que no
tienen importancia”; y no esta cosa que no se sabe bien qué es, y que algunos
cada vez más andan con pretensiones de emparentarlo con la política o alguna
instancia similar.
Cuando todo es tan sencillo... ¿No es así, maestro Alfredo Di Stéfano?: “El balón está hecho de cuero, el cuero viene
de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que jugar con el balón en el
pasto”.
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