La noticia que conmovió al fútbol argentino pero en
especial a los hinchas de Boca es el haber quedado fuera de la final de la Copa
Libertadores de América en semifinales, en la Bombonera, y ante el que parecía
un rival accesible como Independiente del Valle de Ecuador.
Sin embargo, Boca había llegado hasta esta instancia
trastabillando, a los golpes, siempre salvado por alguna individualidad, o por
unos pocos minutos de fútbol, y porque en su camino tuvo rivales muy inferiores
a los ecuatorianos de Pichincha, pero nada más que por eso.
Boca viene jugando mal desde hace rato. Con la dirección técnica de Rodolfo
Arruabarrena, hasta principios de 2016, tocó fondo y ni siquiera los dos
títulos de fines de 2015 pudieron remediar su lógica salida.
Entonces, la comisión directiva apeló a un viejo
anhelo, el mellizo Guillermo Barros Schelotto, quien venía de dirigir a Lanús
con una cierta ambición ofensiva y un discurso de un sistema 4-3-3, aunque se
encontró en Boca con un primer problema: ¿qué hacer con la posición de Carlos
Tévez y con el propio jugador, de demasiada influencia no sólo en el plantel
sino en el propio club?
Tévez es un jugador de una gran calidad, y que llegó
de regreso a Boca en la plenitud, con 31 años (ahora tiene 32), tras haber
hecho dos grandes temporadas con la Juventus, y asumido como líder del equipo,
pero se encontró con un gran desconcierto en todo sentido: objetó la
preparación física, se dio cuenta enseguida de las enormes carencias de su
director técnico, y aunque tuvo un impetuoso comienzo, se fue apagando porque
no encontró una referencia cuando Jonathan Calleri se fue al San Pablo en una
transferencia en la que tuvo relación porque fue uno de los que influyeron para
que regresara Daniel Osvaldo, su amigo en el equipo italiano.
En la Juventus, Tévez jugaba por detrás del
centrodelantero (ya sea Alvaro Morata, o Fernando Llorente primero), pero él no
lo es. Sus dos posiciones más comunes son la de la Juventus o la de aquel Boca
de Bianchi en la que alternaba en el ataque con el brasileño Iarley, ambos como
mediapunta, pero no es un nueve clásico, como equivocadamente insistieron el ex
director técnico de la selección argentina, Gerardo Martino, y en los últimos
meses, Barros Schelotto.
La cuestión es que Tévez intentó en vano ser el
nueve, y como jugaba fuera del área y el director técnico no quiso contar con
Sebastián Palacios en uno de los extremos, comenzó con Carrizo hasta que éste
se lesionó, luego siguió con Cristian Pavón, pero fueron la única herramienta
pura del ataque, demasiado poco. Boca no puede salir como local con un solo
delantero, y menos en un partido como el de anoche, en el que sí o sí tenía que
ganar y marcar un gol pronto.
Pero no sólo esto: Boca ya venía dando señales de
alerta en la Copa Libertadores. Ante Nacional de Montevideo, fue ganando como
visitante, se durmió y le empataron. De local, sufrió casi tanto como ante Independiente
del Valle, porque el equipo entró en la confusión de siempre.
Boca lleva años sin tener una línea de fútbol,
aunque cuenta con buenos jugadores, y entonces suele entrar en torbellinos para
tratar de llegar al arco rival, y eso hace que a su vez cuando consigue un
objetivo se retrase naturalmente y a su vez sufra defensivamente, porque
tampoco está bien parado atrás, por la misma razón que no tiene eficacia
arriba: porque parte de la base de que hay que luchar cada partido.
El folklore le fue transmitiendo a Boca la idea de
que “poner huevo” es lo opuesto a “jugar bien”, como si las dos cosas juntas no
fueran compatibles, y ese es uno de los graves errores que determinan que a los
jugadores les queme la pelota en los pies.
Estos partidos de Copa Libertadores, pero
especialmente los dos ante Independiente del Valle, dejan muy mal parado a
Barros Schelotto, porque tuvo tiempo de sobra para preparar el partido, porque
el rival no es superior técnicamente y porque no supo elegir o disponer de los
jugadores que pidió que le contrataran, que representaron un enorme gasto.
Ni Darío Benedetto (por la derecha en Quito, recién
ingresando en el segundo tiempo en Buenos Aires), ni Walter Bou (entró cuando
ya no había nada que hacer), ni Santiago Vergini tuvieron oportunidad de
mostrarse, ni logró encontrar una posición para Tévez, ni asegurar, al menos, a
la defensa.
Hay atenuantes, como la enorme cantidad de
lesionados, desde Fernando Gago, que hace tiempo que no juega, hasta Andrés
Cubas, que tuvo que acelerar el regreso, hasta Gino Peruzzi. Es cierto, como lo
es que el arquero Azcona contuvo una pelota parado detrás de la línea de gol
que pudo ser el 0-2 para Boca en Quito. Pero no alcanza como explicación.
A Boca le queda ahora un año muy largo, demasiado
teniendo en cuenta que para llegar a la Copa Libertadores 2017 sólo le queda
ganar la Copa Argentina y que recién asoma un torneo internacional, de lo
contrario, para 2018, demasiado lejos para muchos de sus referentes.
Tal vez sea el momento para barajar y dar de nuevo,
pero si los dirigentes o el técnico creen que eso pasa por volver a contratar jugadores
y gastar una fortuna, probablemente sigan por el mismo camino errático que
hasta ahora.
Si no se sabe a qué se juega, difícilmente se pueda
llegar a buen destino. Luego vienen los encargados de plasmar la idea. Y la
misma debe aplicarse también a las divisiones inferiores, porque hace tiempo que
Boca no saca un crack como en otros tiempos. Y todo parte del mismo problema:
parece que primero está el marketing, los negocios, y luego el fútbol. Y la
ecuación es exactamente al revés.
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