Y un día, que fue hoy, Gerardo Martino dejó de ser
el director técnico de la selección argentina. Harto ya de estar harto, de
tantos papelones, la gota que rebalsó el vaso fue el hartazgo por no poder
formar siquiera mínimamente un equipo básico para los próximos Juegos Olímpicos
de Río de Janeiro, a semanas de su inicio, debido a la negativa de los clubes a
cederlos.
Martino pudo haberse ido a las pocas horas de caer
por penales con la selección argentina en la segunda final consecutiva de la
Copa América, esta vez en Estados Unidos, aunque por otros motivos, en todo
caso discutibles, como haber sido demasiado permeable a la dictadura de los
jugadores y sus amistades, que derivó en un sistema táctico que fue lo que pudo
ser entre tantos lesionados. Pero en todo caso, esa renuncia, que creemos que
debió presentar (para ser ratificada o no), era discutible.
En el caso de esta de hoy, es una renuncia digna. Un
director técnico serio, como lo es Martino (nos guste más algún aspecto de su
trabajo, menos otros), no puede aceptar bajo ningún punto de vista este estado
de cosas en la AFA, que espera para cuando se pueda que por fin instituciones
externas, la FIFA y la Conmebol, pongan un orden histórico que nunca tuvo, y
que acaba de explotar de manera definitiva en el post grondonismo.
Hace más de un año y medio que la AFA sabe que la
selección argentina se clasificó para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro,
pero como en todos los otros órdenes, se dejó estar. Tenía demasiados intereses
en otras cuestiones como para encarar una preparación para unos Juegos que,
además, ya ganó dos veces, y todo dio igual.
No le interesó nunca demasiado, y
en el desorden actual, sin un presidente, sin dirigentes capaces, con
demasiadas dificultades, y con una economía ahogada por el Gobierno para que
por fin los clubes cedan a la Superliga y si es posible, acepten debatir las
sociedades anónimas, no se pudo conformar un equipo.
Martino no es tonto, sabe lo que significa trabajar
dentro del fútbol argentino (ya había sido muy duro cuando dirigía exitosamente
a Newell’s Old Boys hace tres años), y ya venía golpeado no sólo por no haber
podido ganar la reciente Copa América sino porque nio se sabía a ciencia cierta
si los referentes de la selección argentina volverían pronto al equipo, si se
tomarían un año sabático o acaso ya no regresaran nunca, dependiendo de cada
caso.
Y sin dirigentes, sin un presidente, sin un peso,
sin una estructura, sin un director técnico del equipo sub-20, sin sparrings,
sin interlocutores válidos, se tomó unos días, realizando el trabajo de otros,
tomando el teléfono y llamando personalmente para gestionar la presencia de
quien pudiera venir, y no hubo caso, así que decidió irse y dejar su cargo.
Y lo bien que hizo. Esta AFA no merece ningún
director técnico serio. Una institución que en un año y medio no pudo preparar
ni mínimamente un equipo para los Juegos Olímpicos, que no le da importancia,
que debe ser regañada por el Comité Olímpico Argentino porque llega el límite
del plazo para presentar equipo y parece desinteresada, al punto de poner en
riesgo la participación en tamaño acontecimiento, no está en condiciones de
pedir ni mucho menos exigir nada.
Martino también había cometido errores en las
convocatorias. Pero son errores tan importantes como puntuales: no calcular
bien la situación de Paulo Dybala, quien terminó sin el pan (la Copa América) y
sin la torta (los Juegos de Río), o menospreciar a Mauro Icardi por aparecer
seguido en la prensa rosa, como si eso influyera a la hora de marcar goles,
para luego, ante tanto descarte, no sólo tener que necesitarlo sino terminar
pidiéndole que fuerce la cesión con el Inter.
Pero los dirigentes actuales en su mayoría están tan
enfrascados en la rosca, tienen mente tan pequeña, que no alcanzan a entender
que si sus jugadores vistieran la camiseta nacional, sus cotizaciones
aumentarían y hasta harían el negocio que argumentan para no cederlos.
Tampoco tienen un mínimo espacio en sus cabezas
ahuecadas por la situación para, en todo caso, posponer el inicio del torneo
por dos o tres semanas, cuando será anual y podrían suplantarse esos fines de
semana con fechas entresemana, pero darle lugar a que la selección argentina participe
en los Juegos.
Ya no pedimos que piensen, desde la necesaria
honestidad dirigencial, en que más allá de los negocios, su rol en asociaciones
civiles sin fines de lucro pasa por asegurar la competitividad. Nuestro nivel
de exigencia baja en proporción a la incapacidad que observamos en quienes hoy
hacen que rigen los destinos de este fútbol argentino absolutamente
desquiciado, que va tocando fondo.
Pero ni siquiera son originales: en 1924, a poco de
los Juegos Olímpicos de París, y con la Asociación Argentina de Fútbol
enfrentada a la Asociación Amateur, el titular del Comité Olímpico Argentino
(COA) Ricardo Aldao, quien había sido designado un año antes por el presidente
argentino Marcelo T de Alvear, les dio plazo hasta marzo para que se pusieran
de acuerdo en armar un equipo. Pero no llegaron y Argentina no participó en
fútbol.
Sí lo hizo la Asociación Uruguaya (AUF), cuyo
presidente, Atilio Arancio, hipotecó su casa para que sus jugadores viajaran y
se alojaran en un humilde hotel. Al final, los celestes ganaron por primera vez
la medalla dorada, que en ese tiempo sin Copas del Mundo, era como ser campeón
mundial.
Entonces, el influyente diario “Crítica” dijo “Mientras
nosotros miramos, ellos son campeones olímpicos”. Ahora, si la AFA no logra
formar un equipo, podría ser reemplazada por la AUF, porque Uruguay fue
subcampeón en el torneo que Argentina ganó.
¿Sucederá otra vez, como en 1924? El fútbol
argentino es capaz de repetirlo. De papelones, en este tiempo, conoce de sobra.
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