martes, 5 de julio de 2016

Martino se fue para no ser parte del papelón



Y un día, que fue hoy, Gerardo Martino dejó de ser el director técnico de la selección argentina. Harto ya de estar harto, de tantos papelones, la gota que rebalsó el vaso fue el hartazgo por no poder formar siquiera mínimamente un equipo básico para los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, a semanas de su inicio, debido a la negativa de los clubes a cederlos.

Martino pudo haberse ido a las pocas horas de caer por penales con la selección argentina en la segunda final consecutiva de la Copa América, esta vez en Estados Unidos, aunque por otros motivos, en todo caso discutibles, como haber sido demasiado permeable a la dictadura de los jugadores y sus amistades, que derivó en un sistema táctico que fue lo que pudo ser entre tantos lesionados. Pero en todo caso, esa renuncia, que creemos que debió presentar (para ser ratificada o no), era discutible.

En el caso de esta de hoy, es una renuncia digna. Un director técnico serio, como lo es Martino (nos guste más algún aspecto de su trabajo, menos otros), no puede aceptar bajo ningún punto de vista este estado de cosas en la AFA, que espera para cuando se pueda que por fin instituciones externas, la FIFA y la Conmebol, pongan un orden histórico que nunca tuvo, y que acaba de explotar de manera definitiva en el post grondonismo.

Hace más de un año y medio que la AFA sabe que la selección argentina se clasificó para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, pero como en todos los otros órdenes, se dejó estar. Tenía demasiados intereses en otras cuestiones como para encarar una preparación para unos Juegos que, además, ya ganó dos veces, y todo dio igual. 

No le interesó nunca demasiado, y en el desorden actual, sin un presidente, sin dirigentes capaces, con demasiadas dificultades, y con una economía ahogada por el Gobierno para que por fin los clubes cedan a la Superliga y si es posible, acepten debatir las sociedades anónimas, no se pudo conformar un equipo.

Martino no es tonto, sabe lo que significa trabajar dentro del fútbol argentino (ya había sido muy duro cuando dirigía exitosamente a Newell’s Old Boys hace tres años), y ya venía golpeado no sólo por no haber podido ganar la reciente Copa América sino porque nio se sabía a ciencia cierta si los referentes de la selección argentina volverían pronto al equipo, si se tomarían un año sabático o acaso ya no regresaran nunca, dependiendo de cada caso.

Y sin dirigentes, sin un presidente, sin un peso, sin una estructura, sin un director técnico del equipo sub-20, sin sparrings, sin interlocutores válidos, se tomó unos días, realizando el trabajo de otros, tomando el teléfono y llamando personalmente para gestionar la presencia de quien pudiera venir, y no hubo caso, así que decidió irse y dejar su cargo.

Y lo bien que hizo. Esta AFA no merece ningún director técnico serio. Una institución que en un año y medio no pudo preparar ni mínimamente un equipo para los Juegos Olímpicos, que no le da importancia, que debe ser regañada por el Comité Olímpico Argentino porque llega el límite del plazo para presentar equipo y parece desinteresada, al punto de poner en riesgo la participación en tamaño acontecimiento, no está en condiciones de pedir ni mucho menos exigir nada.

Martino también había cometido errores en las convocatorias. Pero son errores tan importantes como puntuales: no calcular bien la situación de Paulo Dybala, quien terminó sin el pan (la Copa América) y sin la torta (los Juegos de Río), o menospreciar a Mauro Icardi por aparecer seguido en la prensa rosa, como si eso influyera a la hora de marcar goles, para luego, ante tanto descarte, no sólo tener que necesitarlo sino terminar pidiéndole que fuerce la cesión con el Inter.

Pero los dirigentes actuales en su mayoría están tan enfrascados en la rosca, tienen mente tan pequeña, que no alcanzan a entender que si sus jugadores vistieran la camiseta nacional, sus cotizaciones aumentarían y hasta harían el negocio que argumentan para no cederlos.

Tampoco tienen un mínimo espacio en sus cabezas ahuecadas por la situación para, en todo caso, posponer el inicio del torneo por dos o tres semanas, cuando será anual y podrían suplantarse esos fines de semana con fechas entresemana, pero darle lugar a que la selección argentina participe en los Juegos.

Ya no pedimos que piensen, desde la necesaria honestidad dirigencial, en que más allá de los negocios, su rol en asociaciones civiles sin fines de lucro pasa por asegurar la competitividad. Nuestro nivel de exigencia baja en proporción a la incapacidad que observamos en quienes hoy hacen que rigen los destinos de este fútbol argentino absolutamente desquiciado, que va tocando fondo.

Pero ni siquiera son originales: en 1924, a poco de los Juegos Olímpicos de París, y con la Asociación Argentina de Fútbol enfrentada a la Asociación Amateur, el titular del Comité Olímpico Argentino (COA) Ricardo Aldao, quien había sido designado un año antes por el presidente argentino Marcelo T de Alvear, les dio plazo hasta marzo para que se pusieran de acuerdo en armar un equipo. Pero no llegaron y Argentina no participó en fútbol.

Sí lo hizo la Asociación Uruguaya (AUF), cuyo presidente, Atilio Arancio, hipotecó su casa para que sus jugadores viajaran y se alojaran en un humilde hotel. Al final, los celestes ganaron por primera vez la medalla dorada, que en ese tiempo sin Copas del Mundo, era como ser campeón mundial.

Entonces, el influyente diario “Crítica” dijo “Mientras nosotros miramos, ellos son campeones olímpicos”. Ahora, si la AFA no logra formar un equipo, podría ser reemplazada por la AUF, porque Uruguay fue subcampeón en el torneo que Argentina ganó. 


¿Sucederá otra vez, como en 1924? El fútbol argentino es capaz de repetirlo. De papelones, en este tiempo, conoce de sobra.

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