Los medios israelíes festejaron la nueva
determinación (que deberá ser confirmada en mayo en Bahrein y a la que apelarán
la ECA, la Asociación de Clubes Europeos, y la LFP, Liga de Fútbol Profesional
de España) de que para el Mundial de 2026 (cuya sede se definirá en 2020), haya
48 selecciones directamente clasificadas al Mundial, desde las 32 actuales,
desde el formato iniciado en Francia 1998.
No es para menos. Si para un fútbol como el israelí,
sólo presente en el Mundial de México 1970 es una posibilidad cierta de
participar de la fiesta de un Mundial tras haber merodeado la chance en las
últimas clasificaciones, más aún es una gran noticia para países emergentes que
apuestan un dineral en un duro desarrollo inicial, como China o India, que han
puesto fortunas con ese propósito, aunque técnicamente estén muy lejos.
Tal como se escribió en este blog cuando Gianni
Infantino fue entronizado presidente de la FIFA en marzo pasado, el dirigente
ítalo-suizo no era otra cosa que el candidato del régimen, y esto significaba,
más que ninguna otra cosa, seguir con aquellos lineamientos de Joao Havelange
(en mayor medida) y Joseph Blatter, pero también, continuar con la línea de
Michel Platini, el destituido presidente de la UEFA, riñón de donde sale el
ahora titular de la casa mayor del fútbol.
Para tenerlo claro, Platini, en esta última elección
de presidente de la FIFA, fue el Carlos Reutemann de Eduardo Duhalde en 2003,
mientras que Infantino terminó siendo el Néstor Kirchner, es decir, la carta
que le quedaba al establishment a partir de que el verdadero candidato del
momento no pudo asumir, y entonces el tapado, el que nadie esperaba, el único
que quedaba como potable para garantizar que no se rompiera el puente de oro
entre la UEFA y la Conmebol, tomó su propio camino manteniendo los lineamientos
del francés.
Hoy más que nunca puede verse el resultado de
aquella reunión en el cada vez más célebre (no siempre por buenas razones,
independientemente de su enorme calidad y ubicación) hotel Baur Au Lac, en
Zurich, cuando llevados por la dupla de los Villar (Angel, de mando en Europa,
y su hijo Gorka, empotrado en la Conmebol), se determinó que para continuar con
el establishment, y ante la chance de perderlo todo ante un príncipe jordano
del que no se sabe para dónde pateará, sólo quedaba la simpática figura del
políglota Infantino, que garantizaba lo principal que estuvo y está en juego:
preservar a la FIFA como entidad madre global, por fuera de los intereses de
los clubes poderosos europeos.
Algo así como que nadie atente “contra la familia
del fútbol” y como sucede con el periodismo, se invita a todos a integrarse a “la
Gran Familia del fútbol” y que nadie haga negocios por fuera de él. Por esa
misma razón, siempre la FIFA, desde los tiempos de Havelange (1974-1998), miró
de reojo a la UEFA porque la veía como una amenaza: desde sus extraños
cuestionamientos éticos (la entidad europea tiene lo suyo, pero critica lo
otro) hasta su intento por dominarlo todo desde un creciente poder económico de
sus clubes.
No hay que engañarse: el real conflicto de intereses
en el fútbol del mundo es, desde hace ya décadas, el enfrentamiento entre “clubes
poderosos” que pagan los sueldos de las grandes estrellas, y los “seleccionados
nacionales” que no sólo manejan la cuestión simbólica sino que engloban el
mayor de los éxitos de interés popular internacional, la gran liturgia de este
tiempo comparable a las religiones: los Mundiales de fútbol.
Lo que determinó ahora la FIFA en Zurich, a
propósito de la entrega del premio “The Best”, es parte de este mismo
conflicto, aunque con un pequeño intento de acercamiento mucho más a la usanza
de Platini que de Blatter: muchos más equipos, más dinero, más votos en el
futuro, más negocio que nunca porque con la misma cantidad de días de partidos
(32) y la misma cantidad de estadios (12) ahora habrá otras 16 selecciones con
chances.
Si se estudia la llegada de Platini a la UEFA, justo
cuando por fin Blatter puso a su entonces delfín para terminar con los
cuestionamientos europeos y colocó a un Caballo de Troya en la confederación
más conflictiva, una de sus primeras medidas fue introducir a los clubes de
Europa de Este con más chande de competir con los poderosos. E Infantino
formaba parte de esta conducción. Es decir, nada nuevo bajo el sol: lo que hizo
el nuevo presidente de la FIFA fue llevar a Zurich lo que ya había visto en
Nyon.
Desde el punto de vista de la estructura, y tal como
festejaban los israelíes (como tantas otras federaciones de clase media baja
del fútbol, o directamente baja, en cuanto a juego), puede decirse que pese a
las airadas protestas de la ECA y de la LFP, sucede todo lo contrario: para las
selecciones tradicionales es prácticamente el fin de las mal llamadas “Eliminatorias”
(porque el objetivo es clasificarse, no quedar eliminado, y por eso en inglés
es “Qualyfication”).
Si tomamos el caso de Argentina o Brasil en la
Conmebol, con 6,5 plazas sobre 10 equipos, y teniendo en cuenta que el séptimo
aún debería jugar un repechaje contra un flojísimo rival de Asia o Concacaf
(porque también esas confederaciones tendrán más clasificados en forma directa
a los mundiales y los lugares retrasados quedarán para equipos sin potencial
alguno), las chances de no ir a un Mundial se redicen casi a la nada, y esto
mismo es aplicable a las principales potencias europeas, como a México o los
Estados Unidos en la Concacaf, o a Australia y Japón en Asia.
Para 2026, no ir al Mundial, para una potencia, será
casi imposible, y por tanto, no tiene casi sentido la crítica de la ECA o la
LFP, que suena mucho más a política que a efectiva: si la clasificación pierde
sentido, por lo fácil que puede resultar para las potencias (al fin y al cabo,
las que aportan jugadores a los clubes poderosos), eso significará también que
posiblemente en la mitad de las mismas los partidos carezcan de valor real, y
entonces de lugar a lógicas negociaciones “federaciones-clubes poderosos”, con
concesiones de ambos lados.
Es decir, si Argentina o Brasil ya están casi clasificados
o directamente clasificados en la mitad de camino, será más fácil aceptar que
algunas de sus estrellas no sean cedidas y que en cambio, sí puedan formar
parte de un tour por Asia que paga fortunas y en el peor caso, las fechas FIFA
serán las mismas de siempre y nada cambiaría, con lo cual nunca la cosa estaría
peor que antes.
Lo que sucede es que la ECA viene recelando de lo
que se da en llamar “virus FIFA” por el cual se ceden los jugadores para largos
viajes, supuestamente por partidos “inútiles” (que en general no lo son, porque
son nada menos que para clasificarse a los Mundiales, en una mayor proporción),
y en algunos casos regresan lesionados o agotados por el viaje.
Y en el caso de la LFP, es claro que el durísimo
enfrentamiento de años entre su presidente, Javier Tebas, y el hombre fuerte
del fútbol español, Angel Villar, juega mucho más su partido que lo que
realmente pueda pasar en otros niveles.
La gran pregunta que nos formulamos es si no era más
fácil para las dos partes litigantes, las federaciones y los clubes europeos
poderosos, que las selecciones campeonas del mundo se clasificaran directamente
a los Mundiales y de manera definitiva.
De esta forma, se habría evitado todo conflicto
porque estas selecciones (hoy son ocho y hasta 1998 eran apenas seis) no
habrían jugado partidos por la clasificación a los mundiales, habrían dejado
entonces el problema del virus FIFA, se habrían podido negociar cesiones para
determinados partidos amistosos de mucha importancia o de gran cachet y al
mismo tiempo, se aseguraba una fiesta mundialista con la presencia de todos los
campeones.
Lo cierto es que cada vez importa menos el mérito
deportivo. Cada vez importa menos el fútbol y cada vez importa más el negocio.