miércoles, 4 de enero de 2017

Leicester, Glasgow y Twitter, o sobre la importancia del fútbol como campo de estudio social III (Por Marcelo Wio)




2. Fútbol, identidad, y su utilización política y religiosa

Daniel Burdsey y Robert Chappell, de la Brunel University, del Reino Unido, afirmaban (Soldiers, sashes and shamrocks: Football and social identity in Scotland and Northern Ireland) que hay que destacar el continuado papel del fútbol en el proceso de construcción y mantenimiento de la identidad desde tiempos remotos (cuando era algo muy distinto del deporte que es hoy en día).

Y añadían que, aunque algunas personas buscan la competición deportiva exclusivamente por su valor intríneso, es importante reconocer que para muchos otros, el deporte, y en especial el fútbol, juega un papel mucho más importante en sus vidas. 

Así, citaban a J. Coelho, que resaltaba cómo “los equipos de fútbol adquieren una vasta y compleja significación y simbolismo sociales que terminan por superar el siemple resultado de una competición deportiva”

Y es que, como remarcaban  John Sugden y Alan Tomlinson (Hosts and Champions: Soccer Cultures, National Identities and the USA World Cup), el deporte, en muchos casos, “informa sobre y renueva la memoria popular de las comunidades, y ofrece una fuente colectiva de identificación y expresión comunitaria para aquellos que siguen a equipos”. En este sentido, Jeremy MacClancy (Sport, identity and ethnicity) sugería que los deportes “son vehículos de identidad, proveyendo a la gente con un sentido de diferenciación y una manera de clasificarse a sí mismos y a otros”.

Así, comentaban Burdsey y Chappel, apoyar a un equipo de fútbol particular, no sólo ayuda a sentir una identidad compartida con los pares, sino que funge como medio para diferenciarse de otros grupos. “En muchos casos, la identificación con un equipo en particular indica qué o quién uno es; e, igualmente importante, qué o quién uno no es”, resumían; y citaban a Brainer y Shirlow, que proponía que “apoyar a un equipo de fútbol permite a los hinchas expresar su oposición a identidades rivales, mientras celebran la propia”.

Para ello, el fútbol debe ocupar un lugar prioritario o, cuanto menos, relevante en las preferencias de una sociedad dada.

Pero, para Steve Bruce, “la mayoría de los escoceses no son aficionados al futbol”, y, además, “la mayoría de los aficionados no apoyan al Rangers y al Celtic”.  Algo que vendría a echar por tierra una amplia cantidad de investigaciones y ensayos. Uno de ellos, precisamente, el de Burdsey y Robert Chappell, que explicaban que dentro de la mayor parte de las sociedades existe una variedad de medios a través de los cuales la identidad social puede ser expresada y que, para muchos grupos (especialmente, las minorías), el fútbol puede ser la única o, al menos, la principal, válvula de escape para tales sentimientos. “Y este es, ciertamente, el caso en... Escocia e Irlanda del Norte. El fútbol es utilizado como forum de expresión de identidad social”, afirmaban.

Y ampliaban diciendo que “la lealtad futbolística juega una parte significativa en las respectivas identidades sociales para protestantes y católicos en estos países (Escocia e Irlanda del Norte).”

Es decir, el fútbol, brindaría así un contexto, un ámbito de expresión, de escenificación, de cuestiones y mecanismos sociales que de otra manera, muy probablemente permanecerían “ocultos” a la mirada cotidiana. Este marco, pues, pondría en evidencia (a la vez que serviría como una suerte de reservorio y amplificador de sentimientos,)  aspectos sociales “esquivos”, a problemáticas preexistenes que, en su versión más extrema, se manifiestan de manera violenta (esa violencia que se esqiva restringiéndola a un fenómeno exclusivamente “futbolístico”); además de ofrecer un ámbito – especialmente la grada - muy particular para ciertas desinhibiciones, para una no siempre sutil ruptura con las “reglas” que regulan las relaciones cotidianas.

Justamente,  Burdsey y Chappell referían que con el Celtic y los Rangers – los clubes con las más fuertes tradiciones político-religiosas en Escocia -, el fútbol parece ser utilizado como guardián y promotor de identidad la identidad histórica asumida por estos clubes. Y, añadían, la manera más efectiva en que los hinchas de fútbol pueden articular los elementos de su identidad es a través de su comportamiento en un partido de fútbol, ya que no sólo se encuentran juntos individuos similares, sino que se encuentra el “otro”, “lo que brinda a ambos grupos de hinchas un ambiente relativamente seguro – en la Argentina, por ejemplo, ni eso – en el cual pueden expresar los aspectos de su identidad y comportarse de una manera que no sería socialmente aceptable en otro lugar”.

El fútbol devenido en algo así como un “corralito” y en un canal de expresión para la afición, o facciones (muy visibles, que suelen actuar con la anuencia o silencio de la mayoría) de la misma, que operarían como un reflejo o como un testimonio de cuestiones sociales más profundas. De esta manera, podría incluso llegar a funcionar como coartada involuntaria de ciertos comportamientos a los que arranca de la marginalidad, del ostracismo, y  echa en pleno rostro a la sociedad que, por lo general, se hace la desentendida, encubriendo la realidad con interpretaciones y eslóganes fraudulentos y vacuos: la “violencia del fútbol”, el “problema del fútbol”.

En este sentido, Brian Phillips (The Scotish Play, Celtic vs. Rangers, and what happens when a sports rivalry gets completely out of hand; Slate, 23 de marzo de 2011) apuntaba al corazón del problema: “Ahora, politicos, la policía, los medios y la iglesia están exigiendo un cambio. Pero la rivalidad [entre el Rangers y el Celtic] refleja tensiones sociales que nadie ha hecho tanto por fomentar como las propias instituciones sociales que ahora culpan al fútbol por los males del país... Que los políticos y curas lancen un J'accuse contra los clubes, mientras ignoran las formas en que sus propios predecesores alimentaron ese mismo conflicto, es tratar un síntoma como si fuese la enfermedad”.


Y la prensa repite, tan cómodamete: “la violencia del fúbol”. Y todos tan contentos: localizado el “problema”, prudentemente vestidos de todos de “moral” y “corrección”...



Finalizando

Comentaba Levinsky, en una oportunidad, que durante los  años 1990, desde Argentina, se buscó asesoramiento en Inglaterra para atajar la violencia en el fútbol. La respuesta que llegó fue evidente (menos, claro está, para quienes creían que toda violencia es la misma, en tanto y en cuanto se manifieste en las gradas o en los aledaños de un estadio de fútbol; es decir, que la violencia se circunscribe exclusivamente a ese ámbito): los contextos no son los mismos, las causas no son las mismas. Es decir, las sociedades que engendran esa violencia, no son las mismas.

Así, estudiar al fútbol desde las ciencias sociales es, dada la relevancia de este deporte a nivel internacional, de suma relevancia, porque por intermediación suya existe la posibilidad de comprender diversos hechos sociales, así como detectar problemáticas que no se evidencian cotidianamente.

Precisamente, Daniel Burdsey y  Robert Chappell decían que sería interesante llevar a cabo un estudio etnográfico del fútbol. Los académicos se referían al ámbito de su estudio (Irlanda del Norte y Escocia), pero sin duda su inquietud cuya escala trasciende aquél ámbito, puesto que proponían un estudio con un acercamiento particularmente centrado en las historias vida/ la historia oral, con el fin de examinar las interpretaciones y reflexiones personales de individuos sobre el fútbol en contextos particulares: qué papel juega en sus vidas, qué les aporta en términos sociales, qué les exige en dichos términos; qué les evidencia.



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