Faltaban pocos días para las elecciones
presidenciales del 15 de junio de 2003 un Fútbol Club Barcelona en crisis,
cuando un canal de televisión catalán organizó un debate entre los candidatos.
Dos de ellos llegaban cabeza a cabeza, el publicista Luis Bassat y el abogado
Joan Laporta. Los otros cuatro, que completaban el cuadro, eran el conocido
agente de futbolistas Josep María Minguella, el ex vicepresidente del club,
Jaume Llauradó, Josep Martínez Rovira y Jordi Majó.
El intercambio parecía normal hasta que LLauradó, el
mismo que había sido factótum de la llegada del crack argentino Juan Román
Riquelme un año antes y que había prometido un estadio para 150.000
espectadores y fue impulsor de las selecciones catalanas, inquirió a Bassat, de
manera inesperada. “¿Por qué no dice cuál es su segundo apellido?”.
El reconocido publicista, que encabezaba la mayoría
de las encuestas, respondió entonces: “Me llamo Coen. Es un apellido judío, por
si alguien no lo sabía, y estoy muy orgulloso de él. Si me llamara Rodríguez,
de segundo apellido, seguro que usted no habría hecho esa pregunta”.
Bassat, entonces, se levantó de la silla y sigue
pensando que no hubo ningún malentendido en ese momento, y es lo que le dijo en
ese recuerdo al periodista Vicenç Villatoro en el libro que apareció hace unos
meses llamado “El regreso de los Bassat” (Editorial RBA).
Para esas elecciones, uno de los candidatos había
hecho una encuesta entre mil socios del Barcelona preguntándoles que les
parecería que el club tuviera un presidente judío, y Bassat no fue el ganador,
aunque “no sólo por eso”.
Lo cierto es que LLauradó, el inquisidor en el
debate televisivo, no tenía ninguna posibilidad, y lo sabía. El entonces CEO de
Eriasa, una empresa de explotación de rocas industriales por todo el mundo),
sólo favoreció a Laporta, quien se había hecho muy conocido al tratar de
imponer una moción de censura al entonces presidente Josep LLuis Núñez desde
una plataforma que se llamó “Elefant Blau” (Elefante Azul) que desde ese
momento no paró de ascender hasta imponerse en los comicios, aunque mediante un
método muy particular.
De hecho, Bassat no sólo estaba acompañado por los
mejores hombres posibles como Salvador Alemany y Miquel Roca Junyent-uno de los
padres de la actual Constitución española-, sino que su director deportivo iba
a ser un tal Josep Guardiola, quien haría historia cinco años más tarde como
entrenador, ya con Laporta como presidente.
La basa de la campaña de Laporta era la promesa del
fichaje de una de las estrellas del Manchester United, el metrosexual David
Beckham, futbolista que asiduamente aparecía en la farándula del espectáculo
por estar casado con la ex Spice Girl, Victoria Adams, con quien se encontraba
de vacaciones veraniegas en Los Ángeles.
Esa promesa generaba dudas y sospechas, porque al
mismo tiempo se decía que el Real Madrid ya había cerrado la operación y era
claro que el jugador encajaba mucho mejor en el proyecto de la contratación de
jugadores “galácticos” de ese calibre por parte del presidente blanco,
Florentino Pérez, pero los dirigentes de la capital española habían mantenido
un prudente y extraño silencio.
“El jugador encaja perfectamente en nuestro proyecto”,
sostuvo Laporta, quien hizo pública una oferta de 57 millones de euros al
Manchester United, lo que motivó que
Beckham, desde Los Ángeles, se mostrara “muy disgustado y sorprendido” por la
versión, y afirmara que se sentía “un instrumento de la batalla electoral” del
Barcelona.
Laporta, entonces, dijo que esas declaraciones
formaban parte de “una estrategia de negociación”, en tanto Bassat calificaba
la operación de “osadía peligrosa” porque consideró que los fichajes “deben
hacerse de acuerdo con el director técnico y el entrenador viendo qué es lo
mejor para el equipo y no al revés” y sentenció que en estas elecciones del
Barcelona, “juegan un equipo contra un futbolista virtual”.
Si el Real Madrid permanecía el silencio en
referencia a la extraña “Operación Beckham”, más llamativo parecía lo del
Manchester United, que hizo lo mismo hasta horas antes de las elecciones, a no
ser que se explicara porque al mismo tiempo, las acciones del club en la bolsa
se dispararon un 5 por ciento.
A pocos días de las elecciones (exactamente seis),
sorpresivamente, el Manchester United
anunciaba que había aceptado la oferta del Barcelona por Beckham, lo que
acabó disparando los votos para Laporta, finalmente ganador de los comicios
presidenciales. Sin embargo, todo había sido una puesta en escena.
Quien había participado de las negociaciones para
este anuncio, que daría frutos en votos, había sido un agente de jugadores de
muy buenas relaciones con el Manchester United, al punto de conseguir este
“favor” del anuncio, para luego colocar a uno de sus representados, el arquero
turco Rustu Recber (mundialista en Japón-Corea 2002) en el plantel del
Barcelona. La jugada había salido bien.
Un día después de las elecciones en el Barcelona,
Real Madrid anunciaba oficialmente el fichaje de Beckham por 25 millones de
euros.
Bassat había sido presa de un juego perverso, con intereses
y antisemitismo incluido, aunque no podía decir que lo que le había ocurrido
era novedad. Ya había visto otro caso alrededor del Barcelona cuando el gran
delantero holandés Johan Cruyff llegó al equipo en 1973, y le cayeron duro
porque le hicieron fama de judío, aunque no lo era. Y lo relata en otra parte
de su riquísimo libro.
“Era un chico de una familia humilde de un barrio de
Amsterdam emparentada con judíos holandeses. Varios miembros de su familia,
sobre todo por parte de su mujer, murieron en el Holocausto”, recuerda.
Tras aquella experiencia fallida para la presidencia
del Barcelona, que había sido la segunda, Bassat desistió de insistir. “Seguramente habría tenido que hacer cosas
que no habría querido, y eso no vale la pena”, explica.
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