martes, 26 de diciembre de 2017

Sampaoli, y una cuestión de representatividad y coherencia




Es el día de hoy que el Mellizo Guillermo Barros Schelotto sigue tratando de convencer por todos los medios al presidente de Boca Juniors, Daniel Angelici, para que el muy hábil Ricardo Centurión vuelva a vestir los colores ahora que en febrero comienza la participación del equipo en la ansiada Copa Libertadores. Sin embargo, las puertas para él siguen cerradas.

La explicación de Angelici es que no se trata de lo que Centurión puede llegar a jugar (de eso no hay dudas), sino que como jugador de Boca, debe comportarse de determinada manera y si no, no puede vestir esa camiseta.

En Inglaterra, aunque por cuestiones ligadas a la corrupción (lo cual no deja de ser también una forma de comportarse fuera de los terrenos de juego, que no quita que se trate de buenos profesionales dentro de él), la Football Asociation (FA) ya se comió a dos entrenadores de la selección, como Sven Goran Ericksson a principios de siglo, y más recientemente, a Sam Allardyce.

En ese tipo de países, una actitud como la del director técnico de la selección argentina, Jorge Sampaoli, la noche del 23 de diciembre en Casilda, cuando maltrató a un agente callejero que simplemente indicó que en su coche había más gente que la permitida, y utilizando su mucha mayor ganancia de dinero, no es más que una anécdota complicada, una mancha que con el correr de los meses puede quedar en la nada misma si luego, por ejemplo, el entrenador regresa con la Copa del Mundo en sus manos.

Algo así como que no importan las formas, si el objetivo final se consigue. Estamos refiriéndonos al “resultadismo puro”, aquel que se reclama dentro de la cancha, sin que para miles de aficionados interese cómo se llegó a ese final. No parece, en muchos casos, importar el trayecto sino sólo el fin.

Ese resultadismo, bombardeado durante décadas por una prensa monopólica que ni siquiera dio lugar a alguna alternativa, en la que los soporíferos “cero a cero” resultaban “interesantes tácticamente” y en la que los córners eran “para Bielsa o para Griguol” y no para el equipo, se fue expandiendo desde adentro hacia afuera y hoy todo vale, mientras eso redunde en resultados “positivos”.

En la Argentina futbolera, expresémoslo de una vez, sólo importa la Copa del Mundo, y si Sampaoli parece el más apto para dirigir a un equipo para conseguir el objetivo más preciado, la sociedad está dispuesta a mirar para otro lado y perdonarlo todo.
Basta con una disculpa (que desde ya que es mejor que nada y que en esta misma sociedad muchos, incluso funcionarios de alto rango y con delitos gravísimos, no la piden) como para que todo siga y nadie espera nada, desde hace muchos años o acaso desde siempre, de esta AFA neogrondonista con ropaje moyanista.

Del fútbol, del cinismo que desde hace mucho tiempo que lo rodea, no hay nada que pedir, y muchísimo menos, exigir. Si en el Grondonato la AFA se dio el lujo de enviar un reporte de un partido con las formaciones, goles y cambios cuando la Defensoría del Pueblo de la Ciudad pidió información sobre el estado de la cancha en la que se habían producido incidentes, mucho menos puede esperarse que tome cartas en el asunto de Sampaoli, quien además es sostenido por la base del plantel albiceleste que lleva años tomando decisiones de peso.

Pero Sampaoli no sólo es sostenido por la AFA sino, como ya se vino sosteniendo desde este blog, también por un sector de la prensa vernácula encantado con ciertas cuestiones de imagen que le resultan simpáticas como los tatuajes, o el fanatismo del DT por Callejeros o mucho más aún por Los Redondos y por su pasado peronista.

A partir de allí, durante este lapso errático de Sampaoli por la selección argentina (que estuvo a un tris de no clasificarse al Mundial y que fue salvada por el genio de Lionel Messi), se le llegó a justificar cualquier acción, desde mostrarse “trabajando” en sus giras por el exterior para visitar jugadores, como si fuera algo nuevo y revolucionario y resulta que eso mismo hicieron todos sus antecesores (hubo medios que llegaron a medir el kilometraje de sus desplazamientos), otra ostentación de inversión tecnológica y de supuesta modernización en los campos de entrenamientos de Ezeiza con un excesivo número de colaboradores, hasta sus complicadas palabras para referirse a ciertos temas para mostrar acaso una cultura bielsística tan aplaudida por la pretendida intelectualidad.

Y aquí entra a tallar un nuevo eje, el de la grieta de la sociedad que hace que entonces Sampaoli caiga de uno de los dos lados y que, entonces, unos busquen atacarlo por cualquier flanco y los otros, justificarle todo.

Hasta hubo algún periodista de muy respetable trayectoria, que llegó a preguntar por qué no se le cae primero al titular de la AFI, Gustavo Arribas, por su supuesto caso de corrupción por muchísimo dinero, cuando no parece que se trate de una competencia sobre quién debe ser más criticado, sino que se debería poder criticar a la cantidad de personas que fueren en caso de merecerlo, sin importar qué piensan o de qué lado están.

Es interesante, además, desmenuzar el contenido de las palabras de Sampaoli durante su incidente en Casilda, porque echó mano a uno de los ejes de la relación entre el ámbito del fútbol desde los protagonistas, y los que no pertenecen a él o bien lo miran desde afuera, en carácter de espectadores más o menos comprometidos con el espectáculo.

Suele ser habitual que en la Argentina, en casos extremos, los protagonistas respondan en el sentido de que los que están del otro lado son una especie de fracasados que no tienen otra que mirar los partidos desde el alambrado o detrás de él, es decir, algo así como “la periferia” mientras ellos son “el centro”, “los que se la llevan” mientras que “los giles” son “los que la tienen que poner toda”.

Ese esquema funciona también al revés, porque la lógica es "hacer la diferencia cuando se pueda" y así es que muchas veces hemos escuchado gritos de "fracasado, fracasado" desde las tribunas hacia jugadores que no habrán tenido gran éxito deportivo en el exterior pero que sí han podido ganar buen dinero. ¿No es acaso la misma lógica que la que opera con buena parte de la clase política que cuando llega a ocupar cargos en el Estado considera que esa es una oportunidad irrepetible?

En el punto anterior, hay también un rompimiento de ciertas reglas tácitas como la del respeto del protagonista por el espectador, por el hincha, por el que paga porque (nunca es tarde para recordarlo) estamos refiriéndonos al fútbol profesional, es decir, se paga por ver un espectáculo de 90 minutos, no es el parque en el que hay apenas un criterio de gusto y voluntad y no hay ninguna obligación primaria del que juega al que mira.

Cuando no se respeta al que paga, al que está “afuera” del protagonismo, al mismo tiempo se niega el criterio de espectáculo, de obligatoriedad a ciertas reglas de cierto urbanismo, y otra vez llegamos a que se transmite sólo que lo que interesa es el resultado final, algo así como “vos querés que yo traiga la Copa, y mientras estoy en camino hago mis negocios y vos, gil, tenés que bancarte todos mis gestos y mis decisiones, sin ninguna opción”.

Entonces, que nada haya pasado con Sampaoli, que todo quede en una mera disculpa, algo elemental pero que habría que ver si habría existido de no haber sido filmado el instante del incidente, también habla de la sociedad argentina toda y no sólo del entrenador.


Al fin de cuentas, cuando la AFA tomó la decisión de contratarlo y de no hacerlo con otro colega, fue por determinados elementos, que se supone que pasan por la experiencia, los conocimientos, el temple, aunque todo indica que al final, pesaron más otras cuestiones como si es del gusto de los jugadores de peso o si está dispuesto a convivir con una institución de ética bastante particular. Si su conducta fue tenida en cuenta o no, no se supo, pero en base a la reacción institucional, lo podremos deducir enseguida.

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