Ya está. Se fue Ariel Holan de Independiente. Ya no
es más su director técnico.
Cuando por fin llegaba a los Rojos alguien afín al
club, del que es hincha desde chico, cuando era llevado por su padre, alguien
con deseos de cambiar el paradigma de los negocios y las mafias para pensar en
suministrarle al equipo una cuota de buen fútbol y el intento de regresar al
pasado glorioso. Cuando por fin apareció alguien distinto, que rompiera las
reglas tan pesadas de juego, el club y el sistema no lo pudieron retener y él
tampoco los pudo aguantar.
Holan fue claro, taxativo, más allá de rumores de
segundo orden que mencionan un distanciamiento con su preparador físico,
Alejandro Kohan. Dijo en un comunicado que difundió por las redes sociales y
los medios de comunicación, que pese a ser hincha de Independiente y tener en
un futuro próximo las metas de ganar la ansiada Copa Libertadores, la Recopa
Sudamericana y la Suruga Bank, no pueden vivir él y su familia con permanente
custodia policial, y no hay nada que objetar al respecto.
La gran pregunta es por qué, quien osó cambiar las
reglas, quien intentó que su equipo jugara bien al fútbol y no sólo lo
consiguió sino que dio vuelta todo y ahora se trata de un plantel respetado y
campeón de la Copa Sudamericana, con jugadores muy cotizados y pretendidos por
los mejores equipos del mundo, tiene que andar con custodia policial, igual que
se familia.
Independiente ya conoce de esto. Tuvo un dirigente
fuera de lo común como su ex presidente Javier Cantero, uno de los muy pocos
que enfrentaron a la barra brava y la lograron erradicar de la cancha no sin
sufrimiento al punto de irse sin querer saber más nada con este sistema perverso.
Ahora le tocó el turno a Holan, un entrenador
proveniente de otro ámbito, el hockey sobre césped, con un breve pero
fructífero paso por Defensa y Justicia, que entendió que había ciertos códigos
del fútbol que bancarse para poder trabajar al más alto nivel.
Pudo constatarlo ni bien asumió, cuando se filtró un
audio en el que contaba que además de ser hincha de Independiente desde siempre,
no quería que le pasara lo de sus antecesores que fueron ídolos como jugadores
pero que terminaron dolorosamente como entrenadores, como os casos de Jorge
Burruchaga y Gabriel Milito.
¡Para qué! Se le vino el mundo rojo encima. Los ex
jugadores lo acusaron de todo. De no conocer lo que es un vestuario, de
entrenar con drones, de inexperto, de traición. Muchos meses más tarde llegó el
reconocimiento a partir del juego del equipo y los resultados.
Luego tuvo que entender que podía disponer de Martín
Benítez, involucrado en la violación de su ex novia por parte de su entonces
compañero de equipo, Alexis Zárate, quien sí fue castigado por la Justicia pero
el delantero rojo pudo tener mejor final, acaso por la chapa de su club o de
algunos de sus dirigentes.
Después se tuvo que bancar la salida de un jugador
clave, en medio de la definición de la Copa Sudamericana como Emiliano Rigoni,
transferido al Zenit.
Pero ya no se bancó que “Bebote” Alvarez, el líder
de un sector de la barra brava de Independiente, lo apretara subiéndose a su
auto, para exigirle dinero.
Sin esos códigos del fútbol, Holan fue e hizo la
denuncia, y tampoco se retrajo ante los medios. Fue claro, pero le costó caro.
Tuvo que andar con custodia desde ese momento y tampoco sintió que la
dirigencia lo respaldaba de manera cabal.
Sí aceptó, por una cuestión de elemental lealtad hacia
quien lo contrató, Hugo Moyano, no decir nada de su salida hasta que al menos
pasaran las elecciones presidenciales en el club, en la que Moyano arrasó con
casi el 90 por ciento de los votos.
Pero después anunció su partida, y una constatación
final acerca de que este sistema del fútbol argentino no es capaz de bancar
siquiera a un tipo que trae ideas nuevas, distintas, superadoras, y con buenos
resultados de manera casi inmediata. No hay caso. Es un sistema preparado para
la mafia, para los códigos, para las movidas de piso.
Y Holan, entonces, siendo hincha de Independiente,
con las copas esperándolo para pelearlas a la vuelta de la esquina, con un
plantel ahora con más confianza y cotización, prefirió tener dignidad y buscar
otro destino.
El monstruo que los dirigentes inventaron hace más
de medio siglo, se cobró otra más.
No aprenden más.
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