Más allá de que también se utiliza para chanzas, los
hinchas del Real Madrid acuñaron un cántico en las tribunas para su equipo, que
dice “así, así, así gana el Madrid”, una manera de decir que hay una forma, un
estilo, una estética para conseguir triunfos y títulos, al menos desde la
pretensión y desde la rica historia del club.
Es que hay formas y formas de salir campeón. Lo han
sido equipos que han sido buenos obteniendo resultados importantes y luego,
conservarlos como visitantes, y también lo son otros, como este Independiente
que se consagró anoche campeón de la Copa Sudamericana en un escenario de los
mejores, nada menos que el estadio Maracaná, respondiendo ataque por ataque, no
renunciando jamás al arco contrario y ante un rival de fuste como el Flamengo.
Conviene recordar, desde el inicio de este artículo,
que como ya lo hemos manifestado en redes sociales y en otras columnas
anteriores en este blog, que creemos que la Copa Sudamericana de ninguna manera
puede ser equiparable a la Copa Libertadores.
Porque la Copa Sudamericana la juegan equipos que no
han sido principales protagonistas de sus torneos locales y entonces
necesidades del marketing pueden generar que luego se equiparen los campeones
de la Copa Libertadores (en este caso, Gremio de Porto Alegre) e Independiente
(campeón de la Copa Sudamericana) en la Recopa que se jugará en febrero, cuando
uno es el campeón de los mejores y el otro es el de los que han quedado en
cuarta o quinta posición de los torneos locales, para abajo. No hay
equiparación posible porque deportivamente uno hizo mucho más mérito que el
otro.
Aclarada esta posición, y volviendo al estricto
contexto de la Copa Sudamericana que acaba de finalizar, Independiente terminó
siendo algo superior al Flamengo en una serie muy pareja, en la que no hay que
soslayar que se trata de un poderoso club carioca que se había armado para
ganar originalmente la Copa Libertadores pero por hacer lo que justamente no
hizo anoche Independiente, es decir, meterse atrás y especular, fue derrotado
por San Lorenzo en el último minuto de la fase de grupos, fue eliminado, y
debió bajar al torneo consuelo sudamericano.
Allí trepó hasta la final porque era evidente que su
plantel daba para aspirar claramente a ganar la Copa Sudamericana, aunque en la
final no contó con dos puntales como el experimentado arquero Diego Alves (que
le llegó a contener penales nada menos que a Lionel Messi y a cristiano Ronaldo
en la Liga Española) y el delantero peruano Paolo Guerrero, quien atraviesa una
muy difícil situación legal por un control antidoping positivo con su selección
ante Argentina, en octubre pasado, y por lo que ha sido provisoriamente
suspendido por la FIFA.
Pero volviendo a Independiente, hay que reconocer el
trabajo que en un año realizó su entrenador, Ariel Holan, con el mérito de que
hace muy poco tiempo dirigía en el hockey sobre césped y que por esta razón y
por sus sofisticados métodos de entrenamiento (con drones) fue mirado de reojo
por los ámbitos más tradicionales del fútbol y por los caracterizados hinchas y
ex jugadores del club.
Pero poco a poco, el entorno de Independiente, sus
socios e hinchas incluidos, comenzó a entender que no por eso, Holan había
renunciado a los valores que caracterizaron desde siempre el juego de los rojos
y el paladar fino de los que lo sigueron siempre.
De hecho, Holan apostó a jugadores de buen pie.
Generó una renovación y le dio lugar a Ezequiel Barco, a Maximiliano Meza, a
Emiliano Rigoni, (hasta que se fue transferido al Zenit de Rusia), sostuvo a
Martín Benítez, apostó por juveniles como Fabricio Bustos, Alan Franco, y
apostó por otros que no aparecían como grandes soluciones, como Nicolás Domingo
o Emmanuel Gigliotti, sumados a los que ya se venían consolidando como el
arquero uruguayo Martín Campaña o el defensor Nicolás Tagliafico.
Pero más que cada jugador, Independiente fue
recuperando de a poco su mística, incluso, en partidos del campeonato local en
los que atacó todo el partido pero no encontró la contundencia para ganarlos.
Ya era un Independiente con una idea de fútbol, una
base de juego que aspiraba a tratar bien la pelota y mantenerla todo lo posible
a partir de ejecutantes con criterio, y lentamente, el consenso alrededor de
Holan fue creciendo, hasta dispararse en la Copa Sudamericana, que ganó con
total justicia siendo superior a todos sus rivales desde el principio al fin.
Pero no sólo en el juego. Independiente fue
recuperando credibilidad desde el saludo parecido al clásico de los campeones
de América del pasado, hasta la actitud medida de Holan en sus sensatas
declaraciones a los medios, pasando por su denuncia cuando fue apretado por un
barra brava que se le sentó en su auto durante una semana de entrenamientos.
Desde el contexto extra futbolístico también,
entonces, se fue cimentando el éxito que hoy abraza Independiente, que decidió
ganar en el Maracaná de la mejor manera: respondiendo como lo indica su
historia, ataque por ataque, al punto de que pudo haberlo ganado sobre el final
cuando en una gran maniobra de Gigliotti, la defensa del Flamengo alcanzó a
despejar la pelota en la línea de su arco, justo cuando entraba, en un partido
consagratorio para Barco y Meza, dos cracks a los que le costará conservar en
estos tiempos de dinero fácil y pases permanentes.
Independiente no ganó como tantos otros. El título,
acaso, vale lo mismo hacia afuera, pero cuando se consigue con grandeza, tiene
otro gusto, otro sabor. Y los Rojos fueron guapos futbolísticamente hablando.
No pegando ni metiéndose atrás, sino queriendo jugar a la pelota. Y eso tiene
un gran valor, el del respeto general.
Más allá de que este
título proyecta a Independiente a otras copas (Recopa, Copa Libertadores, Copa
Suruga Bank) lo más importante es que los rojos vuelven a los primeros planos
internacionales y de la mejor manera, jugando al fútbol.
En el túnel de salida a
la cancha en el estadio Maracaná hay en una de sus paredes una significativa
frase: “En el pase, el hombre se reconoce como ser social”. Parece que este
Independiente de Holan ya la había acuñado.
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