En enero de 1947, San Lorenzo de Almagro, brillante
campeón argentino del año anterior, con aquella fantástica delantera de
Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva, goleaba sin piedad a la selección
española (tercera en el Mundial de Brasil 1950), en una gira por el país
ibérico, 7-5 y 6-1, con marcadores que parecen más de tenis que de fútbol.
Era la época dorada del fútbol argentino, cuando los
españoles nos temían y admiraban ese juego tan creativo, alegre, desinhibido,
desafiante, cuando el equipo albiceleste dominaba en los torneos sudamericanos
aunque tenía pocas posibilidades de cotejar con los europeos.
Hoy, es el mundo al revés. La selección argentina no
sólo fue derrotada anoche en el nuevo estadio Wanda Metropolitano del Atlético
Madrid por 6-1 ante una España de gran porte, solidez y brillantez en sus
ejecutantes, sino que fue humillada a menos de ochenta días para comenzar al
Mundial dando una imagen irreversible de su juego colectivo y la sensación de
que desde ahora, todo depende casi exclusivamente de lo que su genio ausente
ayer, Lionel Messi, pueda generar desde sus pies.
Si el director técnico Jorge Sampaoli –que bien pudo
presentar su renuncia porque un resultado como este con una selección como la
argentina es decididamente saca técnicos- tiene cierto sentido de realidad,
seguramente tomará debida nota de lo ocurrido ayer y que no se trata sólo de
confeccionar una lista de veintitrés jugadores para el Mundial de Rusia sino de
pensar un sistema que tenga ejecutantes a su altura y no lo que él desearía
sino lo que pueda ser posible.
La selección argentina se dio anoche ciertos lujos
que no puede darse con este presente. Que Messi se lesione es algo que puede
ocurrir, en tanto humano –aunque a veces no lo parezca, ante tanta genialidad-
pero que no haya Plan B, que en este caso es claramente un Paulo Dybala que ni
siquiera fue citado, y ante uno de los tres mejores equipos del mundo, ya es
una temeridad, y lamentablemente no sólo el resultado sino lo ocurrido durante
el partido, lo corroboran.
Este equipo argentino es un mar de dudas. Apenas
garantiza cierta posibilidad de llegada si en la cancha tiene a Messi, y puede
juntarse con Sergio Agüero y Ángel Di María (ambos otra vez ausentes por nuevas
y preocupantes dolencias), mientras que Gonzalo Higuaín, seguramente por
razones psicológicas, no convierte con esta camiseta los goles que sí consigue
con las de sus equipos.
Pero la salida desde atrás no parece firme (salvo
por Nicolás Otamendi), los dos laterales –Fabricio Bustos y Nicolás Tagliafico-
dejaron mucho que desear, y el mediocampo es un enorme signo de pregunta tanto
en rendimientos individuales como en lo colectivo.
Sampaoli probó con cinco mediocampistas, unos más adelantados
que otros, para tratar de quitarle la pelota a uno de los equipos que no sólo
mejor la administran como España, sino que al ser corto, se refuerza en cada
parcela y ejerce superioridad numérica o ejerce una presión insostenible.
Se entiende que Sampaoli haya pensado que de meterse
todos atrás, la goleada vendría seguro. Pero ahora comprobó que de salir
jugando, ante semejante rival, también. No por nada hay tanta diferencia de
años de trabajo (unos doce) y en muchos puestos de la cancha, de calidad
técnica, todo lo contrario que en aquellos años cuarenta.
Para la selección argentina, ahora, llega el momento
de leer bien la realidad. Es un equipo con poco trabajo, con algunos caprichos,
en el que los jugadores mandan excesivamente, en el que algunos ya han cumplido
un ciclo (como Javier Mascherano, demasiado lento en sus movimientos), que tiene cracks en algunos pocos puestos, y que
está muy lejos de las grandes potencias.
Y conste que si citamos los que faltaron en
Argentina, no hemos señalado aún que en España no estuvieron el mejor cinco del
mundo, Sergio Busquets, y uno de los mejores creativos, David Silva.
Desde estas líneas hemos afirmado el pasado lunes
que el compromiso que valía de verdad era el de ayer. Y quedó claro dónde está
parada la selección de Sampaoli. Y cada vez aparece más Messi-dependiente. Pero
es hora de pensar en Planes B y en apuntar a determinar a qué se quiere jugar,
como sí lo sabe desde hace rato España, como lo sabían aquellos jugadores
argentinos de los 40.
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