River Plate se
acostumbró, en estos tiempos de Marcelo Gallardo como director técnico, a
ganarle a Boca Juniors, y otra vez lo consiguió ayer en la Bombonera y con
mucha claridad más allá de polémicas que siempre surgen, un cabezazo de Carlos
Izquierdoz que terminó con la pelota en el travesaño o la gran actuación de
Franco Armani.
En el balance
final, aunque el director técnico de Boca, Guillermo Barros Schelotto, pueda declarar,
de forma tribunera, que “no nos superaron tácticamente”, es claro que ocurrió
todo lo contrario por una sencilla razón: River es un equipo. Tiene un
funcionamiento colectivo que puede tener una mejor o peor tarde, pero hay una
base, una estructura que sostiene a cada una de las individualidades. El de
Gallardo es un conjunto.
En cambio, Boca
son momentos. Es de un rendimiento espasmódico que obedece a cómo se encuentren
sus individualidades. Depende de que Cristian Pavón desborde, que Darío Benedetto
recupere, por fin, su racha goleadora luego de meses de ausencia por lesión, o
que el colombiano Wilmar Barrios quite pero encuentre a alguien libre (esto
significa que alguien se acuerde de colocarse cerca) para poder pasar la
pelota, o que los defensores emboquen su rechazo hacia un compañero y no al
rival o, directamente, no le acierten al terreno de juego.
Boca, pese al
bicampeonato nacional, sigue sin ser un equipo. Es la suma de individualidades,
que acaso compongan el plantel más completo ya no sólo de la Argentina sino,
acaso, de Sudamérica, pero si suele ocurrir que en los partidos importantes no
ingresan los once adecuados de acuerdo con las circunstancias, los rivales y
los rendimientos de los últimos tiempos, siempre acabará complicándose sin
responsabilidad de lo que ocurra con su rival de turno.
Y vaya si River
lo sabe y por eso, porque ya lo eliminó de las últimas copas internacionales y
le ganó la final de la Supercopa argentina, volvió a encarar el Superclásico en
la Bombonera, con todo el público en contra, como si fuera un partido de Copa,
de esos en los que hay que jugarse el todo por el todo, con un invicto que
ahora llega a los 29 partidos consecutivos.
Si se toman en
cuenta las alineaciones, podría concluirse que ambos salieron con planteos
similares (4-3-1-2). River, con Gonzalo Martínez, en un gran momento, detrás de
Lucas Pratto y de Rafael Borré. Boca, con Carlos Tévez, apenas en una mínima
levantada luego de meses de muy bajo rendimiento, por detrás de Darío
Benedetto, con las limitaciones ya señaladas, y de Pavón.
La enorme
diferencia no sólo estaba en los enlaces entre la línea de tres volantes y los
delanteros de cada lado, sino también en los que jugaron detrás de los
encargados de los ataques. Porque no es
para nada lo mismo que a Barrios lo acompañen un metedor pero confuso con la
pelota Nahitán Nández, y un novato Agustín Almendra, que necesita muchos
partidos para consolidarse y que por momentos hace recordar a la obsesión de
los mellizos Barros Schelotto con Rodrigo Bentancur, ahora suplente en la
Juventus, que los que acompañan a Leonardo Ponzio en el medio de River,
Exequiel Palacios y Enzo Pérez, con otro peso específico y con mucho más juego.
Y menos que
menos resisten, hoy, una comparación Leonardo Jara y Gonzalo Montiel, y acaso
un poco más Emmanuel Mas y Milton Casco.
Entonces, pese a
que la disposición inicial de los dos era parecida, y a que Boca salió con todo
impulsado por su gente, ese dominio territorial duró exactamente cuatro minutos
hasta que River se fue acomodando, desplegando a sus jugadores, y entonces lo
del local pasó a depender exclusivamente de dos remates de media distancia de
Benedetto (uno, sacado magistralmente por Armani) y algún desborde de Pavón, en
la punta de Montiel, aunque sus centros no tenían consecuencias porque nunca
tuvo coordinación con el resto.
En cambio, River
siempre llevó más peligro a partir de su coherencia colectiva, al mucho mejor
juego de Martínez que de un ausente Tévez, y así fue que a los 15 minutos, el
Pity remató, de primera, un error defensivo de Boca de derecha a izquierda, y
colocó la pelota abajo, lejos de Agustín Rossi, con un golazo digno de las
mejores ligas.
Ni siquiera la
inmediata lesión de Martínez cambió el partido porque Gallardo hizo ingresar al
colombiano Juan Fernando Quinteros para la misma función.
Recién cerca del
final del primer tiempo, Barros Schelotto se dio cuenta de que necesitaba un
conductor como Edwin Cardona, pero al salir Jara, Nández tuvo que hacerse cargo
absoluto de la banda derecha y Boca quedó con una línea de tres en el fondo, lo
que parecía muy arriesgado, y pese a otro dominio parecido del inicio del
complemento, todo se desvaneció por no tener demasiado sustento, mientras River
decidía replegarse primero con Bruno Zuculini ingresando como “doble cinco” al
lado de Ponzio, aunque luego, al ver que Boca no lograba llegar, Gallardo
volvió a leer bien el partido y refrescó su ataque con Ignacio Scocco por
Pratto.
Ya sólo con
esto, al ex jugador de Newell’s Old Boys le bastó para matar con otro tremendo
bombazo y ya el 0-2 pareció inapelable. Boca fue más con vergüenza a buscar
decididamente el descuento en los minutos finales, cuando Carlos Izquierdoz
ganó de arriba y su cabezazo acabó con la pelota en el travesaño, y enseguida
Armani sacó otra, monumental, cuando otro remate de cabeza de Mas tenía destino
de gol.
Todo esto
ocurrió cuando, por fin, Barros Schelotto hizo ingresar a un inexplicable
suplente Mauro Zárate por Tévez, y al colombiano Villa por Benedetto, es decir
que cuando por fin el nueve encontró la compañía de los dos extremos, el DT
decidió sacarlo para quedarse con otro más retrasado que no siente la función
(Zárate).
Quedan para
resaltar dos aspectos. El árbitro Mauro Vigliano se equivocó dos veces, al no
conceder penal para Boca en el primer tiempo por clara mano de Ponzio, y otra
vez, al no expulsar a Cardona por un alevoso codazo a Enzo Pérez, que pareció
una venganza de aquella injusta expulsión del colombiano en un anterior
Superclásico en el Monumental por una situación casi calcada.
Pero nada cambia
el concepto general. River ganó bien y fue superior a Boca, otra vez, porque es
un equipo y se encontró con una suma de individualidades, no siempre bien
elegidas para la ocasión, y que no tienen una idea madre,
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