En el fútbol del
siglo XXI no parece haber tiempo para perder. Las múltiples competencias y los ciclos
que marcan los mundiales así lo indican. Los europeos ya comenzaron a jugar la
nueva Copa de las Naciones (armada para que los clubes poderosos puedan
proteger a sus jugadores ante lo que llaman “el virus FIFA” que los cansa y los
puede lesionar en viajes largos en amistosos “sin sentido” y entonces tengan
que enfrentarse entre sí sin salir del Viejo Continente), y la Copa América de
Brasil ya asoma para dentro de nueve meses.
Todo esto,
sumado al rotundo fracaso del equipo nacional en el pasado Mundial de Rusia,
parecía apurar la decisión de la contratación de un nuevo director técnico,
aunque tratando, esta vez, de no cometer los errores de tantos años anteriores,
cuando nunca se supo el criterio de la elección y siempre se trató de una
determinación espasmódica, basada en modas, en el último campeón del torneo
local, o el simple gusto del presidente de la AFA de turno.
Ahora, en
cambio, Claudio Tapia, el actual presidente de la AFA, parecería estar curado
de espanto y prefirió designar un director técnico interino como Lionel
Scaloni, y en principio, éste parece haberse tomado muy en serio su función
desde el punto de vista de su primera convocatoria para jugar dos amistosos en
los Estados Unidos ante Guatemala y Colombia.
Más allá de los
resultados, es claro que Scaloni apunta a dos ejes: dejar a su sucesor en el
cargo (si bien podría comenzar a leerse que podría pretender continuar en el
cargo hasta el Mundial 2022) una estructura armada con miras al futuro, y
esperar, en lo posible, a un puñado de jugadores de la generación pasada, como
Sergio Agüero, Sergio Romero, Nicolás Otamendi y a lo sumo, Ángel Di María.
Lionel Messi no
está en discusión pero es evidente que el crack del Barcelona prefiere esperar
un tiempo antes de decidir si regresa o no al equipo argentino, aunque no
parece la mejor estrategia la de impedir que otro jugador utilice la camiseta
número diez, porque todo termina transitando por el mismo carril que en el
pasado: una cosa es sostener y reivindicar al mejor jugador del mundo y otra
distinta, hacerle ver que es el dueño de todo, cuando ya esto lo perjudicó
mucho en el pasado, y tampoco parece caerle simpática la situación.
Más allá de
alguna elección discutible (siempre las habrá), no hay dudas de que Scaloni
optó por caras nuevas que por lo general tuvieron un aceptable rendimiento,
aunque Mauro Icardi no pudo demostrar todavía sus condiciones, y Paulo Dybala
sigue sin encontrar las oportunidades para jugar, y lo mismo sucedió con Ángel
Correa, con una inoportuna lesión.
En cuanto al
sistema táctico utilizado, todo indica que si bien la selección argentina se
encuentra en una fase de prueba, hay dos o tres elementos por señalar: la
necesidad de establecer con claridad (juegue quien juegue) una medular, como en
los viejos tiempos del fútbol argentino, que pase por el arquero, un zaguero
central firme y con buena salida (los que jugaron, conformaron bastante), un
volante central con recuperación, distribución y ubicación (creemos que
Santiago Ascacíbar es el más parecido a Javier Mascherano en esta función), un
organizador del juego (en este punto, no es fácil porque esa posición se fue
perdiendo, pero Dybala parece el más indicado cuando Messi no juega), y un
nueve goleador, que con Icardi y Giovani Simeone, y con Lautaro Martínez,
ausente en las primeras pruebas, resulta suficiente.
Sin embargo, no
pareció que esto fuera tan claro. De hecho, Scaloni optó por tres jugadores de
buen pie (Exequiel Palacios, Gonzalo Martínez y Maximiliano Meza) por detrás
del “nueve” (Icardi o Simeone), y a lo sumo en algunos momentos colocó un
extremo algo retrasado (Cristian Pavón), lo que determinó escasa profundidad
aunque buena administración.
Lo importante,
en este momento, no son los resultados sino encontrar un esquema, una
personalidad, una generación que apunte a los próximos cuatro años a partir de
algunas premisas básicas, como volver a las fuentes, no copiar modelos que
pueden ser buenos para otros pero que no suelen responder a la idiosincrasia nacional,
y darse la oportunidad de que, en el caso de que dos o tres estrellas puedan
regresar, en ese caso, sea para integrarse a un colectivo y aportar su calidad,
pero que no todo dependa de lo que puedan generar.
De todos modos,
un punto aclaratorio: no se le puede pedir todo a la selección nacional si el
fútbol argentino, desde su interior, no genera otras condiciones. Los cambios
no llegan por el uso de la varita mágica. Si se juega con pocos delanteros, si
el promedio de gol de la actual Superliga apenas si llega a los dos por partido
con un veinte por ciento del torneo ya jugado, si todos se cuidan para no
perder, y si se usan poco los extremos y la mayoría sale con dos líneas de
cuatro, no se le puede pedir al equipo nacional que sea la excepción y que haya
tanta distancia con los equipos.
Por eso,
mientras se acerca la Copa América de junio, y las chances de enfrentarse a los
europeos, metidos en su propio mundo, son casi nulas, la selección argentina
tiene que ir armando su propio modelo mientras espera para que se acoplen sus
máximas estrellas y su dirigencia debe tomar una decisión sobre lo que pretende
para el futuro mediato: un estilo, una forma de jugar, una filosofía de juego,
y un proyecto, si es posible, para los próximos diez años.
¿Estarán
capacitados estos dirigentes para tomar estas decisiones?
No hay comentarios:
Publicar un comentario