Capítulo publicado en Segura, F
et al (2010), Saberes y Lugares en
Movimiento: Segundo Encuentro Transdisciplinario Casa de México en París,
Nuevo León, México.
Introducción
Un
célebre antropólogo argentino recientemente fallecido, Eduardo Archetti,
definió a Diego Maradona como “un talento excepcional con una moral muy frágil,
que usa su fama de una manera autodestructiva”[1] y si
todo esto ocurre en un contexto futbolístico, tiene sin dudas un efecto
multiplicador porque como bien dicen Holt y Mangan [2], “no se puede más que coincidir
con aquello de que los héroes deportivos deben ser contextualizados
culturalmente para poder entender su significación social y observar su impacto
comunal”. Por eso, para comprender a Diego Maradona primero hay que entender
las claves de lo que el fútbol pasó a representar en el planeta desde su
impactante crecimiento en el siglo XX, para consolidarse en el XXI como una
nueva religión, con su liturgia propia. Para distintos intelectuales que lo han
estudiado como fenómeno. El fútbol puede ser visto como “un hecho social total”
(Ignacio Ramonet), “Un resumen de la condición humana” (François Brune), “el
revelador de todas las pasiones” (Christian Bromberger), “la gloria de los
tramposos” (Eduardo Galeano), “un deporte singular” (Phillipe Baudillon), “una
religión laica” (Manuel Vázquez Montalbán) y hay hasta quien se pregunta si se
trata “de un deporte o un ritual” (Marc Augé)[3].
Hemos
llamado este artículo “Las mil caras de Maradona” porque efectivamente el
fenómeno de su aparición, crecimiento, derrumbe y resurrección (cual semidiós
mediático de este tiempo) puede ser abordado en sus múltiples facetas con una
riqueza pocas veces comparables de acuerdo a lo que le puede tocar como vida a
un ser humano dotado de una habilidad insólita para uno de los hechos más
significativos del último siglo. El propio Maradona se llega a preguntar,
siendo muy joven, si “esto era lo que yo soñaba cuando quería ser jugador” [4]. Todo
parece haberse desmadrado y aquél “Pibe” en términos de Archetti, entendiéndolo
desde el estereotipo del uso del cuerpo, de la rebeldía ante lo instituido, el
desorden y el comportamiento caótico, que tanto soñó el fútbol argentino desde
las plumas ilustres de los años dorados de la revista “El Gráfico” (icono de un
país en crecimiento que iba generando su propia mitología), fue dando lugar
necesariamente a la conformación natural de un Poder capaz de discutir con
otros poderes, aunque con todos los dolores y heridas generados por esos
choques sistémicos.
En
tiempos en los que el eje éxito-fracaso rigen buena parte de la construcción
del imaginario social, resulta particularmente llamativo que Maradona haya sido
seguido, y sostenido, por sociedades dispuestas a perdonarle todo en nombre de
la magia desplegada desde su arte inigualable en el fútbol, al punto tal que
también aparece como interesante su confesada adicción a las drogas, tal vez
como forma de guarecerse ante la imposibilidad de hacer frente a tamaña
demanda.
Emir
Kusturica, laureado director de cine y quien llegara a filmar una película
sobre su vida, ha llegado a afirmar que “Yo siempre soy idealista. Para
mí, Maradona siempre ha sido mucho más que los efectos que las drogas puedan
tener en él. Es un artista. Ser artista es romper las barreras de lo que uno
hace, no tiene nada que ver con esta especie de síntoma que tiene la sociedad
de llevarte hasta el cielo, para después matarte y enterrarte”[5]. Sin embargo,
los distintos conflictos deportivos que Maradona ha tenido, en más de una
oportunidad generaron una reacción popular que ha constituido también
corrientes de opinión contrarias a sus acciones, como ha ocurrido durante el
Mundial de Estados Unidos en 1994, pese a que varios autores han investigado y
probado que su descalificación de este torneo nada tenía que ver con el dopaje
y sí, en cambio, con la droga social, un hecho de características privadas[6].
El prisma para
analizar el fenómeno de Maradona también puede ser colocado en su indudable
capacidad intuitiva para responder más de una vez en el blanco mismo de sus
ocasionales adversarios, ya sea metiéndose en el conflicto entre Occidente y
Cuba con una sonada defensa del líder Fidel Castro, contra el poder de la
Iglesia, llegando a ser durísimo con el entonces Papa Juan Pablo II, contra el
presidente de los Estados Unidos, George Bush (hijo) cuando integró, por
ejemplo, el Tren del ALBA oponiéndose al tratado de libre comercio ALCA,
generando problemas entre los propios italianos en pleno Mundial 1990, al
declarar que Nápoles siempre es olvidada en el norte, o afirmando que para el
citado torneo, el acto del sorteo había estado arreglado para favorecer a los
locales, o acusando duramente a los dirigentes de la FIFA, o hasta exigiendo
rinoscopía para los dirigentes políticos argentinos que lo acusaban de
drogarse, o hasta conformando un Sindicato Mundial de Futbolistas, aún cuando
ya existía uno (el FIFPRO) para que se oponga con más fuerza a la mismísima
FIFA.
Genio y
figura, su vida está llena de hitos que sus seguidores recuerdan con exactitud,
desde sus continuos cambios de peinados, de estados físicos, de salud mental,
de amistades, broncas y apariciones en los medios, como cuando luego de haber
estado al borde de la muerte en 2000,
a los pocos años aparecía reluciente conduciendo un muy
exitoso programa de TV, “La noche del diez”, algo equivalente a una
resurrección, aunque en su caso, de esto puede derivar otra caída, como
ocurrió, para ser internado en un psiquiátrico, y un año y medio después,
resurgir otra vez de sus cenizas y ser nada menos que el entrenador del
seleccionado nacional argentino, en el que pone en juego su leyenda como si
fuera una ruleta rusa. Pero poco y nada hubiera sido Maradona sin el contexto
del fútbol. No podría tener hasta una Iglesia propia, con treinta mil fieles en
todo el mundo que rezan por él, sin el fenómeno impactante de esta nueva
liturgia, que dio lugar a que el escritor uruguayo Eduardo Galeano dijera que
la magia de su fútbol “acaso sea la mejor prueba de la existencia de Dios”.[7]
Desarrollo
¿Es posible
definir a Diego Maradona, uno de los rostros más conocidos del planeta, sin describir
primero la importancia que el fútbol fue adquiriendo desde su expansión en el
siglo XX? Un dato elocuente es que la Federación
Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) tiene varios países
inscriptos más que la propia Organización de Naciones Unidas (ONU). O que los mundiales son vistos por miles de
millones de personas a través del gran matrimonio del siglo pasado: la
televisión, ahora reemplazada cada vez más por la llegada de la telefonía
celular e internet.
La sociología
estudia desde hace muchos años este fenómeno, que ha dado lugar a variopintas
interpretaciones, que lo vinculan con la geopolítica, la economía, los derechos
humanos, los medios de comunicación, la violencia, la marginalidad, el dopaje,
la legalidad, la reglamentación, la arquitectura de los estadios, la generación
de negocios, la industrialización, el arte, la ciencia y muchos otros tópicos. Muchos
intelectuales han tratado de comprender (y en lo posible contener) este
fenómeno, uno de los mayores en pasividad en el planeta, y otros, negadores de
su importancia inicial, se han tenido que rendir ante la evidencia. Durante los
torneos mundiales, muchos países paralizan sus actividades y hasta los Estados
Unidos han tenido que adaptarse tardíamente al sistema para no quedar marginados
ante un fenómeno único por sus características. Hay quienes han interpretado un
Mundial como una guerra simbólica, y hay quienes han leído un partido como la
forma de conquistar el terreno contrario para volver a su campo a contárselo a
los suyos[8]. También en
Sudamérica, Amílcar Romero[9] introdujo la
investigación sistemática de los hechos violentos organizados en el fútbol, y
hasta el escritor Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, afirma que todo lo
que aprendió de ética “fue jugando al fútbol”, mientras también están los que
estudian los sistemas tácticos de acuerdo a modos de producción.
Es en este
contexto que emerge la figura de Maradona. Pocos fenómenos sociales como el
fútbol promueven un ascenso social tan significativo o un nivel de poder como
el que este genial ex futbolista llegó a tener, a partir de un crecimiento
natural que motivó que entendiera (conciente o inconcientemente) que no podría
enfrentarse a todo lo que hoy promueve este singular hecho social si no
disponía de anchas espaldas para hacerle frente.
¿Por qué
Maradona fascina y es objeto de estudio desde tantas miradas? Porque pocas
veces estamos frente al hecho de tratarse de un héroe desde el deporte, con su
lucha contra la adversidad, en la que no siempre vence- si bien vence más de lo
habitual-, pero que aún en la caída
existe la posibilidad de la recuperación. Y Maradona reúne todas las
condiciones para pasar de héroe a la categoría de semidiós, desde su origen
humilde, en las villas miseria de la Argentina , teniendo que atravesar un período de
carencia, hasta su ascenso al olimpo de la fama, y su posterior caída cuando el
sistema le pasó la factura a sus rebeldías.
Maradona ha
encontrado su estatura de icono nacional debido a que en la Argentina, aún con
sus recaídas psíquicas o fisicas, y con sus exabruptos antisistémicos, sigue
representando hasta hoy mismo tal vez el único momento de alegría popular,
durante la conquista del Mundial de México en 1986, en medio de tantas
desgracias y un derrumbe económico y social como consecuencia de lo ocurrido
desde los comienzos de la última dictadura militar (1976-1983), que dejó al
país endeudado, y con treinta mil desaparecidos, de lo que le está costando
mucho recuperarse. Si se le suma a este éxito deportivo el hecho de haber
vencido a una selección inglesa considerada como “enemiga” a escasos cuatro
años de la Guerra
de las Islas Malvinas/Falklands y con dos goles de alto contenido simbólico, el
resultado final es demoledor en cuanto a la idolatría popular.
Como ya se
dijo anteriormente el antropólogo Eduardo Archetti definió a Maradona como “un talento excepcional con una
moral muy frágil que usa su fama de una manera autodestructiva”. Un héroe es un
ídolo y un icono que pertenece a un determinado tiempo. Un tiempo soñado y glorioso
que trasciende el de la mediocridad de lo cotidiano. Los héroes suelen estar
solos, contra sus adversarios, ante un mundo lleno de peligros. En muchos
casos, los héroes son fuentes de una identidad colectiva y orgullo en contextos
nacionales y supranacionales (Maradona en Argentina, en Nápoli, y en muchos
lugares del planeta). El psiquiatra José Eduardo Abadi, sostiene que con
diferentes intensidades y matices, la idolatría ha estado presente a lo largo
de la historia del ser humano. Recordemos que la palabra ídolo etimológicamente
significa “falso dios”, y esto alude, en cierto modo, a que la relación entre
el idolatrante y el idolatrado sea siempre un vínculo distorsionado, ambiguo,
finalmente sintomático. Es un fenómeno que debe ser conceptualizado dentro del
ámbito del pensamiento mágico. Es decir que la idealización implica siempre
sentimientos extremos, delegaciones e identificaciones omnipotentes, la ilusión
sustituyendo la percepción y la valoración adecuada y como consecuencia
exigencias y dependencias patológicas que derivan siempre en frustraciones y
decepciones”[10].
Maradona reúne estas
características de icono pero al mismo tiempo de héroe trágico, que debe ser
sostenido y perdonado. Y si bien estos tiempos mediáticos permiten que sus
avatares tengan una llegada y una inmediatez poco comparables con otros
tiempos, adquiere mayor fuerza en sociedades que arrastran frustraciones y que
necesitan entonces de héroes con especial fortaleza para atravesar situaciones
de riesgo, que hayan surgido del vulgo, pero también son especialmente
valorados aquellos que si bien pueden caerse, luego se recuperan y emergen
potenciados una y mil veces. En su libro autobiográfico, Maradona se sorprende
de las demandas y de la forma en que fuera recibido por los hinchas cuando en
1984 llegó al Nápoles transferido por el Barcelona, donde si bien brilló, era
una estrella entre tantas, en un escenario lujoso. De haber formado parte de un
equipo con pretensiones de ganar copas europeas, pasaba a otro que se había
salvado de jugar en Segunda de Italia apenas por un punto, y hasta se entera de
que muchos simpatizantes habían hecho huelga de hambre para que él fuera
contratado, y hubo quien hasta se encadenó a las rejas del estadio San Paolo
con este mismo fin. El día de su presentación, que duró apenas quince minutos,
un estadio repleto como pocas veces en su historia, coreó “Maradona, ocúpate
tú, si no sucede ahora, no sucederá nunca más/ la Argentina tuya está
aquí/no podemos esperar más”[11].
No es difícil imaginarse entonces la leyenda generada desde ese inicio hasta la
posterior conquista de dos campeonatos italianos por parte de un equipo no
acostumbrado a los primeros planos, y representante de una región postergada de
Italia, triunfante ante el norte opulento, y que en pleno auge, en 1990, la
intuición mediática de Maradona aprovechara la ocasión de una semifinal de
Mundial entre Italia y Argentina en Nápoles para recordar en una tumultuosa
conferencia de prensa que espera el aliento para su selección “porque todos se
olvidan durante el año que los napolitanos son italianos”. Había puesto el dedo
en la llaga, como supo hacerlo desde que se fue constituyendo en un Poder en sí
mismo y tuvo que lidiar batallas de gran dureza y casi siempre, en soledad.
Llevado a la categoría de semidios en el Nápoli, se le ha perdonado todo, desde
un confuso dopaje positivo en 1991, que derivó en su salida hacia Argentina, o
su intento de salir hacia el Olympique de Marsella en 1989, al no poder
soportar el asedio al que se veía sometido por parte de la ciudad.
Si esto ocurría en Nápoles, en
su país, la Argentina, todo se multiplica. Si como dice Archetti, Maradona fue
definido desde sus primeros años, en la pureza de su primera juventud, como “El
Pibe de Oro”, el
significado del Pibe está relacionado con un conjunto de características que
promueven y limitan la construcción social del estereotipo: por ejemplo, el
cuerpo pequeño, especialmente con respecto a la altura. Además de la figura, el
contenido del desempeño corporal parece ser otro rasgo relevante. La imagen de
un Pibe jugador típico se basa en la exhuberancia de la habilidad, astucia,
creatividad individual, sensibilidad artística, vulnerabilidad e improvisación.
De este modo, es simple comprender la ausencia de una figura atlética fuerte,
disciplinada y perfecta. Una tercera característica se relaciona con el estilo
de vida diaria que llevan los pibes: se espera mucho desorden y la norma es el
comportamiento caótico. La tendencia es pasar por alto los límites, jugar
partidos hasta en la vida privada –la vida se experimenta como partido o jugada
permanente. En la vida del pibe hay lugar para: compensar, sancionar o perdonar
de un modo exagerado; transmitir criterios y elecciones arbitrarias; exhibir un
heroísmo estúpido y ridículo- “morir”-como en el caso de Maradona, por estar
preso y por su adicción a las drogas- y resucitar; hacer una jugada inesperada
en los partidos decisivos con un talento especial, garantizándole la victoria a
su equipo. [12] Si entonces a Maradona le
siguen diciendo “El Pibe de Oro”, por consiguiente, los otros grandes pibes de
la historia del fútbol argentino son, metafóricamente, de plata o de bronce,
metales menos prestigiosos, lo cual establece una diferencia de status
importante, y se le otorga un poder especial, único, para ser el estandarte que
haga todo lo que haya que hacer para recuperar en el fútbol, donde están
depositados los máximos anhelos de una sociedad que ha vivido años de
frustración y de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”[13]. A
diferencia de otros grandes cracks como Pelé, Maradona no sólo es el genio del
equipo, sino que es el capitán de la selección argentina y al mismo tiempo, el
líder del grupo. El hecho de que la Argentina haya sido un país que pudo ser una
potencia mundial y no lo fue (a principios del siglo XX se la situaba séptima
en el escalafón mundial, junto a Australia y Canadá), dejó una estela de
frustración social, a partir del suelo perdido con el fallecimiento de su gran
líder popular, Juan Domingo Perón (tres veces presidente en 1946, 1952 y 1973),
determinó que hasta el presente, la mayor alegría vivida fue la ocurrida en el
Mundial de México en 1986 y en especial, el partido de cuartos de final ante
Inglaterra en el estadio Azteca. Allí aparece la paradoja de la simbología de
los dos goles de Maradona al rival por excelencia. Inglaterra, además de la
frescura de los cuatro años transcurridos de la guerra de las Islas
Malvinas/Falklands, representaba la mayor rivalidad, lo opuesto, desde sus
intentos de invasión al territorio argentino en varias oportunidades en el
siglo XIX y la penetración comercial en el siglo XX a partir de acuerdos con la
oligarquía local. Es habitual, aún hoy, que en cualquier partido internacional
de la selección albiceleste los hinchas canten “el que no salta es un inglés”.
En este contexto, que el equipo argentino haya eliminado al inglés y con un
primer gol hecho de manera no válida y con una mano imperceptible de Maradona,
es particularmente festejado porque para el imaginario social equivale a “robarle
a un ladrón”, devolver con la carísima moneda futbolística los ingleses, todas
las irregularidades de tantos años, y si es de una manera dolorosa y en un
Mundial “a la vista de todo el mundo”, tanto mejor. Y la frutilla del postre
vendría con la frase con la que Maradona patentó lo ocurrido: “Fue con la mano
de Dios”, lo cual lo colocó en la cima de la consideración de sus compatriotas
y de muchos que vincularon su gol con un hecho de respuesta a la “potencia
usurpadora” inglesa. Para remate, el segundo gol de ese partido, considerado
una joya del fútbol de todos los tiempos, por el regate que dejó en el camino a
seis jugadores, acaba con la polémica de los aspectos técnicos, justamente
contra el país inventor de este deporte y al que los criollos argentinos de
principios de siglo se vanagloriaron de haberlo desplazado desde su estilo de
juego al ras del suelo contra el británico del balón por lo alto. No es casual
que el popular cantante Fito Páez le dedicara su tema “Dale alegría a mi
corazón”, o que Andrés Calamaro hiciera lo propio con “Estadio Azteca” y
Maradona fue entronizado como héroe nacional comparable con las grandes
leyendas de la historia del país. Otro rockero, Juanse, de la conocida banda
“Los Ratones Paranoicos”, compara a Maradona con el libertador José de San
Martín, que con cuarenta grados de fiebre cruzó la cordillera para liberar a
Chile”[14] .
Pero
para que la relación con los argentinos se estrechara aún más, Maradona
necesitaría pasar a ser un héroe trágico. En un país reconcertado se recurre al
mito y la ilusión, poniendo en él la solución de los fracasos y frustraciones.
Una apuesta al todo o nada, como lo es hoy Maradona en la Selección. El héroe debe
luchar, y en soledad, contra todo tipo de adversidades, vencer o ser derrotado,
pero se valorará especialmente su capacidad de recuperarse[15] y si
se quiere, en su rol de un semidiós de carne y hueso, “resucitar” las veces que
haga falta. La sociedad argentina, dispuesta a perdonarle todo o casi todo en
nombre de la única alegría desde los tiempos productivos del peronismo en los
años cuarenta y cincuenta y una pequeña primavera en los setenta, está
dispuesta a seguirlo en sus andanzas y sus luchas contra otros poderes.
Pero
no puede decirse, a ciencia cierta, que Maradona tenga una vinculación política
constante con el poder político local. Al contrario, y tal como ocurre con su
contexto afectivo, con los políticos siempre ha tenido los mismos vaivenes,
casi siempre motivados por razones personales. No ha tenido nunca una posición
política clara en cuanto a lo partidario, y en cambio sí la ha tenido a nivel
internacional. De hecho, en la
Argentina ha estado siempre distante (aunque no demasiado
crítico) del presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), ha tenido idas y vueltas
pero en varias ocasiones estuvo cerca de Carlos Menem (1989-1999), quien fue
indulgente con él en cuanto a su adicción, y lo protegió cuando buscó regresar
a Boca Juniors y hasta le entregó el pasaporte diplomático antes del Mundial de
Italia 1990, y luego volvió a estar en el centro de la acción en los últimos
meses, cuando el actual gobierno de Cristina Fernández de Kirchner lo convocó
al acto en el que se firmó el protocolo del retorno del fútbol argentino a la TV estatal, lo cual motivó que
una vez más, algunos tomaran posición en su favor, y otros, en contra, incluidos
los medios de comunicación, e incluso es lo que hoy lo sostiene, en buena
parte, en el cargo de seleccionador nacional Esta falta de adhesión total a
cualquier gobierno, si bien le ha generado siempre una concepción de
independencia apartidaria, por otro lado lo ha ayudado en no ser encasillado
con ningún poder concreto local. Al contrario, la sensación es que siempre es
el Poder político el que lo necesita para utilizarlo y no al revés, aunque en
los hechos no haya sido completamente así, y el propio Maradona ha aprendido a
utilizar a los Poderes pero en puntas de pie.
No
ocurre lo mismo, como se citó más arriba, con la Política internacional. Allí,
Maradona viene jugando un papel creciente, en especial desde que se ha retirado
de la práctica del fútbol en 1997, con su conocida adhesión al ex líder cubano
Fidel Castro, al punto de que muchos que frecuentan su entorno creen que es la
única persona del universo a la que Maradona admira y coloca sobre sí mismo, en
un plano de superioridad. Siendo un icono mundial del fútbol, este y otros
pronunciamientos le han valido a Maradona ser siempre bien considerado por los
distintos movimientos progresistas, vinculados a la izquierda, que también ha
valorado siempre su capacidad de lucha y recuperación.
Si en
1991 le fue detectado dopaje positivo en la Liga Italiana jugando para el
Nápoli, se tratará de una venganza por la eliminación de la selección de ese
país a manos de Argentina en el Mundial 1990, y si es detenido en un
departamento de Buenos Aires por droga, al año y medio aparecerá jugando otra
vez, en el Sevilla y hasta en el seleccionado argentino. Si no se encuentra en
un buen estado físico para ser citado en el equipo nacional, terminará salvando
la clasificación al Mundial de Estados Unidos 1994 en la repesca contra
Australia, y si fue profundo el dolor social de su descalificación, sólo
comparable a la muerte de los líderes Perón y Evita (afirmaría allí que “me
cortaron las piernas”, como un “Che Guevara” futbolístico, en tono trágico),
otra vez al año y medio, pasada la suspensión de la FIFA , aparecería jugando para
el club más popular del país, manteniendo en vilo a millones de personas que
madrugaron para verlo en acción por TV en un partido amistoso ante Corea del
Sur. Si estuvo a punto de morir por sus problemas de drogas en 2000, luego de
recuperarse en un spa cubano, aparecería reluciente, y con muchos kilos de
menos con un exitoso programa propio por TV, y si otra vez era internado en un
psiquiátrico, quince meses después aparecía entrenando nada menos que a la
selección argentina, enfrascado en la chance de no clasificarla al Mundial de
2010. Es tal el influjo maradoniano en los argentinos que al ser descalificado
del Mundial de los Estados Unidos, el fallecido escritor Osvaldo Soriano
manifestó que “nos hemos quedado huérfanos”[16] Otra
de las claves de la estrechez entre Maradona y los argentinos pasa por el
sentimiento trágico y la picardía. Desde que resabe con poder mediático,
Maradona suele estudiar el calado de sus frases, que poseen pinceladas de uno u
otro tipo, o una mezcla de ambos. Si dice “San Martín tuvo que irse a morir
afuera, pero yo quiero morir en mi país”, lo que encierra una queja, pero al
mismo tiempo, se coloca en el mismo plano que el libertador de Argentina, Chile
y Perú. Si dice que creció “en un barrio privado de Buenos Aires…privado de
agua, luz y teléfono”, encierra una ocurrencia que suele ser festejada pero
también, un tono trágico de lo que le tocó en suerte. Si dice que “cuanto entré
al Vaticano y vi todo ese oro, me convertí en una bola de fuego”, encierra una
crítica a la Iglesia ,
y a su vez, continúa con sus ocurrencias y hace aparecer su rebeldía social,
como cuando conciente de su poder, se deja filmar por Emir Kusturica en el Tren
del ALBA, que se manifiesta contra el acuerdo de libre comercio propuesto para
América Latina por los Estados Unidos (el ALCA), con una camiseta que dice
“Bush asesino”.
El
modus operando de Maradona es trazar una línea ante cada hecho social, colocándose
de un lado, estableciendo con claridad quiénes están del lado opuesto. Lo hizo
futbolísticamente de joven, colocando sucesivamente del otro lado al entrenador
Censar Menotti, a su ex compañero Ramón Díaz, en otro tiempo a Carlos Bilardo,
o a su ex amigo (ahora otra vez amigo) Daniel Passarella, pero ya con su
natural evolución hacia constituirse en un Poder en sí mismo, para enfrentar al
resto de los poderes, colocó del otro lado de la línea sucesivamente al
presidente de la AFA ,
Julio Grondona, a los mandamases de la
FIFA , primero Joao Havelange y luego Joseph Blatter, a los
Estados Unidos, defendiendo la
Cuba de Fidel Castro, a periodistas argentinos o italianos,
de acuerdo al caso, al presidente del Nápoli o al del Barcelona.
En el
último año, Maradona ha encontrado una nueva “cara” a las ya múltiples que
hemos conocido a lo largo de su extensa trayectoria deportiva y mediática,
cuando distintos movimientos de pinzas terminaron colocándolo a cargo de la
selección argentina de fútbol, aún sin un título habilitante, sin experiencias
favorables (todo lo contrario, en sus escasas incursiones en este trabajo en
los años noventa), sin un pronunciamiento táctico concreto (lo mismo que ocurre
con sus posiciones políticas a nivel nacional, con los vaivenes afectivos que
lo van colocando cerca de los irreconciliables enemigos Carlos Bilardo y César
Luis Menotti, los dos entrenadores campeones mundiales con el equipo
argentino), y sin una idea madre que roja su proyecto, a apenas cinco meses del
próximo Mundial de Sudáfrica, al que llegó a clasificarse de manera angustiosa
y providencial.
Tanto
como en otras ocasiones, a Maradona no parece importarle demasiado lo que digan
los otros, y su lucha, como suele ocurrir, ha trazado la raya de lo que ocurra
en el Mundial, para ser nuevamente “héroe o villano” de acuerdo a los
resultados obtenidos allí, cuando aparecerá lo mejor o lo peor de sí mismo (sus
múltiples caras, una vez más), y cuando muchos creen que pondrá nuevamente en
juego el afecto y la consideración popular, algo que nunca termina ocurriendo
porque otra vez, el pueblo argentino estará dispuesto a aceptar sus errores y
perdonarlo.
Por
eso, por saberse impune al fin, es que Maradona se permite insultar a un
periodista que ha sido crítico con él como seleccionador, o no dar demasiadas
explicaciones por muchas de sus extrañas decisiones, que al fin y al cabo son
lógicas de acuerdo a que quien hoy dirige la selección argentina, hace apenas
dos años estaba internado en un psiquiátrico y con el cuerpo atado a una cama.
Es decir, más allá de su propia responsabilidad, hay otra, institucional, que
le ha permitido manejar múltiples intereses, y fuertísimos movimientos
mediáticos, con una estabilidad emocional en el límite humano. Y hay una
sociedad, como la argentina, dispuesta a discutir casi todo, pero a perdonar lo
que sea, aunque esa misma sociedad esconda la ilusión de que como en 1986 ó
1990, Maradona volverá a tener la misma estrella que como futbolista, y
conseguirá como entrenador la misma gloria que como jugador (eso mismo, el
aspecto de la cábala o la fortuna, es lo que trabajan hoy los medios
argentinos, comparando este momento de crisis futbolística de su seleccionado,
con lo que ocurría en los meses previos al Mundial 1986).
Asimismo,
el rol de entrenador le ha permitido tomar decisiones con respecto al nuevo
genio del fútbol mundial, Lionel Messi, quien reúne características muy
distintivas respecto del icono argentino. A diferencia de Maradona, Messi ha
desarrollado toda su carrera en Barcelona, muy lejos de su país, y por lo tanto
no tiene una hinchada-sostén en los partidos de la selección argentina, ha
tenido siempre un entorno absolutamente familiar y racional, ha sido
considerado siempre un deportista ético, no ha hecho nunca declaraciones polémicas
ni se ha comprometido con una opinión en ningún sentido, y ha obtenido muchos
títulos individuales y colectivos, que por distintas razones Maradona no había
conseguido a su misma edad (22 años). Todo esto ha generado una perceptible
tensión entre ambos, que por razones de convivencia deportiva se tratan de
disimular.
Para
los aficionados y la sociedad argentina en general, aún con duras críticas a un
Maradona muchísimo más mediático que el joven jugador del Barcelona, Messi no
solo sigue siendo un extraño, un exitoso que no siente como propio, sino que se
le ha trasladado la responsabilidad del mal juego del equipo, aunque éste tenga
directa relación con el inexistente sistema táctico del entrenador, que no lo
ayuda y que hasta le genera los únicos malos momentos en la temporada.
Que
Messi haya sido el primer jugador que puede realmente disputarle el altar de la
idolatría nacional a Maradona, a partir de su juego y sus éxitos, es una
novedad con la que deberán convivir y que se irá decantando con el tiempo,
aunque todo indica que Maradona, por sus características, reúne condiciones
extrafutbolísticas que hoy Messi no parece encontrar. En síntesis, se trata de
un personaje complejo que pudo llegar a generar un fenómeno que sólo a través
de un hecho como el fútbol podía haber ocurrido, aunque su ex compañero,
intelectual y hoy director deportivo del Real Madrid, Jorge Valdano, insista en
recordarle, acaso de manera antipática, “siempre te dijimos. Eres un ídolo,
eres una estrella, eres un dios, pero olvidamos decirte lo más importante: sólo
eres un hombre”.
Conclusión
Hemos
dicho hace ya algunos años, que Maradona no representa un fenómeno social por
casualidad, sino como consecuencia de un sistema que se parece más a una
picadora de carne que hizo de un humilde niño de barrio cadenciado, un Poder
impresionante que ha estado peleando de manera desigual y con algún dejo de
pretendida rebeldía contra las expresiones más duras de este sistema. Pero el
costo que debe pagar parece demasiado caro aún con el sostenimiento de los que
lo han considerado, por distintas razones sociales, su estandarte. Maradona ha
tenido que resignar momentos de su magia, de su talento único para el fútbol,
para pagar tanto enfrentamiento necesario para la estructura que fue moldeando con
los años, hasta enfermarlo y constituirlo en un héroe trágico, aunque con la
inigualable fuerza para levantarse las veces que sean necesarias. ¿Es este
Maradona, sin embargo, una consecuencia natural de aquel chico surgido de Villa
Fiorito y con ilusiones de ser un crack del fútbol? ¿Tiene responsabilidad este
sistema de intereses y necesidades productivas, en la conformación de la
estructura maradoniana? ¿Es posible que un futbolista llegue al punto de ser
considerado un semidiós en una sociedad? ¿Cómo será estudiado Maradona en el
futuro y hasta dónde podrá llegar en su vida en la que cada paso merece ser
analizado, estudiado, desglosado? Algunos analistas creen que para cumplir con
el requisito de ídolo definitivo, al menos para los argentinos, debe morir
joven, como ha ocurrido con varios de los símbolos del país (Carlos Gardel, Eva
Perón, Ernesto Guevara). Otros temen que debido a su tendencia a los extremos,
su vida pueda tener un final en el ostracismo, pero también nos encontramos
seguramente con el acertijo de una posible tensión interna para tratar de
parecerse al común de los mortales. Héroe, icono, semidiós o simplemente
humano, el capítulo de la vida (y las andanzas) de Maradona, sigue abierto.
Referencias
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[3] SEGUROLA, 1999, Fútbol,
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[4] NAGY Y FERNÁNDEZ, 1994, De
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[5] KUSTURICA, 2006, “Página 12”
[6] NIEMBRO, 1995, Inocente, LEVINSKY, 1996, Maradona
[7] LEVINSKY, 1996, Maradona.
[8] VERDU, 1981, Fútbol,
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[10] ABADI, 2009, “Perfl”
[11] ARCUCCI-CHERQUIS BIALO,
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[12] ARCHETTI, 2003,
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[13] Tango compuesto en 1934
por Carlos Gardel y Alfredo Le Pera
[14] Juanse, 1994, “Página 12”
[15] No darse por vencido ni
aún vencido, como sostiene el conocido poema argentino de Almafuerte.
[16] SORIANO, 1994, “Página 12”
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