La semana del 20
al 27 de octubre será decisiva para comprobar si hubo o no ya no una sino dos
remontadas. La más sonada, la de las elecciones del domingo 27, y la que se
acaba de sumar, la del martes 22 en la Bombonera. Ambas, directa o
indirectamente, involucran al Presidente argentino Mauricio Macri.
Si nos atenemos
a la segunda, a la del fútbol, parece una empresa muy complicada para Boca
Juniors no sólo por lo que se pudo ver en la ida de las semifinales de la Copa
Libertadores en el Monumental, cuando perdió 2-0 el martes pasado ante River
Plate, sino por la sideral distancia existente entre los dos equipos en cuanto
al juego.
Habíamos
advertido en estas páginas que si el director técnico de Boca, Gustavo Alfaro,
o sus jugadores, tomaron como bueno el empate 0-0 en el Monumental de unos días
atrás, por la Superliga, como bueno, estarían incurriendo en un grave error de
lectura porque la Copa Libertadores se juega de otra manera, y de hecho, el gol
de visitante vale doble, pero además, porque River suele anotar como visitante
y hace dos años que no pierde en esta condición.
El partido de
ida en el Monumental era crucial para Boca. Marcar un gol allí era clave por
las razones esgrimidas en el párrafo anterior, pero Alfaro volvió a repetir el
mismo esquema de siempre y su único interés sigue siendo el cero en el arco
propio para luego, si cabe, tratar de solucionar el problema “del otro lado”.
Tanto es así, que anoche, en Florencio Varela, tras vencer a Defensa y Justicia
por la Superliga, uno de sus mejores jugadores, el marcador central Carlos
Izquierdoz, evaluó la actuación del equipo como “buena en el primer tiempo,
porque aguantamos bien”.
Esto lo dice
todo. Para este Boca, un buen partido es “aguantar bien”. No se habla mucho de
“jugar”, de “tocar”, de “llegar”, sino de “aguantar”, “defender”, “oficio” y
palabras semejantes, todas relacionadas con la obtención del resultado que se
vino a buscar. Todo vale (dentro del reglamento, claro) en pos del beneficio
posterior. El espectáculo queda relegado en pos del objetivo.
El gran problema
es cuando a los pocos minutos todo se derrumba, ya sea con o sin justicia, como
el martes en el Monumental, por un penal que puede ser muy discutible (se
reclama mano anterior de Nicolás De la Cruz que todo indica que existió, o es
para debatir si el VAR debe entrometerse cuando no lo llaman y todo sigue sin
problemas tras un fallo arbitral y nadie se queja de él) pero los grandes
equipos, los campeones, son los que tienen la capacidad de recuperarse, de
resiliencia, y Boca no sólo no la tiene, sino que además de jugar mucho menos
que su rival, no se detiene un segundo para una autocrítica y desvía el tema
con un abanico de excusas.
Boca tiene un
serio problema que no comenzó ahora sino hace, por lo menos, seis años, y es
que está confundido sobre lo que significa jugar al fútbol. Hay una
desesperación por ganar un torneo internacional, que sería acorde al
crecimiento económico de la institución, que se transmite a los jugadores y
entonces los cartuchos se queman antes de tiempo, se cambian planteles y
directores técnicos, y se parte, además, de la creencia de que el sistema
tradicional es el de apretar los dientes, meter, trabar, transpirar la
camiseta, sin dejar un mínimo lugar a la idea del disfrute y de la técnica.
Muchos hinchas y
simpatizantes suelen opinar en las redes sociales, haciéndose eco de cierta
prensa que cree que el mundo comenzó cuando nació, acerca de que el esquema
tradicional de Boca es el 4-3-1-2. O el 4-4-2, cuando fue campeón en los años
treinta y cuarenta con el 2-3-5, en los sesenta con el 4-4-2, en los setenta
con el 4-3-3 (cuando Juan Carlos Lorenzo era el DT y fue bicampeón de América),
y en la primera década de este siglo, con el 4-3-1-2. Esto significa que el
esquema es relativo y que lo que se debe plantear es qué ocurre con el juego,
con el disfrute, con la creatividad.
River viene de
la catacumba, del descenso al Nacional B en 2011 que significó una mancha
importante para su historia, pero desde 2014 supo cambiar con una dirigencia
inteligente que además, acertó en la contratación de un gran entrenador como
Marcelo Gallardo, recientemente muy elogiado nada menos que por Josep Guardiola
y acaso candidato a dirigir al Barcelona en poco tiempo.
River tiene un
esquema claro, una línea de juego, además, lógicamente, de la tranquilidad que
dan los títulos. Pero no resulta casualidad que casi todos los refuerzos que
trae le rinden, se consustancian con el plantel, suelen tener buen pie, y por
si fuera poco, los jóvenes surgidos de las divisiones inferiores tienen materia
prima como para proyectarse, incluso, a la selección nacional (Gonzalo Montiel,
Exequiel Palacios, Lucas Martínez Quarta).
Si además de
jugar infinitamente mejor, le sumamos que River va generando una superioridad
sobre Boca también en lo psicológico desde que le viene ganando todas las
definiciones importantes, el partido del martes 22 cobra una importancia
fundamental para el equipo de Alfaro, aunque si éste sigue creyendo que todo
pasa por lo mágico, por “creer que se puede”, o por el factor “Bombonera” en
vez de superar por el juego, volverá a cometer otro grave y decisivo error, del
que no habrá vuelta atrás.
Y probablemente
otra eliminación le signifique a Boca no sólo ya un nuevo cambio de entrenador
para 2020, sino incluso de comisión directiva, porque el club tiene elecciones
en diciembre, y todavía queda por verse si los efectos van más allá del fútbol.
Párrafo aparte
para el VAR. La tecnología siempre es bienvenida para reparar actos injustos
(por ejemplo, anoche en Florencio Varela hubo un claro penal para defensa y
Justicia por mano de Frank Fabra no cobrada justamente por la falta de una
repetición que corrija lo que el ojo del árbitro no pudo ver), pero habría que
debatir si es necesaria cuando nadie la reclama y hay un tácito acuerdo entre
los dos equipos sobre el fallo del juez.
¿Debe ser penal
aquél que ninguno de los veintidós jugadores vieron y nadie reclamó? ¿Tenía
sentido otorgar un penal para River ante Gremio, en Porto Alegre, por la
semifinal de Copa Libertadores de 2018, cuando los propios jugadores de River
reclamaban córner tras el remate que pegó en la mano del defensor brasileño
Bressan?¿Lo tenía cuando a los 5 minutos de un Superclásico tan importante, el
VAR resolvió recordar un penal que incidió tanto en un partido cuando nadie se
había percatado de la falta?
Acaso quede la
chance de seguir revisando este buen sistema (pero no infalible) que, al fin y
al cabo, manejan los hombres y que da lugar a que lo hagan los sistemas, y que
finalmente, y por eso mismo, también termina cometiendo fallas (como bien lo
saben quienes siguieron la pasada Copa América de este año en la semifinal
entre Brasil y Argentina).
Tal vez una
opción pueda ser la de tomar como modelo lo que sucede en otros deportes y, por
ejemplo, que cada DT pueda tener derecho a pedir el VAR dos veces como máximo
por tiempo.
De cualquier
modo, más allá de este planteo, si Boca se queda en estas cuestiones, o
simplemente en continuar sin plantearse a qué juega, es muy probable que siga
atravesando situaciones conflictivas. Sin autocrítica no se llega muy lejos.
Tendrá que jugar, porque no hay más remedio, si es que quiere remontar una
serie muy complicada. Y en la cancha se verán los pingos.
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