El fútbol es
así. La revancha, aunque no sea exactamente igual, puede estar a la vuelta de
la esquina. River y Boca saben que jamás será lo mismo que una final como la de
2018 pero que se tengan que encontrar a dos partidos en apenas una instancia
menos, en semifinales de Copa Libertadores apenas nueve meses y medio después,
suena a que todo es muy veloz.
Para el River de
Marcelo Gallardo, es la oportunidad de la ratificación del imperio que fue
construyendo en el plano internacional desde 2014, aunque con algunas dudas en
cuanto a importantes fallos arbitrales y decisiones polémicas desde la
dirigencia sudamericana tanto en aquel partido no terminado en los octavos de
final en 2015, como en tantas circunstancias de 2018, pero también es indudable
que se trata del equipo que mejor juega en la Argentina, y ganarle a Boca otra
vez sería ya dejar una enorme huella en los enfrentamientos entre ambos en los
últimos tiempos.
Para Boca, se
trata de revertir una historia complicada en los últimos años y la última
chance de su presidente, Daniel Angelici y de su comisión directiva, de ganar
un torneo internacional que proyecte al equipo porque no le alcanzó con haber
sido el claro dominador de los torneos locales (de los últimos cuatro de los
largos, ganó tres y va puntero en esta Superliga).
Angelici
finaliza su mandato en diciembre y sabe que tuvo la Copa muy cerca de sus manos
en diciembre pasado, cuando Boca estuvo tres veces arriba en la final, pero
River siempre logró emparejarla hasta darla vuelta en el alargue de Madrid con
aquellos recordados goles de Juanfer Quintero y Gonzalo “Pity” Martínez.
Si Boca no pudo
con River en estos años ni con el “Vasco” Rodolfo Arruabarrena ni con el
“Mellizo” Guillermo Barros Schelotto, dos ex jugadores del club que no tuvieron
como directores técnicos el nivel o la sapiencia necesaria, la tercera
oportunidad es para Gustavo Alfaro, un entrenador de mucha experiencia, aunque
casi siempre en equipos humildes, mucho más conservador, y que a principios de
temporada llegó con la idea de cambiar el chip derrotista de un plantel que
venía de una derrota muy dura, y comenzó con la idea de que los equipos se
arman de atrás para adelante.
Entonces Boca
fue cambiando figuritas y nueve meses más tarde, son muy pocos los que quedan
de aquella final de Madrid. Apenas el arquero Esteban Andrada, los defensores
Julio Buffarini, Carlos Izquierdoz y Emmanuel Mas, dos creativos que tienen
poca continuidad, como Mauro Zárate y Carlos Tévez, el colombiano Sebastián
Villa y Ramón “Wanchope” Ábila. Muy pocos son titulares y Alfaro fue generando
un equipo duro, rocoso, muy molesto a la hora de marcar y no dejar jugar,
aunque en el debe es claro que tiene el ataque, porque llega poco y con escasa
cantidad de jugadores.
A Alfaro, el
esquema le resultó y en general, llegó con justicia tanto a la punta de la
tabla en la Superliga como a semifinales de la Copa, pero el alerta rojo está
dado en que el DT pueda confiarse en el 0-0 que consiguió hace pocos días en el
Monumental por el torneo local, cuando Boca no se pareció a sus equipos
históricos y más bien estuvo cerca de otros conjuntos dirigidos en el pasado
por Alfaro. Se dedicó a bloquear a River sin optar por jugar y se fue conforme
por no haber perdido y, según el entrenador, por haber puesto “de pie” al club
en el primer Superclásico después de la final de Madrid.
Pero en la Copa
Libertadores, el gol de visitante vale doble. Y aquel 0-0 puede llegar a
generar una vana ilusión en este caso. Porque si bien Boca es un equipo sólido
al que casi no le marcan goles (apenas 2 en 13 partidos en la temporada, y uno
solo a Andrada), River es el más ofensivo de todos, al punto de que en la
Superliga, aún con una campaña irregular, es uno de los pocos que marcó tres
goles o más en tres partidos del torneo local (3 a Lanús, 4 a Huracán y 6 a
Racing), y las dos goleadas más fuertes ocurrieron fuera del Monumental.
Entonces, si
sumamos que hace dos años que River no pierde un partido de visitante en la
Copa (el último fue ante Lanús en la semifinal de 2017), se puede concluir que
un 0-0 en el Monumental de ninguna manera garantiza la clasificación y ni
siquiera una cierta comodidad en la vuelta en la Bombonera.
Pero por el otro
lado, los muy buenos resultados de River ante Boca en las Copas internacionales
con Gallardo desde 2014 y la final de la Supercopa Argentina en 2018, tampoco
son ninguna garantía para que Gallardo, que cuenta con un equipo superior, más
trabajado, más completo y más ofensivo, crea que tiene todo cocinado, porque
Alfaro ha demostrado ya sus conocimientos tácticos y que al menos para anular
el juego, parece estar hecho a la medida. Su desafío es el ataque propio.
Alguna vez, al
comenzar la temporada, escribimos que lo que Boca necesitaba, tras la dura
derrota en Madrid, era una especie de “Toto” Lorenzo como DT, alguien que, como
en 1975 cuando el River de Ángel Labruna ganaba todo y se proyectaba al nivel
internacional, pusiera un freno inmediato.
En aquel tiempo
(verano de 1976), Lorenzo lo consiguió cambiando a casi todo el plantel y
comenzando a parar a su equipo mucho más atrás que lo que jugaba hasta 1975 con
Rogelio Domínguez. La gran diferencia es que aunque al DT de aquel tiempo lo
tildaban de conservador, contaba con un “diez” como Mario Zanabria, dos
extremos como Heber Mastrángelo y Darío Felman, y un nueve que se retrasaba
como Carlos Veglio.
El Boca de hoy
tiene mucho menos ambición y esa es su gran deuda y puede ser su talón de
Aquiles. El de River, el exceso de confianza y la falta de gol de sus
delanteros en condición de local.
Serán dos
partidos de una enorme tensión. Esperemos que eso no sea un obstáculo para que
ambos equipos brinden un gran espectáculo.
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