Lo de River
Plate es poco común. Vive un momento que sus hinchas recordarán por siempre,
porque no es habitual llegar a una tercera final de la Copa Libertadores de
América luego de haber ganado las otras dos (2015 y 2018) en un mismo ciclo de
cinco años y medio, y que en los tres casos haya eliminado, en distintas
instancias, a su clásico rival, Boca Juniors.
Siendo el
vigente campeón, luego de ganarle a Boca aquella escandalosa final de 2018 en
Madrid, River vuelve a ser finalista, esta vez a partido único y en Santiago de
Chile el próximo 23 de noviembre ante el ganador de la otra semifinal que se
define hoy entre los brasileños Flamengo y Gremio, tras eliminar otra vez
anoche, a su clásico rival y en el estadio de éste, la mítica Bombonera, pese a
caer 1-0 y gracias al más amplio 2-0 obtenido en la ida en el Monumental, como
local.
En estos cinco
años y medio, desde que el ex jugador del club Marcelo Gallardo, que ya ganó la
Copa Libertadores en 1996 en aquella otra etapa, River, además de ser campeón
en 2015 y 2018, llegó a cuartos de final en 2016, a semifinales en 2017 y fue campeón de la Copa Sudamericana (una especie
de equivalente de la UEFA Europa League) en 2014, cuando también eliminó a
Boca.
Las chances de
que River se clasificara anoche a la final de esta temporada eran altas, de
acuerdo con lo que había ocurrido en la ida, cuando se impuso 2-0. En aquella
oportunidad, un Boca de una gran solidez defensiva, que sólo había recibido dos
goles en toda la temporada 2019/20, pero se encontró con un polémico penal en
contra apenas a los 3 minutos de juego y a instancias del VAR, cuando nadie
había reparado en esa acción, y eso descolocó demasiado al equipo que dirige
Gustavo Alfaro, que tardó mucho en reponerse y no pudo realizar el partido que
vino a buscar.
Si algo se le
critica al experimentado entrenador de Boca, que sugestivamente dijo después de
la eliminación en la conferencia de prensa que “fue muy bueno haber dirigido a
Boca y ahora espero que llegue fin de año para retomar mi vida”, hablando en
pasado respecto de su trabajo y de futuro sobre su vida fuera del fútbol, es
que desde principios de 2019, cuando fue contratado como entrenador, sus planteos
fueron demasiado defensivos para la rica historia del equipo (que ganó seis
Copas Libertadores contra cuatro totales de River, siendo el segundo con más
trofeos detrás de otro club argentino, Independiente, con siete), y que tampoco
acertó con muchos de los fichajes, especialmente los relacionados con el juego
ofensivo.
Es cierto que
Boca sufrió la sangría de jugadores fundamentales como el centrodelantero Darío
Benedetto (Olympique de Marsella) y el volante uruguayo Nahitán Nández
(Cagliari), y nunca pudo recuperarse del todo de una importante lesión su
lateral izquierdo colombiano Frank Fabra, sumado a que la dirigencia decidió
cambiar a buena parte de la plantilla tras la derrota de diciembre de 2018 ante
River en Madrid.
Alfaro,
entonces, se encontró con un club rico, en condiciones de fichar otra buena
cantidad de jugadores, pero pareció contentarse con bastante de lo que había,
cuando en verdad era una segunda línea del equipo anterior, con un Carlos Tévez
que fue una gran estrella de joven pero que a los casi 36 años y tras una
temporada en China, ya no era ni la sombra de lo que fue, y algo parecido,
aunque más joven, ocurre con el ex Lazio Mauro Zárate, mientras que el
entrenador prefirió a un rústico delantero local, Franco Soldano, en vez de contratar
al francés del América de México, André Pierre Gignac, y tampoco le dio
demasiado lugar al ex campeón mundial 2006 Daniele De Rossi, porque optó por
jugadores jóvenes de la cantera que aún no estaban en condiciones de afrontar
compromisos tan importantes.
River, con
Gallardo, es todo lo contrario. Acostumbrado a los éxitos, es un equipo muy
seguro de lo que quiere, con jugadores acostumbrados a estos partidos
decisivos, y especialmente como local, suele desplegar un fútbol muy agresivo,
con jugadores muy técnicos en su mayoría, mezclados con algunos jóvenes que
pudieron subir al primer equipo sin urgencias gracias a la suma de títulos que
fueron llegando, como el lateral derecho Gonzalo Montiel, el defensa central
Lucas Martínez Quarta o el volante Exequiel Palacios, todos pretendidos por los
principales clubes europeos.
Puede decirse
con claridad que esta vez, River obtuvo un altísimo porcentaje de su
clasificación en el partido de ida del 8 de octubre como local, porque aquella
noche, un nervioso Boca, descolocado por el penal del VAR, no encontró los
caminos para el gol (el juvenil Capaldo tuvo una clara y acaso única chance al
lado de la portería pero su remate salió muy alto), pero su entrenador Alfaro
jamás entendió que en la Copa Libertadores, hasta la instancia semifinal, el
gol fuera de casa se computa como doble, y su planteo fue mezquino porque días
antes y por la Superliga, el torneo argentino, había sacado un empate 0-0 del
mismo escenario casi sin salir de su propio campo. Eso lo confundió para el
compromiso de Copa Libertadores, y lo pagó caro.
En el partido de
anoche en la Bombonera, en cambio, pudo verse un aceptable Boca, que ganó casi
todas los balones divididos, alentado por su público (en la Argentina, por
temas de seguridad, no pueden asistir los hinchas visitantes), pero un equipo
acostumbrado a jugar con muy pocos delanteros, tuvo que salir a remontar dos
goles y le costó demasiado, aunque en una jugada a balón parado convirtió el
1-0 a través del venezolano Jan Hurtado, y estuvo cerca de empatar la serie.
River, en
cambio, anoche fue mucho menos de lo que suele ser, porque se retrasó demasiado
y le dio más importancia a mantener la diferencia de dos goles. Sufrió mucho el
partido, pero se llevó el premio mayor, que es volver a estar en una final por
séptima vez en su historia (perdió las dos primeras en 1966 y 1976, las dos
justamente en Chile, igual que donde se jugará ahora) y por tercera con
Gallardo.
A propósito de
Marcelo Gallardo, ya hubo sondeos hacia él de dirigentes del Fútbol Club
Barcelona. Sería un buen salto para el entrenador argentino luego de su
brillante ciclo en River desde 2014, si es que acepta que su ciclo se haya
cumplido cuando lleguen las fiestas de fin de año.
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